Podemos trasladar los principios vertidos en esta sencilla historia del
telefilm a otra realidad, en nuestros tiempos, mucho menos “naif”, por cierto,
respecto de los esparcedores de calumnias a través de la internet. En este caso
por parte de sacerdotes y laicos que deciden eliminar “de la cuadra” a otro
sacerdote vigilante que servidor de la verdad ha descubierto verdades que comprometen
una “reputación” construida publicitariamente. Estos nuevos calumniadores no
recurren al anonimato porque, orgullosos y presumidos como son, desean ver sus
nombres destacados, a fin de afirmarse como “campeones de la ortodoxia”, “super
resistentes”, “grandes católicos”, etc. Gente incoherente que está
dispuesta a todo para “sacarse de encima” a alguien que les molesta, lanzando a
los obispos y sacerdotes acusaciones y difamaciones gratuitas de “ruindad”,
“demencia senil”, “herejías”, “apostasía”, “blasfemias”, “venderse por una
mitra” e incluso llegando a vertir amenazas contra un sacerdote.
Afortunadamente, estos desquiciados personajes no han podido ni podrán
evitar que haya quienes sigan vigilantes en las esquinas, que haya quienes en
vez de “felecistamente” tragarse las mentiras o preferir dejarlas pasar, que
prefieran combatir, esclarecer y poner las cosas en su lugar. Sin hacer propaganda de sí mismos, sin escenificar shows o audiovisuales, sin buscar otra
cosa que la sola y pura verdad. Buscando seguir los consejos para imitar a
Cristo: “guárdate mucho de la vana complacencia y de la soberbia. Por esto
muchos están engañados, y caen algunas veces en ceguedad casi incurable.
Sírvate de aviso y de perpetua humildad la caída de los soberbios que locamente
presumen de sí”. (Imitación de Cristo, L.III, C. VI)