Fragmento de la entrevista aparecida en
“Réflechir et Agir” n° 22, y “Tabou” n° 10 (junio 2006), y publicado por la
revista argentina “Cabildo”, a Hervé Ryssen, autor de la importante obra “Los orígenes religiosos
del mundialismo”.
Hervé Ryssen, Usted ha publicado un libro que echa, por fin, plena luz
acerca de la lógica mundialista y sus fundamentos religiosos. Desde hace mucho
tiempo, en efecto, los intelectuales de tendencia nacional eluden abordar
“temas enojosos” y se abstienen de denunciar la propaganda cosmopolita.
¿Podría explicamos el título de su libro?
HR: — Me he dedicado a examinar la
producción escrita de los intelectuales judíos a fin de intentar comprender su
visión del mundo. Después de haber leído decenas de ensayos políticos, novelas
y relatos de todo género, me he apercibido de que la palabra “esperanza” aparecía
regularmente en los textos. Se trata para ellos, desde luego, de la esperanza
de un mundo mejor, del mesías y de la “tierra prometida”. Recordemos que si
los cristianos han reconocido su mesías, los judíos siempre esperan el suyo.
Esta expectativa mesiánica anida en el
corazón de la religión hebraica y de la mentalidad judía en general,
incluyéndose aquí a los judíos ateos. Es el punto fundamental. En cuanto a la
voz “planetariano”, se trata de un neologismo que no significa más que la
aspiración a un mundo sin fronteras.
Mi trabajo está exclusivamente centrado sobre
los intelectuales judíos. Contrariamente a lo que mucha gente puede pensar,
la utilización de la palabra “judío” no cae todavía bajo incumbencia legal.
No se me escapa que son muchos los que sudan a la simple evocación de esa
palabra, pero es probablemente porque temen incurrir en propósitos
antisemitas, los cuales hoy día, en efecto, son fuertemente condenados.
Personalmente no padezco en modo alguno este temor, ya que mis trabajos están
basados exclusivamente en la investigación a través de fuentes hebraicas.
Digamos que tengo una aproximación racional sobre el tema y, osamos decirlo, totalmente
desapasionada.
Efectivamente, a menudo se escucha hablar entre los judíos de “tierra
prometida” y “mesías”, pero siempre tememos comprender mal el significado de
esos conceptos. La “tierra prometida”, ¿no es el Estado de Israel?
HR: — Históricamente es la tierra del país
de Canaan, que Yahvé dio a Abraham, según puede leerse en el Génesis, primer
libro de la Torah. Pero antes de la destrucción del segundo Templo por las
legiones romanas de Tito y la dispersión, numerosos judíos vivían ya en la diáspora. La “tierra prometida” no adviene tampoco en 1917, aun
cuando con la declaración Balfour, que creaba un “hogar judío en Palestina”,
algunos judíos hayan pensado que, recuperando la “tierra prometida”, los
tiempos mesiánicos estaban, por fin, próximos. Pero es preciso no olvidar que
otros judíos, mucho más numerosos, pensaban hacia la misma época que esa tierra
prometida se situaba más al norte, en la extensa Unión Soviética donde, después
de la revolución de octubre de 1917, tantos judíos aparecían en los más altos
escalones del poder. Sin embargo, basta leer algunos textos más antiguos para
percatarse que en el siglo XIX, era Francia —el país de los derechos del
hombre— la que acaparaba todas las esperanzas y constituía, a los ojos de los
judíos del mundo entero, la “tierra prometida”. También la Viena de
principios del siglo XX, o la Alemania de Weimar, en el
período de entreguerras, pudieron ser consideradas como “tierras prometidas”,
porque la cultura y las finanzas sobre todo, estaban en esos momentos
intensamente influenciadas por los banqueros, los intelectuales y los
artistas de origen judío.
La “tierra prometida” también está desde hace
largo tiempo encarnada en el sueño americano [...] Pero la “tierra prometida”
más reciente fue evidentemente la Rusia que siguió al hundimiento del
sovietismo. En algunos años, un puñado de “oligarcas” había logrado meter el
gancho sobre una gran parte de las riquezas rusas privatizadas. El más conocido
entre ellos, el multimillonario Khodorkovski, duerme actualmente en las
prisiones de la nueva Rusia de Vladimir Putin. A ojos vista, esta nueva “tierra
prometida” ¡no fue la buena! En síntesis, como se habrá comprendido, desde la
salida del ghetto, los judíos no cesan de cambiar de “tierra prometida”, y su
nomadismo errabundo termina sistemáticamente en una decepción. ¿Pero por
cuánto tiempo? [...] Todo parece terminar siempre muy mal, vayan donde vayan,
hagan lo que hicieren.
Usted se refiere aquí a la historia y la geografía, pero el mesianismo y
la idea de la tierra prometida ¿no son más bien conceptos religiosos?
HR: — Entramos aquí al núcleo del tema [...]
Se puede entonces sostener que el concepto de “tierra prometida” no significa
sino una espera de dimensión planetaria, donde todas las naciones hayan desaparecido.
Bien nos lo dice el filósofo judío Edgar Morin, cuando escribe: “No tenemos la
Tierra prometida, pero tenemos una aspiración, un querer, un mito, un sueño:
realizar la Tierra patria”. Es también aquello de que nos habla Jacques Attali,
en “L’Homme nómade”: “hacer del mundo una tierra prometida”. Entonces, ese
mundo unificado, pacificado, será la “tierra prometida”. Pero los textos a
veces nos hacen pensar más que el espíritu de algunos intelectuales, la idea
está tomada en sentido literal: eso será con seguridad ¡toda la Tierra que les
estaba prometida! De aquí nacen ciertos comportamientos a veces un tanto invasores...
A juzgar por la política del presidente norteamericano George Bush, no
parece que los consejeros sionistas, que son numerosos a su lado, obren a
favor del mundo de “paz” del cual habla Usted. ¿Cómo explica esas contradicciones?
HR: — Es innegable que los jefes de la
comunidad judía norteamericana tienen una buena parte de responsabilidad en la
guerra contra Irak. Es preciso ser ciego para no verlo; es preciso tener mala
fe para negarlo. Por otra parte, su peso político en los sucesivos gobiernos
norteamericanos, siempre ha sido importante desde principios del siglo XX. Los
nacionalistas norteamericanos, como el famoso piloto Charles Lindbergh,
denunciaban en su tiempo las presiones del “lobby judío” (en los Estados Unidos
es un lobby entre otros) impulsando a un pueblo muy aislacionista hacia la
guerra contra la Alemania nazi.
Por entonces, en los años veinte, el
constructor Henry Ford tenía la noción del problema y hacía difundir
profusamente este tipo de informaciones en un periódico creado a ese efecto.
Se recordará también que Madeleine Albright y los halcones del departamento de
Estado norteamericano tuvieron todo su peso en la guerra contra Serbia en
1999. Queda entonces bien clara la razón que destaca esta contradicción entre
la fe mesiánica y las “operaciones terrestres”, si se puede así decir.
Pero muy francamente se nos declarará
entonces ¡que esas guerras son “actos de paz”! Escuchemos precisamente a Elie
Wiesel, premio nobel de la “paz”, quien naturalmente era un ultra belicista en
1991, cuando se trataba de ir a bombardear a Irak: “No se trata solamente de
ayudar a Kuwait, decía entonces, se trata de proteger el mundo árabe todo
entero”. Todos los occidentales por consiguiente debían movilizarse contra el
“asesino de Bagdad”, culpable de hacer pesar una amenaza sobre el Estado de
Israel: “A su guerra, es imperativo hacerle la guerra. A la fuerza destructora
que emplea (Bagdad) contra la humanidad, es preciso oponer una fuerza más
grande para que la humanidad permanezca con vida. Porque allí se juega la
seguridad del mundo civilizado, de su derecho a la paz, y no solamente el
porvenir de Israel... ¿Sed de venganza? No: sed de justicia, y de paz”.
Comprobamos aquí que no se duda en blasonar
los grandes ideales de paz y de amor, pese a que se trata de aniquilar a su
enemigo. Por supuesto, no es cuestión de que el mismo Estado judío se ocupe de
esos bajos menesteres militares. Ese es trabajo de los occidentales a los que
se trata de convencer mediante campañas de “sensibilización”, de ir a
derribar al dictador. Una vez vencido vuestro enemigo, vuestro incansable
combate por la democracia y “por la Paz” se vuelve nuevamente a la fase de la
situación política. Después de haber aplastado sus enemigos, efectivamente, se
está siempre por la “paz”.
Usted habla de “democracia”... ¿Qué relación puede haber entre un
sistema político y la fe mesiánica? ¿La democracia es necesaria para la
llegada del mesías?
HR: — La democracia no siempre ha sido el
único caballito de batalla de las esperanzas planetarianas. Durante largo
tiempo también ha jugado ese rol el ideal marxista. Es sabido que el mismo
Marx, y la gran mayoría de los principales doctrinarios y cabecillas marxistas
eran judíos: Lenín tenía orígenes judíos, León Trotsky, Rosa Luxemburg, Georg
Lukacks, Ernest Mandel, etc., lo mismo que la casi totalidad de los líderes
de mayo del '68.
No es por azar, y casi no hay pequeño
militante de base que se dé cuenta de eso. El marxismo aspira al
establecimiento de un mundo perfecto, en el cual las religiones como las
naciones hayan desaparecido al mismo tiempo que los conflictos sociales. Este
esquema, se comprueba, encaja perfectamente en el cuadro mesiánico. En definitiva,
el pensamiento de Marx no es más que la secularización de la escatología
tradicional judía. George Steiner ha podido presentar el marxismo dentro de la
perspectiva de las profecías bíblicas: “El marxismo, dice, en el fondo es un judaísmo
que se impacienta. El Mesías ha tardado mucho en venir o, más precisamente, en
no venir. Es el hombre mismo quien debe instaurar el reinado de la justicia
sobre la tierra, aquí y ahora... predica Karl Marx en su manuscrito de 1844,
donde se reconoce el eco transparente de la fraseología de los Salmos y de los
profetas”.
Ni Marx, ni Lenín, ni Trotsky creían en Dios,
y sin embargo, sus orígenes judíos aparecían a plena luz a través de la red de
lectura del mesianismo judío. El marxismo político, no obstante, ha sido
marginado en Europa después de la caída del Muro de Berlín.
El hecho es que, en los proyectos de
unificación planetaria, la democracia ha triunfado en todas partes donde el
comunismo ha encallado. A pesar de todo, se comprueba que los grupos de
extrema izquierda continúan beneficiándose de toda la atención mediática en
las sociedades occidentales: es porque ellos representan la punta de lanza del
proyecto de sociedad igualitaria y multirracial y canalizan en un sentido
mundialista las oposiciones radicales que suscita el sistema liberal.
Esta utopía movilizadora siempre es
necesaria en un sistema democrático desesperanzado, que no propone a su
juventud más que deambular por los supermercados. Está, entonces, anidado en el
interior mismo de la democracia que el marxismo rinda finalmente sus mejores
servicios. Marxismo y democracia son dos fuerzas absolutamente complementarias
e indispensables una a la otra en el proyecto de edificación del Imperio
global. Sin el comunismo, los opositores se dirigirían indefectiblemente hacia
las corrientes nacionalistas, y el Sistema no sobreviviría.
Después del fracaso del Comunismo de Estado, ¿la democracia
multirracial y los “derechos del hombre” serían entonces el arma absoluta de
las fuerzas “planetarianas”?
HR: — El objetivo de los mundialistas es
destruir las culturas tradicionales arraigadas, para arribar a un mundo
uniforme. Esta aspiración a la unidad ha sido expresada por el filósofo
jasídico Martín Buber, quien verdaderamente parece no caer en la cuenta que nos
da aquí la definición exacta de totalitarismo: “En todas partes, escribe, se
encontrará (en el judaísmo) la aspiración hacia la unidad. Hacia la unidad en
el seno del individuo. Hacia la unidad entre los miembros divididos del
pueblo, y entre las naciones. Hacia la unidad del hombre y de toda cosa viviente,
hacia la unidad de Dios y del mundo” (“Judaisme”, 1982, pág. 35).
Para alcanzar ese mundo perfecto, es preciso
entonces triturar, machacar, disolver todas las resistencias nacionales y las
identidades étnicas o religiosas. La “unidad" no podrá hacerse más que a
partir del polvo humano y de los residuos de las grandes civilizaciones, y en
esta empresa de destrucción de las civilizaciones tradicionales, la inmigración
juega un rol esencial. La doctrina de los “derechos del hombre” es aquí un
arma de guerra de una eficacia terrible.
Al respecto dice el Gran Rabino Kaplan: “Para
el advenimiento de una era sin amenazas hacia el género humano, deberíamos
poder basarnos mucho sobre la declaración universal de los Derechos del
hombre... Siendo el respeto a la Declaración universal de los derechos del
hombre una obligación tan imperiosa, es del deber de cada uno contribuir con
todas las acciones tendientes a hacerla aplicar universal e integralmente”.
La humanidad entera debe someterse a ella.
Lo mismo, decir que los “derechos del hombre” son una herramienta privilegiada
para ver realizarse las promesas de Yahvé. Más aún, no es por azar que René
Cassin, inspirador de la declaración de 1948, fuera también el secretario
general de la Alianza Israelita Universal. En 1945, el general de Gaulle lo
puso a la cabeza del Consejo de Estado. Su cuerpo
reposa en el Panteón, en el templo de los
grandes hombres de la república.
¿Puede decirse que hay una homogeneidad de pensamiento entre los
intelectuales judíos sobre el tema de la inmigración?
HR: — Los intelectuales judíos pueden ser
liberales, marxistas, religiosos o ateos. Pero todas esas divergencias no
invalidan en nada el fundamento mesiánico de sus aspiraciones. Y sobre la
inmigración, justamente, puedo confirmar que entre ellos hay unanimidad [...]
Sólo una sociedad multirracial es garante de la realización de los proyectos
planetarianos.
Las declaraciones en ese sentido se
encuentran sistemáticamente en la casi totalidad de los intelectuales judíos,
sean marxistas, como Jacques
Derrida, socialistas,
como Guy Konopnicki, o liberales, como Guy Sorman o Alain Mine. Unos y otros muestran una enfadosa tendencia a
tomarnos por retardados, haciéndonos creer, por ejemplo, que la inmigración no
ha aumentado desde hace veinte años, o también que la inseguridad en ningún
caso estaría ligada a ese fenómeno.
Cohn-Bendit asegura sin empacho que “para
frenar el racismo, lo mejor sería ¡aumentar el número de extranjeros!” Sus
declaraciones al respecto son de un alucinante descaro. Veamos todavía a Guy
Sorman, quien tranquilamente nos explica que la antigua Francia, con sus
dialectos y sus regionalismos era, en resumidas cuentas, “más multicultural de
lo que es en la actualidad” (¿?) (“En attendand les barbares”, págs. 174-179).
Es un ejemplo entre tantos otros, de ese descaro a toda prueba, al cual están
muy aferrados, y que ellos llaman “houtzpah” (pronunciar routzpah).
El objetivo es destruir el mundo (la gente)
blanco y, de manera más general, todas las sociedades arraigadas. Todos esos
intelectuales nos aseguran que esta evolución es ineluctable y, por
consecuencia, de nada vale oponerse. Puede recordarse aquí que, en el esquema
marxista, se daba por sentado que la sociedad sin clases debía
ser “ineluctable”. Escuchemos al director de prensa Jean “Daniel”: “Nada detendrá a los movimientos de las poblaciones
miserables hacia un occidente viejo y rico... Es por eso que la sabiduría, la
razón, consiste de aquí en más, en obrar como si fuéramos a recibir más y más
emigrados a los cuales es preciso preparar albergue” (“Le Nouvel Observateur", 13 octubre de 2005). Como se comprenderá, se
trata de prohibirnos la misma idea de defendernos. La homogeneidad del discurso
cosmopolita sobre el tema es verdaderamente asombrosa.
Con frecuencia se escucha decir que los judíos eran considerados por los
nazis como una “raza inferior”. Sus investigaciones, al parecer, tienden a
demostrar que más bien ellos tendrían la tendencia a considerarse como “la
raza superior”. ¿Qué hay de eso?
HR: — Puedo asegurar que existe un orgullo
inmenso de pertenecer al “pueblo elegido”. Y en los intelectuales, este
orgullo se combina con un desprecio no menos grande hacia las naciones sedentarias,
consideradas muy claramente como inferiores. Las declaraciones al respecto son
incontables.
Por ejemplo, veamos lo que escribe
Bernard-Henri Lévy, en el primer número del periódico “Globe”, en 1985: “Por supuesto, nosotros somos decididamente cosmopolitas.
Ciertamente, todo lo que es patria, vernáculo, gaita, en una palabra
franco-minero o patriotero, nos es ajeno, casi odioso”.
Las “patrias de toda clase y sus cortejos de
antiguallas” lo disgustan al máximo: todo eso no es más que un “repliegue
sobre las más pobres de las identidades”. “Hablar dialectos, danzar ritmos vernáculos,
marchar al son de gaitas... tantas burdas necedades” le “repugnan” (“L’Idéologie française”, 1981, págs. 212-216).
El filósofo Emmanuel Lévinas también ha expresado su fe en las virtudes del desarraigo y el nomadismo.
Para él, el más grande retraso mental, seguramente, es el que representan las
civilizaciones paganas de la antigüedad: “El paganismo, escribe, es el
espíritu local: el nacionalismo en lo que tiene de cruel y despiadado. Una
humanidad selvática, una humanidad pre-humana”.
Con seguridad, todo eso no vale para los
beduinos del desierto: “Sobre el suelo árido del desierto donde nada se fija,
es donde el verdadero espíritu desciende en un texto para cumplirse universalmente...
La fe en la liberación del hombre no se logró más que con un estremecimiento de
las civilizaciones sedentarias, con el desmoronamiento de los pesados lastres
del pasado... Es preciso ser subdesarrollado para reivindicar eso como razón
de ser y luchar en su nombre para tener un lugar en el mundo moderno”.
No es suficiente entonces a estos
intelectuales contarnos cualquier cosa, de ilusionarnos con los derechos del
hombre, de atarnos las manos en la espalda con leyes represivas, y de
inyectarnos en las venas un cuerpo extraño. Es preciso también que nos
deslicen al oído su desprecio por nuestras antiguas culturas. Pero el desprecio
no parece aplacar completamente su espíritu de venganza. Es preciso todavía
que nos insulten y nos escupan en la cara: “ignorantes, xenófobos,
paranoicos, estúpidos, delirantes, etc.”: eso es lo que somos nosotros. En “La
Vengeance des Nations”
(1990), Alain Mine,
quien nos explica los beneficios de la inmigración, asegura que “la ignorancia
es lo que alimenta la xenofobia” (pág. 154), que es necesario entonces “luchar
contra el delirio xenófobo” y acabar de una vez con esta “paranoia francesa”
(pág. 208). Y para esta tarea, Alain
Mine propone favorecer a los inmigrados
sistemáticamente, con referencia a los franceses sobre el modelo norteamericano.
Como lo proclama el muy mediático Michael Moore, en
Estados Unidos, en su libro aparecido en el 2002, verdaderamente no vale la
pena andarse con miramientos con esos Stupid White Men (así es el título del
libro), ya que ellos no comprenden nada de nada de lo que se les viene.
No insistiré aquí con todos esos incontables
filmes en los cuales los cineastas cosmopolitas parecen saciar su venganza
contra la civilización cristiana y el hombre blanco en general. Me parece evidente,
a la vista de toda esta logorrea, que esa gente ya nos odia. Si los mismos
fueran fluorescentes, intermitentes o si llevaran sobre su cabeza un faro
giratorio, ¡se vería mucho más claro!
¿Cómo explica Usted ese manifiesto sentimiento de venganza, cuando los
textos religiosos tienden hacia la paz universal? ¿De dónde procede esta
venganza de la cual habla Usted?
HR: — Encontramos el espíritu de venganza en
muy numerosos textos. Se traslucen en la pluma de novelistas como Albert Cohén,
en “Fréres humaines”, o en la de Patrick Modiano (“La Place de l’Etoile”). El
gran gurú norteamericano de la corriente afro-centrista, Martín Bernal, que es
“blanco”, también ha dado rienda suelta a ese sentimiento: “Mi fin es reducir
la arrogancia intelectual de los europeos”.
Ahora bien, si echamos un vistazo al pasado
muy lejano, caeremos en la cuenta que esas permanencias (iteraciones) han
atravesado los siglos sin formar una sola arruga.
A principios del siglo XVI, por ejemplo, Rabí
Shlomo Molkho, que era considerado por muchos judíos como una figura mesiánica,
escribió sus visiones proféticas muy reveladoras, en las cuales se encuentra
la idea de una “venganza contra los pueblos” que se va a cumplir. También nos
asegura que “los extranjeros serán destrozados” y que “las naciones temblarán”
(Moshe Idel, “Messianisme et mystique”, 1994, págs. 65-66). Y Moshe Idel hace
este comentario: “el poema de Molkho evoca claramente el advenimiento de una doble venganza: contra Edom y
contra Ismael”, es decir contra la cristiandad y el islam; más adelante
agrega: “Dios revela no solamente cómo luchar contra el cristianismo... sino
también cómo romper la fuerza del cristianismo para que advenga la Redención”
(pág. 48). ¿Está claro, no?
Puede encontrarse este tipo de delirio profètico en otros personajes históricos judíos, como por ejemplo Isaac Abravanel
(Editions du Cerf. París, 1992), quien era cabeza de la comunidad judía en España
antes de la expulsión de 1492 y que se convirtió en uno de los héroes míticos
judíos de origen ibérico. Abravanel expresó también muy explícitamente la
venganza del pueblo de Israel contra la cristiandad y llamó, ya, “a todas las
naciones a llevar la guerra contra el país de Edom” (visión de Obadíah, pág.
256, en Génesis, 20, 13).
Para aquellos que todavía se preguntan sobre
las razones de ese odio secular, he aquí una pequeña explicación: “Está próximo
el día en que el eterno se vengará de todas las naciones que han destruido el
Primer Templo y que han sometido a Israel en el exilio. Y a ti también, Edom,
como tú has hecho cuando la destrucción del Segundo Templo, conocerás la espada
y la venganza (Obadíah)... Toda la liberación prometida a Israel y asociada a
la caída de Edom” (pág. 276, Lamentaciones, 4, 22).
Este odio vengativo de veinte siglos también
ha sido expresado por el filósofo Jacob Talmon, quien escribió en 1965: “Los
judíos tienen cuentas sangrientas y muy antiguas para arreglar con el Occidente
cristiano”. Pierre Paraf, ex presidente de LICA (Liga Contra el Antisemitismo), recuerda, por boca de un personaje
de su novela reeditada en el año 2000: “Tantos de nuestros hermanos, marcados
por la rueda, gimen bajo el látigo del cristiano. ¡Gloria a Dios! Jerusalén los
reunirá un día; ¡ellos tendrán su revancha!” ¡Dos mil años de odio! ¡Es
preciso creer que ese pueblo tiene un rencor tenaz!
Estamos efectivamente bastante lejos de los clichés del “pobre pequeño
judío perseguido” vehiculizado por el cine. ¿Puede acreditarse, finalmente, la
idea comúnmente admitida, o el “prejuicio”, de que “los judíos quieren
dominar el mundo”?
HR: — No tengo ideas personales al respecto,
y me limito a analizar lo que está escrito. En consecuencia, no puedo afirmar
que se trate de una disposición general de conjunto de los intelectuales
judíos. Pero esta idea ha sido expresada por algunos de ellos. El libro de
Abravanel confirma esta interpretación, en base a textos bíblicos: “En la
época mesiánica Schmouel pensó que todas las naciones serían sometidas a
Israel, conforme a lo que está escrito: «Su imperio se extenderá de un mar a
otro y del río hasta las extremidades de la tierra» (Zacarías, 9, 10)” (pág.
181). “Cuando llegue la liberación, reinará un rey de la casa de David” (pág.
226). En eso consistirá “la gran paz que reinará sobre la tierra en la época
del Rey-Mesías” (pág. 198). Aquí tenemos la confirmación de que ¡Israel milita
por la “paz”!
En “Flamees juíves”, novela aparecida en 1936
y reeditada en 1999 por Les Belles Lettres, Camille Marbo cuenta también la historia
de jóvenes judíos marroquíes que dejan su barrio judío en Marruecos en los
años '20 para instalarse en Francia. Allí se habla explícitamente de
“conquista del mundo por Israel” (pág. 10). Más adelante encontramos estos
pasajes: “Israel debe gobernar el mundo, dice Daniel... Se tiene miedo de
nosotros, repetía el viejo Benatar, porque no somos de la raza de los profetas”
(pág. 18); “No es todavía nuestra generación la que puede conquistar la
cristiandad. Ustedes podrán poner los fundamentos y sus hijos estarán al pie
de la obra. Ellos se mezclaron con los cristianos. Israel manejará el mundo
así como debe hacerlo” (pág. 126). También hay otros textos sobre el tema.
La voluntad de instaurar un gobierno mundial ¿no es entonces un delirio
de “iluminados”, como diría Taguieff?
HR: — Es muy cierto que todo está puesto en
marcha para hacernos renegar de nuestras raíces, nuestras tradiciones, nuestra
historia, nuestras familias, nuestras patrias, a fin de hacernos aceptar mejor
la sociedad “abierta” querida por los espíritus cosmopolitas y la idea de un
gobierno mundial. Alain Finkielkraut ha insistido sobre este punto:
“El Mal, escribe, viene al mundo por las patrias y por los patronímicos”.
El hombre posmoderno debe cesar de “perseguir
los rastros del pasado en sí mismo y en los otros”. Su título de gloria, “es el
de ser cosmopolita, y de ir a la guerra contra el espíritu localista”. A
partir de aquí, se puede por fin admitir la idea de una “confederación
planetaria”, como desea el sociólogo Edgar “Morin” en todos sus libros o, más
aún, trabajar para la instauración del gobierno mundial, así como lo expresa Jacques Attali: “Después de la instalación de las instituciones continentales
europeas aparecerá, puede ser, la urgente necesidad de un gobierno mundial” (“Dictionnaire du XXe. siècle”).
Todo lo cual, con toda evidencia, no
impedirá que el célebre cazador antifascista Pierre-André Taguieff se indigne
por las elucubraciones antisemitas y pretenda que la idea de la dominación
mundial es una aberración o una “superchería”.
También se oye decir con frecuencia que el antisemitismo es una
enfermedad mental...
HR: — Desde que el fenómeno queda
inexplicado, y que los judíos son inocentes, el problema no puede lógicamente
venir más que de los goïm. Escuchemos este testimonio de Yeshayahu
Leibowitz, filósofo de las religiones, tomado del libro “Portraits juifs”: “Se trata de un fenómeno históricamente incomprensible. Para mí, el antisemitismo no
es un problema de los judíos sino de los go'im”. En el primer tomo de sus
“Memorias”, Elie Wiesel escribió a su vez: “Yo no estaba lejos de decirme: es
su problema, no el nuestro”.
La explicación por la perturbación mental de
los antisemitas aparece frecuentemente en la pluma de los intelectuales
judíos. El libro de Raphaél Drai, “identité juive, identité humaine”, publicado
en 1995, retoma esta idea: “El antisemita presta al judío las intenciones que
él mismo alimenta por su lado... La dimensión psicopatológica de tal
construcción debe retener la atención... Los judíos puestos en acción son
judíos proyectivos; la imagen «judaizada» es propia del delirio de los
antisemitas”.
El escritor ruso Vassili Grossman, ha
expresado igual idea: “El antisemitismo, dice, es el espejo de los defectos de
un hombre individualmente, de las sociedades civiles, de los sistemas
estatales. Dime eso de lo que tú acusas a los judíos y yo te diré cuál es tu
propia culpa. El nacionalsocialismo, cuando adjudicaba al pueblo judío rasgos
como el racismo, la voluntad de dominar el mundo o la indiferencia
cosmopolita para su patria alemana, de hecho ha dotado a los judíos de sus
propias características”.
En suma, se habrá comprendido, el antisemita
arroja sobre los judíos sus propias taras. A ese nivel ya eso ingresa
efectivamente en el dominio de la psicoterapia. ¡Queda por saber si
verdaderamente es el goím el que la necesita más!
David Banon, “Le Messianisme”, Presses universitaires de France, 1998; Edgar Morin,
“Un nouveau commencement”, Seuil, 1991; Jacques Attali, “L'Homme nomade”,
Fayard, 2003; Elie Wiesel, “Mémoires”, tomo II,
Editions du Seuil, 1996; George Steiner,
“De la Bible à Kafka”, Bayard, 1996; Emmanuel Lévinas, “Difficile
liberté”, Albin Michel, 1963; André Glucksmann,
“Le Discours de la haine”, Pion, 2004; Shmuel Trigano,
“L’Ideal démocratique... á l’épreuve de
la Shoah”, Editions Odile Jacob, 1999; Herlinde Loebl, “Portraits juifs”,
L'Arche editor,
Francfort, 1989; Elie Wiesel,
“Mémoires”, tomo I, Le Seuil, 1994; Raphaël Drai, “Identité juive, identité
humaine”, Armand Colin, 1995; Vassili Grossman, “Vie et destin”, 1960, Ed.
Julliard, Pocket, 1983; “Les esperances planétriennes”,
2005.