“Una herejía nunca es más peligrosa
que cuando sus ideas franquean la entrada de las mentes de los fieles. Como
evidencia de esta verdad, se puede citar la influencia de las ideas
protestantes dentro de las naciones católicas de Europa. La teoría de la
monarquía absoluta, el jansenismo, el galicanismo, el liberalismo económico y
la deificación del hombre, todos eran productos secundarios de la Reforma; y eran
mucho más eficaces para debilitar a la Iglesia que la amenaza misma que
venía de fuera (el Protestantismo como tal).
Aunque la Reforma no ganó más que a
13 de cada 100 almas europeas, la influencia corruptora del pensamiento
reformista consiguió pudrir la fábrica misma de la civilización. Cuando una
herejía (o mejor, uno de sus subproductos) es aceptada por una parte decisiva
de los fieles y parece así una tendencia legítima del pensamiento católico, es
cuando resulta más peligrosa y difícil de combatir; porque como los herejes en
muchas ocasiones no son menos devotos que los ortodoxos, parece que su fe sea
incontestable. Si Enrique VIII hubiese tenido menos devoción visible a la Misa
es posible que toda la Historia de Inglaterra hubiese sido diferente; y si los
patronos franceses que practicaban el liberalismo económico no hubiesen
alardeado tanto de su catolicismo, tal vez la Iglesia no hubiese perdido a la
clase obrera. Pero, desgraciadamente, no hemos aprendido, ni hoy siquiera,
que el verdadero catolicismo exige
no sólo la piedad sino también la estricta ortodoxia”.
Hamish Fraser
[De las Brigadas internacionales a los sindicatos católicos. Madrid, 1952
Paréntesis y
negritas de El Brigante]