3.5. Notoriedad
de ley y notoriedad de hecho:
Un crimen se
vuelve Notorio, con notoriedad de ley, sólo cuando un juez competente ha
emitido una sentencia judicial. Pero el papa no tiene superiores y nadie tiene
competencia jurídica para juzgarlo: “La primer Sede no puede ser juzgada por
nadie” [10]. De aquí que cualquier acto herético de Juan Pablo II no pueda
ser Notorio con notoriedad de ley.
¿Podemos decir
lo mismo acerca de la notoriedad de hecho en una herejía del papa? Para
hacerlo, el acto deberá ser reconocido ampliamente, tanto como herejía como
moralmente imputable, con Pertinacia (persistente y determinado hasta el punto
de la obstinación). Esto es, que no sólo deba ser materialmente notorio, es
decir que el acto herético es ampliamente conocido, sino formalmente notorio,
que el acto es ampliamente reconocido como crimen moralmente imputable de
herejía formal. Podemos ver esto en las glosas de los canonistas:
“Una ofensa
es Notoria con notoriedad de hecho si es públicamente conocida y cometida bajo
tales circunstancias que no pueda concederse ningún subterfugio o evasiva,
tampoco pueda ser excusada por alguna causa admitida en la ley, es decir, tanto
el hecho de la ofensa como la imputabilidad o culpabilidad criminal deben ser
públicamente conocidas.” [11]
Así, un acto
papal de herejía podría ser notorio de hecho sólo si el acto es tanto “públicamente
conocido” y la “imputabilidad o culpabilidad criminal” son “públicamente
conocidas”. No existe un juez competente quien pueda juzgar sobre el
involucramiento de la culpabilidad en un acto de un papa, y así, la culpa sólo
podría ser Notoria si es públicamente conocida y deberá ser ampliamente
reconocido que este acto es moralmente imputable. Y sería necesario que no
existiesen excusas por las que se pueda apelar a la “accidentalidad”,
alguna clase de “autodefensa”, o alguna otra excusa legalmente
admisible, sería necesario también que “ningún subterfugio” pudiera concederse.
Vaticano II
(1962-1965)
Los conceptos de
Notoriedad y Pertinacia son claros en la teoría, no obstante, su aplicación
concreta es extremadamente difícil, especialmente en el caso del papa. La
principal razón es que tal pertinacia finalmente es determinada por el
reconocimiento público de la herejía por una autoridad legítima. Sería
necesario no sólo reconocer que Juan Pablo II ha cometido una herejía y ésta se
ha esparcido por toda la Iglesia universal, lo cual, obviamente no es el caso,
pues sólo una pequeña, pequeñísima minoría, apenas el 0.1% de la Iglesia lo
afirma, pero sería necesario el reconocimiento de su culpa por herejía formal y
pertinaz, que de la misma manera se habría esparcido por toda la Iglesia. Sería
necesario que ningún recurso [atenuante] pudiera concederse al
acto de la culpa, ni apelar a traducciones inciertas del texto original o a
engaños visuales, ni apelar a escritores incapaces, o a senilidad, ignorancia o
confusión de la doctrina en cuestión, ni apelar a accidentes en la elaboración
del discurso, o apelar a que sus dichos “de alguna manera son compatibles
con la doctrina de la Fe si lo entendemos en su forma ‘filosófica’ moderna”;
ni apelar a alguna clase de autodefensa eclesial ante un ambiente de hostilidad
liberal social o eclesiástico. Incluso si tal crimen no fuese justificado con
alguna defensa o excusa legalmente admisible, todavía subsistiría la grandísima
tarea en la Iglesia por saber si existe culpa moral y si tal acto es moralmente
imperdonable. Sería necesario que los sacerdotes y la prensa católica no
encubrieran el crimen a la gente, de ningún modo, por ningún medio. El hecho es
que la Iglesia tiene muchos otros recursos a la mano y los fieles son tan
dóciles y condescendientes que casi nadie le ha reconocido una herejía al papa,
sin mencionar alguna culpabilidad moral o una excusabilidad legal. Y, de
cualquier forma, los sacerdotes y el pueblo han abrazado las herejías de Juan
Pablo II pensando que él está en lo correcto, o incluso lo consideran “el
papa más grande que ha existido”, como se ha escuchado a muchos exclamar.
Incluso la gran mayoría de los comparativamente pocos quienes no han abrazado
todas estas mismas herejías de él, no ven o no aceptan que el papa sea hereje,
y el pequeñísimo número de quienes pueden verla tienden a excusarla no viendo
una pertinacia, sino atribuyéndola a la situación general de la Iglesia,
especialmente desde el “Vaticano II”, el cual ha cegado casi a todos frente a
muchas de las doctrinas de Fe. La herejía de Juan Pablo II obviamente es formalmente
secreta, en términos canónicos, a pesar de lo claro que pudieran verla los
‘tradicionalistas’ ocasionales: sus actos no han sido reconocidos ni como
heréticos ni como moralmente imputables y legalmente inexcusables. De aquí que
su herejía no sea legalmente reconocida como notoria de hecho, y en
consecuencia, no es notoria; y las condiciones legales que los canonistas han
especificado para que un papa pierda su oficio por herejía no han sido
satisfechas.
¿Podríamos hacer
tal afirmación observando la insistencia del Papa en sus actos y ante la vista
de la tradición y los testigos actuales? Quizás, pero no socialmente, lo cual
significa respecto a la pérdida de su oficio, etc., lo cual no puede ser
presumido sino debe ser demostrado, de otra manera las sociedades podrían
colapsar. Uno puede entender que una respuesta rápida e imprudente a tal
pregunta tan difícil podría llevar fácilmente a hundirse en la posición del
Sedevacantismo. Si Juan Pablo II realiza con suficiente frecuencia afirmaciones
o declaraciones que llevan a la herejía, no puede demostrarse tan fácilmente
que él está consciente de estar rechazando algún dogma de la Iglesia. Según
parece, en su comportamiento, Juan Pablo II está profundamente convencido de
que él hace lo mejor en el servicio a la Iglesia [12]. ¿Cómo es posible que
algunos sujetos pretendan demostrar con certeza moral que el Papa, en su
corazón, esto es, en su interior, realmente espera y desea causar y traer un
gran mal sobre sus súbditos y que debido a su maldad es que el promulga leyes
malvadas? No es posible. Como típico liberal, Juan Pablo II está esparciendo
declaraciones y concesiones ambiguas con el fin de complacer al mundo. Podría
suceder que él realice declaraciones heréticas sin incluso darse cuenta de
ello, y así, no podría acusársele de herejía formal [13]. Por lo tanto,
mientras no exista una prueba irrefutable, es más prudente abstenerse de
juzgar. Esta fue la prudente línea de conducta del Arzobispo Lefebvre.
Nota del blog: lo que se dice del Papa Juan Pablo II puede aplicarse también al Papa Francisco y a los demás Pontífices desde Juan XXIII, inclusive, en adelante, pues fuera de algunas diferencias accidentales, todos son liberales y modernistas.
Nota del blog: lo que se dice del Papa Juan Pablo II puede aplicarse también al Papa Francisco y a los demás Pontífices desde Juan XXIII, inclusive, en adelante, pues fuera de algunas diferencias accidentales, todos son liberales y modernistas.
(sigue)