miércoles, 20 de agosto de 2014

1914 - 20 DE AGOSTO - 2014 - SAN PÍO X


Centenario de la muerte de San Pío X 


“No hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana, que por amor a Dios y a su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, abraza a todos los hombres, para ayudarlos a todos y para llevarlos a todos a la misma fe y a la misma felicidad del cielo. Al separar la fraternidad de la caridad cristiana así entendida, la democracia, lejos de ser un progreso, constituiría un retroceso desastroso para la civilización. Porque, si se quiere llegar, y Nos lo deseamos con toda nuestra alma, a la mayor suma de bienestar posible para la sociedad y para cada uno de sus miembros por medio de la fraternidad, o como también se dice, por medio de la solidaridad universal, es necesaria la unión de los corazones en el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo. Esta unión no es realizable más que por medio de la caridad católica, la cual es, por consiguiente, la única que puede conducir a los pueblos en la marcha del progreso hacia el ideal de la civilización”.






“Misión sublime la nuestra, porque se trata de algo que, sobrepasando estos efímeros bienes de la tierra, se extiende hasta la eternidad, abraza a todas las naciones y estimula nuestra solicitud hacia todos los hombres, por los cuales Cristo murió. ‘Restaurar todas las cosas en Cristo’. Este es nuestro programa, como ya lo hemos anunciado. Y puesto que Cristo es la verdad, nuestro primer deber será, ante todo, enseñar, proclamar y defender la verdad y la ley de Cristo. De ahí el deber de ilustrar y de confirmar los principios de la verdad natural y sobrenatural, que con tanta frecuencia en nuestros días, vemos, por desgracia, oscurecidos y olvidados; consolidar los principios de dependencia, de autoridad, de justicia y de equidad, que hoy día son conculcados; orientar a todos según las normas de la moralidad, también en los asuntos sociales y políticos; a todos, decimos, tanto a los que obedecen como a los que mandan.
Sabemos muy bien que chocaremos con no pocos, que dirán que nos ocupamos necesariamente de política. Pero cualquier juez imparcial de las cosas puede ver que el Sumo Pontífice, investido de Dios del Supremo Magisterio, no puede en absoluto separar las cosas que pertenecen a la fe y a las costumbres de las cosas de la política. Siendo, además, cabeza y primer Magistrado de la sociedad de la Iglesia, es necesario que con los jefes de las naciones y con las autoridades civiles tenga mutuas relaciones, si es que quiere que en cualquier parte donde haya católicos se provea a su seguridad y libertad, sin olvidar que, presididos por la fe, nuestro deber apostólico también es el de confutar y rechazar los principios de la filosofía moderna y del derecho civil, que hoy día están llevando el curso de las cosas humana allá a donde no permiten las prescripciones de la Ley eterna. En este punto, nuestra conducta, lejos de oponerse al progreso de la humanidad, no hará más que impedir que se precipite a la ruina total.”




“Los errores modernos serán destruidos por el Rosario”





“Dejando a un lado ahora el amor a Dios, ¿quién, con la contemplación de la Virgen Inmaculada, no se siente movido a observar fielmente el precepto que Jesús hizo suyo por antonomasia: que nos amemos unos a otros como él nos amó?
Una señal grande, así describe el apóstol Juan la visión que le fue enviada por Dios, una señal grande apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas. Nadie ignora que aquella mujer simbolizaba a la Virgen María que, sin dejar de serlo, dio a luz nuestra cabeza. Y sigue el Apóstol: y estando encinta, gritaba con los dolores del parto y las ansias de parir. Así pues, Juan vio a la Santísima Madre de Dios gozando ya de la eterna bienaventuranza y sin embargo con las ansias de un misterioso parto. ¿De qué parto? Sin duda del nuestro, porque nosotros, detenidos todavía en el destierro, tenemos que ser aún engendrados a la perfecta caridad de Dios y la felicidad eterna. Los trabajos de la parturienta indican interés y amor; con ellos la Virgen, desde su trono celestial, vigila y procura con su asidua oración que se engrose el número de los elegidos.
Deseamos ardientemente que todos cuantos se llaman cristianos se esfuercen por lograr esta misma caridad, sobre todo aprovechando de estas solemnes celebraciones de la inmaculada concepción de la Madre de Dios. ¡Con qué acritud, con qué violencia se combate a Cristo y a la santísima religión por El fundada! Se está poniendo a muchos en peligro de que se aparten de la fe, arrastrados por errores que les engañan: Así pues, quien piensa que se mantiene en pie, mire no caiga. Y al mismo tiempo pidan todos a Dios con ruegos y peticiones humildes que, por la intercesión de la Madre, vuelvan los que se han apartado de la verdad. Sabemos por experiencia que tal oración, nacida de la caridad y apoyada por la imploración a la Virgen santa, nunca ha sido inútil. Ciertamente en ningún momento, ni siquiera en el futuro, se dejará de atacar a la Iglesia: pues es preciso que haya escisiones a fin de que se destaquen los de probada virtud entre vosotros. Pero nunca dejará la Virgen en persona de asistir a nuestros problemas, por difíciles que sean, y de proseguir la lucha que comenzó a mantener ya desde su concepción, de manera que se pueda repetir cada día: Hoy ella ha pisado la cabeza de la serpiente antigua.”




“En nuestros días más que nunca, la fuerza de los malos es la cobardía y debilidad de los buenos, y todo el nervio del reino de Satán reside en la blandura de los cristianos”. 


“No resistir al error es aprobarlo, no defender la verdad, es sofocarla”.





“… El sacerdote es, por lo tanto, luz del mundo y sal de la tierra. Nadie ignora que esto se realiza, sobre todo, cuando se comunica la verdad cristiana; pero ¿puede ignorarse ya que este ministerio casi nada vale, si el sacerdote no apoya con su ejemplo lo que enseña con su palabra? Quienes le escuchan podrían decir entonces, con injuria, es verdad, pero no sin razón: Hacen profesión de conocer a Dios, pero le niegan con sus obras; y así rechazarían la doctrina del sacerdote y no gozarían de su luz. Por eso el mismo Jesucristo, constituido como modelo de los sacerdotes, enseñó primero con el ejemplo y después con las palabras: Empezó Jesús a hacer y a enseñar. -Además, si el sacerdote descuida su santificación, de ningún modo podrá ser la sal de la tierra, porque lo corrompido y contaminado en manera alguna puede servir para dar la salud, y allí, donde falta la santidad, inevitable es que entre la corrupción. Por ello Jesucristo, al continuar aquella comparación, a tales sacerdotes les llama sal insípida que para nada sirve ya sino para ser tirada, y por ello ser pisada por los hombres
…La corrupción de los mejores es la peor. Grande es la dignidad de los sacerdotes, pero grande es su caída, si pecan; alegrémonos por su elevación, mas temamos por su caída; no es tan alegre el haber estado en alto, como triste el haber caído desde allí. Muy desgraciado, por lo tanto, el sacerdote que, olvidado de sí mismo, no se preocupa de la oración, rehuye el alimento de las lecturas piadosas, y jamás vuelve dentro de sí para escuchar la voz de la conciencia que le acusa.
…nunca como ahora se precisa, en el clero, una virtud nada vulgar, absolutamente ejemplar, vigilante, activa, potentísima finalmente para hacer y padecer por Cristo grandes cosas. Nada hay que con tanto ardor supliquemos para todos y cada uno de vosotros. -Florezca, pues, en vosotros, con su inmaculada lozanía la castidad”.


  


“Indudablemente la compasión que mostramos hacia los pobres, aliviando sus necesidades, es muy encomiada por Dios, pero ¿quién negará que ocupa un puesto mucho más eminente el celo y esfuerzo que se endereza a instruir y a persuadir y de este modo colmar a las almas, no de los bienes pasajeros de la tierra, sino de aquellos que duran para siempre?”.