El Simbolismo de la Levadura, un estudio exegético
sobre Mat. XIII, 33, por
Mons. Straubinger
I
Todos los
escrituristas, y especialmente los traductores de la Biblia, saben por
experiencia que la terminología bíblica no siempre coincide
con la moderna y que por eso una palabra hebrea o aramea, y mucho más un giro o
modismo oriental, en su traducción verbal puede aparecer con
un sentido distinto del que le daban los autores sagrados.
Sabido es,
por ejemplo, que el término sapientia, tan frecuentemente usado en
el Antiguo Testamento, no corresponde a lo que hoy día entendemos por
sabiduría, como tampoco la necedad de los Libros Sapienciales se
deja identificar con el significado profano que tiene en nuestro diccionario.
Semejante
diferencia notamos en las palabras justo y justicia,
que rebasan nuestro concepto de justicia y corresponden más bien al concepto
cristiano de santidad. El término bíblico día del Señor es
siempre el día del juicio, y no el Sábado o Domingo; lo cual es de mucha
importancia para la interpretación de Apoc. I, 10[1]. En Mat.
IV, 17, el Señor inicia su predicación pública exhortando a las multitudes
a hacer penitencia (poenitentiam agite) lo que, por lo
menos en castellano, no equivale al griego (metanoeite) que quiere decir:
arrepentíos, pues penitencia tiene hoy más bien el sentido de ejercicios
penosos para mortificar el cuerpo.
Basten estos
pocos ejemplos para mostrar las dificultades con que choca la exégesis frente a
las palabras modernas que han perdido su primitivo sentido y no corresponden
más al sentido que tienen en la Biblia.
El mismo
fenómeno aparece en los simbolismos bíblicos. ¡Cuántas
veces compara el Salmista a Yahveh con una roca (cf. Sal.
XVII, 3) para caracterizar la inconmovible fuerza de Dios y el seguro
amparo de que gozan aquellos que en El confían! ¡Y cuán a menudo encontramos,
en el Antiguo Testamento la copa como símbolo de la ira de
Dios, o la figura del cuerno, que señala el poder de Dios o de una
persona y la protección de sus clientes!
En el Nuevo
Testamento es el Benedictus de Zacarías el que trae el antiguo concepto de cornu salutis (Luc.
I, 69). Sin embargo, el hombre moderno difícilmente entiende tal
simbolismo. Tampoco le es familiar el giro escudriñar los riñones,
tan corriente en la Biblia, o ese otro: quitarle a uno el báculo de Pan.
II
Uno de los
simbolismos más conocidos es el de la levadura, que Jesucristo
usara en la parábola de Mat. XIII, 33. Aparentemente hay
unanimidad respecto de su sentido, tanto entre los exégetas antiguos como entre
los modernos. Pero ¿no es posible que en esta misteriosa parábola se encierre
un sentido más profundo de lo que comúnmente se le atribuye? ¿Tal vez un
sentido que se funda en el simbolismo antiguo oriental de la levadura?
Empezamos por
las explicaciones que dan a esta parábola las versiones españolas.
Nácar-Colunga (tercera
edición) dice brevemente: "La parábola del fermento nos muestra la
virtud del Reino, o sea de la gracia, para transformar el mundo y los hombres
que creen".
Bover (Ev. de
S. Mateo): "El misterio del Reino de Dios significado por el fermento
en su acción íntima y potente, invisible y callada en las almas y su
poder de transformar y mejorar la vida humana".
La mujer, que
esconde la levadura en el Reino de Dios es, según Bover, la
Santísima Virgen.
Scío de S.
Miguel: "Así como la levadura estando esparcida por toda la masa, poco
a poco la va mudando y convirtiendo en sí misma, del mismo modo la
predicación de los Apóstoles y de sus santos sucesores mudó y convirtió todos
los pueblos haciéndoseles semejantes".
Torres-Amat (en la
edición preparada por Ballester Nieto): "La levadura es la palabra de
Dios, la masa son los hombres que la reciben con docilidad; éstos, gracias
a la virtud de esta levadura, se vuelven otros hombres; eran carnales y se
vuelven espirituales".
García Hughes: "La doctrina
de la Iglesia, escondida primeramente en un rincón de Palestina, ha
prestado su sabor a todo el mundo, aún a aquellos mismos que no son católicos".
Straubinger (edición
Desclée, Bs. Aires) trae las explicaciones corrientes a las cuales pone algunos
reparos que estudiaremos más adelante.
Páramo (Torres
Amat), Brandscheid-de La Torre, Cipriano de Valera (protestante)
no ponen notas.
Es de notar
que la extraña palabra abscondit (griego enékrypsen)
es traducida literalmente (=escondió) solamente por cuatro de los citados
autores: Scío, De La Torre, Straubinger y Cipriano de Valera. A ellos se agrega
el Evangelio Concordado del Cardenal Goma y Tomas. Los demás atenuaban el
término usando los verbos meter y mezclar. Extraño
llamamos el vocablo abscondit porque en realidad nadie lo usa
cuando se trata de meter la levadura en la masa[2].
El hecho de
que tantos y tan excelentes traductores den al verbo abscondit un
sentido diferente del que tiene ordinariamente, se explica probablemente por el
hecho de tener presente la explicación tradicional de la parábola. Tenemos aquí
un ejemplo del influjo de la interpretación sobre la traducción.
Una
investigación de las versiones extranjeras (italianas, francesas, alemanas e
inglesas) no cambia el aspecto de la cuestión. Solamente una
inglesa, la de Scofield, se opone en una nota terminantemente a la
interpretación acostumbrada y propone otra, relacionada con la parábola de la
cizaña.
III
Una mirada
histórica nos lleva más o menos al mismo resultado: que las opiniones
son muy diversas en los pormenores, sin embargo casi todas tienden a considerar
la parábola de la levadura como una profecía sobre la fuerza transformadora del
Cristianismo. Según la Catena Aurea, San
Crisóstomo hace notar que Cristo no dijo que la mujer "metió
la levadura en la masa, sino que la escondió", y continúa: "De
la misma manera vosotros, después que hubiereis estado sometidos a vuestros
enemigos, triunfaréis de ellos; y así como el fermento se va corrompiendo pero
no se destruye, sino que poco a poco cambia toda la masa de su propia
naturaleza, así sucederá en vuestra predicación".
La Catena
Aurea trae también la explicación de S. Agustín, quien dice:
"El fermento significa la caridad, porque la caridad estimula y excita
el fervor. La mujer figura la sabiduría". Para S. Jerónimo la
mujer representa la predicación apostólica.
San Hilario ve en
la mujer a la Sinagoga y encuentra también una dificultad en el término abscondit.
Observa el Santo: "Aun cuando todas las naciones han sido llamadas al
Evangelio, no se puede decir que todas han escondido a Cristo, al contrario, lo
han esclarecido" (Catena Aurea).
También el
Aquinate, en su comentario al Evangelio de S. Mateo, se dio cuenta de la
dificultad de ver en la levadura una imagen de la virtud intrínseca del
Cristianismo, y la soluciona diciendo que la levadura tiene dos sentidos
simbólicos, uno bueno y otro malo. Asimismo Maldonado se refiere a los supuestos
dos sentidos simbólicos de la levadura, pero ni él ni los otros exégetas
citan lugar alguno de los demás libros de la Biblia en que se toma la levadura
como símbolo de una cosa buena.
Podemos,
pues, resumir el estado de la cuestión en estas palabras: la exégesis
católica, prescindiendo de algunas vacilaciones y reparos, prefiere la
aplicación de la parábola a la virtud espiritual del Evangelio y del Reino de
Cristo. De ahí que en la mujer que secretamente (abscondit)
mezcla la masa con la levadura, vean una figura buena. Solamente San Hilario la
identifica con la Sinagoga y en Mat. XVI, 6 el fermento es para él figura de la
observancia de la Ley judía.
IV
Volviendo a
nuestro punto de partida, pasamos a investigar cuál era el simbolismo
antiguo de la levadura tal como lo conocían los hebreos en tiempos de Cristo y
cómo lo entendían los oyentes de la parábola. La cuestión se reduce a la
pregunta: ¿Tomaban los contemporáneos del Señor la levadura solamente
como simbolismo, como figura de un efecto bueno? En el primer caso, la parábola
de la levadura pintaría, como la de la cizaña, los peligros que
asechan al Reino de Dios: la astucia de los enemigos que se infiltran en el
mismo e intentan depravarlo espiritualmente. En el segundo caso, la parábola pertenece
a la clase de las que describen un aspecto glorioso del Reino.
Para
averiguar el simbolismo de la levadura en tiempos de Cristo tenemos dos
fuentes: la misma Biblia y la literatura talmúdica. Esta última no está a
nuestro alcance, pero leemos en Vigouroux, Dictionnaire Biblique,
tomo IV, columna 198, que los doctores judíos solían comparar la levadura con
la mala doctrina. El artículo es firmado por H. Lesétre, el cual remite al
lector a Buxtorf, Lexicon talmudicum, edit. Fischer, p. 1145.
En la Biblia
se refieren al valor simbólico de la levadura, fuera de Mat. XIII, 33 y
el lugar paralelo de Luc. XIII, 21, los siguientes pasajes: Mat.
XVI, 6 ss.; Mc. VIII, 15; Luc. XII, 1; I Cor. V, 6-8;
Gál. V, 9 y todos los pasajes del Antiguo Testamento que prohíben
el uso de la levadura en los sacrificios y ciertas ocasiones festivas.
En Mat.
XVII, 6 ss. y sus lugares paralelos (Mc. VIII, 15; Luc. XII, 1)
dice Jesús a los discípulos: "Mirad y guardaos de la levadura de los
fariseos y saduceos”. Y cuando los Apóstoles pensaban que el Señor se
refería a los panes que habían olvidado traer, Jesús les dio a entender que
hablaba en sentido simbólico, y el Evangelista termina la narración de este
episodio con las palabras de Cristo: "¿Cómo no entendéis que no de
los panes os quería hablar al deciros: Guardaos de la levadura de los fariseos
y saduceos? Y entonces comprendieron que no había querido decir que se
guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y
saduceos" (Mat. XVI, 12).
Lo sorprendente
en esta escena evangélica es el hecho de que no sólo Cristo tomara la levadura
como símbolo de la mala doctrina, sino que los Apóstoles al darse cuenta que el
Señor hablaba de la levadura espiritual, inmediatamente y sin esperar
explicaciones sobre el simbolismo lo entendían como figura de una cosa mala, lo
que quiere decir que este concepto (levadura igual a mala doctrina) era
corriente en Israel, como ya lo vimos más arriba al referirnos al concepto
talmúdico. Esta reacción espontánea e instintiva de los discípulos ante una
locución simbólica es sumamente elocuente, ya que nos revela qué sentido
figurado daba el pueblo a la levadura. Huelga decir que Jesús bien sabía lo que
pensaba el pueblo[3].
San Pablo emplea
dos veces el símbolo de la levadura, en I Cor. V, 6-8 y Gál.
V, 9.
El primer
pasaje dice: "¿Acaso no sabéis que poca levadura pudre toda la
masa? Expurgad la vieja levadura, para que seáis una masa nueva... Festejemos,
pues, no con levadura añeja ni con levadura de malicia y maldad, sino con
ácimos de sinceridad y de verdad". El Apóstol de los Gentiles
reprocha a los Corintios su falta de criterio moral porque se manifiestan
indiferentes frente al escándalo provocado por el incestuoso. Les recuerda que
así como un poco de levadura basta para pudrir toda la masa, así también un
solo individuo puede corromper toda una comunidad.
Lo que dice a
los Corintios, lo inculca también a los Gálatas, usando las mismas
palabras introductorias que suenan como un refrán: "Poca levadura pudre
toda la masa" (V, 9).
Se refiere a
los falsos doctores que so capa de austeridad intentaban someter a los Gálatas
al rigor de la Ley mosaica, negando de esta manera la necesidad de la fe para
la justificación. San Pablo los trata como Jesús trataba a los fariseos
hipócritas, los cuales pretendían ser más piadosos que el Apóstol y en realidad
eran levadura "que pudre toda la masa".
La idea de
tomar la levadura como símbolo de la corrupción la encontramos ya en la
legislación y en las costumbres del Antiguo Testamento, donde los panes sin
levadura, los ácimos, eran considerados como cosa sagrada. Según
sabemos, también los pueblos paganos del Oriente daban esa misma preferencia a
los ácimos. "No se ofrecía pan fermentado a los dioses, porque se lo
consideraba en cierta manera corrompido" (Dictionnaire Biblique,
l. c.).
En el capítulo
XII del Éxodo manda Dios que los israelitas coman el Cordero pascual "con
panes ácimos" (v. 8), y no solamente en el día de Pascua, sino durante
toda la semana: "comeréis panes ácimos siete días, y desde el
primero suprimiréis la levadura en vuestras casas, pues cualquiera que coma pan
fermentado desde el primer día al séptimo, será extirpado de Israel" (v.
15). La pena de muerte se prescribe también en el v. 19, para los
que coman en ese tiempo pan fermentado.
En las
disposiciones sobre los sacrificios leemos: "Ninguna
oblación que ofrezcáis a Yahveh estará hecha con masa fermentada, pues ni de
levadura ni de miel habéis de ofrecer sacrificio ígneo a Yahveh. Lo podréis
presentar a Yahveh como ofrenda de primicias, mas no subirán al altar como
sacrificio de olor grato" (Lev. II, 11-12). Según esta
ley el pan fermentado estaba excluido del altar. En la ley sobre los
sacrificios de acción de gracias dispone Moisés que con el sacrificio eucarístico
se ofrezcan tortas ácimas y galletas ácimas (Lev. VII, 12), pero permite panes
con levadura en ese mismo acto (ibíd. v. 13) porque no eran sacrificios en
sentido propio, sino que servían para el banquete subsiguiente al sacrificio.
En la
consagración sacerdotal de Aarón y de sus hijos se menciona una canastilla de
ácimos (Ex. XXIX, 2; Lev. VIII, 2), que los consagrados tenían que comer a la
entrada del Tabernáculo de la Reunión (Ex. XXIX, 32). Lo que sobraba estaba
destinado para el fuego, "no se comerá, porque es cosa santa"
(ibíd. v. 34).
Si un nazareo
cumplía el tiempo de su nazareato, estaba obligado a ofrecer, entre otras
cosas, una canastilla de panes ácimos, de flor de harina (Núm. VI, 15).
En Am. IV, 5
se enumeran entre los pecados de Israel también las oblaciones de acción de
gracias hechas de harina fermentada.
Como se
ve, la Ley Antigua exigía para el culto panes ácimos y permitía panes
con levadura solamente en el caso de Lev. VII, 13, o sea para el convite que
seguía al sacrificio pacífico. Incluso Gedeón el galeadita, cuyo padre había
erigido un altar a Baal, sabía que a Dios no se podía ofrecer panes con
levadura, por lo cual "se marchó, aderezó un cabrito, y con un efa de
harina, panes ácimos", para ofrecerlos a Yahveh (Juec. VI, 19).
Hasta en la
vida profana los panes ácimos eran una comida preferida que se ofrecía
a huéspedes distinguidos. De ello tenemos, como por casualidad, algunos
ejemplos en la Escritura. Así vemos que Lot quiso honrar a los
huéspedes (ángeles) ofreciéndoles panes sin levadura (Gén. XIX, 3). Lo
mismo hizo la pitonisa de Endor con motivo de la visita del rey Saúl (Rey.
XXVIII, 24). También se cree que eran ácimos los panes que Sara coció en el
rescoldo para atender a los Tres bajo la encina de Mamré (Gen. XVIII, 6),
porque el rescoldo se prestaba mejor para cocer ácimos, mientras que para cocer
pan fermentado se usaba el horno. Esta costumbre se observa todavía hoy entre
los árabes de Palestina.
El Occidente
conservó poco de estas costumbres, si es que llegó a conocerlas; al contrario,
panes ácimos son para los occidentales una excepción, por no decir una cosa
desabrida, y ninguna mujer se atrevería a ofrecerlas a un huésped. Hay, pues,
una diferencia fundamental entre Occidente y Oriente en lo que se refiere a la
apreciación de los ácimos por una parte y del pan fermentado por la otra.
Hoy día
solamente en la Liturgia de la Misa se ha mantenido el uso del pan ácimo;
pues pan sin levadura comió Jesús la noche de la Cena. Pan sin levadura fue el
que convirtió Jesús en la substancia de su Cuerpo, diciendo: "Tomad y
comed, esto es mi cuerpo" (Mat. XXVI, 26). Pan sin levadura es desde
entonces la materia prescrita para la celebración de la Misa.
V
Después de
estas digresiones que eran necesarias para conocer la mentalidad de los
antiguos hebreos respecto de la levadura y los ácimos, no nos parece
suficientemente fundada la interpretación corriente que ve en la levadura de
Mat. XIII, 33 el símbolo de una cosa buena y santa, porque toda la Sagrada
Escritura y la ideología hebrea insinúan lo contrario. Volvemos, pues,
sobre la parábola de la levadura y nos preguntamos:¿En qué sentido la
entendían los Apóstoles? ¿Podían ellos tomar la levadura como símbolo de una
cosa buena? Creemos que no, dado que no solamente los doctores judíos sino
también todos los otros pasajes de la Biblia que hacen al tema, ven
en la levadura una especie de inmundicia, un agente de la corrupción, por ende
una imagen y símbolo de la mala doctrina. De ahí que el Señor no
necesitara explicar a los discípulos el sentido de esta parábola. La
entendían sin mayor explicación en el sentido entonces acostumbrado, porque no
podían conocer otro significado simbólico de la levadura. El Señor sabía qué
concepto simbólico tenían los Apóstoles de la levadura, y no los corrige, lo
cual quiere decir que la parábola de la levadura es probablemente gemela de la
parábola de la cizaña que se cuenta en el mismo capítulo, y presenta, como
ésta, una profecía del peligro al cual está expuesto el Reino de Dios a causa de
su contacto con el mundo. Como en la parábola de la cizaña el campo es
el mundo, así en la parábola de la levadura lo es la masa, y lo que en aquélla
hace el enemigo que vino de noche y sembró la cizaña en medio
del trigo, esto mismo hace en ésta la mujer que oculta un
poco de levadura en la masa para corromperla. En esta explicación el abscondit
conserva su verdadero significado sin que haya que darle una nota atenuante
que le quite la fuerza.
El
paralelismo entre las dos parábolas es sorprendente, y tiene la ventaja de dar
a la parábola de la levadura más realidad, pues todos sabemos que la levadura
del espíritu de este mundo ha penetrado profundísimamente en la sociedad
cristiana y que las masas de hoy, simbolizadas por la masa de la parábola, han
sido fermentadas por ella completamente.
Tememos,
además, que los que toman la levadura como símbolo de la virtud interna del
Evangelio, nunca lleguen a ver el cumplimiento total de su interpretación,
porque el espíritu corruptor (la levadura) del mundo cunde cada vez más entre
los pueblos cristianos, y este fenómeno no dejará de existir, pues el mismo
Señor predijo la apostasía en masa (Luc. XVIII, 8; Mat. XXIV, 12) y San
Pablo lo confirma en II Tes. II, 3 ss. Ya desde este punto de vista parece
preferible atribuir a nuestra parábola un sentido semejante al de la cizaña.
Ambas representan el misterio de la paulatina secularización y
descristianización y son una ilustración de la actividad destructora de los
falsos profetas y doctores en medio de la grey de Cristo (cf. Mat. XXIV, 11 y
23 ss.).
VI
No
pretendemos con esta interpretación resolver definitivamente el problema que
presenta la parábola en cuestión, sino solamente proponer una solución que, a
nuestro parecer, concuerde mejor con la mentalidad e ideología antigua
oriental.
Aun con esta
explicación queda del todo oscuro otro rasgo de la parábola: las tres
medidas, en griego tres satos, en que la mujer esconde la
levadura. ¿Por qué precisamente tres satos? Los tres satos
significan, según S. Crisóstomo, una cantidad indeterminada, según S. Agustín,
en cambio, el corazón, el alma y la inteligencia, o bien las tres cosechas de
ciento, sesenta y treinta (Mat. XIII, 23), o bien los tres hombres
justos Noé, Daniel y Job (Ez. XIV, 14), que son figuras de tres clases
de hombres. San Jerónimo ve en los tres satos las tres partes del alma que se
leen en Platón: la razonable, la irascible y la concupiscible; según otros
representarían la fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo; o la Ley,
los Profetas y el Evangelio; o las naciones salidas de Sem, Cam y Jafet, etc.,
etc. Tantas y tan diversas interpretaciones parecen indicar que aquí se esconde
un misterio lo mismo que en la palabra abscondit[4].
En todo caso
esta parábola merece ser puesta entre aquellas cuestiones a las cuales se
refiere la Encíclica Divino Afflante Spiritu diciendo: "Quedan,
pues, muchas cuestiones y ellas muy graves, en cuyo examen y exposición se
puede y debe libremente ejercitar la agudeza y el ingenio de los intérpretes
católicos, a fin de que cada uno conforme a sus fuerzas contribuya a la
utilidad de todos”.
Revista de Teología, Año II
(1952), num. 6, pag. 11-21.
[2] Además, este
verbo es usado solamente en esta parábola en todo el N.T. lo cual confirma la
idea de Straubinger de que debe tener un sentido especial, pues
si no Nuestro Señor hubiera usado los términos “meter”, “mezclar” o algún otro
que le dan los autores.
[3] Este
argumento es contundente y hasta tanto no se revierta, la exégesis de
Straubinger debe ser tenida como la verdadera. Tanto los Apóstoles como el
pueblo en general entienden el simbolismo en un sentido negativo y
Nuestro Señor no hace nada para cambiarles el parecer, supuesto el caso que
fuera otra la enseñanza que Él quiso inculcar.
Este es un
caso análogo al famoso tiempo de la restauración del reino para Israel sobre
la cual le consultaron los Apóstoles antes de la Ascensión (Hechos I, 6)
y ante lo cual Nuestro Señor, sin negar el hecho, les respondió
únicamente sobre el tiempo.
[4] Nos
gusta la exégesis de Van Rixtel, La Esperanza, pag.
563:
Las tres
medidas representan:
a) La
levadura de los fariseos es la mala doctrina de los formalismos y
prácticas exteriores (Mt. XXIII, 14-36).
b) La
levadura de los saduceos es el espíritu escéptico del hombre inflado
frente a todo lo sobrenatural y a las Escrituras (Mt. XXII, 23-30).
c) La
levadura de los herodianos es el espíritu mundano que contemporiza la
religión con las normas del mundo, arrastrando a los cristianos en los negocios
temporales (Mt. XXII, 15-22; Mc. III, 6).