LAMENTACIÓN:
No
se trata de no lamentarse, pues el mismo Jesús lo hizo (S. 68 y notas), sino de
no olvidar que Dios es padre y por tanto infaliblemente bueno y más sabio que
nosotros en procurar nuestro bien.
(Coment.
a Lam. 3,39).
LEY MOSAICA:
La
Ley mosaica como tal era buena, pero dada la mala inclinación del hombre caído,
el conocimiento de la Ley aumentaba la concupiscencia. De ahí que nadie era
capaz de cumplir la Ley, y sólo el conocimiento de Cristo puede librarnos de
este tristísimo estado, como lo dice el Apóstol en el v. 24.
(Coment.
a Rom. 7,7)
M
MANDAMIENTOS:
Observar
los mandamientos del Señor es tener días dichosos porque para eso los ha dado
Él.
(Coment.
al Salmo 33, 12.)
MARÍA:
En
las pocas veces que habla María, su corazón exquisito nos enseña siempre no
sólo la más perfecta fidelidad sino también la más plena libertad de espíritu.
No pregunta Ella cómo podrá ser esto, sino: cómo
será, es decir que desde el primer momento está bien segura de que el
anuncio del mensajero se cumplirá, por asombroso que sea, y de que Ella lo aceptará
íntegramente, cualesquiera fuesen las condiciones. Pero no quiere quedarse con
una duda de conciencia, por lo cual no vacila en preguntar si su voto será o no
un obstáculo al plan de Dios, y no tarda en recibir la respuesta sobre el
prodigio portentoso de su Maternidad virginal. La pregunta de María, sin
disminuir en nada su docilidad (v.38), la perfecciona, mostrándonos que nuestra
obediencia no ha de ser la de un autómata, sino dada con plena conciencia, es
decir, de modo que la voluntad pueda ser movida por el espíritu.
(Coment.
a Luc. 1,34).
Jesús
declara el misterio de la maternidad
espiritual de María sobre el género humano, en ese mismo momento en que en
Ella se realizaba el vaticinio del anciano Simeón: “Una espada de dolor
atravesará tu alma” (Luc. 2,35). La Virgen María era nuestra madre desde la
Encarnación del Verbo (Pío X; Enc. Ad diem illum). Lo primero que ha de
imitarse en Ella es esa fe que Isabel le había señalado como su gran
bienaventuranza (Luc. 1,45). La fe de María no vacila aunque humanamente todo
lo divino parece fallar aquí, pues la profecía del ángel le había prometido
para su Hijo el trono de David (Luc. 1,32) y la de Simeón (Luc. 2,32), que El
había de ser no solamente “luz para ser revelada a las naciones”, sino también
“la gloria de su pueblo de Israel” que de tal manera lo rechazaba y lo
entregaba a la muerte por medio del poder romano. “El justo vive de la fe” (Rom.
1,17) y María creyó contra toda apariencia (Rom. 4,18), así como Abrahán, el
padre de los que creen, no dudó de la promesa de una numerosísima descendencia,
ni aun cuando Dios le mandaba matar al único hijo de su vejez que debía darle
esa descendencia (Gén. 21,12; 22,1; Ecli. 44,21; Hebr. 11, 17-19).
(Coment.
a Juan 19,25).
MIEDO:
Ni es otra cosa el temor,
sino el pensar
que está uno destituido de todo
auxilio.
Es
decir que todo miedo sería contra la fe; y en efecto, Jesús nos enseña a no
temer ni aún a los que podrían matarnos (Mat. 10,28), y San Pablo dice: “Si
Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom. 8,31; S. 3,7; 22,4; 26,1;
55,5; 117,6, etc). No se trata, como se ve, del valor estoico, fundado en
nuestra suficiencia, harto falible, sino de la confianza en la protección
indefectible del divino Padre. En griego este texto forma el v. 12 y define el
miedo como el abandono de los recursos
que nos daría la reflexión. Es el terror pánico, que casi enloquece.
(Coment.
a Sab. 17,11).
MILENARISMO:
Milenarismo
es la teoría según la cual Jesucristo ha de reinar personalmente sobre la tierra,
antes del juicio final; en
otras palabras, los adictos al milenarismo creen que el Redentor en su Parusía o
segundo advenimiento, no solamente vendrá como Juez, sino también como verdadero
Rey, para destruir al Anticristo que está anunciado en las Escrituras, para
triunfar realmente y visiblemente de todos sus enemigos, y para reinar sobre
toda la tierra durante un cierto tiempo. La mayoría de ellos fija en mil años
(Apoc. XX) este periodo del reinado de Jesucristo. De ahí su nombre de
milenaristas.
En
cuanto a los pormenores, las teorías milenaristas se diferencian mucho. En lo
fundamental se distinguen dos corrientes: el milenarismo craso judaizante o
carnal, que pinta la segunda venida con los colores groseros de un mesianismo
político y mundano, soñando, ya con una regresión al judaísmo precristiano, ya
con una felicidad de orden temporal; y el milenarismo espiritual o mitigado,
el cual toma, sí, las profecías acerca de la Parusía en sentido literal,
pero rechaza las deformaciones de los milenaristas judaizantes.
Si en adelante empleamos el término "milenarismo
Cristiano", solo nos referimos, pues, al espiritual, dentro del cual hay también
variantes, sobre todo en los puntos en que la Escritura guarda silencio.
A los
que quieren informarse sobre el milenarismo cristiano, podríamos remitirlos al
ya famoso libro de Hugo Wast: "El sexto Sello" que trae en
forma amena y fácil, muchos de los pasajes de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de la
Liturgia que se pueden aducir en su favor, comenzando por la derrota de la
bestia, expuesta en el Apocalipsis de San Juan.
He aquí los versículos lapidarios en que el
Apóstol San Juan, después de describir en el capítulo 19 la victoria del "Verbo
de Dios" y la derrota del Anticristo, se refiere al reinado: " Vi también
descender del cielo a un angel que tenía la llave del abismo, y una gran cadena
en su mano. Y agarró al dragón, a aquella serpiente antigua, que es el demonio y
Satanás, y la encadenó por mil años, y metióle en el abismo, y le encerró, y puso
sello sobre él, para que no ande más engañando a las gentes hasta que se cumplan
los mil años; después de los cuales ha de ser soltado por un poco de tiempo.
Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio potestad de juzgar.
Y vi las ánimas de los que habían sido degollados por la confesión de Jesús, y
por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia, ni a su imagen, ni recibieron
su marca en las frentes, ni en las manos, que vivieron y reinaron con Cristo mil
años. Los otros muertos no revivieron, hasta cumplirse los mil años. Esta es la
resurrecci6n primera. Bienaventurado, y santo, quien tiene parte en la primera resurrección: sobre los tales la
segunda muerte, no tendrá poderío, antes serán sacerdotes de Dios y Cristo, y reinarán
con él mil años...” (Ap.
XX, 1-6). Según los milenaristas, este reinado no puede aplicarse a la Iglesia,
pues solo será después que venga Cristo, derrote al Anticristo y se encierra
Satanás.
Consumado los mil años, agrega el Apocalipsis,
que será desatado Satanás
por un poco de tiempo y promoverá la rebelión de Gog y Magog, la cual muestra,
dicen los milenaristas, que el reinado tampoco puede ser la eternidad del cielo.
Vendrá entonces
fuego de Dios a devorar a los rebeldes, y el
diablo será puesto en el infierno por toda la eternidad, junto con la bestia y
el falso profeta. Además del famoso capítulo del Apocalipsis de San Juan, los
milenaristas católicos citan otros textos sagrados en su favor: las cartas de San
Pedro y San Pablo y las profecías de Isaías (especialmente 60
a 66), Jeremías (30 y sig.), Ezequiel (36 y sig.), Daniel, (7 y 12) etc. sobre el reino
mesiánico, profecías que en sentir de los milenaristas exigen categóricamente una
dominación real y efectiva de Cristo sobre la tierra, y no sólo un reinado alegórico.
Contra los que dicen que el reino de Cristo como lo pintan los santos vates, se
haya realizado en la Iglesia, los milenaristas sostienen además que los veinte siglos de crímenes, guerras,
pecados, herejías y persecuciones que sufren la humanidad y la Iglesia . . . no
se parecen en nada a la era de fe, de paz y de prosperidad prometida n los
libros santos ... Más que reino de Cristo en la tierra, estos veinte siglos parecen
el desesperado esfuerzo de Satanás por arrebatarle el imperio del mundo, y la
mejor preparación para allanar las vías del Anticristo" (H. Wast, "El
sexto Sello" p. 143).
Como se
ve, se trata aquí primeramente de un problema exegético: Interpretación literal,
o interpretación alegórica de los santos textos, decidiéndose los milenaristas
con toda alma por la primera, y reclamando para si las reglas hermenéuticas según
las cuales el sentido literal, aunque no nos agrade, tiene preferencia al
sentido alegórico. Las encíclicas de León XIII ("Providentissimus Deus")
y Benedicto XV ("Spiritus Paraclitus") sobre la Sagrada
Escritura, son consideradas por los representantes del milenarismo como sostén de
su teoría, ya que estos documentos pontificios ponen por regla que "ante
todo debemos aplicar nuestro espíritu a descubrir el sentido literal e histórico".
Con respecto a los vaticinios de los profetas, aduce el Papa Benedicto XV las
siguientes palabras de San Jerónimo : "No es posible que santas promesas
como cantaron en el sentido literal los labios de los santos profetas, queden
reducidas a no ser otra cosa que formulas vacías y términos materiales de una
simple figura de retórica, ellas deben, al contrario, descansar en un terreno
firme, y solo cuando queden establecidas sobre los cimientos de la historia, podrán
elevarse hasta la cumbre del sentido místico".(Spiritus Paraclitus).
El
milenarismo cristiano llena una de las más interesantes páginas de la historia de
la Iglesia. Prevaleciendo en un principio y casi opinión común de los primeros
Padres, se pierde luego su influencia, y poco a poco su preponderancia se convierte
en una muy modesta minoría de manera que, desde los comienzos de la edad
media hasta hoy son muy pocos los católicos que lo defienden. En Sudamérica podemos
mencionar entre sus representantes después del Padre Lacunza S. J. y del
Pbro. Rafael Eyzaguirre, que ha dejado varios discípulos, al Padre
jesuita argentino Víctor Anzoátegui, que ha sido profesor de Sagrada Escritura
en la Universidad Católica de Chile. En Europa existe la misma relación: poquísimos
milenaristas católicos, muchísimos antimilenaristas o indiferentes.
El
Padre J. Sily S. J. que recientemente ha escrito un artículo sobre el
milenarismo (Estudios 1941, N° 356) resume su dictamen con acertado juicio en las
siguientes palabras: "El milenarismo, que estaba más o menos en boga en los
primeros siglos, empezó a decaer de suerte que a partir del siglo quinto casi todos
los Padres, Doctores, escritores católicos o lo ignoran o lo rechazan."
Las escuelas
teológicas modernas no encuentran sabor en el milenarismo, aunque no lo
tachan de herejía. La Iglesia no lo ha condenado salvo cuando éste adoptó
formas heterodoxas y hostiles a ella, lo que sucedió, por ejemplo, en el caso
de Joaquín de Floris.
Son
escasas las monografías católicas sobre el milenarismo, y de ellas algunas, por
no pasar de polémica, no corresponden
en todo a las exigencias que debemos esperar de un escrito científico. Entre los
más modernos ocupa un puesto destacado el libro "Ecclesia Partristica et
Millenarismus" (Granada, 1933) del Padre Florentino Alcañiz, S.
J., profesor en el Seminario Mayor Sardo y Maestro agregado a la Facultad de
Filosofía de la Universidad Gregoriana.
El Padre
Alcañiz presenta al fin de su obra un cuadro en que se puede ver la posicion de
los Padres frente al milenarismo. No de todos, porque Alcañiz quiere sobre todo
mostrar cuales de los Padres simpatizan con el milenarismo y cuales lo atacan.
Así que se puede decir que su enumeración de los Padres milenaristas es
completa, mientras que de los demás Padres solo menciona aquellos que expresamente
rechazan la ideología milenarista, y pasa por alto a los neutrales.
(…)
Para la
edad media nos hace falta tal monografía y hará falta aún largo tiempo, porque
muchos escritos de los teólogos medioevales descansan todavía inéditos en los
archivos y bibliotecas. Es la Universidad Católica de Nuestra Señora en Indiana
(Estados Unidos), la que ha comenzado a editar obras eclesiásticas pretomistas,
las cuales, unidas con otras publicaciones del mismo género, nos proporcionarán
poco a poco el material para averiguar más exactamente la opinión de la teología
medioeval acerca del milenarismo. Huelga decir que Santo Tomás lo rechazó,
y con él los escolásticos. No obstante hubo de vez en cuando movimientos
milenaristas cuyo extremismo y pronunciada hostilidad contra la teología
oficial de las escuelas, contribuyó mucho a darles el aspecto de herejes. El
más conocido de ellos es el abad cisterciense Joaquín de Floris (1132-1202)
cuyo "Evangelio Eterno" dejó profundas huellas en círculos piadosos.
Siguieron
sus pasos muchos franciscanos, entre ellos el ministro general Juan de Parma, y
los círculos que se llamaban "Espiritualistas" y "Fraticelli".
En 1300 fue quemado en Parma uno de los propugnadores del milenarismo, Geraldo
Segarelli, otros se refugiaron en las numerosas sectas medioevales que combatían
la autoridad eclesiástica y los bienes temporales de la Iglesia.
(…)
Después
de haber recorrido la historia del milenarismo, pasamos a la discusión que
se entabló hace poco entre los católicos de la República Argentina. Los protagonistas
son, por una parte el famoso novelista Dr. Gustavo Martínez Zuviría alias
Hugo Wast, actualmente interventor nacional de la provincia de Catamarca,
que en su libro "El sexto sello'' se pronuncia categóricamente por la idea
de que Jesucristo vendrá algún día para establecer el reino mesiánico de los
profetas; el Dr. Juan Bourdieu, presidente de la Obra del Evangelio
entre los pobres, y presidente de la Sociedad de San Vicente de Paul en la
Argentina; y por fin un artículo tomado del libro del Padre Alcañiz S. J., publicado
en "Catedra", suplemento de "El Pueblo" (4 de Mayo de
1941), bajo el título "San Jerónimo y el Milenarismo".
Al otro
bando están: el Padre Juan Planella S. J. ("El Pueblo", 30 de
Mayo de 1941), el Padre J. Sily S. J. ("Estudios" Nr. 356,
Marzo y Abril de 1941), la Dirección de "Estudios" (Nr. 358, Junio de
1941) , "
Vinclum" (Nr. 25 de 1941),
la Señora Eugenia Silveyra de Oyuela ("El Pueblo" 14 y 15 de
Marzo de 1941) y varios boletines eclesiásticos, entre ellos la Revista
Eclesiástica
de Buenos Aires, la cual en el Nr. 503 de Mayo de 1941, pág.
261-263, expone con admirable claridad y objetividad el problema.
Conténtense
con esto los milenaristas.
Harían,
sin embargo, mejor en reemplazar la palabra de "milenarismo" por otra,
porque es resultado seguro de la exégesis que los mil años y las otras cifras del
Apocalipsis son las cifras corrientes de la literatura apocalíptica de entonces
y no tienen más que valor simbólico. No es este el lugar para entrar en
detalles y dar una introducción a los tan interesantes libros apocalípticos. La
comparación con la literatura contemporánea del Apocalipsis y la consulta de
especialistas en ciencias orientales lo muestran con toda evidencia. (Véase el juicio
del más competente en esta materia, Strack-Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testamentaus
Talmud und Midrasch, tom. III, pág. 824 sigs.).
Por lo
demás, ¿quién negará que la doctrina de la segunda venida (parusía) y del
reinado de Jesucristo es más actual que nunca? La mejor prueba de esto es la
institución de la fiesta de Cristo Rey por Pío XI. Hay que desarrollar más
la grandiosa idea del reinado de Jesucristo, y hay que relacionarla más con la
historia de la Iglesia y las exigencias del tiempo.
No será
inútil citar aquí las palabras de un autorizado teólogo, el P. Enrique Rau,
profesor de Dogma en el Seminario de La Plata, quien entre las condiciones indispensables
para el éxito de nuestra lucha por restaurar el orden cristiano, exige: "Volver
a las fuentes del Dogma; derivar sus aguas, algún tanto estancadas hace tiempo,
hacia la conciencia popular”. (R. B. N9 11, p.119). El mismo autor dice que
el método de insistir en verdades individuales negadas por los herejes, fue en
detrimento de otras, no menos importantes, pero que, por no haber sido
combatidas con tanta violencia, fueron predicadas menos, o relegadas casi al
olvido" (ibíd.) Es trágica verdad que, "después de 400 años
de labor casi exclusivamente apologética, en cuatro siglos apenas nada hemos
ganado" (ibíd. 120). A la apologética y más todavía a la polémica debe
añadirse una visión de conjunto de los Dogmas, un espíritu positivo de unidad
cristiana, una unión vital por medio del rico contenido de la Revelación. De
lo contrario no saldremos de la crisis que nos sobrevino.
¿No nos parece conveniente aplicar estos principios a las cuestiones
relacionadas con la segunda venida del Señor? Qué tesoro de verdades, qué
raudal de deseos, qué abundancia de consuelo no se encierra en la segunda
petición del Padre Nuestro: "¡Venga a nos el tu reino!".
Hasta
ahora la Iglesia no se ha pronunciado. Hay que esperar con paciencia (Poco tiempo después la Iglesia emitiría el
Decreto que el mismo Mons. Straubinger cita a continuación de su artículo. Nota
del blog). Estemos seguros de que la teología no está estancada ni
petrificada, siempre de nuevo brotan bendiciones de la Palabra de Dios y se
derraman sobre las almas que buscan la verdad. Ojalá que los que hoy se llaman
milenaristas, porque anhelan de todo corazón el reinado corporal de Jesucristo,
confíen en el progreso del Dogma y en el Magisterio de la Iglesia, la única que
puede esclarecer definitivamente la incertidumbre.
No
deseamos más que el restablecimiento de la paz entre cuantos profesan la misma
fe y aman a la misma Madre. Que se cumpla pronto el deseo de S. Pablo: "Dios
Padre Nuestro, y el Señor Jesucristo, os den gracia y paz (II Cor.1,
2). En el fondo, todos los que ahora se combaten, desean lo mismo: que "El
reine" (I Cor. 15, 25) entre nosotros.
Un Decreto de la S.S. Congregación del Santo
Oficio
La S.
S. Congregación Romana del Santo Oficio, respondiendo al Exmo. Señor
Arzobispo de Santiago de Chile, ha declarado en fecha 11 de Julio de 1941 que la
doctrina milenarista "no se puede enseñar con seguridad" ("non
tuto doceri posse").
(…)
El
texto del importante decreto es en traducción como sigue:
En su
debido tiempo llegó al S. Oficio la carta 126-40, fechada el 22 de abril de 1940, en
la cual S. Excia. Revma. informaba que en esa Arquidiócesis había quienes defendían
el sistema de los milenaristas espirituales y que aumentaban más y más los
admiradores de tal doctrina; como también de la obra del P. Lacunza: "Venida
del Mesías en gloria y majestad". Al mismo tiempo solícitamente S.E. pedía
que se le dieran normas oportunas de parte de la Santa Sede.
Llevado
el asunto a la sesión plenaria del miércoles 9 de este mes, los Emmos. y Revmos. Cardenales de esta Suprema Sagrada Congregación mandaron
responder:
El
sistema del milenarismo, aun mitigado, es decir, el que enseña que, según la revelación
católica, Cristo Nuestro Señor, antes del juicio final, ha de venir corporalmente
a esta tierra a reinar, ya sea con
resurrección anterior de muchos justos o sin ella, no se puede enseñar con
seguridad (non tuto doceri posse).
Por
tanto, apoyado en esta respuesta y teniendo presente, como S. E. misma lo dice,
la prohibición del libro del P. Lacunza, hecha ya por el S. Oficio, tratará de velar cuidadosamente
por que dicha doctrina, bajo ningún pretexto, sea enseñada, propagada,
defendida o recomendada de viva voz o por cualquier clase de escritos.
Para
realizarlo, S. E. podrá emplear los medios oportunos; no solo con amonestaciones,
sino también empleando la autoridad; dadas, si fuere del caso, las
instrucciones que sean necesarias a los que enseñan en el Seminario o en otros
Institutos.
Y si
algo más grave ocurriere, no deje de comunicarlo al Santo Oficio.
Aprovechando
la ocasión, le aseguro los sentimientos de mi grande estimación, quedando de su
Excia. Rvma., adictísimo.
F. Card
MARCHETTI SELVAGGIANI, Secret."
La
Revista Eclesiástica de Bs. Aires (Dic. 1941) añade a este decreto las
siguientes palabras que adoptamos como nuestras:
"En
consecuencia tengan presente nuestros lectores que el Milenarismo o el sistema
que enseña que N. S. Jesucristo vendrá a reinar
corporalmente en esta tierra antes del juicio final, ya sea solo, ya sea acompañado
de muchos justos que resucitarán previamente, no es doctrina segura o que no puede
enseñarse sin peligro".
La S.
S. Congregación del Santo Oficio dicta en este decreto una orden terminante,
para que ni en los seminarios ni en ninguna parte se pueda enseñar la referida
doctrina o sea darla como doctrina segura. No importa que esa disposición haya
sido dictada en el caso particular de Chile, pues que se trata de una cuestión
que igualmente afecta a la disciplina católica de todo el mundo.
Con
este documento de suprema autoridad nos es grato concluir la información sobre
el milenarismo (véase los números 11 y 12 de esta Revista).
Esperamos
y deseamos que aquel grupo de lectores que nos hicieron cargo de parcialidad
contra el milenarismo por no haber publicado todas las citas milenaristas de
los santos Padres de la época preagustiniana, comprendan ahora nuestra actitud.
Claro está que el Santo Oficio no condena a los Padres milenaristas. Nuestro
único deber consiste en observar estrictamente el decreto de la Sagrada
Congregación.
(Revista
Bíblica Nrs. 11,12 y 13).
MISERICORDIA:
La
misericordia es lo propio de Dios; de ahí que Él esté especialmente cerca de
los atribulados, como lo enseña Jesús en Luc. 15,11 ss. Con el ejemplo de aquel
padre admirable. Es característico de todo padre el resistir a los soberbios y
acoger a los humildes (Luc. 1,52, Prov. 3,34; Is. 66,2; Sant. 4,6, I Pedro
5,5).
(Coment.
al Salmo 33, 19).
Lo
que nos mueve a alabar a Dios y a predicarlo con ansias de apostolado, no es
tanto su poder y los demás atributos que puede suponer en El la filosofía,
cuanto la misericordia con que nos ama su corazón paternal (Cfr. S. 53,8 y
nota). David no sólo prefiere esa misericordia a la vida, a los atractivos de
la vida presente (y era un poderoso rey quien así hablaba), sino que, como
vimos en el v. 2, no quiere vivir de propia suficiencia, sino de la gracia.
Véase Is. 55,1 ss. Donde se recuerdan esas misericordias que, como enseña S. Pedro,
siguiendo al mismo David, no se aprecian sino por experiencia (I Pedro 2,3; s.
33,9).
(Coment.
al Salmo 62,4).
Así
como su sabiduría dista de la humana (Is. 55,8), así también se eleva su
misericordia sobre toda posible bondad nuestra (S. 91,6 y nota) y sobre toda
comprensión de nuestra mente (Ef. 3,18 s.). Bien lo sabía la Virgen cuando
habló en Luc. 1,50.
(Coment.
al Salmo 102,11).
Nuestra
misma naturaleza, tan débil y expuesta a peligros, provoca la misericordia de
Dios. Cuanto más endebles somos nosotros, tanto mayor es su ternura y bondad
(cf. Gén. 8,21; S. 53, 8 y nota). Por eso Cristo no vino a buscar justos sino
pecadores (Luc. 5,32 y nota).
(Coment.
al S. 102,14).
La
recompensa de la misericordia llegará pronto (v. 14). Decía San Juan Bosco que,
como los pobres son los dueños del Reino, según lo enseñó Jesús (Luc. 6,20),
tenemos que comprarles un lugar en él mediante las obras de misericordia. Véase
4,1 y nota. El griego se refiere a la misericordia con que Dios nos recompensa.
Cf. Denz. 1014.
(Coment.
a Eclesiástico 16, 13).
Si
Dios nos hace misericordia, es a causa de su amor por nosotros, aunque ello nos
parezca cosa increíble al pensar que merecemos todo lo contrario. Esta luz, que aparece en innumerables
pasajes, es la llave por excelencia que nos abre el sentido de las Escrituras y
los secretos pensamientos de Dios (Jer. 29,11; 31,3; Is. 55,8; S. 32,11;
102,13; Ef. 2,4; I Juan 4,10 y 17, etc.).
(Coment.
al S. 17,20).
La
causa de la predilección con que Dios nos prodiga sus bondades, no está en
nuestras excelencias, sino a la inversa: en nuestras miserias. “Tal es el
misterio de la misericordia, que en vano pretenderíamos entender si no
estudiamos el Corazón de Dios tal como El mismo nos lo descubre en sus
palabras”. Véase Gén. 3,21; S. 102,13 y notas; Luc. 5,31; 15,1 ss.; 19,10; Ef.
2,4, etc.
(Coment.
a Ecle. 18,10).
Así
como según el Padrenuestro, Dios nos perdona en cuanto nosotros perdonamos, así
también Él nos hace misericordia en la proporción en que la esperamos. Es el
sentido de las palabras de Jesús: Según vuestra fe, así os sea hecho (Mat.
9,29). Véase S. 16,7; 36,40; 146,11. De ahí la importancia máxima que tiene el
creer en la misericordia de Dios, fruto del amor con que nos ama. Pero es muy
difícil creer en esta maravilla si no conocemos bien todo el Evangelio (véase I
Juan 4,16; Ef. 2,4; Gál. 2,20, etc.). En efecto, el saberse amado por Dios es
el resorte más poderoso y eficaz que existe para la vida espiritual; pero el
que no conoce la predilección de Dios por los miserables no puede sentirse
amado por Él, a menos de creerse merecedor de ese amor e incurrir en detestable
presunción farisaica. En cambio, el que a través de mil revelaciones de Cristo
ha descubierto esa sorprendente inclinación del Padre hacia el hijo pródigo,
como Jesús la tuvo hacia los pecadores y enfermos, hacia Magdalena, hacia la
adúltera, hacia Zaqueo, etc., se coloca en la más auténtica humildad, pues
funda esa fe no en sus méritos sino en su miseria y necesidad. Tal es la
importancia insuperable de estudiar a fondo el Evangelio, pues sin eso en vano
pretenderemos comprender algo tan asombroso como esa “debilidad” de Dios hacia
los que nada merecen.
(Coment.
a S. 32,22).
Mientras
Pedro llora arrepentido, Judas se entrega a la desesperación, porque falta a su
remordimiento la confianza en la misericordia de Dios, que a todos perdona. Por
lo cual no encuentra ni descanso ni consuelo, sino que acaba su vida
vergonzosamente, añadiendo al deicidio el suicidio. Véase 21,28 y nota.
(Coment.
a Mt. 27,5).
MUNDO:
El
mundo que no recibe a Jesús, tampoco recibirá a sus discípulos. Con toda
claridad profetiza el Divino Redentor las persecuciones de la Iglesia, que
prueban su origen sobrenatural. El mundo odia lo sobrenatural en los
cristianos, así como lo ha odiado en Cristo.
(Coment.
a Jn. 15,18).