Páginas

domingo, 19 de abril de 2015

LA ESPIRITUALIDAD BÍBLICA TRANSMITIDA POR MONS. DR. JUAN STRAUBINGER




L



LAMENTACIÓN:
No se trata de no lamentarse, pues el mismo Jesús lo hizo (S. 68 y notas), sino de no olvidar que Dios es padre y por tanto infaliblemente bueno y más sabio que nosotros en procurar nuestro bien.
(Coment. a Lam.  3,39).


LEY MOSAICA:
La Ley mosaica como tal era buena, pero dada la mala inclinación del hombre caído, el conocimiento de la Ley aumentaba la concupiscencia. De ahí que nadie era capaz de cumplir la Ley, y sólo el conocimiento de Cristo puede librarnos de este tristísimo estado, como lo dice el Apóstol en el v. 24.
(Coment. a Rom. 7,7)



M



MANDAMIENTOS:
Observar los mandamientos del Señor es tener días dichosos porque para eso los ha dado Él.
(Coment. al Salmo 33, 12.)


MARÍA:
En las pocas veces que habla María, su corazón exquisito nos enseña siempre no sólo la más perfecta fidelidad sino también la más plena libertad de espíritu. No pregunta Ella cómo podrá ser esto, sino: cómo será, es decir que desde el primer momento está bien segura de que el anuncio del mensajero se cumplirá, por asombroso que sea, y de que Ella lo aceptará íntegramente, cualesquiera fuesen las condiciones. Pero no quiere quedarse con una duda de conciencia, por lo cual no vacila en preguntar si su voto será o no un obstáculo al plan de Dios, y no tarda en recibir la respuesta sobre el prodigio portentoso de su Maternidad virginal. La pregunta de María, sin disminuir en nada su docilidad (v.38), la perfecciona, mostrándonos que nuestra obediencia no ha de ser la de un autómata, sino dada con plena conciencia, es decir, de modo que la voluntad pueda ser movida por el espíritu.
(Coment. a Luc. 1,34).
Jesús declara el misterio de la maternidad espiritual de María sobre el género humano, en ese mismo momento en que en Ella se realizaba el vaticinio del anciano Simeón: “Una espada de dolor atravesará tu alma” (Luc. 2,35). La Virgen María era nuestra madre desde la Encarnación del Verbo (Pío X; Enc. Ad diem illum). Lo primero que ha de imitarse en Ella es esa fe que Isabel le había señalado como su gran bienaventuranza (Luc. 1,45). La fe de María no vacila aunque humanamente todo lo divino parece fallar aquí, pues la profecía del ángel le había prometido para su Hijo el trono de David (Luc. 1,32) y la de Simeón (Luc. 2,32), que El había de ser no solamente “luz para ser revelada a las naciones”, sino también “la gloria de su pueblo de Israel” que de tal manera lo rechazaba y lo entregaba a la muerte por medio del poder romano. “El justo vive de la fe” (Rom. 1,17) y María creyó contra toda apariencia (Rom. 4,18), así como Abrahán, el padre de los que creen, no dudó de la promesa de una numerosísima descendencia, ni aun cuando Dios le mandaba matar al único hijo de su vejez que debía darle esa descendencia (Gén. 21,12; 22,1; Ecli. 44,21; Hebr. 11, 17-19).
(Coment. a Juan 19,25).


MIEDO:
Ni es otra cosa el temor,
sino el pensar
que está uno destituido de todo auxilio.
Es decir que todo miedo sería contra la fe; y en efecto, Jesús nos enseña a no temer ni aún a los que podrían matarnos (Mat. 10,28), y San Pablo dice: “Si Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom. 8,31; S. 3,7; 22,4; 26,1; 55,5; 117,6, etc). No se trata, como se ve, del valor estoico, fundado en nuestra suficiencia, harto falible, sino de la confianza en la protección indefectible del divino Padre. En griego este texto forma el v. 12 y define el miedo como el abandono de los recursos que nos daría la reflexión. Es el terror pánico, que casi enloquece.
(Coment. a Sab. 17,11).



MILENARISMO:
Milenarismo es la teoría según la cual Jesucristo ha de reinar personalmente sobre la tierra, antes del juicio final; en otras palabras, los adictos al milenarismo creen que el Redentor en su Parusía o segundo advenimiento, no solamente vendrá como Juez, sino también como verdadero Rey, para destruir al Anticristo que está anunciado en las Escrituras, para triunfar realmente y visiblemente de todos sus enemigos, y para reinar sobre toda la tierra durante un cierto tiempo. La mayoría de ellos fija en mil años (Apoc. XX) este periodo del reinado de Jesucristo. De ahí su nombre de milenaristas.
En cuanto a los pormenores, las teorías milenaristas se diferencian mucho. En lo fundamental se distinguen dos corrientes: el milenarismo craso judaizante o carnal, que pinta la segunda venida con los colores groseros de un mesianismo político y mundano, soñando, ya con una regresión al judaísmo precristiano, ya con una felicidad de orden temporal; y el milenarismo espiritual o mitigado, el cual toma, sí, las profecías acerca de la Parusía en sentido literal, pero rechaza las deformaciones de los milenaristas judaizantes.
Si en adelante empleamos el término "milenarismo Cristiano", solo nos referimos, pues, al espiritual, dentro del cual hay también variantes, sobre todo en los puntos en que la Escritura guarda silencio.
A los que quieren informarse sobre el milenarismo cristiano, podríamos remitirlos al ya famoso libro de Hugo Wast: "El sexto Sello" que trae en forma amena y fácil, muchos de los pasajes de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de la Liturgia que se pueden aducir en su favor, comenzando por la derrota de la bestia, expuesta en el Apocalipsis de San Juan.
He aquí los versículos lapidarios en que el Apóstol San Juan, después de describir en el capítulo 19 la victoria del "Verbo de Dios" y la derrota del Anticristo, se refiere al reinado: " Vi también descender del cielo a un angel que tenía la llave del abismo, y una gran cadena en su mano. Y agarró al dragón, a aquella serpiente antigua, que es el demonio y Satanás, y la encadenó por mil años, y metióle en el abismo, y le encerró, y puso sello sobre él, para que no ande más engañando a las gentes hasta que se cumplan los mil años; después de los cuales ha de ser soltado por un poco de tiempo. Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio potestad de juzgar. Y vi las ánimas de los que habían sido degollados por la confesión de Jesús, y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia, ni a su imagen, ni recibieron su marca en las frentes, ni en las manos, que vivieron y reinaron con Cristo mil años. Los otros muertos no revivieron, hasta cumplirse los mil años. Esta es la resurrecci6n primera. Bienaventurado, y santo, quien tiene parte en la primera resurrección: sobre los tales la segunda muerte, no tendrá poderío, antes serán sacerdotes de Dios y Cristo, y reinarán con él mil años...” (Ap. XX, 1-6). Según los milenaristas, este reinado no puede aplicarse a la Iglesia, pues solo será después que venga Cristo, derrote al Anticristo y se encierra Satanás.
Consumado los mil años, agrega el Apocalipsis, que será desatado Satanás por un poco de tiempo y promoverá la rebelión de Gog y Magog, la cual muestra, dicen los milenaristas, que el reinado tampoco puede ser la eternidad del cielo. Vendrá entonces fuego de Dios a devorar a los rebeldes, y el diablo será puesto en el infierno por toda la eternidad, junto con la bestia y el falso profeta. Además del famoso capítulo del Apocalipsis de San Juan, los milenaristas católicos citan otros textos sagrados en su favor: las cartas de San Pedro y San Pablo y las profecías de Isaías (especialmente 60 a 66), Jeremías (30 y sig.), Ezequiel (36 y sig.), Daniel, (7 y 12) etc. sobre el reino mesiánico, profecías que en sentir de los milenaristas exigen categóricamente una dominación real y efectiva de Cristo sobre la tierra, y no sólo un reinado alegórico. Contra los que dicen que el reino de Cristo como lo pintan los santos vates, se haya realizado en la Iglesia, los milenaristas sostienen además que los veinte siglos de crímenes, guerras, pecados, herejías y persecuciones que sufren la humanidad y la Iglesia . . . no se parecen en nada a la era de fe, de paz y de prosperidad prometida n los libros santos ... Más que reino de Cristo en la tierra, estos veinte siglos parecen el desesperado esfuerzo de Satanás por arrebatarle el imperio del mundo, y la mejor preparación para allanar las vías del Anticristo" (H. Wast, "El sexto Sello" p. 143).
Como se ve, se trata aquí primeramente de un problema exegético: Interpretación literal, o interpretación alegórica de los santos textos, decidiéndose los milenaristas con toda alma por la primera, y reclamando para si las reglas hermenéuticas según las cuales el sentido literal, aunque no nos agrade, tiene preferencia al sentido alegórico. Las encíclicas de León XIII ("Providentissimus Deus") y Benedicto XV ("Spiritus Paraclitus") sobre la Sagrada Escritura, son consideradas por los representantes del milenarismo como sostén de su teoría, ya que estos documentos pontificios ponen por regla que "ante todo debemos aplicar nuestro espíritu a descubrir el sentido literal e histórico". Con respecto a los vaticinios de los profetas, aduce el Papa Benedicto XV las siguientes palabras de San Jerónimo : "No es posible que santas promesas como cantaron en el sentido literal los labios de los santos profetas, queden reducidas a no ser otra cosa que formulas vacías y términos materiales de una simple figura de retórica, ellas deben, al contrario, descansar en un terreno firme, y solo cuando queden establecidas sobre los cimientos de la historia, podrán elevarse hasta la cumbre del sentido místico".(Spiritus Paraclitus).
El milenarismo cristiano llena una de las más interesantes páginas de la historia de la Iglesia. Prevaleciendo en un principio y casi opinión común de los primeros Padres, se pierde luego su influencia, y poco a poco su preponderancia se convierte en una muy modesta minoría de manera que, desde los comienzos de la edad media hasta hoy son muy pocos los católicos que lo defienden. En Sudamérica podemos mencionar entre sus representantes después del Padre Lacunza S. J. y del Pbro. Rafael Eyzaguirre, que ha dejado varios discípulos, al Padre jesuita argentino Víctor Anzoátegui, que ha sido profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Católica de Chile. En Europa existe la misma relación: poquísimos milenaristas católicos, muchísimos antimilenaristas o indiferentes.
El Padre J. Sily S. J. que recientemente ha escrito un artículo sobre el milenarismo (Estudios 1941, N° 356) resume su dictamen con acertado juicio en las siguientes palabras: "El milenarismo, que estaba más o menos en boga en los primeros siglos, empezó a decaer de suerte que a partir del siglo quinto casi todos los Padres, Doctores, escritores católicos o lo ignoran o lo rechazan."
Las escuelas teológicas modernas no encuentran sabor en el milenarismo, aunque no lo tachan de herejía. La Iglesia no lo ha condenado salvo cuando éste adoptó formas heterodoxas y hostiles a ella, lo que sucedió, por ejemplo, en el caso de Joaquín de Floris.
Son escasas las monografías católicas sobre el milenarismo, y de ellas algunas, por no pasar de polémica, no corresponden en todo a las exigencias que debemos esperar de un escrito científico. Entre los más modernos ocupa un puesto destacado el libro "Ecclesia Partristica et Millenarismus" (Granada, 1933) del Padre Florentino Alcañiz, S. J., profesor en el Seminario Mayor Sardo y Maestro agregado a la Facultad de Filosofía de la Universidad Gregoriana.
El Padre Alcañiz presenta al fin de su obra un cuadro en que se puede ver la posicion de los Padres frente al milenarismo. No de todos, porque Alcañiz quiere sobre todo mostrar cuales de los Padres simpatizan con el milenarismo y cuales lo atacan. Así que se puede decir que su enumeración de los Padres milenaristas es completa, mientras que de los demás Padres solo menciona aquellos que expresamente rechazan la ideología milenarista, y pasa por alto a los neutrales.
(…)
Para la edad media nos hace falta tal monografía y hará falta aún largo tiempo, porque muchos escritos de los teólogos medioevales descansan todavía inéditos en los archivos y bibliotecas. Es la Universidad Católica de Nuestra Señora en Indiana (Estados Unidos), la que ha comenzado a editar obras eclesiásticas pretomistas, las cuales, unidas con otras publicaciones del mismo género, nos proporcionarán poco a poco el material para averiguar más exactamente la opinión de la teología medioeval acerca del milenarismo. Huelga decir que Santo Tomás lo rechazó, y con él los escolásticos. No obstante hubo de vez en cuando movimientos milenaristas cuyo extremismo y pronunciada hostilidad contra la teología oficial de las escuelas, contribuyó mucho a darles el aspecto de herejes. El más conocido de ellos es el abad cisterciense Joaquín de Floris (1132-1202) cuyo "Evangelio Eterno" dejó profundas huellas en círculos piadosos.
Siguieron sus pasos muchos franciscanos, entre ellos el ministro general Juan de Parma, y los círculos que se llamaban "Espiritualistas" y "Fraticelli". En 1300 fue quemado en Parma uno de los propugnadores del milenarismo, Geraldo Segarelli, otros se refugiaron en las numerosas sectas medioevales que combatían la autoridad eclesiástica y los bienes temporales de la Iglesia.
(…)
Después de haber recorrido la historia del milenarismo, pasamos a la discusión que se entabló hace poco entre los católicos de la República Argentina. Los protagonistas son, por una parte el famoso novelista Dr. Gustavo Martínez Zuviría alias Hugo Wast, actualmente interventor nacional de la provincia de Catamarca, que en su libro "El sexto sello'' se pronuncia categóricamente por la idea de que Jesucristo vendrá algún día para establecer el reino mesiánico de los profetas; el Dr. Juan Bourdieu, presidente de la Obra del Evangelio entre los pobres, y presidente de la Sociedad de San Vicente de Paul en la Argentina; y por fin un artículo tomado del libro del Padre Alcañiz S. J., publicado en "Catedra", suplemento de "El Pueblo" (4 de Mayo de 1941), bajo el título "San Jerónimo y el Milenarismo".
Al otro bando están: el Padre Juan Planella S. J. ("El Pueblo", 30 de Mayo de 1941), el Padre J. Sily S. J. ("Estudios" Nr. 356, Marzo y Abril de 1941), la Dirección de "Estudios" (Nr. 358, Junio de 1941) , " Vinclum" (Nr. 25 de 1941), la Señora Eugenia Silveyra de Oyuela ("El Pueblo" 14 y 15 de Marzo de 1941) y varios boletines eclesiásticos, entre ellos la Revista Eclesiástica de Buenos Aires, la cual en el Nr. 503 de Mayo de 1941, pág. 261-263, expone con admirable claridad y objetividad el problema.
Conténtense con esto los milenaristas.
Harían, sin embargo, mejor en reemplazar la palabra de "milenarismo" por otra, porque es resultado seguro de la exégesis que los mil años y las otras cifras del Apocalipsis son las cifras corrientes de la literatura apocalíptica de entonces y no tienen más que valor simbólico. No es este el lugar para entrar en detalles y dar una introducción a los tan interesantes libros apocalípticos. La comparación con la literatura contemporánea del Apocalipsis y la consulta de especialistas en ciencias orientales lo muestran con toda evidencia. (Véase el juicio del más competente en esta materia, Strack-Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testamentaus Talmud und Midrasch, tom. III, pág. 824 sigs.).
Por lo demás, ¿quién negará que la doctrina de la segunda venida (parusía) y del reinado de Jesucristo es más actual que nunca? La mejor prueba de esto es la institución de la fiesta de Cristo Rey por Pío XI. Hay que desarrollar más la grandiosa idea del reinado de Jesucristo, y hay que relacionarla más con la historia de la Iglesia y las exigencias del tiempo.
No será inútil citar aquí las palabras de un autorizado teólogo, el P. Enrique Rau, profesor de Dogma en el Seminario de La Plata, quien entre las condiciones indispensables para el éxito de nuestra lucha por restaurar el orden cristiano, exige: "Volver a las fuentes del Dogma; derivar sus aguas, algún tanto estancadas hace tiempo, hacia la conciencia popular”. (R. B. N9 11, p.119). El mismo autor dice que el método de insistir en verdades individuales negadas por los herejes, fue en detrimento de otras, no menos importantes, pero que, por no haber sido combatidas con tanta violencia, fueron predicadas menos, o relegadas casi al olvido" (ibíd.) Es trágica verdad que, "después de 400 años de labor casi exclusivamente apologética, en cuatro siglos apenas nada hemos ganado" (ibíd. 120). A la apologética y más todavía a la polémica debe añadirse una visión de conjunto de los Dogmas, un espíritu positivo de unidad cristiana, una unión vital por medio del rico contenido de la Revelación. De lo contrario no saldremos de la crisis que nos sobrevino.
¿No nos parece conveniente aplicar estos principios a las cuestiones relacionadas con la segunda venida del Señor? Qué tesoro de verdades, qué raudal de deseos, qué abundancia de consuelo no se encierra en la segunda petición del Padre Nuestro: "¡Venga a nos el tu reino!".
Hasta ahora la Iglesia no se ha pronunciado. Hay que esperar con paciencia (Poco tiempo después la Iglesia emitiría el Decreto que el mismo Mons. Straubinger cita a continuación de su artículo. Nota del blog). Estemos seguros de que la teología no está estancada ni petrificada, siempre de nuevo brotan bendiciones de la Palabra de Dios y se derraman sobre las almas que buscan la verdad. Ojalá que los que hoy se llaman milenaristas, porque anhelan de todo corazón el reinado corporal de Jesucristo, confíen en el progreso del Dogma y en el Magisterio de la Iglesia, la única que puede esclarecer definitivamente la incertidumbre.
No deseamos más que el restablecimiento de la paz entre cuantos profesan la misma fe y aman a la misma Madre. Que se cumpla pronto el deseo de S. Pablo: "Dios Padre Nuestro, y el Señor Jesucristo, os den gracia y paz (II Cor.1, 2). En el fondo, todos los que ahora se combaten, desean lo mismo: que "El reine" (I Cor. 15, 25) entre nosotros.
Un Decreto de la S.S. Congregación del Santo Oficio
La S. S. Congregación Romana del Santo Oficio, respondiendo al Exmo. Señor Arzobispo de Santiago de Chile, ha declarado en fecha 11 de Julio de 1941 que la doctrina milenarista "no se puede enseñar con seguridad" ("non tuto doceri posse").
(…)
El texto del importante decreto es en traducción como sigue:
En su debido tiempo llegó al S. Oficio la carta 126-40, fechada el 22 de abril de 1940, en la cual S. Excia. Revma. informaba que en esa Arquidiócesis había quienes defendían el sistema de los milenaristas espirituales y que aumentaban más y más los admiradores de tal doctrina; como también de la obra del P. Lacunza: "Venida del Mesías en gloria y majestad". Al mismo tiempo solícitamente S.E. pedía que se le dieran normas oportunas de parte de la Santa Sede.
Llevado el asunto a la sesión plenaria del miércoles 9 de este mes, los Emmos. y Revmos. Cardenales de esta Suprema Sagrada Congregación mandaron responder:
El sistema del milenarismo, aun mitigado, es decir, el que enseña que, según la revelación católica, Cristo Nuestro Señor, antes del juicio final, ha de venir corporalmente a esta tierra a reinar, ya sea con resurrección anterior de muchos justos o sin ella, no se puede enseñar con seguridad (non tuto doceri posse).
Por tanto, apoyado en esta respuesta y teniendo presente, como S. E. misma lo dice, la prohibición del libro del P. Lacunza, hecha ya por el S. Oficio, tratará de velar cuidadosamente por que dicha doctrina, bajo ningún pretexto, sea enseñada, propagada, defendida o recomendada de viva voz o por cualquier clase de escritos.
Para realizarlo, S. E. podrá emplear los medios oportunos; no solo con amonestaciones, sino también empleando la autoridad; dadas, si fuere del caso, las instrucciones que sean necesarias a los que enseñan en el Seminario o en otros Institutos.
Y si algo más grave ocurriere, no deje de comunicarlo al Santo Oficio.
Aprovechando la ocasión, le aseguro los sentimientos de mi grande estimación, quedando de su Excia. Rvma., adictísimo.
F. Card MARCHETTI SELVAGGIANI, Secret."
La Revista Eclesiástica de Bs. Aires (Dic. 1941) añade a este decreto las siguientes palabras que adoptamos como nuestras:
"En consecuencia tengan presente nuestros lectores que el Milenarismo o el sistema que enseña que N. S. Jesucristo vendrá a reinar corporalmente en esta tierra antes del juicio final, ya sea solo, ya sea acompañado de muchos justos que resucitarán previamente, no es doctrina segura o que no puede enseñarse sin peligro".
La S. S. Congregación del Santo Oficio dicta en este decreto una orden terminante, para que ni en los seminarios ni en ninguna parte se pueda enseñar la referida doctrina o sea darla como doctrina segura. No importa que esa disposición haya sido dictada en el caso particular de Chile, pues que se trata de una cuestión que igualmente afecta a la disciplina católica de todo el mundo.
Con este documento de suprema autoridad nos es grato concluir la información sobre el milenarismo (véase los números 11 y 12 de esta Revista).
Esperamos y deseamos que aquel grupo de lectores que nos hicieron cargo de parcialidad contra el milenarismo por no haber publicado todas las citas milenaristas de los santos Padres de la época preagustiniana, comprendan ahora nuestra actitud. Claro está que el Santo Oficio no condena a los Padres milenaristas. Nuestro único deber consiste en observar estrictamente el decreto de la Sagrada Congregación.
(Revista Bíblica Nrs. 11,12 y 13).


MISERICORDIA:
La misericordia es lo propio de Dios; de ahí que Él esté especialmente cerca de los atribulados, como lo enseña Jesús en Luc. 15,11 ss. Con el ejemplo de aquel padre admirable. Es característico de todo padre el resistir a los soberbios y acoger a los humildes (Luc. 1,52, Prov. 3,34; Is. 66,2; Sant. 4,6, I Pedro 5,5).
(Coment. al Salmo 33, 19).
Lo que nos mueve a alabar a Dios y a predicarlo con ansias de apostolado, no es tanto su poder y los demás atributos que puede suponer en El la filosofía, cuanto la misericordia con que nos ama su corazón paternal (Cfr. S. 53,8 y nota). David no sólo prefiere esa misericordia a la vida, a los atractivos de la vida presente (y era un poderoso rey quien así hablaba), sino que, como vimos en el v. 2, no quiere vivir de propia suficiencia, sino de la gracia. Véase Is. 55,1 ss. Donde se recuerdan esas misericordias que, como enseña S. Pedro, siguiendo al mismo David, no se aprecian sino por experiencia (I Pedro 2,3; s. 33,9).
(Coment. al Salmo 62,4).
Así como su sabiduría dista de la humana (Is. 55,8), así también se eleva su misericordia sobre toda posible bondad nuestra (S. 91,6 y nota) y sobre toda comprensión de nuestra mente (Ef. 3,18 s.). Bien lo sabía la Virgen cuando habló en Luc. 1,50.
(Coment. al Salmo 102,11).
Nuestra misma naturaleza, tan débil y expuesta a peligros, provoca la misericordia de Dios. Cuanto más endebles somos nosotros, tanto mayor es su ternura y bondad (cf. Gén. 8,21; S. 53, 8 y nota). Por eso Cristo no vino a buscar justos sino pecadores (Luc. 5,32 y nota).
(Coment. al S. 102,14).
La recompensa de la misericordia llegará pronto (v. 14). Decía San Juan Bosco que, como los pobres son los dueños del Reino, según lo enseñó Jesús (Luc. 6,20), tenemos que comprarles un lugar en él mediante las obras de misericordia. Véase 4,1 y nota. El griego se refiere a la misericordia con que Dios nos recompensa. Cf. Denz. 1014.
(Coment. a Eclesiástico 16, 13).
Si Dios nos hace misericordia, es a causa de su amor por nosotros, aunque ello nos parezca cosa increíble al pensar que merecemos todo lo contrario.  Esta luz, que aparece en innumerables pasajes, es la llave por excelencia que nos abre el sentido de las Escrituras y los secretos pensamientos de Dios (Jer. 29,11; 31,3; Is. 55,8; S. 32,11; 102,13; Ef. 2,4; I Juan 4,10 y 17, etc.).
(Coment. al S. 17,20).
La causa de la predilección con que Dios nos prodiga sus bondades, no está en nuestras excelencias, sino a la inversa: en nuestras miserias. “Tal es el misterio de la misericordia, que en vano pretenderíamos entender si no estudiamos el Corazón de Dios tal como El mismo nos lo descubre en sus palabras”. Véase Gén. 3,21; S. 102,13 y notas; Luc. 5,31; 15,1 ss.; 19,10; Ef. 2,4, etc.
(Coment. a Ecle. 18,10).
Así como según el Padrenuestro, Dios nos perdona en cuanto nosotros perdonamos, así también Él nos hace misericordia en la proporción en que la esperamos. Es el sentido de las palabras de Jesús: Según vuestra fe, así os sea hecho (Mat. 9,29). Véase S. 16,7; 36,40; 146,11. De ahí la importancia máxima que tiene el creer en la misericordia de Dios, fruto del amor con que nos ama. Pero es muy difícil creer en esta maravilla si no conocemos bien todo el Evangelio (véase I Juan 4,16; Ef. 2,4; Gál. 2,20, etc.). En efecto, el saberse amado por Dios es el resorte más poderoso y eficaz que existe para la vida espiritual; pero el que no conoce la predilección de Dios por los miserables no puede sentirse amado por Él, a menos de creerse merecedor de ese amor e incurrir en detestable presunción farisaica. En cambio, el que a través de mil revelaciones de Cristo ha descubierto esa sorprendente inclinación del Padre hacia el hijo pródigo, como Jesús la tuvo hacia los pecadores y enfermos, hacia Magdalena, hacia la adúltera, hacia Zaqueo, etc., se coloca en la más auténtica humildad, pues funda esa fe no en sus méritos sino en su miseria y necesidad. Tal es la importancia insuperable de estudiar a fondo el Evangelio, pues sin eso en vano pretenderemos comprender algo tan asombroso como esa “debilidad” de Dios hacia los que nada merecen.
(Coment. a S. 32,22).
Mientras Pedro llora arrepentido, Judas se entrega a la desesperación, porque falta a su remordimiento la confianza en la misericordia de Dios, que a todos perdona. Por lo cual no encuentra ni descanso ni consuelo, sino que acaba su vida vergonzosamente, añadiendo al deicidio el suicidio. Véase 21,28 y nota.
(Coment. a Mt. 27,5).


MUNDO:
El mundo que no recibe a Jesús, tampoco recibirá a sus discípulos. Con toda claridad profetiza el Divino Redentor las persecuciones de la Iglesia, que prueban su origen sobrenatural. El mundo odia lo sobrenatural en los cristianos, así como lo ha odiado en Cristo.
(Coment. a Jn. 15,18).