Mons. Freppel - Card. Pie - Dom Gueranger |
Editorial
La
importancia de los principios
En una sociedad que se hunde de todas partes, me
pareció que por principio, hay que enderezar las ideas. Lo que se
necesita, es mejorar el fondo de las cosas a la luz de los principios. No
hay otra regla de reforma que el buscar la verdad y confesarla pase lo que pase
(Fréderic Le Play en 1865[1]).
Sepamos reconocer finalmente que el
abandono de los principios es la verdadera causa de nuestros desastres (Conde
de Chambord, el 8 de mayo de 1871[2]).
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MONSEÑOR CHARLES-EMILE FREPPEL (1827-1891, obispo de Angers a partir de
1870) señalaba la importancia de los principios:
La
mayor desgracia para un siglo o para un país, es el abandono o disminución de
la verdad. Podemos recuperarnos de todo lo demás, pero jamás nos
recuperamos del sacrificio de los principios. Los caracteres pueden
desviarse en momentos determinados, y la moral pública puede recibir algunos
ataques del vicio o del mal ejemplo, pero nada está perdido mientras que las
verdaderas doctrinas permanezcan de pie en su integridad. Con ellas, todo podrá
rehacerse tarde o temprano, los hombres y las instituciones, porque siempre
somos capaces de regresar al bien cuando no hemos abandonado la verdad. Lo
que suprimiría hasta la misma esperanza de salvación, sería la deserción de los
principios, fuera de los cuales nada sólido ni durable puede edificarse. Así,
el más grande servicio que el hombre puede dar a sus semejantes en épocas de
desfallecimiento o de oscurecimiento, es el afirmar la verdad sin temor,
incluso si no lo escuchan; pues es un rayo de luz que él abre a través de las
inteligencias; y si su voz no llega a dominar los ruidos del momento, por lo
menos ésta será acogida en el futuro como la mensajera de salvación[3].
¿De qué principios se
trata?
En filosofía tomista, se define así el principio:
“Es a partir del cual alguna cosa procede, de una manera o de otra -id a quo aliquid procedit
quocumque modo. »
Por ejemplo, el punto es el principio de
la línea que lo prolonga, la mañana es el principio del día que le
sigue, el Padre es el principio del Hijo en la Santísima
Trinidad, el fuego es el principio del calor (de manera
general, la causa es el principio de su efecto), etc.
Cuando hablamos de la importancia de los
principios, queremos hablar de los principios del razonamiento.
Estos son de dos clases: los principios especulativos, que están en la base de
las ciencias, y los principios prácticos, que son el fundamento de la moral.
En la cita de Mons. Freppel, donde trata de “moral
pública” y de las “instituciones”, el contexto muestra que se trata de
principios prácticos, es decir, las principales verdades de la doctrina moral y
política. El Syllabus de Pio IX es un ejemplo de tales
principios[4]. El Decálogo es en sí mismo un enunciado de los
principios de la moral.
¿Son inmutables los
principios?
No es porque hablamos de principios prácticos -en
oposición a los principios especulativos en el origen de las ciencias
especulativas- que se debe imaginar que estos principios solo tienen un valor
relativo.
Leemos en una revista reciente de la Tradición que
el principio de orden práctico -a diferencia del principio especulativo- sería
“doble” y que “las verdades que se derivan de un doble principio de orden
práctico” serían entonces “relativas”.
Aquí hay una confusión. Los principios, incluso
prácticos, permanecen inmutables. Las verdades del decálogo no son relativas, y
el Syllabus no se puede reformar. Lo que puede cambiar es la
aplicación del principio en circunstancias diferentes.
Por ejemplo el quinto mandamiento nos ordena “no
matarás” (al inocente).
Este principio se aplica en el caso del aborto,
donde está prohibido matar al niño por nacer. En cambio, ya no se aplica en el
caso de la pena de muerte, donde el culpable puede ser juzgado legítimamente y
ser ejecutado porque no es inocente.
La tesis y la hipótesis.
La necesaria distinción entre los principios
(prácticos) y su aplicación en circunstancias variables ha sido mal utilizada
por los liberales para escapar a la fuerza de estos principios. Así, Mons.
Dupanloup se sirvió de la distinción entre la tesis (la
doctrina) y la hipótesis (la práctica en circunstancias dadas)
para atenuar, en lo posible, el valor del Syllabus de Pío IX, pretendiendo
que estas bellas verdades eran inaplicables en la sociedad moderna.
Leamos a este respecto algunas reflexiones
pertinentes de Mons. Lefebvre:
Es
la famosa distinción entre la tesis (la doctrina) y la
hipótesis (la práctica en las circunstancias dadas). Esta distinción,
les suplico subrayarlo, es susceptible de una interpretación correcta: la
aplicación de los principios debe tener en cuenta las circunstancias y esto se
hace por la circunspección, que es una parte de la virtud de la prudencia. Así,
la presencia en una nación católica de fuertes minorías musulmanas, judías y
protestantes, podrá sugerir una tolerancia de sus cultos en una ciudad que es
católica, por un Estado que continúa reconociendo la verdadera religión, porque
cree en el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo.¡Pero atención! para los
católicos liberales no se trata de esto. Según ellos, en la práctica, los
principios, que son por definición las reglas de acción, no deben ser
aplicados, ni predicados porque son inaplicables, dicen ellos. (…) En suma,
ellos se niegan a creen en la eficacia práctica de la verdad. Ellos piensan
poder afirmar todavía los principios católicos en teoría, y actuar siempre en
contra de estos principios: es la incoherencia intrínseca de los liberales dichos
católicos[5].
No esquivemos tan deprisa la aplicación de los
principios, bajo pretexto que ellos serían inaplicables. E incluso cuando uno
debe de plegarse a las circunstancias (por ejemplo, acordando la libertad civil
de cultos para evitar una guerra civil), es necesario trabajar para darle un
día su aplicación posible (en el caso precedente, favoreciendo el retorno de
los herejes a la Iglesia, para rehacer la unidad religiosa en la verdadera fe).
Como lo dice el adagio: “si la política es el arte de lo posible, ella consiste
en hacer posible lo que es necesario”.
Conservar la pureza de
los principios.
Cuando las circunstancias impiden aplicar
completamente los principios católicos, no se debe sustituirlos por falsos
principios. Es un defecto del catolicismo liberal el mezclar así lo verdadero y
lo falso. Eso es lo que hace, por ejemplo, el concilio Vaticano II, que afirma
que “todos los hombres deben buscar la verdad, sobre todo en lo que concierne a
Dios y a su Iglesia” (DH § 1) y, en el siguiente párrafo, pretende que el
hombre tendría derecho a la (falsa) libertad religiosa.
Lo
que aflige vuestro país y le impide merecer las bendiciones de Dios, es esta
mezcla de principios. Yo diré la palabra y no la callaré; lo que temo, no son
todos esos miserables de la Comuna de París… Lo que yo temo, es esta
desgraciada política, este liberalismo católico que es el verdadero flagelo…
Este juego de báscula que destruirá la Religión. Sin duda es necesario
practicar la caridad, hacer todo lo posible para traer a aquellos que están
alejados, pero sin embargo no se debe compartir sus opiniones[6].
Por lo tanto debemos guardarnos de la seducción de
los falsos principios, lo cual es especialmente difícil hoy en día pues los
falsos principios son enseñados en la escuela primaria por el sistema
seudo-educativo, martillados por los medios de comunicación y adoptados en gran
parte por la iglesia conciliar.
La lucha es principalmente
una lucha de doctrinas. Su resistencia, hermanos míos, consistirá
entonces en mantener su inteligencia firme contra la seducción de todos
los principios falsos y mentirosos. […] Cuando yo pregunto a los
sabios de este tiempo, cuál es la mayor plaga de la sociedad actual, escucho
responder en todas partes que es el decaimiento de los caracteres, el
ablandamiento de las almas. Sobre este tema hay frases hechas que todos usan.
Pero esta misma respuesta provoca una pregunta ulterior. Pues la raza francesa
es enérgica en el fondo, es valiente por naturaleza, y no ha perdido tanto su
temperamento nativo como para que pueda ser acusada demasiado ligeramente de
debilidad y cobardía. Y hoy no menos que en el pasado, no le falta la bravura
sobre los campos de batalla. ¿De dónde viene entonces este síntoma tan grave
del debilitamiento de los caracteres? ¡Ah! ¿No será que es la consecuencia
natural e inevitable del debilitamiento de las doctrinas, del debilitamiento de
las creencias, y, para decir la palabra apropiada, del debilitamiento de la fe?
El valor, después de todo, tiene su razón de ser en la medida que está al
servicio de una convicción. La voluntad es una fuerza ciega cuando ella no está
iluminada por la inteligencia. No se camina con pie firme cuando se camina en
las tinieblas, o en la penumbra […].Hermanos míos, en nuestros días más que
nunca, la fuerza de los malos es la cobardía y debilidad de los buenos, y todo
el nervio del reino de Satán reside en la blandura de los cristianos[7].
La importancia de la
educación, especialmente familiar.
Es sobre todo en el marco de la familia que se aprenden los principios
morales. Estos principios, recibidos desde la infancia, son indelebles. Se
comprende entonces la rabia de la Revolución contra la familia, con el fin de
tener el campo libre para inculcar sus falsos principios:
Hoy [¡en 1910!] se asiste
impasiblemente a los actos que, en la antigüedad pagana, se hubieran sublevado
los pueblos más bárbaros. En toda la extensión de Francia, las escuelas donde
enseñaban a los niños a conocer, amar y adorar a Dios, son cerradas por este
motivo, declarado en voz alta por los gobernantes, que ellos quieren una
sociedad donde solo haya ateos. ¿De dónde viene esta impasibilidad? De
que ya no hay en los espíritus ideas fijas, principios sólidamente
anclados en las almas, sino solamente ideas vagas y flotantes incapaces
de poner energía a los corazones. ¿Y por qué en nuestros días las ideas flotan
así? Porque las ideas madres, las ideas-principios, no han sido
impresas en las almas de los niños por padres, quienes a su vez fueron
moldeados por las enseñanzas de sus antepasados, ya imbuidos de estas verdades
por sus ancestros. En una palabra, porque ya no hay tradiciones en las familias[8].
La fuerza de los principios
No nos dejemos llevar por el desaliento ante la fuerza de nuestros
enemigos y el poder de la Revolución que extiende todos sus falsos principios
de libertad, igualdad, fraternidad, laicismo, etc. Hay una
fuerza vinculada a la confesión de la verdad. Si nosotros conocemos bien los
principios y si nosotros nos apoyamos en la gracia de Nuestro Señor para darlos
a conocer, encontraremos oídos para escuchar y corazones para comprender:
Hoy más que nunca, que se
comprenda bien, la sociedad necesita doctrinas fuertes y consecuentes consigo
mismas. En medio de la disolución general de las ideas, solamente el aserto, un
aserto firme, denso, sin mezcla, podrá hacerse aceptar. Las transacciones se
vuelven cada vez más estériles y cada una de ellas se lleva un jirón de la verdad.
Como en los primeros días del cristianismo, es necesario que los cristianos
impresionen a todas las miradas por la unidad de sus principios y de
sus juicios. No tienen nada que recibir de ese caos de negaciones y de
ensayos de toda clase que atestiguan bien alto la impotencia de la sociedad
presente. Ya no vive, esta sociedad, sino de unos pocos restos de la antigua
civilización cristiana que las revoluciones aún no se han llevado y que la
misericordia de Dios ha preservado hasta ahora del naufragio. Mostraos pues a
ella tal como sois en el fondo, católicos convencidos. Ella tal vez tenga miedo
de vosotros durante algún tiempo; pero, estad seguros, ella volverá a vosotros.
Si la halagáis hablando su lenguaje, la divertiréis un instante, luego os
olvidará; porque no le habréis hecho una impresión seria. Se habrá reconocido
en vosotros más o menos, y como tiene poca confianza en sí misma, tampoco la
tendrá ya en vosotros. Hay una gracia agregada a la confesión plena y
entera de la Fe. Esta confesión, nos dice el Apóstol, es la salvación
de quienes la hacen y la experiencia demuestra que es también la salvación de
quienes la escuchan. Seamos católicos y nada más que católicos […][9]
Los principios de la
filosofía tomista
Santo Tomás de Aquino, en su filosofía, remonta constantemente a los
principios, y a los buenos principios. Tomando a Santo Tomás de Aquino por
maestro, aprendemos a razonar rectamente a partir de los principios. Nos
volvemos de alguna manera más inteligentes, pues aprendemos a servirnos bien de
la inteligencia.
Es por eso que los papas han alentado tan frecuentemente el estudio de
sus obras y han pedido ponernos en su escuela, diciendo que “se aprende más con
Santo Tomás en un año, que con todos los otros santos durante toda la vida”[10].
Una de las últimas recomendaciones de San Pío X[11], algunas semanas antes de su muerte, fue decir que había que formarse
según los principios de Santo Tomás, de donde se derivan varias ventajas: 1° Un
perfecto acuerdo entre la fe y la razón: 2° una refutación fácil de los
errores: 3° un mejor conocimiento de lo que es propio de Dios: 4° un mejor
conocimiento de las relaciones (diversidad y analogía) de Dios con sus
creaturas:
Al establecer como
principal guía de la filosofía escolástica a Santo Tomás, Nos referimos de modo
especial a sus principios, en los que esa filosofía se apoya. No se
puede admitir la opinión de algunos ya antiguos, según la cual es indiferente,
para la verdad de la Fe, lo que cada cual piense sobre las cosas creadas, con
tal que la idea que tenga de Dios sea correcta, ya que un conocimiento erróneo
acerca de la naturaleza de las cosas lleva a un falso conocimiento de Dios; por
eso se deben conservar santa e invioladamente los principios filosóficos
establecidos por Santo Tomás, a partir de los cuales se aprende la ciencia de
las cosas creadas de manera congruente con la Fe[C. G.,II, c. 2 et 3] ,
se refutan los errores de cualquier época, se puede distinguir con certeza lo
que sólo a Dios pertenece y no se puede atribuir a nadie más[C. G., II,
c. 3; I, q.12, a4; et q54, a1]; se ilustra con toda claridad tanto la
diversidad como la analogía que existen entre Dios y sus obras. El Concilio
Lateranense IV expresaba así esta diversidad y esta analogía: «mientras más
semejanza se afirme entre el Creador y la criatura, más se ha de afirmar la
desemejanza» [DS806;
santo Thomas De scientia Dei, art. 1].
Sus principios son, por otra parte, el patrimonio de sabiduría de la
humanidad:
Por lo demás, hablando en
general, estos principios de Santo Tomás no encierran otra cosa más que lo que
ya habían descubierto los más importantes filósofos y Doctores de la Iglesia,
meditando y argumentando sobre el conocimiento humano, sobre la naturaleza de
Dios y de las cosas, sobre el orden moral y la consecución del fin último. Con
un ingenio casi angélico, desarrolló y acrecentó toda esta cantidad de
sabiduría recibida de los que le habían precedido, la empleó para presentar la
doctrina sagrada a la mente humana, para ilustrarla y para darle firmeza
[Comentario de De Trinitate, q. 2, a. 3]; por eso, la sana razón no puede dejar
de tenerla en cuenta, y la Religión no puede consentir que se la menosprecie.
No podemos entonces reemplazar estos principios por ningunos otros.
Ellos son el fundamento de toda ciencia natural y sobrenatural. Si no se les
conoce, no se puede comprender siquiera el significado de los dogmas:
Tanto más cuanto que si la
verdad católica se ve privada de la valiosa ayuda que le prestan estos
principios, no podrá ser defendido buscando, en vano, elementos en esa otra
filosofía que comparte, o al menos no rechaza los principios en que se apoyan
el Materialismo, el Monismo, el Panteísmo, el Socialismo y las diversas clases
de Modernismo. Los puntos más importantes de la filosofía de Santo Tomás [son
capitales[12]], no deben ser considerados como algo opinable, que se pueda discutir,
sino que son como los fundamentos en los que se asienta toda la ciencia de lo
natural y de lo divino. Si se rechazan estos fundamentos o se los pervierte, se
seguirá necesariamente que quienes estudian las ciencias sagradas ni siquiera
podrán captar el significado de las palabras con las que el magisterio de la
Iglesia expone los dogmas revelados por Dios.
Por lo tanto es necesario seguir a Santo Tomás, sobre todo en
metafísica, es decir, seguir sus principios y sus grandes tesis:
Por esto quisimos advertir
a quienes se dedican a enseñar la filosofía y la sagrada teología, que si se
apartan de las huellas de Santo Tomás, principalmente en cuestiones de
metafísica, no será sin graves daños. Pero ahora decimos, además, que no sólo
no siguen a Santo Tomás, sino que se apartan totalmente de este Santo Doctor
quienes interpretan torcidamente o contradicen los principios y las
grandes tesis de su filosofía. Si alguna vez Nos o Nuestros antecesores
hemos aprobado con particulares alabanzas la doctrina de un autor o de un
Santo, si además hemos aconsejado que se divulgue y se defienda esta doctrina,
es porque se ha comprobado que está de acuerdo con los principios de Santo
Tomás o que no los contradice en absoluto.
Por lo tanto, estemos bien convencidos de la importancia de los
principios, tanto especulativos como prácticos, y pongámonos en la escuela de
Santo Tomás de Aquino para formarnos bien.
Eso es lo que tratamos de hacer en Le Sel de la terre, esforzándonos
en “escrutar el depósito revelado, con respeto y amor, siguiendo a
Santo Tomás de Aquino, para progresar en la inteligencia de la fe”,
luego descender “de la altura de los principios para juzgar
las realidades terrestres sub specie æternitatis (a la luz de la eternidad)”.
[2] El conde de Chambord o Henry V: noticia histórica y estudio
político por un montañés, Annecy, C. Burdet, 1871, pág. 16.
[3] Mons. FREPPEL, Panegírico de san Hilario de Poitiers, el 19 de
enero de 1873, Obras de Mons. Charles-Emile Freppel, obispo de Angers,
París, Roger et Cheroviz, 1881, pág. 234.
[4] Ver el dossier sobre el Syllabus en Le
Sel de la terre 90, otoño de 2014. El Syllabus, siendo una
colección de errores condenados, para tener los principios católicos hay que
tomar lo contrario de cada proposición (ver el artículo de VILLEFRANCHE,
“El Syllabus en positivo”, en este mismo número deLe Sel de
la terre.
[6] PIO IX a los peregrinos de Nevers, junio de 1871.
[7] Cardenal PIE, panegírico de San Emiliano, 8 de noviembre de 1859.
San Pio X retomará la última frase en su alocución Vi son grato, Ven.
Fratello del 13 de diciembre de 1908, para la beatificación de Santa
Juana de Arco: “Que no se exageren las dificultades cuando se trata de
practicar todo lo que la fe nos impone para cumplir nuestros deberes, para
ejercer el fructuoso apostolado del ejemplo que el Señor espera de cada uno de
nosotros: Unicuique mandavit de proximo suo- Dios ha dado la carga
de su prójimo a cada uno de nosotros (Si 17, 12). Las dificultades vienen de
quien las crea y las exagera, de quien se confía en sí mismo y no en el socorro
del cielo, de quien cede, cobardemente intimidado por los escarnios y las
burlas del mundo: por lo que es necesario concluir que, en nuestros días más
que nunca, la fuerza de los malos es la cobardía y debilidad de los buenos, y
todo el nervio del reino de Satán reside en la blandura de los cristianos”.
[8] Mons. Henri DELASSUS, El Espíritu familiar en el hogar, en
la Ciudad y en el Estado, Lille, DDB, 1910, págs. 147-148.
[9] Dom GUÉRANGER, El sentido cristiano de la Historia, Le Sel
de la Terre 22 (otoño de 1997), pág. 196.
[10] JUAN XXII el 18 de julio de 1323, en la bula de canonización Redemptionem
Misit Dominus.
[11] Motu proprio Doctoris Angelici del 29 de junio de
1914 sobre el estudio de la doctrina de Santo Tomás de Aquino en las escuelas
católicas. Todas las citas que siguen están sacadas de este texto. (Documentos
pontificales de Su Santidad san Pio X, Versalles, Publicaciones
del Courrier de Rome, 1993, t. 2, pág. 578 sq.-Editorial Buena
Prensa, t. 8, pág. 68 sq).
[12] Estas dos palabras están ausentes de la edición francesa, haciendo
la frase ininteligible. Pero están en la edición original en latín.