“Desde el cerro de Arcalón veíamos la
sinagoga de Cesarea, el gran edificio chato entre sus andamios como un
animal dormido. Yo le dije:
«Te repito que Caifás en el fondo no es
inaccesible. Lo has disgustado mucho, lo has molestado mucho (sin querer, desde
luego), lo has ofendido mucho, creo que está enflaqueciendo por causa tuya;
pero en el fondo es un pontífice, es un hombre consagrado a Dios ante todo. El
trabajo enorme que le inflige el manejo de los caudales del templo, ¿qué ser
humano podría soportarlo a no ser por Dios? No ha tomado mujer a causa de eso.
Caifás es accesible. No se trata exactamente de prohibirte la predicación. Se
trata solamente de encauzar tu predicación de acuerdo a las normas. Al fin y al
cabo son superiores tuyos y todo lo que hay en ti les debe estar ciegamente
sometido; si se equivocan, ellos darán cuenta a Dios, es una gran tranquilidad
de conciencia eso de poder resignar en otro la propia conciencia.»
«Hay que agarrar con fuerza esta idea:
la Verdad debe ser administrada. LaVerdad pura no es potable al hombre. La
verdad necesita filtro, necesita paliativos y necesita administración. ¿Y quién
debe administrarla sino el que oficialmente ha sido nombrado para eso?»
«Tienes que darte cuenta de cuan gran
florecimiento religioso representa ese gran edificio, y todas las capillas,
leccionarios y adoratorios repartidos por toda esta gran ciudad paganizada y
turbulenta. Adorar a Dios en espíritu y en verdad está muy bien, pero ¡eh! no
es espíritu sólo el hombre. La plata es necesaria para todo, incluso para la
religión. No te imaginas la masa de bien espiritual en almacigo que representa
ese gran edificio que ahora se construye, el bien que se podrá hacer a los
fieles en esa casa de Dios, que dirige tan acertadamente el arquitecto Jonatás:
pero eso va a costar tres millones de sextercios y vos sos un hombre que nunca
ha sabido lo que es ganar la plata. Es muy lindo abrir el Libro y decir: El
profeta Isaías dijo: El espíritu de Dios me ha mandado a evangelizar la aridez;
venid y yo os mostraré brotar la fuente de aguas vivas. Pero para decir eso hay
que tener un techo, sobre todo si llueve. Para tener un techo hay que tener un
gran salón. Para tener gran salón se precisa plata, mucha plata. Y la plata hay
que administrarla bien. Cualidad en que nuestro gran Caifás, como no me
negarás, no le cede la palma a ninguno. ¡Eh, eh!, es fácil despreciar a los que
no tienen facilidad de palabra; pero la predicación ¿por ventura es todo? La
administración es lo más necesario que hay en cualquier sociedad humana.»
«Ellos están en el medio de la
política; yo y vos, nazarenos humildes, poetas de pueblo, escritores de tres al
cuarto, ¿qué necesidad tenemos de tocar temas candentes, habiendo tantos temas
sobre qué escribir con gusto y satisfacción de todos? Me dices que el
predicador tiene ante todo que hacerse oír, porque un predicador que no le
atienden, y nada, es la misma cosa. Y para hacerse oír hay que hablar del
Reino, pues todo el mundo hoy día está embalado con el famoso Reino. Muy bien.
Una cosa es hablar del Reino en general, como se debe hablar; otra cosa es
descender al pormenor, hasta llegar a aludir a los herodianos, a los hilleitas,
a los saduceos, y lo que es más grave, a los romanos. ¡Ay, ay, ay! La religión
no tiene nada que ver con esas cosas, y a nosotros lo que nos interesa
solamente es la religión. El religioso debe respirar religión, debe comer
religión, debe hablar religión y debe vivir religión en todos sus momentos;
como hicieron aquellos grandes padres nuestros los profetas, que eran pura religión
ambulante. Nada más que religión pura. Eso no ofende a nadie.»
«Ahora, si es verdad lo que me han
contado, que has comenzado a aplicarte a Ti mismo las profecías y (lo que es
muy propio de tu ingenuidad) a tomar las palabras de los Libros Santos
¡literalmente!, entonces, qué quieres que te diga, francamente,hemos sido
amigos desde la niñez, y por mí, yo no deseo repudiar tu amistad, pero hay
cosas que pasan los límites y que yo, sinceramente, te lo digo con toda la franqueza
de la amistad, ¡yo no las entiendo!» Así mismo se lo dije; y que Dios me
mate si miento
* * *
¡Pobre Jesús! Yo veía que por ese
camino no podía acabar bien; pero nunca jamás soñé,
¡Dios mío!, que debía acabar
¡crucificado! ¡Gran Dios! ¡Crucificado!”
P. Leonardo Castellani – La última parábola (fragmento), “Cristo y los
Fariseos”, Ediciones Jauja, 1999.