Puede
ser que nos traten de “sofistas venenosos”, de “sabuesos de la Inquisición”, de
“teólogos quiméricos” y aún con otros amables apelativos que no molestan
viniendo de una pequeña secta que no vuela alto; nuestra respuesta será
citar algunos juicios de autoridad acerca del peligro del
“Catolicismo-liberal”.
¿Qué
pensaba Pío IX?
Dirigiéndose
a los Peregrinos de Nevers (junio 1871), el Santo Padre se
lamentaba con dolor: “Lo que aflige a vuestro país y le impide merecer
las bendiciones de Dios, es esa mezcla de principios. Diré
claramente y no callaré: lo que temo no son todos esos miserables de la Comuna
de París…, lo que temo es esta desdichada política, este liberalismo
católico que es el verdadero desastre…, ese juego de oscilación que
destruirá la Religión. Es necesario, sin duda, practicar la caridad, hacer todo
lo posible para salvar a quienes andan descarriados; sin embargo, no es
necesario para ello comulgar con sus opiniones…” (1).
Dos
años después, Pío IX, respondiendo unas preguntas, envió un Breve a un
Comité Católico de Orléans. Allí leemos lo siguiente: “Es
cierto que tenéis que sostener la lucha contra la impiedad, sin embargo, puede
ser que tengáis menos que temer de ese lado que de un grupo amigo, compuesto de
hombres imbuidos de esa doctrina equívoca, la cual, rechazando las
consecuencias extremas de los errores, mantiene y alimenta obstinadamente el
germen inicial, y no queriendo entregarse a la verdad completa, ni osando
tampoco rechazarla enteramente, procura interpretar las enseñanzas de la
Iglesia de tal modo que concuerden con sus propios sentimientos”.
Algún tiempo después, remitió un nuevo Breve a un Círculo de Católicos de Quimper: “Ellos (vuestros adherentes) ciertamente no serán apartados de esta obediencia por los escritos y esfuerzos de los enemigos de la Iglesia y de esta Cátedra de Pedro, puesto que precisamente es contra esos enemigos que ellos han emprendido la lucha; pero sí podrían encontrar un camino de deslizarse hacia el error en esas opiniones que se dicen liberales, que son aceptadas por muchos católicos, virtuosos por otra parte y piadosos, corriendo el riesgo de ser fácilmente atraídos hacia esas opiniones muy perniciosas. Advertid entonces, venerable hermano (el Obispo de Quimper), a los miembros de la Asociación Católica, que en las numerosas ocasiones en las que Nos, hemos condenado a los adeptos de las opiniones liberales, no nos hemos referido a aquellos que odian a la Iglesia y que hubiera sido inútil designar; sino más bien, señalamos a aquellos que, conservando y manteniendo escondido el virus de los principios liberales que han bebido con la leche bajo la excusa de que no está infectada de una malicia manifiesta y no es dañosa para la Religión, según ellos, así la inoculan fácilmente en las almas y propagan de esta manera las semillas de esa revolución por la cual el mundo está destruido desde hace tanto tiempo”.
Ese
mismo año de 1873 se lee en un Breve al Círculo Católico de Milán: “No
obstante, y siendo cierto que los hijos de este siglo son más sagaces que los
hijos de la luz, sus engaños (los de los enemigos de la Iglesia) tendrían sin
duda menos éxitos si un gran número entre aquellos que llevan el nombre de
católicos, no les tendieran una mano amiga. Sí, ¡así es! Hay quienes tienen la
apariencia de querer marchar de acuerdo con nuestros enemigos, y se esfuerzan
por establecer una alianza entre la luz y las tinieblas, un acuerdo entre la
justicia y la iniquidad, por medio de esas doctrinas que se llaman
“Católico-liberales”, las que, apoyándose sobre los principios más
perniciosos, adulan el poder laico cuando invade las cosas espirituales y
empuja los espíritus, por lo menos, a la tolerancia de leyes más inicuas, tan
tranquilamente como si no hubiese sido escrito que nadie puede servir a dos
señores. Así, éstos, ciertamente, son más peligrosos y más funestos que
los enemigos declarados, porque secundan sus esfuerzos como desapercibidos
y aún ignorantes, porque se mantienen en el límite extremo de las opiniones
formalmente condenadas, y toman una cierta apariencia de integridad y de
doctrina irreprochable, tentando de esta manera a los imprudentes amigos de
conciliaciones, engañando a las personas rectas que se revelarían contra un
error manifiesto. Así es como ellos dividen los ánimos, desgarran la unidad, y
debilitan las fuerzas que debieran reunir para conducirlas juntas contra el
enemigo…”
También en 1873, Pío IX se expresó en igual sentido en un Breve al Presidente de la Federación de los Círculos Católicos de Bélgica: “Lo que más alabamos en esa religiosa obra es que sois enemigos de los principios «Católico-liberales», que tratáis de limpiar de las inteligencias tanto como está en vuestro poder. Aquellos que están imbuidos de esos principios, hacen profesión, es cierto, de amor y respeto por la Iglesia, y parecen consagrar a su defensa sus talentos y sus trabajos; pero no trabajan menos en pervertir su espíritu y su doctrina, y cada uno de ellos, siguiendo la variación particular de su espíritu, se inclina a ponerse al servicio o del César o de aquellos que inventan derechos a favor de la falsa libertad. Piensan que es absolutamente necesario seguir este camino para evitar causas de discusiones, para conciliar con el Evangelio el progreso de la sociedad actual, y para restablecer el orden y la tranquilidad, como si la luz pudiera coexistir con las tinieblas, y como si la verdad no continuara siendo verdad a pesar de que se quiera violentar su verdadero significado y despojarla de la inmutabilidad inherente a su naturaleza. Este insidioso error es más peligroso que una enemistad declarada, porque se cubre con el velo engañoso del celo y de la caridad; y es evidente que esforzándose en combatirla y poniendo un cuidado constante por alejar de ella a los simples, que extirparéis la raíz fatal de las discordias y trabajaréis eficazmente en producir y mantener la estrecha unión de las almas”. Criticar esas doctrinas, es dividir pero para fomentar su unión, teniendo en cuenta “la única campana” que pedía la reciente declaración de los Cardenales y Obispos de Francia.
También en 1873, Pío IX se expresó en igual sentido en un Breve al Presidente de la Federación de los Círculos Católicos de Bélgica: “Lo que más alabamos en esa religiosa obra es que sois enemigos de los principios «Católico-liberales», que tratáis de limpiar de las inteligencias tanto como está en vuestro poder. Aquellos que están imbuidos de esos principios, hacen profesión, es cierto, de amor y respeto por la Iglesia, y parecen consagrar a su defensa sus talentos y sus trabajos; pero no trabajan menos en pervertir su espíritu y su doctrina, y cada uno de ellos, siguiendo la variación particular de su espíritu, se inclina a ponerse al servicio o del César o de aquellos que inventan derechos a favor de la falsa libertad. Piensan que es absolutamente necesario seguir este camino para evitar causas de discusiones, para conciliar con el Evangelio el progreso de la sociedad actual, y para restablecer el orden y la tranquilidad, como si la luz pudiera coexistir con las tinieblas, y como si la verdad no continuara siendo verdad a pesar de que se quiera violentar su verdadero significado y despojarla de la inmutabilidad inherente a su naturaleza. Este insidioso error es más peligroso que una enemistad declarada, porque se cubre con el velo engañoso del celo y de la caridad; y es evidente que esforzándose en combatirla y poniendo un cuidado constante por alejar de ella a los simples, que extirparéis la raíz fatal de las discordias y trabajaréis eficazmente en producir y mantener la estrecha unión de las almas”. Criticar esas doctrinas, es dividir pero para fomentar su unión, teniendo en cuenta “la única campana” que pedía la reciente declaración de los Cardenales y Obispos de Francia.
En
1874, Breve a los redactores de La Croix en Bruselas: El
Santo Padre los felicita por luchar “especialmente contra el liberalismo
católico que procura conciliar la luz con las tinieblas, la verdad con
el error. Sin duda, prosigue Pío IX, os habéis abocado a una lucha brava y bien
difícil, ya que esas doctrinas perniciosas, que abren el camino a toda empresa
de impiedad, son, en este momento, sostenidas con violencia por todos aquellos
que se glorían de favorecer el pretendido progreso de la civilización; por
todos aquellos que profesan la religión exteriormente, pero que, no teniendo
sin embargo, su verdadero espíritu, hablan en todas partes y con mucho ruido,
de paz, mientras ignoran la verdadera vía que lleva a la paz; atraen a ellos por este proceder, una
cantidad muy considerable de hombres a los que seduce el amor egoísta de la
tranquilidad”.
Admiremos la fina y firme psicología de esta última frase que explica en parte el éxito del “Catolicismo-liberal”, el cual halaga, en efecto, las disposiciones más comunes en la naturaleza caída de todo hombre, orgullo secreto, desprecio de la autoridad, confianza en sí mismo, horror a la lucha… Dando vuelo a estas disposiciones, el “Catolicismo-liberal” crea “un estado de espíritu suavemente satánico, tranquilamente insumiso u opuesto a Dios”.
En
febrero de 1875, Breve a los miembros de la Conferencia de San Vicente
de Paul de Angers: “Perseverad en la fe… pero no permitáis jamás que se desvíe
vuestro objetivo, sea por las trampas que el error multiplica, sea por los
discursos sutiles y melosos de aquellos que, confiando en su propia sabiduría,
consideran a veces inoportuna tal o cual doctrina de la Iglesia, creyendo haber
descubierto una especie de término medio, con cuya ayuda, podrán lograr que la
verdad y el error, que se combaten sin cesar, lleguen a un mutuo abrazo,
considerando como una obra de prudencia no atarse plenamente ni a la una ni al
otro, temiendo que la verdad sacuda al error de su conquista, o que el error
sobrepase los límites que locamente han creído poderle asignar”.
Finalmente, en diciembre de 1876, Pío IX dirigía aún un Breve a los redactores de un diario católico de Rodez, donde decía: “No podemos menos que aprobar el haber emprendido la defensa y explicación de las decisiones de Nuestro Syllabus, sobre todo de aquellas que condenan el Liberalismo que se dice católico, que cuenta con un gran número de adherentes aún entre hombres rectos que parecen casi no apartarse de la verdad, y es más peligroso para los demás, engaña más fácilmente a aquellos que no están prevenidos, destruyendo el espíritu católico insensiblemente y de manera escondida, disminuye la fuerza de los católicos y aumenta la de sus enemigos.
Muchos seguramente os acusarán de imprudencia y dirán que vuestra tarea es inoportuna; pero, porque la verdad puede desagradar a muchos e irritar a aquellos que se obstinan en su error, no puede por eso ser considerada imprudente e inoportuna; más bien, es necesario creer que ella es tanto más prudente y más oportuna cuanto el mal que combate es más grave y más extendido. De igual manera habría que afirmar que nada es más imprudente y más inoportuno que la predicación del Evangelio que tuvo lugar cuando la religión, las leyes, las costumbres de todas las naciones le hacían una oposición directa. Una lucha de ese tipo no podría sino atraerse las injurias, el desprecio, las querellas llenas de odio; pero Aquel que trajo la Verdad a la tierra, no predijo una cosa diferente a sus discípulos, sino que ellos serían odiados a causa de su Nombre”.
Y además, agregamos nosotros, si, hablando en la jerga democrático-liberal, el hombre moderno ha salido de la infancia y ha llegado a ser adulto, debe ser más capaz que nunca para soportar el peso de toda la verdad. Y no es entonces el momento de callarla.
Tales declaraciones, viniendo de una tan alta y augusta autoridad, confirman singularmente nuestras reflexiones, nuestros juicios, nuestra actitud. Pero, se dirá para buscar atenuar su valor, que ¡esos Breves no están ubicados entre las declaraciones solemnes del Vicario de Jesucristo! Sin duda, replica el Cardenal Pie; “sin embargo, salen del marco de simples cartas privadas, tanto por sus destinatarios, como por su contenido. Los destinatarios no son simples individuos, sino asociaciones católicas, a las cuales es evidente que el Jefe de la Iglesia tiene la intención de dar una dirección doctrinaria. El contenido es el desarrollo y aplicación de los documentos anteriores dirigidos al episcopado. Esos Breves son la condenación explícita y fundada del liberalismo religioso, y se necesita un singular empecinamiento para conciliar en adelante ese sistema con la ortodoxia católica” (2).
A su vez, los Obispos de Ecuador, reunidos en el Concilio en Quito (1885), redactaron una carta colectiva en la que puede leerse: “En cuanto a nosotros, no tememos tanto los furores y violencias del radicalismo absoluto del francliberalismo…, de la francmasonería…Lo que nos inquieta sobre todo es el Liberalismo Católico, esa perniciosa peste, esa política pendular, verdugo disfrazado, peor que la Comuna de París, como lo ha expresado Pío IX en diversas circunstancias… Ese funesto error… corrompe poco a poco el corazón, pervierte la inteligencia, finalmente pierde las almas y consuma la ruina de la Religión y de la Patria…”
NOTAS:
(1) Después de recordar este discurso de Pío IX, el Cardenal Andrieu agregaba (1922): “Ya es hora de acabar con este ídolo del liberalismo que aun tiene tantos adoradores, y que en este mismo instante en que os hablo, trabaja con una actividad febril, con el pretexto de sagrada unión y paz religiosa, procurando reconciliar a los católicos con las leyes justamente condenadas por las Encíclicas pontificias como atentatorias de los derechos de Dios y la constitución divina de la Iglesia”.
(2) Œuvres, VII,
p. 567.
Del libro “Liberalismo
y Catolicismo”, Padre Augustin Roussel.