jueves, 7 de mayo de 2015

EL CATÓLICO LIBERAL – P. AGUSTÍN ROUSSEL






PREOCUPACIÓN POR LA PAZ

El “Católico-liberal” quiere la paz a cualquier precio, pero es un precio demasiado elevado, pues, tal como la concibe y la practica, se realiza siempre en detrimento de la verdad, de los derechos de Dios y de la Iglesia. Ciertamente, todo católico debe amar la paz, es decir, buscar la tranquilidad del orden en todo dominio: “Bienaventurados los pacíficos”. Pero, dice el Cardenal Pie, la paz no es posible más que en la verdadpues el orden no es posible entre aquello que no está dispuesto según la exigencia de las mutuas relaciones; entre los hombres, sólo si su actividad esta ordenada según la virtud, en particular según la justicia y la caridad que aseguran el respeto de todos los poderes legítimos, de todos los derechos.(Estas virtudes sociales, por otra parte, no pueden ser plenamente comprendidas y realizadas más que en el seno de la verdadera Religión; pues sólo el Catolicismo, orden íntegro y fuerza misma de Dios, es de naturaleza para conducirlas a la perfección relativa que comportan en este mundo). De ahí que la paz es imposible aquí en esta tierra, entre la Iglesia y el mundo: “Hijo mío, al entrar al servicio del Señor, prepara tu alma para la prueba”.(Eclo, 2, 1)“Así, todos aquellos que quieren vivir con piedad en Cristo Jesús, deberán sufrir persecución”.(II Timoteo, 3, 12)

Nuestro Señor mismo lo ha predicho claramente: “Seréis odiados a causa de mi nombre”; y en efecto, es un privilegio del Catolicismo el excitar siempre y en todas partes el odio violento o hipócrita del mundo que él condena. La Iglesia militante luchará en tanto haya almas que salvar. En consecuencia, el pacífico es con frecuencia llevado a preparar y hacer la guerra contra los perturbadores del orden, contra la concupiscencia, contra el mundo, contra Satán. Es pues por amor del orden y de la paz que atacará la ignorancia, el error, las pasiones, para salvar almas. El “Católico-liberal” ignora las verdaderas condiciones para la paz, esta permanencia del orden, puesto que él lleva el desorden en su pensamiento como en el mismo nombre que se da. Quisiera el acuerdo de voluntades por encima y a pesar de la divergencia y la oposición de los espíritus. No alcanza más que a una tolerancia superficial y provisoria en la que el catolicismo lleva todo lo de perder y nada que ganar. No logra en absoluto la verdadera paz, no obtiene ni siquiera la estima de sus adversarios: ¡Cuántas veces lo hemos visto tender con penosa insistencia una mano que se le rechazaba con desprecio! No, el “Católico-liberal” no es pacífico, es pacifista: tiene de ello las dos principales características: aversión a sus hermanos católicos sin epítetos, la comprensión con los enemigos.



Este martes 23 de septiembre de 2014, Mons. Bernard Fellay, Superior General de la Fraternidad San Pío X, se reunió con el Cardenal Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe. Lo acompañaban los Padres Niklaus Pfluger y Alain-Marc Nély, 1° y 2° Asistentes Generales de la Fraternidad. Junto al Cardenal Müller se encontraban Mons. Luis Ladaria Ferrer s.j., Secretario de la Congregación para la Doctrina de la fe, Mons. Joseph Augustin Di Noia o.p., Secretario adjunto, y Mons. Guido Pozzo, Secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei.
(…)
En una entrevista cordial, se expusieron las dificultades doctrinales y canónicas, y se evocó la situación actual de la Iglesia. Se decidió continuar con los intercambios para aclarar los puntos de divergencia que subsisten.
 Menzingen, 23 de septiembre de 2014
(DICI)


Fotografía con que el sito de noticias del Vaticano ilustró el encuentro entre el Card. Müller y Mons. Fellay (http://www.news.va/en/news/congregation-for-the-doctrine-of-the-faith-cardina)
que demuestra el desprecio que se le tiene a los conciliadores fraternitarios en Roma.

“¡Cuántas veces lo hemos visto (al católico liberal) tender con penosa insistencia una mano que se le rechazaba con desprecio!”



ACTITUD CARITATIVA

¡Caridad, caridad! Esta es una de las excusas con que el “Católico-liberal” trata de justificarse. La verdadera caridad consiste en amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo por amor de Dios; ella no separa estos dos amores, ama a Dios y al prójimo como Dios lo manda, en el orden y de la manera que Él lo quiere, es decir, con, por, y en Jesucristo y la Iglesia. Sabe que el primer bien es la verdad: difundirla será pues su primer deber. Y porque ama fervientemente, detesta con vigor; experimenta un odio implacable al mal, al error, al pecado y busca destruir todos los obstáculos que se oponen a la misión apostólica de la Iglesia. Comentando las palabras de San Pablo: facientes veritatem in caritate, el Cardenal Pie escribe: “La caridad implica ante todo el amor de Dios y de la verdad; no teme pues sacar la espada de la vaina cuando está en juego el interés de la causa divina, sabiendo que más de un enemigo no puede ser cambiado o curado más que por los golpes enérgicos y heridas saludables”. ¿Ama a Dios por sobre todas las cosas el “Católico-liberal” que desconoce su verdad y hace y negocia con tanta habilidad sus derechos imprescriptibles? ¿Ama a su prójimo cuando no emplea todas sus posibilidades para sacarlos del error y hacerle la limosna de un poco de verdad sobrenatural? ¿Es verdaderamente amar a un enfermo ocultarle su mal en vez de curarlo? ¿Es verdaderamente tener piedad de las almas, callar las verdades algo duras pero que sólo por ellas podrían despertarse y salvarse, argumentando que no se los quiere violentar?... No, la caridad del “Católico-liberal” está mal ordenada por no decir directamente deformada. Es más de caridad desordenada que caritativo, pues si es todo dulzura con el incrédulo, es en cambio todo acritud, animosidad con el católico. Su corazón se vuelve hacia «la izquierda» como sus ideas, y en ese sentido no ve en ellos más que equivocados, extraviados y les prodiga tesoros de indulgencia de la que no le queda nada para los verdaderos católicos; con ellos se muestra fácilmente acervo y violento: entonces “su celo es amargo, su polémica agria, su caridad agresiva” (Dom Sardá).


“Por un lado, culpamos a las autoridades actuales de todos los errores y todos los males que se encuentran en la Iglesia, olvidando que ellas intentan al menos en parte de liberarse de los más graves (la condenación de la “hermenéutica de la ruptura” denuncia errores muy reales). Por otra parte se afirma que todos están arraigados en esta pertinacia (“todos modernistas,  “todos podridos”). Esto es obviamente falso. Una gran mayoría se deja llevar por el movimiento, pero no todos.”
(Mons. Fellay, Carta a los tres obispos, 14 abril 2012)
  
“Tenemos ahora contactos amigables en los dicasterios más importantes, ¡también entre los más allegados al Papa!”
(Mons. Fellay, Cor Unum Marzo 2012).

“Sin embargo, si tenemos en cuenta las lecciones de la historia de la Iglesia, vemos que los santos, con una gran fortaleza de alma y de fe hicieron volver a las almas perdidas en situaciones de crisis graves, usando de una gran misericordia (y firmeza) sin caer en una excesiva rigidez reprensible, como fue por ejemplo el caso de los Donatistas, o de Tertuliano. Y, sin negarse, no obstante, a trabajar con y en la Iglesia, a pesar de la ocupación arriana (por ejemplo) y de numerosos obispos que estaban todavía en sus funciones”.
(Mons. Fellay, idem ant.)



 CONDUCTA PRUDENTE

¡Pero al menos es “prudente”, el “Católico-liberal”! Hace de la prudencia su esencia, algo propio, casi su definición; ¿acaso no es la virtud del “justo medio” por excelencia, y reguladora de todas las virtudes? No será él quien comprometerá el bien, pretendiendo tontamente lo más perfecto; él sabe contentarse sabiamente con lo «posible», es lo que repite siempre con una modestia que le satisface. Mas, ¿qué es ubicarse en lo justo? La prudencia se define como la rectio ratio agibilium, lo que puede traducirse como el arte de lograr, en el verdadero sentido de esta palabra, es decir, llegar plenamente a sus objetivos. La prudencia no perderá de vista jamás este fin que es aquí el fin último del hombre y del universo y apreciará todos los medios en relación con este último fin. Procurará el mayor bien realizable en determinadas circunstancias dadas, pero no considera eso más que como un paso hacia el fin último y no se queda en esas circunstancias como en una etapa definitiva. Ante el mal, lo trata en la medida en que pueda lograr un bien, pero no se acomoda jamás a él y si lo soporta provisoriamente es porque espera una ocasión propicia o la provoca para triunfar más completamente. Así pues, adaptándose a las circunstancias a fin de lograr el mayor bien actual, no cesa de trabajar en reformar las malas disposiciones para aumentar siempre el mayor bien posible; nunca es una prudencia resignada, sino conquistadora; quiere el logro de su objetivo y por eso no desdeña aun la fuerza, pero la regula y la utiliza en vista de sus fines. La prudencia del “Católico-liberal” no se eleva del nivel común porque su visión es limitada; no levantando lo suficiente su mirada, no ve lo necesariamente lejos y le falta así la sabiduría “ciencia de las causas más elevadas”. Es débil e indecisa por falta de convicción y de fe; es que el «Católico-liberal» tiene demasiada confianza en las pequeñas fuerzas humanas y no lo suficiente en Dios y en su Gracia. Es la prudencia del mundo, la prudencia “carnal”. De donde, el combatir no es de ninguna manera su quehacer y blasfema de la fuerza en lugar de ponerla al servicio de la verdad. Es una prudencia que no saber organizar más que operaciones de retirada, en el fondo es el temor y tal vez la dejadez.



“Pero a decir verdad la fidelidad no basta, y si hay otra virtud que falta mucho hoy día es la prudencia y no es una virtud fácil. Si uno no la tiene, lo que tiene que hacer con un poco de humildad –eso lo puede salvar– es fiarse de los que son prudentes.
(…)
¿Qué es lo que falta ahí? Lo que falta es prudencia, es luz, es esa inteligencia sobrenatural, el consejo: el don de Consejo. Una fidelidad y un celo sin discreción son tremendamente destructores. ¿Qué es lo que me permite a mí resistir a las autoridades eclesiásticas romanas, y qué lo que me obliga a obedecer a mi superior general?, ¿es la fidelidad? No, ciertamente (que tengo que ser fiel es una condición y es un supuesto, pero, en todo caso, tengo, que ser más fiel a la Iglesia y a las autoridades romanas que a mi Superior General); sino la prudencia sobrenatural, que me guía y que me hace ver que en un caso estoy obligado ––para obedecer a Dios– a resistir, y en el otro caso –para obedecer a Dios– tengo que obedecer”.
(Mons. de Galarreta, sermón de ordenaciones el 22 de diciembre de 2012). 


SENTIDO DE LA REALIDAD

El “Católico-liberal”, a falta de “sentido católico”, se cree y gustosamente dice estar dotado del sentido de la realidad. No es un teórico sino un realizador. Conoce su época, la conoce al detalle, sus aspiraciones y necesidades. A pueblos adultos y ávidos de libertad, hay que presentarles la verdad de manera nueva y urge a la Iglesia para que entre en el diapasón del progreso actual. Es decir, no tiene, desgraciadamente, ni el sentido de las realidades especulativas naturales ni sobrenaturales, dado su amor excesivamente tibio por la verdad, ni tampoco el sentido de las realidades prácticas, por su carencia asombrosa de psicologíaPretende conocer las aspiraciones de su tiempo, pero desconoce las aspiraciones profundas de toda época, las de la inteligencia por lo verdadero universal, las de la voluntad por el Bien Soberano. Ignora la atracción invencible que ejerce sobre toda alma la exposición franca de la verdad; por otra parte demasiado confiado en los medios humanos, no sabe apoyarse sobre Aquel que hizo el cielo y la tierra, sobre la gracia todopoderosa de Jesucristo, no tiene suficiente fe, particularmente en la afinidad profunda que existe entre el alma sacerdotal y el alma bautizada. De tal manera, si él es sacerdote, su predicación es ineficaz y floja porque sustituye demasiado a menudo, por palabras elocuentes y persuasivas, la “virtus Christi”. En lugar de hablar de autoridad, como representante de Dios y embajador de Cristo, se hace pequeño, hombre, suplicante, y no obtiene entonces sino, a lo sumo, un resultado humano y a veces la indiferencia y el desprecioCarece también de psicología con respecto al adversario obstinado: se imagina que al ceder siempre ante él obtendrá más, y cada vez pierde terreno. Eso es lo que llama lo “posible”, el “mal menor”; pero cuando hace de esta actitud un sistema, entonces verdaderamente el «mal menor» se vuelve el peor de los males, el famoso “posible” se reduce sin cesar porque poco a poco a medida de sus retrocesos, el adversario no cesa de avanzar y conserva sus conquistas: esa es la historia de la resistencia “liberal-católica” desde hace cincuenta años. ¡Se ha llegado hoy a la aceptación y al respeto de las leyes laicas! Esta es la política de resultados. Los cuales son desoladores.

Así, el pretendido “justo medio” se desplaza continuamente y siempre hacia lo peor. Es de destacar, en efecto, que el “Católico-liberal”, colocado entre la iglesia y la Revolución, se aleja regularmente de la iglesia para acercarse a la Revolución: en este sentido, sí, él es a menudo muy “adelantado”, va hacia el pueblo, ¿pero es para adaptarse a él, o para conformarlo en Jesucristo? Así, el “Católico-liberal”, cuya intención era reconciliar la Iglesia con la Revolución, de hecho, ha permitido, ha hecho posible y fáciles las conquistas de la Revolución; él no ha conquistado nada de la izquierda y ha hecho perder mucho a la derecha, no ha logrado nada en cuanto a conversiones y ha facilitado muchas perversiones y apostasías. Nos reprocha comprometer a la Iglesia, en tanto se comprometen, ellos mismos, ante el mundo hostil por el simple enunciado de lo que ellos creen y quieren. Nosotros los acusamos de traicionar la Iglesia, ya sea debilitando la fe o bien quebrando la resistencia católica, pactando desinhibidamente con el adversario mismo. Louis Veuillot ha podido por ello escribir: “Ningún grupo, ningún notable revolucionario, ha sido convertido aun, por los programas, los progresos, las delicadezas, ¡y es necesario decirlo!, por las debilidades de los «Católico-liberales». En vano estos han renegado de sus hermanos, despreciando las Bulas, explicando o desdeñando las Encíclicas; estos excesos les han valido mezquinos elogios, humillantes estímulos, ninguna adhesión. Hasta ahora la capilla liberal no es una entrada, sino que más parece ser nada más que una salida de la Iglesia”.

Sin embargo, al “Católico-liberal” no le falta inteligencia, tiene elocuencia, talento, erudición y bien lo sabe. Pero es su posición la que es “imbécil” en el sentido latino del término: en lugar de construir sobre la roca “fundatus supra firmam petram”, construye sobre la arena movediza de la libertad y ahí se hunde; es su posición que es contradictoria pues deplora los efectos de las causas que él ama; quiere combatir la impiedad, la inmoralidad, la herejía, y no ve para ello más que su liberalismo y hacia allí va derecho sin aceptar otra cosa.



“La historia de la Iglesia muestra que la curación de los males que la afligen, se lleva a cabo habitualmente de manera lenta y gradual, y cuando un problema se termina, hay otro que comienza oportet haereses esse. Pretender esperar a que todo se arregle para llegar a lo que ustedes llaman un acuerdo práctico, no es realista”.
(Mons. Fellay, Carta a los tres obispos, 14 abril 2012)

“Por supuesto que lo mejor sería que Roma renunciara a los errores conciliares, regresara a la Tradición y únicamente después, sobre esta base, la Fraternidad obtuviera automáticamente un estatus canónico regularizado en la Iglesia. Sin embargo, la realidad nos incita a no hacer depender un eventual acuerdo de una gran autocrítica de Roma, sino de una atribución de garantías reales que Roma, tal cual ella es, permitiera a la Fraternidad permanecer tal como es”.
(Mons. de Galarreta, Entrevista dada en Polonia el 7 de abril de 2013)


Textos tomados del libro del P. A. Roussel “Liberalismo y Catolicismo”.