PREOCUPACIÓN
POR LA PAZ
El
“Católico-liberal” quiere la paz a cualquier precio, pero es un precio
demasiado elevado, pues, tal como la concibe y la practica, se realiza siempre
en detrimento de la verdad, de los derechos de Dios y de la Iglesia.
Ciertamente, todo católico debe amar la paz, es decir, buscar la tranquilidad
del orden en todo dominio: “Bienaventurados los pacíficos”. Pero, dice el
Cardenal Pie, la paz no es
posible más que en la verdad, pues el orden no es posible
entre aquello que no está dispuesto según la exigencia de las mutuas
relaciones; entre los hombres, sólo si su actividad esta ordenada según la
virtud, en particular según la justicia y la caridad que aseguran el respeto de
todos los poderes legítimos, de todos los derechos.(Estas virtudes sociales, por otra parte, no pueden ser plenamente
comprendidas y realizadas más que en el seno de la verdadera Religión; pues
sólo el Catolicismo, orden íntegro y fuerza misma de Dios, es de naturaleza
para conducirlas a la perfección relativa que comportan en este mundo). De
ahí que la paz es imposible aquí en esta tierra, entre la Iglesia y el
mundo: “Hijo mío, al entrar al servicio del Señor, prepara tu alma para
la prueba”.(Eclo, 2, 1)“Así,
todos aquellos que quieren vivir con piedad en Cristo Jesús, deberán sufrir
persecución”.(II Timoteo, 3, 12)
Nuestro
Señor mismo lo ha predicho claramente: “Seréis odiados a causa de mi
nombre”; y en efecto, es un privilegio del Catolicismo el excitar
siempre y en todas partes el odio violento o hipócrita del mundo que él
condena. La Iglesia militante luchará en tanto haya almas que
salvar. En consecuencia, el pacífico es
con frecuencia llevado a preparar y hacer la guerra contra los perturbadores
del orden, contra la concupiscencia, contra el mundo, contra Satán. Es pues por
amor del orden y de la paz que atacará la ignorancia, el error, las pasiones,
para salvar almas. El
“Católico-liberal” ignora las verdaderas condiciones para la paz, esta
permanencia del orden, puesto que él lleva el desorden en su pensamiento como
en el mismo nombre que se da. Quisiera el acuerdo de voluntades por
encima y a pesar de la divergencia y la oposición de los espíritus. No
alcanza más que a una tolerancia superficial y provisoria en la que el
catolicismo lleva todo lo de perder y nada que ganar. No logra en absoluto la
verdadera paz, no obtiene ni siquiera la estima de sus adversarios: ¡Cuántas veces lo hemos visto tender con
penosa insistencia una mano que se le rechazaba con desprecio! No, el
“Católico-liberal” no es pacífico, es pacifista: tiene de ello las
dos principales características: aversión a sus hermanos católicos sin
epítetos, la comprensión con los enemigos.
Este
martes 23 de septiembre de 2014, Mons. Bernard Fellay, Superior General de la
Fraternidad San Pío X, se reunió con el Cardenal Gerhard Ludwig Müller,
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe. Lo acompañaban los
Padres Niklaus Pfluger y Alain-Marc Nély, 1° y 2° Asistentes Generales de la
Fraternidad. Junto al Cardenal Müller se encontraban Mons. Luis Ladaria Ferrer
s.j., Secretario de la Congregación para la Doctrina de la fe, Mons. Joseph
Augustin Di Noia o.p., Secretario adjunto, y Mons. Guido Pozzo, Secretario de
la Pontificia Comisión Ecclesia Dei.
(…)
En
una entrevista cordial, se expusieron las dificultades doctrinales y canónicas,
y se evocó la situación actual de la Iglesia. Se decidió continuar con los
intercambios para aclarar los puntos de divergencia que subsisten.
Menzingen,
23 de septiembre de 2014
(DICI)
Fotografía con que el sito de noticias del Vaticano
ilustró el encuentro entre el Card. Müller y Mons. Fellay (http://www.news.va/en/news/congregation-for-the-doctrine-of-the-faith-cardina)
que demuestra el desprecio que se le tiene a los
conciliadores fraternitarios en Roma.
“¡Cuántas
veces lo hemos visto (al católico liberal) tender con penosa insistencia una mano
que se le rechazaba con desprecio!”
ACTITUD
CARITATIVA
¡Caridad, caridad! Esta
es una de las excusas con que el “Católico-liberal” trata de justificarse.
La verdadera caridad consiste en amar a Dios por sobre todas las cosas y al
prójimo por amor de Dios; ella no separa estos dos amores, ama a Dios y al
prójimo como Dios lo manda, en el orden y de la manera que Él lo quiere, es
decir, con, por, y en Jesucristo y la Iglesia. Sabe que el primer bien es la verdad: difundirla será pues su primer deber. Y porque ama fervientemente, detesta con
vigor; experimenta un odio implacable al mal, al error, al pecado y busca
destruir todos los obstáculos que se oponen a la misión apostólica de la
Iglesia. Comentando las palabras de San Pablo: facientes veritatem
in caritate, el Cardenal Pie
escribe: “La caridad implica ante todo el amor de Dios y de la verdad;
no teme pues sacar la espada de la vaina cuando está en juego el interés de la
causa divina, sabiendo que más de un enemigo no puede ser cambiado o curado más
que por los golpes enérgicos y heridas saludables”. ¿Ama a Dios
por sobre todas las cosas el “Católico-liberal” que desconoce su verdad y hace
y negocia con tanta habilidad sus derechos imprescriptibles? ¿Ama a su prójimo
cuando no emplea todas sus posibilidades para sacarlos del error y hacerle la
limosna de un poco de verdad sobrenatural? ¿Es verdaderamente amar a un enfermo
ocultarle su mal en vez de curarlo? ¿Es verdaderamente tener piedad de las
almas, callar las verdades algo duras pero que sólo por ellas podrían
despertarse y salvarse, argumentando que no se los quiere violentar?... No, la caridad del “Católico-liberal” está mal
ordenada por no decir directamente deformada. Es más de caridad desordenada que
caritativo, pues si es todo dulzura con el incrédulo, es en cambio todo
acritud, animosidad con el católico. Su corazón se vuelve hacia «la
izquierda» como sus ideas, y en ese sentido no ve en ellos más que equivocados,
extraviados y les prodiga tesoros de indulgencia de la que no le queda nada
para los verdaderos católicos; con ellos se muestra fácilmente acervo y
violento: entonces “su celo es amargo, su polémica agria, su caridad
agresiva” (Dom Sardá).
“Por un lado, culpamos a las
autoridades actuales de todos los errores y todos los males que se encuentran
en la Iglesia, olvidando que ellas intentan al menos en parte de liberarse de
los más graves (la condenación de la “hermenéutica de la ruptura” denuncia
errores muy reales). Por otra parte se afirma que todos están arraigados en
esta pertinacia (“todos modernistas, “todos podridos”). Esto es
obviamente falso. Una gran mayoría se deja llevar por el movimiento, pero no
todos.”
(Mons. Fellay, Carta a los tres obispos, 14
abril 2012)
“Tenemos
ahora contactos amigables en los dicasterios más importantes, ¡también entre
los más allegados al Papa!”
(Mons.
Fellay, Cor Unum Marzo 2012).
“Sin
embargo, si tenemos en cuenta las lecciones de la historia de la Iglesia, vemos
que los santos, con una gran fortaleza de alma y de fe hicieron volver a las
almas perdidas en situaciones de crisis graves, usando de una gran
misericordia (y firmeza) sin caer en una excesiva rigidez
reprensible, como fue por ejemplo el caso de los Donatistas, o de
Tertuliano. Y, sin negarse, no obstante, a trabajar con y en la Iglesia, a
pesar de la ocupación arriana (por ejemplo) y de numerosos obispos que estaban
todavía en sus funciones”.
(Mons.
Fellay, idem ant.)
CONDUCTA PRUDENTE
¡Pero
al menos es “prudente”, el “Católico-liberal”! Hace de la prudencia su esencia,
algo propio, casi su definición; ¿acaso no es la virtud del “justo medio” por
excelencia, y reguladora de todas las virtudes? No será él quien comprometerá el bien, pretendiendo tontamente lo más
perfecto; él sabe contentarse sabiamente con lo «posible», es lo que repite
siempre con una modestia que le satisface. Mas, ¿qué es ubicarse en lo
justo? La prudencia se define como la rectio ratio agibilium, lo
que puede traducirse como el arte de lograr, en el verdadero
sentido de esta palabra, es decir, llegar plenamente a sus objetivos. La
prudencia no perderá de vista jamás este fin que es aquí el fin último del
hombre y del universo y apreciará todos los medios en relación con este último
fin. Procurará el mayor bien realizable en determinadas circunstancias dadas,
pero no considera eso más que como un paso hacia el fin último y no se queda en
esas circunstancias como en una etapa definitiva. Ante el mal, lo trata en la
medida en que pueda lograr un bien, pero no se acomoda jamás a él y si lo
soporta provisoriamente es porque espera una ocasión propicia o la provoca para
triunfar más completamente. Así pues, adaptándose a las circunstancias a fin de
lograr el mayor bien actual, no cesa de trabajar en reformar las malas
disposiciones para aumentar siempre el mayor bien posible; nunca es una
prudencia resignada, sino conquistadora; quiere el logro de su objetivo y por
eso no desdeña aun la fuerza, pero la regula y la utiliza en vista de sus
fines. La prudencia del
“Católico-liberal” no se eleva del nivel común porque su visión es limitada; no
levantando lo suficiente su mirada, no ve lo necesariamente lejos y le falta
así la sabiduría “ciencia de las causas más elevadas”. Es débil e indecisa
por falta de convicción y de fe; es que el «Católico-liberal» tiene demasiada
confianza en las pequeñas fuerzas humanas y no lo suficiente en Dios y en su
Gracia. Es la prudencia del mundo, la prudencia “carnal”. De
donde, el combatir no es de ninguna
manera su quehacer y blasfema de la fuerza en lugar de ponerla al servicio de
la verdad. Es una prudencia que no saber organizar más que operaciones de
retirada, en el fondo es el temor y tal vez la dejadez.
“Pero a decir verdad la
fidelidad no basta, y si hay otra virtud que falta mucho hoy día es la
prudencia y no es una virtud fácil. Si uno no la tiene, lo que tiene
que hacer con un poco de humildad –eso lo puede salvar– es fiarse de los
que son prudentes.
(…)
¿Qué es lo que falta ahí? Lo
que falta es prudencia, es luz, es esa inteligencia sobrenatural, el
consejo: el don de Consejo. Una fidelidad y un celo sin discreción son
tremendamente destructores. ¿Qué es lo que me permite a mí resistir a las
autoridades eclesiásticas romanas, y qué lo que me obliga a obedecer a mi
superior general?, ¿es la fidelidad? No, ciertamente (que tengo que ser fiel es
una condición y es un supuesto, pero, en todo caso, tengo, que ser más fiel a la
Iglesia y a las autoridades romanas que a mi Superior General); sino la
prudencia sobrenatural, que me guía y que me hace ver que en un caso estoy
obligado ––para obedecer a Dios– a resistir, y en el otro caso –para obedecer a
Dios– tengo que obedecer”.
(Mons. de Galarreta, sermón
de ordenaciones el 22 de diciembre de 2012).
SENTIDO DE LA REALIDAD
El “Católico-liberal”,
a falta de “sentido católico”, se cree y gustosamente dice estar dotado del
sentido de la realidad. No es un teórico sino un realizador. Conoce su época, la conoce al
detalle, sus aspiraciones y necesidades. A pueblos adultos y ávidos de
libertad, hay que presentarles la verdad de manera nueva y urge a la Iglesia
para que entre en el diapasón del progreso actual. Es decir, no tiene,
desgraciadamente, ni el sentido
de las realidades especulativas naturales ni sobrenaturales, dado su
amor excesivamente tibio por la verdad, ni tampoco el sentido de las
realidades prácticas, por su carencia asombrosa de psicología. Pretende
conocer las aspiraciones de su tiempo, pero desconoce las aspiraciones
profundas de toda época, las de la inteligencia por lo verdadero universal, las
de la voluntad por el Bien Soberano. Ignora la atracción invencible que ejerce
sobre toda alma la exposición franca de la verdad; por otra parte demasiado
confiado en los medios humanos, no sabe apoyarse sobre Aquel que hizo el cielo
y la tierra, sobre la gracia todopoderosa de Jesucristo, no tiene suficiente
fe, particularmente en la afinidad profunda que existe entre el alma sacerdotal
y el alma bautizada. De tal manera, si él es sacerdote, su predicación es
ineficaz y floja porque sustituye demasiado a menudo, por palabras elocuentes y
persuasivas, la “virtus Christi”. En lugar de hablar de
autoridad, como representante de Dios y embajador de Cristo, se hace pequeño,
hombre, suplicante, y no obtiene entonces sino, a lo sumo, un resultado humano
y a veces la indiferencia y el desprecio. Carece
también de psicología con respecto al adversario obstinado: se imagina
que al ceder siempre ante él obtendrá más, y cada vez pierde terreno. Eso
es lo que llama lo “posible”, el “mal menor”; pero cuando hace de esta actitud
un sistema, entonces verdaderamente el «mal menor» se vuelve el peor de los
males, el famoso “posible” se reduce sin cesar porque poco a poco a medida de
sus retrocesos, el adversario no cesa de avanzar y conserva sus conquistas: esa
es la historia de la resistencia “liberal-católica” desde hace cincuenta años.
¡Se ha llegado hoy a la aceptación y al respeto de las leyes laicas! Esta
es la política de resultados. Los cuales son desoladores.
Así,
el pretendido “justo medio” se desplaza continuamente y siempre hacia
lo peor. Es de destacar, en efecto, que el “Católico-liberal”,
colocado entre la iglesia y la Revolución, se aleja regularmente de la iglesia
para acercarse a la Revolución: en este sentido, sí, él es a menudo muy
“adelantado”, va hacia el pueblo, ¿pero es para adaptarse a él, o para
conformarlo en Jesucristo? Así, el “Católico-liberal”, cuya intención era
reconciliar la Iglesia con la Revolución, de hecho, ha permitido, ha hecho
posible y fáciles las conquistas de la Revolución; él no ha conquistado nada de
la izquierda y ha hecho perder mucho a la derecha, no ha logrado nada en cuanto
a conversiones y ha facilitado muchas perversiones y apostasías. Nos reprocha
comprometer a la Iglesia, en tanto se comprometen, ellos mismos, ante el mundo
hostil por el simple enunciado de lo que ellos creen y quieren. Nosotros los acusamos de traicionar la
Iglesia, ya sea debilitando la fe o bien quebrando la resistencia católica,
pactando desinhibidamente con el adversario mismo. Louis Veuillot ha podido
por ello escribir: “Ningún grupo, ningún notable revolucionario, ha
sido convertido aun, por los programas, los progresos, las delicadezas, ¡y es
necesario decirlo!, por las debilidades de los «Católico-liberales». En vano
estos han renegado de sus hermanos, despreciando las Bulas, explicando o
desdeñando las Encíclicas; estos excesos les han valido mezquinos elogios,
humillantes estímulos, ninguna adhesión. Hasta ahora la capilla liberal
no es una entrada, sino que más parece ser nada más que una salida de la
Iglesia”.
Sin
embargo, al “Católico-liberal” no le
falta inteligencia, tiene elocuencia, talento, erudición y bien lo sabe. Pero
es su posición la que es “imbécil” en el sentido latino del término: en lugar
de construir sobre la roca “fundatus supra firmam petram”, construye
sobre la arena movediza de la libertad y ahí se hunde; es su posición que
es contradictoria pues deplora los efectos de las causas que él ama; quiere
combatir la impiedad, la inmoralidad, la herejía, y no ve para ello más que su
liberalismo y hacia allí va derecho sin aceptar otra cosa.
“La historia de la Iglesia muestra que la curación
de los males que la afligen, se lleva a cabo habitualmente de manera lenta y
gradual, y cuando un problema se termina, hay otro que comienza oportet
haereses esse. Pretender esperar a que todo se arregle para llegar a lo que
ustedes llaman un acuerdo práctico, no es realista”.
(Mons. Fellay, Carta a los tres obispos, 14
abril 2012)
“Por supuesto que lo mejor sería que Roma renunciara
a los errores conciliares, regresara a la Tradición y únicamente después, sobre
esta base, la Fraternidad obtuviera automáticamente un estatus canónico
regularizado en la Iglesia. Sin embargo, la realidad nos incita a no
hacer depender un eventual acuerdo de una gran autocrítica de Roma, sino de una
atribución de garantías reales que Roma, tal cual ella es, permitiera a la
Fraternidad permanecer tal como es”.
(Mons. de Galarreta,
Entrevista dada en Polonia el 7 de abril de 2013)
Textos tomados del libro del P. A. Roussel “Liberalismo y Catolicismo”.