Número CDIX (409)
16 de mayo de 2015
Pecado Vengado
Mons. Williamson
Quienquiera
“Dios” sea, la culpa es de Él hoy en día.
Sin embargo, ¿quiénes sino los hombres inflaman la Ira Divina?
Sin embargo, ¿quiénes sino los hombres inflaman la Ira Divina?
Inmersos como
todos estamos en el mundo alrededor nuestro, resulta difícil, especialmente
para la gente joven, darse cuenta en qué situación tan anormal el mundo se ha
puesto. Nunca en toda la historia de la humanidad ha sido Dios tan
desacreditado, descreído y, en efecto, eliminado de la vida de los hombres. Y,
dado que todo pecado es primordialmente una ofensa contra Dios, entonces así
como los hombres pierden todo sentido de Dios, así ellos pierden todo sentido
del pecado. Por consiguiente, los hombres están siempre en lo correcto, y
“Dios”, quienquiera que Él pueda ser, está siempre en lo incorrecto, de manera
tal que cuando las cosas van mal “Él” puede ser siempre traído de vuelta por el
tiempo que sea suficiente para echarle la culpa.
Esta actitud
ampliamente difundida hace prácticamente imposible comprender la aparente
severidad de Dios en el Antiguo Testamento donde, por ejemplo, comanda a los
Israelitas a exterminar pueblos enteros, tal como en el libro de Josué. Pero
los eruditos de la Escritura católica que no han perdido su sentido del
verdadero e inmutable Dios, ponen las cosas de vuelta en perspectiva. He aquí,
por ejemplo, un resumen del comentario realizado por un Benedictino moderno,
Dom Juan de Monléon (1890–1981), acerca de la matanza de los Cananeos por parte
de los Israelitas, bajo su líder, Josué:
"En cuanto a
Josué mismo concierne, él no estaba actuando por odio, racismo, codicia,
ambición, o lo que fuere, sino bajo estrictas, precisas y repetidas órdenes de
Dios mismo. San Juan Crisóstomo dice que Josué pudo haber personalmente
preferido alguna solución menos asesina, pero que ciertamente Dios tenía sus
propias razones. Estas no las podemos saber por seguro pero podemos hacer
conjeturas razonables. Para empezar, todos nosotros seres humanos, a causa de
nuestro pecado original (“¿Qué es eso?” grita el hombre moderno), tenemos que
pagar la deuda de la muerte, cuyo momento, manera y lugar son decididos por el
Dueño de la Vida y de la Muerte, que es Dios. Para pecadores como los Cananeos,
morir más vale antes que después podía ser una misericordia, especialmente si
la manera de la muerte les dio a ellos tiempo para arrepentirse y salvar sus
almas para la eternidad.
Luego, los
Cananeos eran ciertamente pecadores, inmersos en la perpetración de crímenes
terribles y, tanto como la humanidad antes del Diluvio, o como los Sodomitas y
Gomorranos, ellos habían hecho que la copa de la ira de Dios desbordara:
prostitución de todos los tipos, bestialidad, incesto, brujería y, en
particular, el asesinato ritual de niños, como lo prueba múltiples excavaciones
arqueológicas en Palestina por las cuales diminutos esqueletos han sido
descubiertos en contextos que claramente los identifican como víctimas
sacrificatorias, etc. Es más, si a los Cananeos se les hubiera permitido
sobrevivir, ellos hubieran presentado un grave peligro de corrupción para los
Israelitas, como la historia subsiguiente únicamente bien claramente lo
demostró.
En tiempos
más recientes, hace algunos 400 años (¡pero todavía antes del advenimiento del
liberalismo!), los primeros misioneros en Canadá se encontraron obligados a
concluir que la única manera de tratar con una cierta tribu india era
exterminándola. Una Santa canonizada dijo, “Luego de repetida experiencia de su
traición, sea por la paz o sea por la Fe no hay ninguna otra esperanza que
albergar para ellos”. (Fin de Dom Monléon)
Esto todavía
choca a las susceptibilidades modernas, pero ¿no es simplemente pena capital
tribal en oposición a la individual? El principio de la pena capital es que por
tales crímenes anti-sociales tales como, por ejemplo, asesinato, traición,
falsificación, homosexualidad, etc., los hombres son capaces de comportarse de
tal manera como para hacerse ellos mismos ineptos para vivir ya más en sociedad
y, entonces, la legítima autoridad de la sociedad tiene el derecho de quitarles
sus vidas (uno puede objetar que no todos los individuos en una tribu serán
igualmente culpables, pero está de más decir que Dios Todopoderoso puede hacer,
y hará, todas las distinciones necesarias).
Todo el
problema se resume en el descreimiento de la grandeza y de la bondad de Dios,
pero digamos aquí simplemente que el Antiguo Testamento no es tan cruel ni tan
pasado de moda como a menudo se lo hace parecer.
Kyrie
eleison.