El
Padre Ribeton es el superior del distrito de Francia de la Fraternidad San
Pedro. Monseñor Rifan es el Ordinario de la Administración apostólica personal
San Juan María Vianney de Campos y Monseñor Fellay es el superior de la FSSPX.
Todos
se creen testigos de la Tradición católica, pero todos tienen un discurso que
sufre de la misma omisión: denuncian, más o menos, los errores pero sin
denunciar los fautores de errores, pues todos ven en la Roma actual, “la
Roma eterna, la Iglesia madre y maestra de la verdad”.
El
Padre Ribeton (¿y tal vez
Monseñor Fellay en 30 años?) ha expresado últimamente su gratitud
hacia Juan Pablo II. La Fraternidad San Pedro “se alegra del
reconocimiento de la santidad de dos de los sucesores de San Pedro”. Fue
Juan Pablo II quien “alentó a los fundadores” de la FSSP en
1988, fue él quien afirmó “la legitimidad del apego a la liturgia
romana tradicional y pidió a los obispos respetar las justas aspiraciones de
los fieles. Fue él quien “invirtió el movimiento de
secularización” y “provocó la caída del comunismo en Europa”. “Denunciando
la cultura de la muerte, las estructuras de pecado y la deriva totalitaria de
las democracias modernas, despertó las conciencias dormidas, inspirando la
acción de los católicos en favor de la familia y de la vida”. Juan Pablo II
nos “muestra el camino que conduce a la contemplación del esplendor de
la verdad” concluye el Padre Ribeton. (Carta a los amigos y
benefactores n°75, junio de 2014)
Mons.
Rifán, (¿y tal vez
Mons. Fellay en 15 años?) pudo celebrar la fiesta de Cristo Rey en la
Basílica Sainte-Marie-sur-la-Minerve el 27 de octubre de 2013:
« Esta
Misa pontifical solemne, celebra el final de la peregrinación “Summorum
Pontificum” de los católicos ligados a la forma tradicional del rito romano,
universalmente permitido por el Santo Padre Benedicto XVI en su Motu Proprio
Summorum Pontificum. Nosotros estamos en el Año de la Fe, proclamado por
Benedicto XVI y continuado por el papa Francisco. Nuestra fe, como lo expresa
bien la carta apostólica Porta Fidei, debe ser profesada, vivida, celebrada y
orada. (…) Nuestra fidelidad a la Santa Misa en la forma tradicional del rito
romano está dictada por nuestra fe. Es esta profesión de fe, profesada y
celebrada a través de la Misa tradicional, que nosotros ofrecemos al Santo
Padre como prueba de nuestra fidelidad a la Santa Iglesia. (…) Que el Santo
Padre vea, en nuestra forma litúrgica, la expresión de nuestra plena comunión
con él y con la Iglesia”.
En la
segunda parte de la homilía, Monseñor Rifán invitó a permanecer confiados en la
victoria final de Nuestro Señor Jesucristo frente a “la ofensiva
laicista”, tan violenta y odiosa. Pero nada contra la misa bastarda,
nada contra la impostura del Vaticano II, su libertad religiosa, su falsa
dignidad humana y sus reformas calamitosas que han ayudado a la
ofensiva laicista y masónica.
Monseñor
Fellay todavía no llega a
eso. El “contexto actual de la Fraternidad” no lo permite. En
su Carta a los Amigos y Benefactores n°82 (DICI, 13 de abril
de 2014), él “denuncia los errores contenidos en los documentos del
concilio Vaticano II y en las reformas que le siguieron, especialmente la
reforma litúrgica” que “no pueden ser obra del Espíritu Santo,
que es a la vez Espíritu de verdad y de santidad”.
Monseñor
Fellay « protesta » también « con
fuerza contra las canonizaciones ». Pero si de manera cuidadosa
habló de esto antes del acontecimiento (de manera
condicional), no juzgó útil, después del acontecimiento, el
denunciar por medio de un comunicado oficial, al principal responsable de esta
impostura escandalosa.
“Si las
canonizaciones de Juan XXIII y de Juan Pablo II tienen lugar el 27 de abril
próximo, plantearán a la conciencia de los católicos un doble problema. En
primer lugar, un problema sobre la canonización en cuanto tal: ¿cómo se podrá
presentar a toda la Iglesia como modelo de santidad, por un lado, al iniciador
del Concilio Vaticano II, y por otro, al Papa de Asís y de los derechos del
hombre?(…) ¿cómo se podrán refrendar con el sello de la santidad las enseñanzas
de tal Concilio, que inspiraron toda la actividad de Karol Wojtyla, y cuyos
frutos nefastos son el signo inequívoco de la autodestrucción de la Iglesia?”
Hablando antes,
Mons. Fellay intenta tranquilizar a sus tropas. Callándose después, Monseñor
Fellay muestra su respeto por la autoridad de Francisco. En estas condiciones,
pedir a Roma que “nos reconozca explícitamente… el derecho y el deber
de oponernos públicamente a los errores y a los fautores de estos errores, sean
quienes fueren” señala la impostura (Declaración de
los 3 obispos). ¿Por qué Mons. Fellay haría después de un reconocimiento o
regularización lo que se niega hacer antes? Monseñor Lefebvre fue menos sutil
cuando hablaba de Juan Pablo II:
Entonces,
quién es este papa… Yo no sé qué decirles, verdaderamente… no lo sé… Pero en
todo caso él está inspirado por el diablo cuando hace esto… No está inspirado
por el Espíritu Santo, no es posible… Él está inspirado por el diablo, y
al servicio de la masonería, es evidente. La masonería siempre ha soñado
esto: la reunión de todas las religiones” (Conferencia en Ecône del 28-01-1986).
La
conclusión de la carta de Mons. Fellay se siente tranquilizadora y triunfante: Por
eso, queridos amigos y benefactores, los invitamos a permanecer firmes en la fe
y a no dejarse perturbar por las novedades de una de las crisis más formidables
que debe atravesar la santa Iglesia. (…) in Te speravi non confundar in
aeternum. ¡Dígnese el Corazón doloroso e inmaculado de María protegernos
y que su triunfo llegue pronto!” La de Mons. Rifán fue del mismo
estilo: “Confiados en la protección de Nuestra Santísima Madre,
continuamos combatiendo. La victoria es segura: ¡Christus vincit, Christus
regnat, Christus imperat! Así sea ».
Es
bueno predicar la victoria, pero no se debe olvidar desenmascarar a los
enemigos exteriores e interiores de la Iglesia y de tener el valor de
combatirlos eficazmente.
El
Padre Ribeton, Mons. Rifán y Mons. Fellay, todos ellos actúan como si la
iglesia conciliar fuera la Iglesia Católica, ni más ni menos.
“Repito
hoy que queremos aportar nuestro testimonio: si la Iglesia quiere salir de la
crisis trágica que atraviesa, la Tradición es la respuesta a esta crisis. De
esta manera manifestamos nuestra piedad filial para con la Roma eterna, para
con la Iglesia, Madre y Maestra de verdad, a la que estamos profundamente
unidos”. (Mons. Fellay, DICI del
3/10/14).
Aunque
lo diga Mons. Fellay, no es suficiente ir a Roma como Mons. Lefebvre para
seguir verdaderamente su ejemplo. Monseñor Lefebvre no era un perro mudo con
discursos tranquilizadores:
“Yo no
puedo negar que Roma está bajo la influencia de la masonería. Roma está bajo la
influencia de los masones. Esto es cierto, miren: reconciliar con los
principios del 89, ¡los principios masónicos! ¡Esto es lo que dijo el Cardenal
Ratzinger, no lo esconde! El Vaticano II es un esfuerzo para reconciliarse con
el 89. ¿Se dan cuenta? ¡Es aterrador! (…) Hay que aprender
lo que es la crisis en la Iglesia. Todas esas personas no saben lo que es la
crisis de la Iglesia. Ellos la creen benigna, una cosa pequeña, un poco de
fiebre de heno, como decía el Padre Maritain… Es otra cosa. Es nuestra fe que
está en juego. Es una inversión de los valores. Ya no son los
valores católicos, ya no enseñan valores católicos. Esto ya no es cristiano, ya
no es católico. Es masónico, es verdaderamente una revolución en el interior de
la Iglesia. El diablo ha dado su golpe maestro: ¡se sirvió de la Iglesia para
destruir la Iglesia, se sirvió de las autoridades de la Iglesia para destruir
la Iglesia!