La
pasión de la verdad
"Sólo
en la verdad se puede fundamentar una verdadera grandeza; sólo diciéndola se
puede caminar a ella. Hoy día estamos tan sumergidos en mentiras que el amor a
la verdad representa una especie de martirio, y conduce al martirio real cuando
se vuelve verdadera pasión; y la verdad se vuelve pasión en todos aquellos que
se abren al espíritu de Dios". Esto
dijo el Padre Castellani.
Pero
en los que no se vuelve una pasión, la verdad se vuelve tal vez –y como mucho-
una afición, algo con lo que se puede juguetear un rato cada día, sin que comprometa
demasiado en el resto de la vida. Esta es una forma muy fácil de engañarse.
Publicamos en la Internet algunas frases o citas combativas, filosas,
inteligentes, católicas apostólicas y romanas, o hacemos o concurrimos a
conferencias y charlas, a jornadas de formación o presentación de libros, o
armamos videítos o archivos que reenviamos, y con eso nos creemos cumplidos y a
otra cosa. Eso es algo que cunde mucho en la línea media y que la FSSPX le ha
copiado a ésta. Se hacen conferencias y ciclos “esplendorosos” sobre la
Cristiandad, sobre el Liberalismo, se lo condena con los Papas de la Iglesia
pre-conciliar…muy bien, pero…pero después se actúa como liberal, se piensa como
liberal y… se “duerme” como liberal. Hay por allí muchos grupos y sub-grupos
que a su vez se dividen en otros grupos más pequeños, nacionalistas,
líneas-media, congregaciones pseudotradicionales, “castellaneanas”, etc. que no
van más allá de esto. Furibundas críticas al liberalismo, pregones
tradicionalistas, iniciativas muy lindas pero que no comprometen la vida entera
de nadie, y después por una verdad que incomoda o despatarra toda esa
estructura ideológica…el silencio, el desdén, el encierro en la propia morada
confortable de la congregación, la capillita, el grupo de estudios o el sitio
web. La confusión lo invade todo y el espíritu liberal –a veces disfrazado de
“Tradición”- se inmiscuye en los ambientes que parecían o se creían blindados.
“Somos adultos y no necesitamos censuras ni reconvenciones”, dirán algunos.
“Estamos sinceramente comprometidos en esta lucha”, se ufanarán otros. “No
puedo hacer más” dirán otros más bien distraídos, y unos cuantos se contentarán
con obedecer ciegamente, sin animarse a pensar. Pensamiento tradicional y
conducta liberal. Fustigar a la Masonería y aceptar el secretismo y la
obediencia ciega de los superiores. Mentar el martirio y sonreírle al Jefe de
la secta modernista. Facilidades por todos lados, orgullos que no esperan ni
desean esa “especie de martirio” que representa el amor a la verdad.
Mediocridad. Hasta ahí llegamos. Conferencias, cursitos, charlas de café y
tertulias: eso “demuestra” nuestro combate. Sí, muy bien, muy meritorio, pero muéstrame
tus heridas. Muéstrame lo que has perdido en el camino. Muéstrame lo que has
resignado, muéstrame los que te han abandonado o negado la palabra. Muéstrame
los que te han rechazado, los que debiendo ayudarte te han olvidado o te han
perseguido, y entonces sabré que tu compromiso no se ha quedado en las
palabras, sino que ha tomado tu vida entera y quieres ser otro Cristo. Amor a
la verdad, qué fácil se proclama, qué difícil se vive. Cristo, misericordia de
nosotros.
El odio a la mentira
Se
dice que se ama la verdad, pero no se odia lo suficiente la mentira. Porque
esto último es lo que al mundo de verdad le repugna. El mundo está dispuesto a
aceptar una verdad, mientras ésta no sea exclusiva y no comprometa su mentira.
Ahora bien, cuando esa verdad se torna intransigente con la mentira, esté esta
donde estuviere y se disfrace como se disfrazare, allí surge el rechazo por quien no
quiere someterse ni a la sombra de la mentira. Quien ama el vino puro de la
verdad se torna un fanático para quien en alguna u otra medida hace
compromisos. Se vive fácil del martirio ajeno. Claro que nadie tiene derecho a
exigirle a nadie sino sólo a sí mismo por amor a Dios, todo el sacrificio que
Dios quiere le demos como correspondencia a su entero amor por nosotros.
El problema está en que la mayoría (habría
que recordar lo que dijo el P. de la Cloriviere, no?) para no tener problemas
con la autoridad, prefieren tener problemas con la verdad. Por eso se quedan en
el molde. Y al que dice demasiado la verdad lo prefieren lejos, donde no
interfiera con su piadosa tranquilidad de vida (esto también ya lo dijo Ernest Hello),
que ya bastante problemas tiene. Con esto se olvidan que Cristo N.S., que los
Apóstoles, que los Mártires y los Santos todos tuvieron en algún momento de sus
vidas problemas con las autoridades, ya sean políticas, de la Iglesia o de su
misma congregación, o incluso de su propia familia. Y debieron elegir entre
afirmarse en la verdad a costa de perder la tranquilidad de sus vidas, o
permanecer en cierta tranquilidad de sus vidas volviéndose tibios y cobardes. Que
Dios nos conceda el saber valorar el don de la verdad para hacer que nuestra vida
sea verdaderamente a imitación de la Suya.
A los nacionalistas
“NO
HAY REMEDIO, hay que decir a los ''nacionalistas" grandilocuentes y
efusivos. No hay recetas, no hay soluciones rápidas, no hay política que valga.
"No hay remedio, no se aflija: Vd. fórmese, cíñase tranquilamente a su
trabajo y sus estudios; gánese la vida, empezando por la vida eterna. —¿Y la
política?— Déjela: los jóvenes no son aptos para la política, por carecer de
experiencia. —Pero yo trabajo además de periodista, tengo una audición radial,
y estudio historia revisionista. —Puede tomar eso como violín de Ingres al
margen de sus estudios de medicina, o de lo que sean, —-Pero tenemos que tener ideas, tenemos que
luchar por el porvenir, por el bien común, por la patria. —Lo único que puede Ud.
hacer por la patria ahora es hacerse un hombre — para dentro de 10 años.
Déjense de fundar diaritos, de "homenajear" la Vuelta de Obligado y
de asistir a conferencias esplendorosas. . . Todo eso está resabido. —Pero ¿no
puedo leer libros de política? —Como distracción: aquí tiene, le regalo estos
dos: Satán en la Ciudad de Bigne de Villeneuve y Política de Santo Tomás de
Bouillon.
El
consejo de Santo Tomás en nuestra situación actual es tener paciencia y hacerse
mejor cristiano. "A Dios rogando y con el mazo dando". —Justo: pero
primero alcanzar a Dios que te dé el mazo; ahora no tienes ningún mazo.” (P. Castellani,
Revista Jauja N° 12).
Apóstoles y obispos
“Mas
los Apóstoles se retiraron de la presencia del concilio muy gozosos, porque
habían sido hallados dignos de sufrir ultraje por el nombre de Jesús” (Hechos
de los Apóstoles, 5, 41).
Mas
los jefes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X se retiraron de Roma modernista
muy gozosos, porque habían sido hallados dignos de recibir promesas de un
reconocimiento pleno por el nombre del Ecumenismo.
Hágase ¿qué voluntad?
De
“El Santo Abandono” de Dom Vital Lehodey:
“Citemos
también a San Francisco de Sales en los siguientes ejemplos: “San Luis, por
inspiración divina pasa el mar para conquistar la Tierra Santa; el suceso le
fue contrario, y él reverencia y acata dulcemente la voluntad divina: yo estimo
más la dulzura de esta conformidad que la magnanimidad del proyecto. San Francisco
va a Egipto para convertir allí los infieles o morir mártir entre ellos, pues
tal fue la voluntad de Dios; y con todo, vuelve sin conseguir ni lo uno ni lo
otro en virtud de esa misma voluntad. Voluntad de Dios fue igualmente que San
Antonio de Padua desease el martirio y no lo obtuviese. San Ignacio de Loyola,
habiendo con tantos trabajos levantado la Compañía de Jesús, de la que veía
tantos hermosos frutos y los preveía para el porvenir, tuvo, sin embargo, el
valor de prometer que, si la veía desaparecer, lo cual sería el mayor disgusto
que podría recibir, después de media hora se habría ya resuelto y conformado a
la voluntad de Dios”. Otros muchos pudieran citarse y del mismo San Francisco
de Sales. Cuando su Instituto de la Visitación estuvo a punto de ser aniquilado
en su mismo nacimiento a causa de una gran enfermedad de Santa Juana de
Chantal, que había sido su primera piedra, dijo: “¡Está bien! Dios se
contentará con el sacrificio de nuestra voluntad, como lo hizo con Abraham. El
Señor nos había dado grandes esperanzas, y el Señor nos las quita, ¡bendito sea
su santo nombre!”. “Yo me figuro siempre a nuestra Congregación, escribía San
Alfonso, como un barco en alta mar combatido por vientos contrarios. Si Dios
quiere sepultarlo en medio de todo esto en el fondo de los abismos, digo ahora,
y repetiré siempre: ¡Bendito sea su santo nombre!”.
Y
el piadoso Obispo de Ginebra añade: “¡Qué dichosas son tales almas, osadas y
fuertes en las empresas que Dios las inspira, dóciles y dispuestas a abandonarlas
cuando así El lo dispone! Estas son señales de una indiferencia muy perfecta,
cesar de hacer un bien cuando ello agrada a Dios, y volverse en la mitad del
camino cuando la voluntad de Dios, que es nuestra guía, así lo ordena”. ¡Cuánto
glorifica a Dios y a nosotros enriquece abandono semejante!”.
Mons. Fellay y los
otros liberales que lo secundan, en cambio, han querido hacer su voluntad a
toda costa. Por eso prefirieron que la FSSPX sobreviviese a cualquier costo,
aun y sobre todo al de su corrupción y división, pasando a ser parte del
aparato conciliar apóstata. De allí la búsqueda de diálogo con el enemigo, el
“reconocimiento” del enemigo, el “levantamiento de las excomuniones” por parte
del enemigo. No se resignaron a ser combatidos como el barco al que azota la
tormenta; en vez de gritar “Señor, ayúdanos” variaron el rumbo hacia aguas
calmas y un clima más dichoso. Como castigo conservan el barco, pero no el
rumbo que Dios quería.
Esa admirable
conformidad con la voluntad divina que tenían los santos, combatientes que
organizadamente daban la batalla, es la que los ha hecho fecundos en obras
espirituales y ha dado gloria a Dios. En cambio sus sucesores son los que
adecuando sus barcos (congregaciones) al nuevo rumbo mundano, convirtieron esos
barcos en cáscaras opulentas pero vacías de buenas obras pues han perdido la fe.
Allí tenemos ejemplo de lo que debemos y no debemos hacer, de lo que debemos
imitar y lo que debemos evitar.
El buen pastor y el
olor a oveja
"Yo
soy el buen Pastor, y conozco mis ovejas, y las ovejas mías me conocen a
mí"
Dijo
Francisco en una ocasión -y sus palabras fueron reproducidas con la
acostumbrada propaganda masiva de la prensa mundana-, que los sacerdotes debían
tener "olor a oveja". Con esto quería dar a entender, según parece,
que los sacerdotes debían salir del encierro de sus iglesias para pasar mucho
tiempo entre los fieles, en el mundo.
Como
prácticamente todo lo que dice Francisco, la expresión suena bien a los oídos
del periodista ávido de provocativos titulares. Pero, en verdad, dice muy poco
o más bien resulta ambiguo a los oídos católicos.
Porque,
no sólo el pastor tiene "olor a oveja". También el lobo puede tener
este aroma pregonado por Francisco. En efecto, ya sea porque el lobo acostumbra
rodearse de ovejas para comerlas, ya porque muy astutamente se disfraza con
piel de oveja para engañarlas mejor y de ese modo devorarlas. Lógicamente, de
tanto llevar el disfraz de oveja, termina impregnado de su olor.
Pero
dice N.S. "mis ovejas me conocen".
¿Y
cómo lo conocen? No precisamente por el olor. No simplemente por el aspecto
exterior (recordemos que el Anticristo se parecerá de algún modo a Cristo).
Conocemos al buen Pastor por su doctrina y su conducta, las cuales se hacen una
sola pues una y otra deben ir juntas como lo han estado en N. S. Jesucristo.
Para
conocer a N.S. hay que "velar y orar", como El les mandó que hicieran
a los Apóstoles.
Velar,
esto es, estar despiertos. Para orar, es decir, recibir las luces mediante el
conocimiento y la meditación de la Palabra de Dios, a través de la cual
aprendemos a amar a Dios. Sin esto nos dormiremos y extraviaremos por los
pastos pestíferos de la mala doctrina que conduce a la mala conducta y la
perdición.
Haremos
esto si somos mansos y humildes, es decir, si no confiamos en nosotros mismos y
nuestra suficiencia. Dios revela la verdad a los humildes y se la oculta a los
sabios y prudentes del mundo.
Por
no haber permanecido despierto, velando y orando, San Pedro cayó al punto de
decir de su Señor: "No conozco a ese hombre".
Ciertamente
no lo conocía entonces, bajo ese aspecto deshecho y afrentado. Allí ni la
vista, ni el olfato, ni el oído ni el tacto podían darle ese conocimiento. El
mismo sólo lo podía tener por la fe, de haber permanecido como le ordenó N.S.
velando y orando.
Cristo
no parecía entonces el Buen Pastor. Pero lo era más que nunca, pues el Buen
Pastor "da su vida por sus ovejas".
Hoy,
en cambio, disfrazados de mansas y dulces ovejas, con todo y su
"olor", los lobos no incitan a velar y orar a los fieles, sino más
bien a dormir y bailar alegre y confiadamente, pidiéndoles que "recen por
mí al dios que les plazca", pues “Dios no es católico” según Francisco.
Los
lobos son los que suelen decirse pastores de ovejas, para lo cual dan su
muestra de identidad mediante el "olor a oveja", esto es, mediante el
parecer, el solo aspecto exterior.
Lo
peor de esto es que de alguna manera tal insensatez, tal ceguera, se está
produciendo en las filas de la Tradición que otrora defendiera la FSSPX, ahora
en su nueva versión. Allí los adherentes de Mons. Fellay y sus sacerdotes los
siguen a estos porque "tienen olor a Fraternidad", y esto les
basta. Y así el lobo disfrazado de cordero (o, podríamos decir, de Mons.
Lefebvre) hace a sus anchas, porque las ovejas incautas no han "velado y
orado" para examinar la doctrina y la conducta de sus líderes. Como Pedro
y los Apóstoles aquella noche terrible, se han quedado dormidos, mientras los
lobos continuaban despiertos, acechando a N.S.
"Yo
conozco a mis ovejas", dice N.S. ¿Cómo nos conoce? En el amor con que
escuchamos su Palabra y la ponemos por obra. La Sma. Virgen "conservaba
todas estas palabras en su corazón" (Luc. 2,51). ¿Por qué hacía esto?
Porque lo amaba. Cuando hacemos esto, lo seguimos. Cuando nos dormimos y no
velamos y oramos, huimos como hicieron los Apóstoles cuando Judas entregó al Señor.
"Mis
ovejas me conocen". Aprendamos a conocer al Buen Pastor, y conociéndolo lo
amaremos, y entonces sabremos también distinguir a los lobos con "olor a
oveja", maestros de la perdición, fariseos consumados en el arte del engaño
(están entre nosotros pero no son de nosotros), que velan, sí, mas no oran,
sino que muerden y persiguen y devoran a las ovejas que, desobedeciendo al Buen
Pastor, duermen el sueño de los liberales, sueño terrible que conduce al mal
fin.
Coraza
“La
Fortaleza de la Fe, la intransigencia en la defensa de la integridad de la
Revelación, el rechazo sin concesiones del error, hoy se llaman fundamentalismo
cuando no fanatismo. Sin la coraza de esos principios, el hombre moderno es
fácil presa del mal.”
Juan
María Bordaberry. Honor al Carlismo. Revista Custodia de la Tradición Hispánica
N° 3 Diciembre 2002.
Meinvielle
“Un
Estado sin orden moral, desordena y pervierte a las personas singulares”.
Padre
Julio Meinvielle
Hombres correctos
“El hombre correcto no roba, ni se emborracha, ni desea a la mujer de su
amigo. Se porta como un santo de sociedad. Pero no se porta como un santo de
Dios. Se porta como un santo para que la sociedad no lo excluya de ella; no se
porta como un santo para que Dios no lo excluya de Él. La respetabilidad le
interesa más que el dinero, que la borrachera y que la mujer del amigo. Y, sobre
todo, le interesa más que el verdadero amor, que es la amistad con Dios. Él no
renuncia, sino que se abstiene; se abstiene por abstemio y no por santo; se
abstiene por corrección y no por heroísmo; se abstiene por animal social y no
por animal racional. En una palabra: se incapacita, porque le parece más
razonable ser incapaz que ser héroe. Y se incapacita no porque le horrorice el
pecado, sino porque se siente cómodo en la neutralidad de la corrección.” Así decía don Anzoátegui.
Y así se puede decir que pasó en la Iglesia: los
hombres correctos son los que prefirieron una Iglesia correcta –es decir, a
tono con el mundo, siempre políticamente correcto-, que a tono con el
Evangelio. Y así también con la Neo-FSSPX, qué duda cabe. Esta es la tentación
más sutil y efectiva. La más fácil. Por eso muchos de los que están allí en la
neo-FSSPX desdeñan a los que están afuera –por propia iniciativa o por haber
sido expulsados- y los tratan como a hombres incorrectos, raros, que según
ellos “ya tenían problemas personales antes de salir de la congregación”.
Claro: ellos no tienen ninguna clase de problemas, son impecables, ejemplares,
correctos. Ni una mota de polvo ensucia sus currículum, sus familias, sus
historiales de vida. Su aspecto prolijito, sus sonrisas correctas y aptas para
todo tipo de cámaras fotográficas, su ninguna desavenencia con las autoridades,
así lo certifica. Son muy respetables, sin duda. Muy correctos.
Sigue don Anzoátegui: “El hombre correcto se fabrica un exterior respetable mediante el
cultivo ordenado y prolijo de un respetable interior. Aprende a pensar
seriamente para acostumbrarse a mirar con seriedad. Así alcanza a la virtud por
la práctica meticulosa de la dispepsia. Puede ser un virtuoso, pero no llega
jamás a ser un santo. El caballero, en cambio, el peligroso caballero, es un
niño constantemente asombroso y constantemente asombrado; constantemente
asombroso, por su caballerosidad inesperada, y constantemente asombrado de que
Dios le permita portarse como un caballero; un niño que juega a la
caballerosidad, y que de repente advierte que está portándose como un caballero
de veras; un niño que, jugando a ser hombre, descubre un día que su juego es
nada menos que una conducta y un estilo.”
“El hombre que se cree infaliblemente
insobornable se convierte, cuando fracasa, en un hombre sin sentido y sin razón
de ser, porque su sentido y su razón de ser son exclusivamente su
respetabilidad. El caballero, en cambio, siente sobre sí la enorme
responsabilidad de su decencia, pero siente también la enorme tentación de la
comodidad. Entre la comodidad y la incomodidad él ha elegido la incomodidad. Se
ha entregado a ella con el alma y con la vida, pues sabe que para entregarse
con el alma es necesario entregarse con la vida; pero sabe también que el alma
caída se reconquista con la vida renacida. Por eso su vida es el constante
renacimiento del alma y la reconquista constante de su propio sentido y de su
propia razón de ser. Por eso el caballero, conquistador de su decencia y
reconquistador de su dignidad, expuesto siempre a perderse y esperanzado
siempre de recobrarse, vive una vida de inquietud v de desvelo; una vida
diametralmente opuesta a la del hombre correcto. El caballero cree en el cielo;
el hombre correcto cree en el club”.
Allí
donde dice el club puede leerse: la
congregación, el grupo o la secta. Cualquiera de ellas que libre al católico
correcto de inquietud y desvelo y lo acomode mejor en su respetabilidad y
corrección. Esa comodidad puede llamarse para algunos “reconocimiento”, para
otros “sedevacantismo”. Lo importante es que ello le procure la tan anhelada
respetabilidad. Respetabilidad ante los que lo rodean en su grupo, congregación
o secta a la cual desea seguir perteneciendo. En este caso su abstención se
refiere al riesgo que debería correr para buscar la santidad.
“La santidad, que es
todo riesgo y todo locura” (Anzoátegui). Ah, ¿pero hasta
donde somos capaces de llegar con nuestro amor a Cristo? ¿Nos trazamos nosotros
mismos un límite? Entonces nuestro amor no es del todo verdadero, nuestro amor
es egoísta, nuestro amor es el de un hombre que teme la santidad y prefiere
seguir siendo un católico correcto. La comodidad es el peor enemigo de la santidad.
Escándalo
“En
otros tiempos el mundo se escandalizaba del cristianismo -¡cosa que tiene
sentido!-, pero ahora que al mundo se le ha metido en la cabeza que es
cristiano y que se ha apropiado del cristianismo, sin notar para nada la
posibilidad del escándalo, ahora, naturalmente, el mundo se escandaliza del verdadero
cristiano. No cabe duda de que será muy difícil salir de semejante engaño (…)
El mundo sigue escandalizándose del cristiano verdadero, sólo que ahora, generalmente,
la pasión del escándalo ya no es tan desenfrenada que pretenda exterminar al
cristiano verdadero. Ésta es una cosa bien explicable. En aquellos tiempos en
que el mundo estaba convencido de que no era cristiano, había algo por qué
luchar, algo en qué jugárselo todo, a vida o muerte. Pero ahora que el mundo,
de forma engreída y tranquilona, está convencido de que es cristiano, ahora,
naturalmente, la exageración del cristiano verdadero sólo es algo para tomarlo
a risa. La confusión evidentemente es mucho más terrible que en los primeros
tiempos del cristianismo. Desde luego, entonces era terrible, pero había
sentido en que el mundo luchase a vida o muerte contra el cristianismo. En
cambio, ahora ¿no es algo lindante con la insensatez, esa sonrisa levemente sarcástica
que tiene que soportar el verdadero cristiano de parte del actual irenismo
superior de nuestro mundo convencidamente cristiano?”.
Kierkegaard,
Las obras del amor, I.
A la luna
A
veces al combatiente se le da por escribir rimas, en las largas noches al raso
o convaleciente bajo un dolor recalcitrante.
Tienes mis ojos en tu regazo
y en tu silencio mi rostro al fin
tras el dolor se da al descanso
olvido entonces lo que es sufrir.
Quieres llevarte mis ojos lejos
del tiempo breve de mi existir,
tu luz me trae desde otros
tiempos
ansias de un cielo por qué vivir.
Eres consuelo del caminante
recuerdo triste antes de partir,
sueño imposible del habitante
que en la ciudad no sabe de ti.
Luna ignorada por el comerciante
cegado por el oro y el marfil,
das tus secretos a los amantes
que entregándose saben morir.
El heroísmo y la
santidad
El
heroísmo es siempre alegre, porque sabe que como el sol sólo debe esperar para
que el viento disipe las nubes y su calor vuelva a rescatar la esperanza de los
náufragos que han implorado a Dios, resistiendo tenazmente la propia vileza y
la tibieza ajena que siempre busca la complicidad de la sombra para no verse
expuesta al sol furibundo del heroísmo que tan bien luce su justicia pero que
tanto dolor trae.
La
santidad es siempre heroica, porque el santo es hombre que antes de ser elevado
se eleva en su intención por sobre la propia tentación del desaliento, la
comodidad o el inmenso egoísmo disfrazado de humildad de entrecasa. Grandeza de
la sencillez que se sabe inútil, pero deposita la confianza de un gigante en
ese Dios al que sabe cómo decirle que quiere amarle para ser su amante y
demostrarlo en el combate contra su propia tentación de convertirse en grande.
La
santidad y el heroísmo siempre son amables porque son alegres: amable el sol se
esconde para ocultar el dolor que no se comparte, alegres cuando el sol
descubre sus llagas y miran hacia otra parte donde el deber o la misericordia
llamen.
La
santidad se hace dejándose hacer en su sencillez que no se mezquina al deseo de
grandeza: de un gran amor con que llenar la pequeñez, de un gran dolor con que
amar la grandeza de ser amado. Un gran deseo eleva la pequeñez abrazada para
llevarla a la grandeza del amor, que hace de la intimidad una grandeza
inabarcable de amor, pequeñez disimulada para el que no sabe desde afuera la
grandeza de esa relación.
El
santo es un empecinado que desaparece para ser conocido por Aquel que lo
empecina. Su lealtad al Amor lo vuelve un héroe que traiciona el amor pequeño
que no dura lo que dura la luz pura que encima siempre vuelve a dar su presente
por sobre todos los miserables que aman lo que no debe amarse. Los goces absorbentes
y fáciles atraen al santo con sus redes, pero su Amor que lo precede le
recuerda que ese Amor es una fuerza que siempre vence cuando el santo y el
héroe se silencian y a Él obedecen. Ese amor difícil puede hacerse esperar demasiado,
pero sabe que aquel que espera ha decidido esperar aún sin ser fuerte porque la
sola decisión de esperar lo vuelve fuerte en el amor, en su amor capaz de
esperar porque sabe que la espera no es para siempre, sino que la espera es el
amor que atrae hacia aquello que es más fuerte que la espera. El amor es una larga paciencia que nunca desespera porque cree en una promesa que sabe verdadera.
La verdad
“Las
aves van a juntarse con sus semejantes; así la verdad va a encontrar a los que
la ponen en práctica”.
Eclesiástico, XXVII, 10.
“La
verdad no puede tratar con la herejía, como un soberano con otro soberano, y la
verdad es la sola soberana y la herejía no es sino una rebelde. La verdad no
puede pactar con el error; la verdad contradice, combate, excluye el error, y
dejaría de creer en sí misma, si reconociera en el error el derecho de ocupar
un sitio al lado de ella”.
Mons. Ezequiel Moreno,
carta pastoral, 30 de abril de 1904.
“La
comunidad o la nación que peca contra la verdad, que pierde la reverencia a la
verdad y el horror a la mentira, está perdida, dejada de la mano de Dios. ¿Y
qué castigo más grande que éste, que el que se va de la Verdad, ella se queda y
no lo sigue y él se va? ¿Adónde se va? “A las tinieblas de allá afuera” –dice
Cristo. La Verdad no puede imponerse a sí misma por fuerza. Si no la aceptan,
se retira.
¡Temed
a la Verdad que se retira!”
R. P. Leonardo Castellani
– “San Agustín y Nosotros”.
El último lugar
“Jesucristo
en vez dijo: “Cuando te niegan tu propio
lugar, vete al último lugar. Mejor dicho, vete de entrada al último lugar, es
más sencillo”. ¡Es una paradoja! ¡No es nada sencillo!
“El
Cristianismo nació al mundo en el seno del Imperio Romano, una sociedad en
decadencia, subvertida. Allí la virtud no estaba en el primer lugar sino el
vicio: ni la modestia ni el saber, ni la capacidad, ni la honradez, ni el
heroísmo, ni la magnanimidad. Para subir había que ser canalla; y la virtud era
un “seautón-timourómenos”, como dijo Terencio,
una especie de castigo de sí misma.
¿Qué hicieron los primeros cristianos? Se fueron al último lugar, al desierto;
los que no fueron a parar primero a los leones del Coliseo. No se les ocurrió
hacer un partido democristiano y hacerse elegir Emperadores.” (P. Castellani,
El Evangelio de Jesucristo, Sermón Domingo decimosexto después de Pentecostés).
Lo
que vemos ahora es que tanto los liberales de la Neo-FSSPX como los extremistas
de una secta super-tradi bucan ambos siempre el primer lugar: unos quieren
volver al lugar honorífico de ser “reconocidos como católicos” (¡!) por los
modernistas de Roma, renegando del virtuoso último lugar donde estaban gracias
a las “excomuniones”. Los otros compiten de continuo para ser los primeros “mediáticamente”.
Oh, el orgullo, cómo tira. Pues dejémosle nosotros el primer lugar a los que lo
reclaman, y hagamos la voluntad de Dios desde el más pequeño y nada prestigioso
último lugar. Allá ellos.
Fray
Llaneza