Muchos
de nosotros recordamos cómo, antes de la reforma litúrgica debida al Concilio
Vaticano II, el celebrante y los fíeles se arrodillaban al final de la misa
para rezar una oración a la Virgen y otra a san Miguel arcángel. Reproducimos
aquí el texto de esta última, porque es una hermosa plegaria que todos pueden
rezar con provecho:
San Miguel arcángel,
defiéndenos en la batalla; contra las maldades y las insidias del diablo sé
nuestra ayuda. Te lo rogamos suplicantes: ¡que el Señor lo ordene! Y tú,
príncipe de las milicias celestiales, con el poder que te viene de Dios, vuelve
a lanzar al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por
el mundo para perdición de las almas.
¿Cómo
nació esta oración? Transcribo lo publicado por la revista Ephemerides
Liturgicae en 1955 (pp. 58-59).
El
padre Domenico Pechenino escribe: «No recuerdo el año exacto. Una mañana el
Sumo Pontífice León XIII había celebrado la santa misa y estaba asistiendo a
otra, de agradecimiento, como era habitual. De pronto, le vi levantar
enérgicamente la cabeza y luego mirar algo por encima del celebrante. Miraba
fijamente, sin parpadear, pero con un aire de terror y de maravilla, demudado.
Algo extraño, grande, le ocurría.
»Finalmente,
como volviendo en sí, con un ligero pero enérgico ademán, se levanta. Se le ve
encaminarse hacia su despacho privado. Los familiares le siguen con premura y
ansiedad. Le dicen en voz baja: "Santo Padre, ¿no se siente bien?
¿Necesita algo?" Responde: "Nada, nada." Al cabo de media hora
hace llamar al secretario de la Congregación de Ritos y, dándole un folio, le
manda imprimirlo y enviarlo a todos los obispos diocesanos del mundo. ¿Qué
contenía? La oración que rezamos al final de la misa junto con el pueblo, con
la súplica a María y la encendida invocación al príncipe de las milicias
celestiales, implorando a Dios que vuelva a lanzar a Satanás al infierno.»
En
aquel escrito se ordenaba también rezar esas oraciones de rodillas. Lo antes
escrito, que también había sido publicado en el periódico La settimana del clero el 30 de marzo de 1947, no cita las fuentes
de las que se tomó la noticia. Pero de ello resulta el modo insólito en que se
ordenó rezar esa plegaria, que fue expedida a los obispos diocesanos en 1886.
Como confirmación de lo que escribió el padre Pechenino tenemos el autorizado
testimonio del cardenal Nasalli Rocca que, en su carta pastoral para la
cuaresma, publicada en Bolonia en 1946, escribe:
«León
XIII escribió él mismo esa oración. La frase [los demonios] "que vagan por
el mundo para perdición de las almas” tiene una explicación histórica, que nos
fue referida varias veces por su secretario particular, monseñor Rinaldo
Angelí. León XIII experimentó verdaderamente la visión de los espíritus
infernales que se concentraban sobre la Ciudad Eterna (Roma); de esa
experiencia surgió la oración que quiso hacer rezar en toda la Iglesia. Él la
rezaba con voz vibrante y potente: la oímos muchas veces en la basílica
vaticana. No sólo esto, sino que escribió de su puño y letra un exorcismo
especial contenido en el Ritual romano (edición de 1954, tit. XII, c. III, pp.
863 y ss.). Él recomendaba a los obispos y los sacerdotes que rezaran a menudo
ese exorcismo en sus diócesis y parroquias. Él, por su parte, lo rezaba con
mucha frecuencia a lo largo del día.»
Resulta
interesante también tener en cuenta otro hecho, que enriquece aún más el valor
de aquellas oraciones que se rezaban después de cada misa. Pío XI quiso que, al
rezarlas, se hiciese con una especial intención por Rusia (alocución del 30 de
junio de 1930). En esa alocución, después de recordar las oraciones por Rusia a
las que había instado también a todos los fieles en la festividad del patriarca
san José (19 de marzo de 1930), y después de recordar la persecución religiosa
en Rusia, concluyó como sigue:
«Y
a fin de que todos puedan sin fatiga ni incomodidad continuar en esta santa
cruzada, disponemos que esas oraciones que nuestro antecesor de feliz memoria,
León XIII, ordenó que los sacerdotes y los fíeles rezaran después de la misa,
sean dichas con esta intención especial, es decir, por Rusia. De lo cual los
obispos y el clero secular y regular tendrán cuidado de mantener informados a
su pueblo y a cuantos estén presentes en el santo sacrificio, sin dejar de
recordar a menudo lo antedicho» (Civiltá Cattolica, 1930, vol. III).
Como
se ve, los pontífices tuvieron presente con mucha claridad la tremenda
presencia de Satanás: la intención añadida por Pío XI apuntaba al centro de las
falsas doctrinas sembradas en nuestro siglo y que todavía hoy envenenan la vida
no sólo de los pueblos, sino de los mismos teólogos. Si luego las disposiciones
de Pío XI no han sido observadas, es culpa de aquellos a quienes habían sido
confiadas; desde luego, se integraban perfectamente en los acontecimientos
carismáticos que el Señor había dado a la humanidad mediante las apariciones de Fátima, aun siendo independientes de ellas: a la sazón Fátima todavía era desconocida en el mundo.
Gabriele
Amorth. Narraciones de un exorcista.