He aquí una
hermosa y consoladora reflexión. Dios nos pide hoy que nuestra esperanza
descanse, desnuda, sobre su Palabra, sobre su promesa. Sin apoyos visibles. Es
la prueba: que no adaptemos, no rebajemos nuestra esperanza por influjo -o por
falta de influjo- de las circunstancias materiales e históricas. Y todo esto,
no por una terca obcecación, no por una fe-confianza irracional al modo
luterano, sino porque Dios mismo nos lo ha prometido. A nosotros, lo mismo que
a San Simeón y a los primeros. Y Dios, hoy, no es menos veraz que entonces.
Pero, ¿cuál es la prueba?
"Algo desagradable resulta difícil de sobrellevar, pero algo que no sucede puede resultar extremadamente difícil de soportar, cuando el que algo no suceda es lo supremamente doloroso. En términos más claros, una variante muy especial de la auténtica y costosa paciencia es la paciencia que espera con indomable fortaleza durante años a que suceda una gracia, una bendición, un gozo tremendamente deseado pero que hasta el momento no ha llegado. Un hombre que se halle en esas circunstancias puede, por lo demás, llevar una vida agradable, puede que se vea libre de grandes desgracias, preocupaciones o dolores, pero ese hombre aspira con todas sus fuerzas a alguna cosa buena, una cosa buena que significa ciertamente su paz completa y su auténtico gozo, y semejante bien no le es concedido. Sin embargo, él, con firmeza y con una cierta serenidad resuelta, pasa de un día a otro que no le trae lo que espera, sin dudar nunca -porque Dios le quiere tanto- que, tras mucho esperar, de algún modo, en algún lugar, llegará a poseer el deseo de su corazón. Un hombre así es auténticamente paciente. Un hombre así es verdaderamente un hombre bueno. Un hombre así fue Simeón, y hombres y mujeres así deberíamos ser nosotros, los cristianos. Conforme a esas palabras algo misteriosas de nuestro Salvador, todos nosotros estamos llamados a poseer nuestras almas en la paciencia".
P. McCorry S.I.
[Traducción: ElBrigante]
