“Se
puede afirmar que la civilización occidental terminará el día en que Estados
Unidos y la Iglesia católica se unan a la revolución. Cosa que está a punto de
cumplirse: en Estados Unidos, después de 1967-68; y en la Iglesia, después del
concilio Vaticano II”.
Thomas
Molnar, La Contrarrevolución, 1969.
“La
mayor monarquía que existe hoy día es la de los EE.UU. de Norteamérica; y
gracias a ella no se ha disuelto ese país enorme”.
Padre
Castellani, 1958.
“La
cuestión de nuestro tiempo es si Occidente tiene la voluntad de sobrevivir”.
Donald
Trump, discurso en Polonia, 6 de julio de 2017.
Apunten
contra la monarquía
Cuando el rey Luis XVI vio la multitud
arracimarse a las puertas del palacio de Versalles, preguntó: “¿Qué es esto,
una revuelta?”. “No, Sire –le contestaron-, es una revolución”.
Creemos que Donald Trump es mucho menos
incauto o tímido que aquel desgraciado rey, y está muy enterado de que lo que
está ocurriendo ante sus propias narices no es otra cosa que una revolución. Y
si se trata de una revolución, se trata, por supuesto, de una revolución comunista.
Claro que Trump –Dios no lo quiera-
puede terminar también como el rey francés. No hay que asombrarse de ello.
Trump también sabe que lo que hay en
juego es una cuestión que va mucho más allá de los Estados Unidos. Por eso las
palabras que pronunció en aquel discurso en Polonia, o en su intervención en la
ONU contra el globalismo. La soberanía de los países –lo que queda de ella-
está a punto de sufrir su derrota mundial y absoluta a manos del globalismo
igualitario, o para decirlo de otra forma, a manos del comunismo.
No parece pura retórica grandilocuente,
el aviso de Trump. Ha hecho la pregunta necesaria. ¿Occidente quiere
sobrevivir?
Occidente ha apostatado, ha expulsado a
Cristo rey de las naciones, ha abrazado el liberalismo corruptor, ¿podía
esperarse otra cosa? Hay pocas señales de que quiera sobrevivir. Pero, sin
embargo, las hay. No bajemos anticipadamente el telón.
Resulta claro que estamos ante el final
de un muy largo proceso de decadencia. Esta civilización enferma de muerte no
tiene otra cura milagrosa que la intervención divina.
Pero mientras tanto puede sostenerse lo
que queda de aquello que nuestros mayores nos han legado, en una heroica resistencia.
“Guarda lo que está a punto de perderse”.
Quizás nunca como ahora podamos decir
con fundamento, las palabras de Nicolás Gómez Dávila:
“La
civilización es un campamento mal empalizado en medio de tribus insumisas”.
Debemos sostener el campamento hasta el
fin.
Desde luego, Estados Unidos no es
sinónimo de civilización occidental, sino de decadencia de la civilización
occidental, pero debido a su papel preponderante en Occidente es un actor
crucial para determinar el curso de los acontecimientos: si se produce el
quiebre definitivo que lleve a hundirse al “Titanic”, o todavía falta un poco
más de tiempo para su hundimiento. El otro barco es inhundible pero hace agua
por todas partes y lo que queda está siendo arrastrado por la corriente del
Nuevo Orden Mundial hacia las cataratas: hablamos de la Iglesia católica,
copada por sus enemigos.
Trump desea mantener en pie el
campamento, ante la acometida de los bárbaros. La izquierda o el “deep state”
quiere como sea dominar a los Estados Unidos para hacer de éste el nuevo
conquistador del Este, donde aún hay países cristianos que se resisten a
arrodillarse ante el Nuevo Orden Mundial del Anticristo: Hungría, Polonia,
Rusia. Países éstos acusados de ser “dictatoriales” por el buenísimo de Soros.
Desde luego, sus gobiernos han tenido que erigirse a través de la farsa
democrática, pero sus gobernantes –especialmente Putin- buscan la manera de
conducirse como líderes prescindentes de toda la inútil comedia partidocrática,
pues saben que su continuidad es necesaria para el mantenimiento de sus
soberanías. Es indudable que Putin es a su manera un zar de los tiempos
modernos. ¿Podría Rusia sobrevivir de otra manera?
Si Trump entendiese lo mismo, quizás podría
sostenerse. Pero, Estados Unidos no es Rusia, y las argucias legales y los
métodos coercitivos allí son más difíciles de aplicar. Estados Unidos nació
liberal y democrático. Ese es su pecado original. Y es eso lo que ha hecho que ahora esté a sus
puertas el comunismo. La democracia liberal partitocrática es el medio más
eficaz para atraerlo. Eso no falla.
Decía Castellani que monarquía es el
gobierno de uno apoyado por la mayoría, que en su mayoría son pobres. En EE.UU.
no ha funcionado el parlamentarismo, a la manera europea, con su presidente,
primer ministro y demás fantoches. ¿Es entonces Trump un monarca? Sin dudas en
la percepción de la izquierda del partido demócrata y de las huestes
igualitarias manipuladas por Soros, lo es. Mejor dicho, es un tirano, que ha
sido acusado hasta de ser “más peligroso que Hitler” (sic).
Pero Trump ha llegado apoyado (no solo)
en la mayoría del pueblo, que se cree demócrata, pero es monárquico. Es la gran
contradicción de los useños. Y su gran problema, su ambigüedad, su
indefinición. Y allí reside su peligro de disolución, como afirmaba Castellani.
Los demócratas izquierdistas quieren acabar con la monarquía, con el liderazgo,
porque eso no es “igualitario”, eso es “discriminador”. El Nuevo Orden Mundial
igualitario quiere una masa de borregos dominados por un estado mundial
impersonal, que se adapte y conforme a todo el mundo, por lo tanto maleable,
flexible, un igual indistinguible que en cualquier momento pueda reemplazarse.
Se trata de “empoderar” a todos. Ahí tiene el modelo del otro lado de la
frontera, en el primer ministro de Canadá, el monigote afeminado llamado Justin
Trudeau, permeable a todos los mandatos globalistas de la Sinagoga de Satanás,
a quien los medios progresistas tratan de poner como “modelo”, hasta un “gran
diario argentino” calificó de “épico” su silencio para comentar unas declaraciones
de Trump. Hoy lo épico es callarse cobardemente, arrodillarse ante “Black Lives
Matter” o quedarse en casa mirando
Netflix. En fin…
Trump desafía todo este estándar: es
blanco, rubio, heterosexual, exitoso, pro-vida, cristiano, y no se arrodilla
ante la presión mediática, sino que lo ha llegado a hacer en una iglesia
católica, ante las iras del arzobispo modernista local.
Por todo esto Trump es considerado “el
enemigo” a batir. Ahora bien, Trump ¿qué posibilidades tiene de vencer en esta
batalla? A corto plazo más posibilidades que a largo plazo. Esto es porque
Trump es antirrevolucionario, pero no contrarrevolucionario.
A corto plazo, porque tiene maña
política y no tendrá escrúpulos a la hora de actuar con energía y violencia (a
diferencia del mentado rey de Francia). Los contrarrevolucionarios siempre han
tenido reparos a la hora de utilizar algunos recursos propios del enemigo.
Pero no a largo plazo porque el sistema
en sí es insostenible, y sólo una reforma profunda podría garantizarle la continuidad.
Y para eso hace falta otra mentalidad en una población que está formada (o
deformada) por el liberalismo y el progresismo. No sabemos hasta qué punto
Trump puede entender esto.
Si Trump, como ha ocurrido con Mons. Viganò,
llegase a tal grado de lucidez –que es veramente una conversión, metanoia- quizás
no se le ahorraría acabar asesinado, pero la intervención divina podría acelerarse.
En la medida que Trump sea más monárquico y menos demócrata, tendrá más chances
de resistir. Pero también en la medida en que se acerque más al catolicismo y
se aleje más del protestantismo, será capaz de entender la totalidad del
combate.
Ya es muy auspicioso que Trump haya
elogiado y recomendado leer la excelente carta
que le dirigió Mons. Viganò. Recordemos algunos párrafos:
“En
los últimos meses hemos sido testigos de la formación de dos bandos opuestos
que llamaría bíblicos: los hijos de la luz y los hijos de la
oscuridad (…)
Estos
dos lados, que tienen una naturaleza Bíblica, siguen la clara
separación entre la descendencia de la Mujer y la descendencia de la Serpiente
(…)
En
la sociedad, señor presidente, estas dos realidades opuestas coexisten como
enemigos eternos, así como Dios y Satanás son enemigos eternos. Y parece
que los hijos de la oscuridad, a quienes podemos identificar fácilmente con
el deep state a quien usted se opone sabiamente y que está
librando una guerra feroz contra usted en estos días, ha decidido mostrar sus
cartas, por así decirlo, al revelar sus planes. Parecen estar tan seguros
de tener todo bajo control que han dejado de lado esa circunspección que hasta
ahora había ocultado al menos parcialmente sus verdaderas intenciones (…)
Es
necesario que los buenos, los hijos de la luz, se unan y hagan oír sus voces. ¿Qué
manera más efectiva hay de hacer esto, señor presidente, que rezando y
pidiéndole al Señor que lo proteja a usted, a los Estados Unidos y a toda la
humanidad de este enorme ataque del enemigo? Ante el poder de la oración,
los engaños de los hijos de las tinieblas colapsarán, se revelarán sus
complots, se mostrará su traición, su poder aterrador terminará en nada, saldrá
a la luz y quedará expuesto a lo que es: un engaño infernal.”
Los dos campos están claramente
trazados. De un lado el comunismo (sin el anticuado símbolo de la hoz y el
martillo, pero con todo el poderío de los chinos) cuya agenda no es otra que la
del "Manifiesto Comunista"
de
Carlos Marx y Federico Engels, publicado a principios de 1848, que según Genta “es
el programa político del ateísmo sistemático, destinado a destruir la
Civilización Cristiana, desde sus cimientos: "todo lo que existe merece
perecer" (Engels). Se trata de destruir todo lo que protege al hombre; todo
lo que sustenta su ser y promueve el desarrollo de su personalidad: religión,
patria, familia, propiedad, jerarquía, Estado. Lo primero será reemplazar a
Cristo con la seducción de un mesianismo meramente terrenal y la engañosa promesa
de un reino de este mundo para los pobres”. En definitiva, se trata del odio
venido directamente de Satanás para imponer una utopía a la espera del nuevo “mesías”.
Del otro campo la defensa de la religión, patria, familia, propiedad,
jerarquía, Estado. En definitiva, de la Verdad y el Amor que son los nombres de
Dios.
El
“Apocalipse Now” demócrata
Mientras tanto, la impresionante maquinaria
mediática del periodismo trabaja día y noche para derrocar a Trump, a quien se
quiere hacer pasar como una especie de Kurtz de Apocalipse Now, que habría enloquecido, se habría convertido en un
dictador amenazante y peligroso, y por ello todas las fuerzas oprimidas y
progresistas deben eliminarlo. No es una exageración, las acciones y palabras
de sus oponentes son violentas y autoritarias, es decir, son aquello de que
acusan a su enemigo. No se trata de oponerse a él, se trata de matarlo. ¿Se
repetirá la película? Realmente la realidad siempre supera a la ficción. Por estos
días se han visto videos de situaciones escalofriantes, absurdas, delirantes,
criminales, en una especie de enloquecimiento colectivo –mejor digamos que se
trata de infestación y/o posesión diabólica- que son propias de las grandes
revoluciones.
De hecho la Revolución francesa fue muy
bien preparada por la llamada “República de las letras”, los “filósofos” o
intelectuales y periodistas que inundaron con sus periódicos y panfletos masónicos
la sociedad toda, a fin de derrocar el antiguo régimen. Del mismo modo, se
trata aquí de la prensa masiva que busca derrocar no a un presidente, sino un
país entero para instalar el igualitarismo globalista. El individualismo norteamericano,
el heroísmo que se ha visto encarnado en infinidad de películas clásicas, ya no
corre. No falta mucho para que derriben todo vestigio de los grandes héroes de
antaño como John Wayne, Gary Cooper o James Stewart, símbolos de lo épico y el
orgullo nacional. Se trata de la destrucción del hombre en tanto individuo distinto,
único y singular, como criatura de Dios. El héroe ya no es el individuo, sino
la multitud indiferenciada. El heroísmo individual no es igualitario ni
democrático, sino discriminador. ¡Afuera con él! Incluso podemos hacer una analogía
con otra película, “Asalto al precinto 13” (John Carpenter, 1976), donde los
héroes son un puñado de policías que defienden una comisaria del ataque de unos
criminales anónimos que disparan con silenciadores y tornan su situación
desesperada. Hoy se haría esa película volviendo a los atacantes los héroes, y a
los heroicos resistentes unos malvados supremacistas blancos.
El sistema globalista requiere de
hombres pequeños, mediocres, manipulables, tanto en los puestos de decisión, como en las
calles apiñados unos con otros. Un comportamiento condicionado, automatizado,
diríase robotizado, es imprescindible para que la gran maquinaria colectivista funcione.
Como decía Jünger: “Una de las notas características y específicas de nuestro
tiempo es que en él van unidas las escenas significativas y los actores
insignificantes”.
Mismo se entiende bien lo que afirmaba
Thomas Molnar: “Mao Tse Tung confesaba a André Malraux que si el partido
comunista chino no persiguiese con su acción incesante la nivelación del pueblo
chino, las tendencias no igualitarias aparecerían espontáneamente en el cuerpo
social producidas por tendencias ancestrales. ¿No es esto reconocer que una
comunidad, una vez liberada de la presión ortopédica de un partido, ideología o
gobierno, se diferencia en función del talento, el esfuerzo y la habilidad, del
azar y de otros factores naturales?”.
No obstante lo cual, si la revuelta social
no debe tener rostro que lo lidere, sí debe tener un rostro que lo justifique,
en este caso un “mártir”, lo mismo da quien sea, en este caso alguien llamado “George
Floyd”.
Es decir, las masas aún sin dejar de ser
masas, necesitan un rostro que las identifique. Y un rostro contra el cual
combatir. La abstracción no puede ser absoluta, o no lo es hasta que el hombre no
se ha terminado de deshumanizar. Para eso hace falta un gobierno como el de
China. Y para eso se está utilizando la llamada pandemia del coronavirus, con
sus igualitarios barbijos y su distanciamiento social deshumanizantes.
Estamos en la época del colectivismo,
cuyo ejemplo perfecto lo da China comunista, el gran hormiguero mundial, donde
los hombres son esclavos de una élite diabólica. “Hegel –explica Molnar-
termina el prefacio de su obra principal, la Fenomenología del espíritu, con la
afirmación de que en nuestra época, el “Geist” individual, el espíritu singular,
deja a los hombres cada vez más indiferentes, porque las tareas que quedan por
hacer no exigen grandes esfuerzos del individuo. “El espíritu universal es lo que se encuentra bien consolidado y exige
ser desarrollado y extendido”. O, dicho en otras palabras, la humanidad se
ha elevado colectivamente al nivel del Weitgeist o espíritu universal, según
Hegel, mientras que para Rousseau la “voluntad general” abarca toda
manifestación humana” (La Contrarrevolución, Unión Editorial, Madrid, 1975).
Se trata, por supuesto, del progreso, el
cual es inevitable, más allá de nosotros los “retrógrados”. Así hace la crítica
de este progreso Maxence Hecquard:
“Si
el mundo está en evolución perpetua, si la especie humana tiende a su
perfección, es conveniente que el progreso del hombre sea de aquí en más
colectivo. Es la sociedad que progresa más que los cuerpos que se transforman.
La ley que se aplica a todos, borra las diferencias entre los individuos y
permite la libre determinación de la libertad. Por la ley que ella establece y
protege, la democracia permite así la paz y asegura el florecimiento de la
libertad. De ahí que ella no es otra cosa que la condición del progreso de la
especie.
Y
es precisamente porque ella es condición del progreso que la democracia deviene
obligatoria. Ella se hace imperativo moral, porque el progreso no es
facultativo: él constituye el diseño mismo de la naturaleza. El derecho deviene
así como una moral real. En verdad la democracia es a partir de ahora la única
obligación a respetar”. (Protestantisme et démocratie moderne, Le Sel de
la terre n° 100, printemps 2017).
Sin dudas, los chinos creen que ellos
tienen una democracia, y en el sentido arriba mencionado, absolutamente
igualitario, la tienen. Democracia y tiranía son sinónimos.
Comprobamos que ya hablaba de lo que hoy
estamos viendo SS. Benedicto xv, hace exactamente cien años:
“De
hecho, el advenimiento de una cierta república universal, que se basa en la
igualdad absoluta de los hombres y en la comunión de bienes, y en la que ya no
hay distinción de nacionalidad, ha madurado en los votos y expectativas de los
más sediciosos. No se reconoce la autoridad del padre sobre los hijos, ni del
poder público sobre los ciudadanos, ni de Dios sobre los hombres reunidos en el
consorcio civil. Todas las cosas que, de implementarse, darían lugar a
tremendas convulsiones sociales, como lo que ahora está desolando una parte no
pequeña de Europa. Y precisamente para crear una condición similar de las
cosas entre otros pueblos, vemos que la plebe está emocionada por la furia y la
insolencia de unos pocos, y aquí y allá los disturbios ocurren repetidamente”.
(Motu
proprio Bonum sane, sobre la devoción
a San José, 25 de julio de, 1920)
Así que se trata de un combate del “espíritu
universal” panteísta que todo lo amalgama, bajo la mirada de la Madre Tierra o
Pachamama, indispensable para forjar un Nuevo Orden Mundial mediante un “Green
New Deal”, contra el “espíritu católico” que se sostiene en personas singulares,
pero que cuentan con millones de aliados en este mundo y en el más allá. Es el
espíritu del devenir incesante de la dialéctica hegeliana-marxista, contra el Ser
inconmovible que se sostiene en una cruz, capaz de abarcarlo todo. Es el
espíritu de esclavitud que bestializa en la mentira, contra el espíritu de
libertad que diviniza en la verdad.
En palabras del Padre Castellani, los
dos campos están perfectamente definidos:
“No hay que engañarse: en el mundo actual
no hay más que dos partidos. El uno, que se puede llamar la Revolución,
tiende con fuerza gigantesca a la destrucción de todo el orden antiguo y
heredado, para alzar sobre sus ruinas un nuevo mundo paradisíaco y, una torre
que llegue al cielo; y por cierto que no carece para esa construcción futura de
fórmulas, arbitrios y esquemas mágicos; tiene todos los planos, que son de lo
más delicioso del mundo. El otro, que se puede llamar la Tradición,
tendido a seguir el consejo del Apokalypsis: «conserva todas las cosas que has
recibido, aunque sean cosas humanas y perecederas” (Cristo, ¿vuelve o no vuelve?).
Por todo esto, “Nadar
contra la corriente no es necedad si las aguas corren hacia cataratas” (Nicolás Gómez Dávila). Es
indispensable luchar contra lo políticamente correcto a todo nivel, pero sobre
todo contando con las armas espirituales, que son las decisivas en esta
batalla.
Entonces aunque venga la guerra, nos sostendremos, de seguir aún en este
mundo, con la fe, la caridad y la esperanza en la promesa de Ntra. Sra. de
Fátima, de que tras la consagración de Rusia y su conversión, su Corazón
Inmaculado triunfará. El mismo Jesucristo nuestro Salvador nos dejó su gran
mensaje del Sagrado Corazón: “Yo reinaré a pesar de mis enemigos y de todos
aquellos que se opusieren a ello”.
Ignacio
Kilmot