El próximo 21 de noviembre será el cuadragésimo aniversario de la célebre declaración de Monseñor Lefebvre, fechada el 21 de noviembre de 1974.
Este magnífico texto es la carta fundamental de
nuestro combate.
No es inútil recordar en qué contexto fue
redactado. Monseñor Tissier de Mallerais lo explica en su biografía de
Mons. Lefebvre (p. 505-506):
Luego de la visita a Ecône de dos prelados belgas
enviados por el Vaticano (11-13 noviembre), cuya actitud y declaraciones
escandalizaron a los seminaristas, Monseñor parte hacia Roma el 16. “El 21,
mientras que él se dirige a una de las Congregaciones que iba a visitar, un
guardia suizo, hasta entonces impasible, se dirige a él bruscamente: “Monseñor,
¿todavía espera algo de esta gente?”. El mismo día, en Albano, el obispo
escribió el texto que presentará como “la posición del seminario y de la
Fraternidad desde el principio, pero en términos más claros y definitivos, en
razón de la amplificación de la crisis”.
En términos más claros: Monseñor distingue
claramente "la Roma católica” y “la Roma de tendencia neo-modernista y
neo-protestante”, o dicho de otra forma, la Roma conciliar. La confusión
mantenida en este dominio por los actuales superiores de la Fraternidad, ¿no es
una de las principales causas de la crisis que sacude a la Tradición?
Monseñor Lefebvre no encontró palabras más fuertes
para caracterizar las consecuencias de la reforma conciliar: demolición, ruina,
aniquilamiento, desaparición… Esta reforma está “completamente envenenada”, no
podemos más que oponerle un “categórico rechazo”.
Mucho más categórico hoy en día, cuando la crisis
se ha amplificado todavía más desde hace cuarenta años, y cuánto: el nuevo
“derecho”, el nuevo “catecismo”, Asís, las falsas canonizaciones de los papas
destructores de la Iglesia, etc.
No es entonces cuestión de ceder en la confesión de
la verdadera fe y en la denuncia de los errores que se oponen a ella. No puede
ser cuestión de “arreglarse” con la Roma conciliar, “de la manera que sea”,
mientras no se haya convertido verdaderamente. Monseñor lo afirmó en otra
ocasión: “Cuando se nos plantea la cuestión de saber cuándo habrá un
acuerdo con Roma, mi respuesta es simple: Cuando Roma vuelva a coronar a
Nuestro Señor Jesucristo” (Conferencia en Flavigny, diciembre de
1988).
Fue en la fiesta de la Presentación de Nuestra
Señora que Mons. Lefebvre escribió su declaración hace cuarenta años: la Virgen
fiel le inspiró esta protesta de fidelidad. Nosotros la hacemos nuestra, y
pedimos a nuestra Reina del Cielo que nos mantenga fieles hasta nuestro último suspiro.
Padre Bruno (Superior de la USML en Francia)
DECLARACIÓN DE MONSEÑOR LEFEBVRE DEL 21 DE
NOVIEMBRE DE 1974.-
Nos adherimos de todo corazón, con toda nuestra
alma, a la Roma católica guardiana de la fe católica y de las tradiciones
necesarias al mantenimiento de esa fe, a la Roma eterna, maestra de sabiduría y
de verdad.
Por el contrario, nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas que de éste salieron.
Todas esas reformas, en efecto, contribuyeron y contribuyen todavía a la demolición de la Iglesia, a la ruina del Sacerdocio, al aniquilamiento del Sacrificio y de los Sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, a una enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, los seminarios, la catequesis, enseñanza nacida del liberalismo y del protestantismo, condenada repetidas veces por el magisterio solemne de la Iglesia.
Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada en la Jerarquía, puede constreñirnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos.
“Si llegara a suceder, dice san Pablo, que nosotros mismos o un ángel venido del cielo os enseñara otra cosa distinta de lo que yo os he enseñado, que sea anatema” (Gál. 1, 8).
¿No es esto acaso lo que nos repite el Santo Padre hoy? Y si una cierta contradicción se manifestara en sus palabras y en sus actos así como en los actos de los dicasterios, entonces elegimos lo que siempre ha sido enseñado y hacemos oídos sordos a las novedades destructoras de la Iglesia.
No es posible modificar profundamente la “lex orando” sin modificar la “lex credendi”. A la misa nueva corresponde catecismo nuevo, sacerdocio nuevo, seminarios nuevos, universidades nuevas, Iglesia carismática, pentecostal, todas cosas opuestas a la ortodoxia y al magisterio de siempre. Habiendo esta Reforma nacido del liberalismo, del modernismo, está totalmente envenenada; sale de la herejía y desemboca en la herejía, incluso si todos sus actos no son formalmente heréticos. Es pues imposible a todo católico consciente y fiel adoptar esta Reforma y someterse a ella de cualquier manera que sea. La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico a aceptar la Reforma.
Es por ello que sin ninguna rebelión, ninguna amargura, ningún resentimiento, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal bajo la estrella del magisterio de siempre, persuadidos de que no podemos prestar un servicio más grande a la Santa Iglesia Católica, al Soberano Pontífice y a las generaciones futuras.
Es por ello que nos atenemos firmemente a todo lo que ha sido creído y practicado respecto a la fe, las costumbres, el culto, la enseñanza del catecismo, la formación del sacerdote, la institución de la Iglesia, por la Iglesia de siempre y codificado en los libros aparecidos antes de la influencia modernista del Concilio, esperando que la verdadera luz de la Tradición disipe las tinieblas que oscurecen el cielo de la Roma eterna.
Y haciendo esto, con la gracia de Dios, el auxilio de la Virgen María, de San José, de San Pío X, estamos convencidos de mantenernos fieles a la Iglesia Católica y Romana, a todos los sucesores de Pedro, y de ser los “fideles dispensatores mysteriorum Domini Nostri Jesu Christi in Spiritu Sancto”. Amén.