“La encíclica Fratelli
tutti no sólo está falta de Fe; carece igualmente de Esperanza y de
Caridad. En su texto no se percibe el eco de la voz
del Divino Pastor y Médico de las almas, sino el gruñido del lobo rapaz o el
silencio del mercenario (Jn. 10,10).”
“Creo que esta
lamentabilísima Fratelli tutti representa
en cierto modo el vacío de un corazón marchito, de un ciego privado de la
visión sobrenatural que a tientas trata de responder a quien –empezando por él
mismo– desconoce. Sé bien que es una afirmación dolorosa y grave, pero
creo que más que preguntarnos por la ortodoxia de este documento tendremos que
preguntarnos cuál es el estado de un alma incapaz de experimentar un arranque
de Caridad, de dejarse abrazar por un rayo divino en la gris monotonía de
un sueño utópico, caduco y cerrado a la gracia de Dios.”
17/10/2020
TRES PREGUNTAS DE JOHN HENRY WESTEN A CARLO MARIA VIGANÒ
-¿Qué opina de Fratelli
tutti, en particular con respecto al silencio de la encíclica en
torno a lo que ésta califica de «mayores preocupaciones» de los políticos?
-Al hablar de las
preocupaciones que más deberían promover la acción de los políticos, Fratelli
tutti menciona «el fenómeno de la exclusión social y económica, con
sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y
tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo,
incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen
internacional organizado». Todas estas cosas son plagas que se deben denunciar,
pero creo que todo el mundo las reconoce como tales. El punto focal, y mucho
más importante desde el punto de vista moral, sobre el que calla la encíclica,
es el aborto, que por desgracia hoy se reivindica como un derecho2.
Este silencio
atronador sobre el crimen más odioso a los ojos de Dios –dado que se comete
contra una criatura inocente e indefensa privándola de la vida– delata la
cortedad de miras de ese manifiesto ideológico al servicio del Nuevo
Orden Mundial. Estrabismo que contempla los planteamientos del
pensamiento único con total sumisión ideológica y a las enseñanzas del
Evangelio con la mirada miope y avergonzada de quien lo considera inviable y
desfasado.
Se pasa totalmente
por alto la dimensión espiritual y trascendente, así como la moral natural y
católica. Ahora bien, ¿qué fraternidad podrá haber entre los
seres humanos cuando no se da importancia al hecho de matar a un inocente?
¿Cómo se puede condenar la exclusión social mientras se calla la más criminal
de las exclusiones sociales, la de un hijo que tiene derecho a vivir, a crecer,
a amar y ser amado, a adorar y servir a Dios y a alcanzar la vida eterna? ¿De
qué sirve ocuparse del tráfico de armas si se puede declarar hermanos a
quienes desmiembran a un niño en el vientre materno, a quien aspira un cerebro
un instante antes del parto? ¿Cómo es posible anteponer la fraternidad al
horror de envenenar al enfermo o al anciano privándolo de la posibilidad de unirse
a la Pasión del Señor en el sufrimiento? ¿Qué respeto a la naturaleza cabe
invocar cuando se acepta que es posible modificar el sexo de la persona
inscrito en nuestros cromosomas, o que se pueda considerar familia a la estéril
unión de dos hombres o dos mujeres? La furia destructora de la madre
tierra no vale para quienes, manipulando la obra admirable del
Creador, se arrogan el derecho de modificar el ADN de plantas, animales y seres
humanos.
La encíclica Fratelli
tutti no sólo está falta de Fe; carece igualmente de Esperanza y de
Caridad. En su texto no se percibe el eco de la voz
del Divino Pastor y Médico de las almas, sino el gruñido del lobo rapaz o el
silencio del mercenario (Jn. 10,10). No hay el menor atisbo de amor ni a Dios
ni al prójimo, porque para desear verdaderamente el bien del hombre actual es
necesario despertarlo de la hipnosis buenista, ecologista, pacifista,
ecumenista y mundialista. Para amar al hombre pecador y rebelde, es preciso
hacerle entender que lejos de su Creador y Señor terminará por ser esclavo de
Satanás y de sí mismo, así como que su fraternidad con otros condenados no
remediará la inevitable enemistad con Dios; que no serán el mundo y la
filantropía quienes lo juzguen, sino Nuestro Señor, que también murió por él en
la Cruz.
Creo que esta
lamentabilísima Fratelli tutti representa en cierto modo el
vacío de un corazón marchito, de un ciego privado de la visión sobrenatural que
a tientas trata de responder a quien –empezando por él mismo– desconoce. Sé
bien que es una afirmación dolorosa y grave, pero creo que más que
preguntarnos por la ortodoxia de este documento tendremos que preguntarnos cuál
es el estado de un alma incapaz de experimentar un arranque de Caridad, de
dejarse abrazar por un rayo divino en la gris monotonía de un sueño
utópico, caduco y cerrado a la gracia de Dios.
El introito de la
Misa de este domingo nos suena a modo de advertencia:
Salus populi ego sum,
dicit Dominus: de quacumque tribulatione clamaverint ad me, exaudiam eos: et
ero illorum Dominus in perpetuum. Attendite, popule meus, legem meam: inclinate aure vestram in verba oris
mei.3
El Señor es la
salvación de su pueblo, que será escuchado en la tribulación a condición de que
opte por la ley de Él. Nos lo dice Nuestro Señor sin medias tintas: «Separados
de Mí no podéis hacer nada» (Jn15, 5). La utopía de la Torre de Babel, por
mucho que se actualice y se muestre bajo las novedosas apariencias de las
Naciones Unidas o el Nuevo Orden Mundial, está destinada a desmoronarse y a que
no quede piedra sobre piedra porque no está fundada sobre la piedra angular que
es Cristo:
«He aquí que son un
solo pueblo y tienen todos una misma lengua. ¡Y esto es sólo el comienzo de sus
obras! Ahora, nada les impedirá realizar sus propósitos. Ea, pues, descendamos,
y confundamos allí mismo su lengua, de modo que no entienda uno el habla del
otro» (Gn. 11,6-7).
El pacifismo
mundialista y ecuménico de Fratelli tutti contempla un paraíso
en la Tierra que no se funda en el deseo de
reconocer la realeza de Cristo sobre la sociedad y sobre todo el mundo, sino en
ocultar el escándalo de la Cruz, considerada factor de división, en vez de
única esperanza de salvación para la humanidad; en olvidar que las injusticias
sociales y los males que afligen al mundo son consecuencia del pecado, y que
sólo conformándonos a la voluntad de Dios podremos esperar la paz y la
concordia entre los hombres. Hombres que únicamente pueden ser hermanos en
Cristo reconociendo la paternidad de Dios.
En la encíclica
brilla la Esperanza por su ausencia, esperanza
entendida como una virtud teologal infundida por Dios en el alma, por la cual
aspiramos al Reino de los Cielos y la vida eterna, cifrando nuestra
confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos en la Gracia del Espíritu
Santo4 en lugar de en nuestras propias fuerzas. Esperar que una
fraternidad horizontal garantice la paz y la justicia no tiene nada de
sobrenatural, porque no tiene la vista en el Reino de los Cielos, no se apoya
en las promesas de Cristo ni considera necesaria la Gracia divina, confiando
por el contrario en el hombre corrompido por el pecado original e inclinado por
tanto al mal. Quien nutre estas falsas esperanzas –afirmando entre otras cosas
que no es necesario creer en Dios para ir al paraíso5— ni realiza un
acto de caridad, sino que por el contrario estimula a los pecadores a seguir
por el camino del pecado y la perdición y haciéndose con ello cómplice de
su condenación y desesperación. Contradice además las propias palabras del
Salvador: «Os dije que moriréis en vuestros pecados. Sí, si no creéis que
Yo soy (el Cristo), moriréis en vuestros pecados» (Jn. 8, 24).
Añadiré con gran
pesar que últimamente no aparece la respuesta de la Iglesia al mal, la muerte,
la enfermedad, el sufrimiento y las injusticias del mundo, más bien brilla por
su ausencia. Como si el Evangelio no tuviera nada que decir al hombre de hoy, o
si lo que le dice estuviera desfasado o careciera de actualidad. «No
quiero ofrecer recetas que no sirven; ésta es la realidad ».6 La
sangre se hiela al leer estas palabras: « ¿Es Dios injusto? Sí, fue
injusto con su Hijo: lo mandó a la Cruz ».7 No hace falta
refutar esta afirmación; basta con señalar que si se niega que el pecado sea la
causa del dolor y la muerte que afligen a la humanidad, se termina
inevitablemente por echar la culpa a Dios tildándolo de injusto y excluyéndolo
por tanto del propio horizonte. Se entiende, pues que la búsqueda de la
fraternidad humana esté compendiada en las palabras del salmista: «Os dije que
moriréis en vuestros pecados. Sí, si no creéis que Yo soy (el Cristo), moriréis
en vuestros pecados» (Sal 2, 2).
De este modo la
Iglesia –mejor dicho, la falsificación que la eclipsa casi del todo– no brinda
la menor respuesta católica al hombre desesperado y sediento de verdad, sino
que contribuye a aumentar el escándalo del dolor y del sufrimiento cuya causa
es el pecado, achacándole la responsabilidad a Dios y blasfemando al llamarlo
injusto.
-Excelencia, supongo que habrá visto a
los dirigentes pro vida de los EE.UU. implorar a los obispos que declaren
abiertamente que el aborto es la cuestión preeminente en estas elecciones
presidenciales. Varios obispos han afirmado todo lo contrario, y se están
aprovechando de puntos de la encíclica para respaldar sus ideas. ¿Qué propone a
sus hermanos en el episcopado y a los fieles?
-El silencio en torno
al aborto es una señal terrible del extravío espiritual y moral de un sector de
la Jerarquía que reniega de su misión porque ha renegado de Cristo. Y así como en el aborto la madre mata al hijo al que debería amar,
proteger y generar para la vida
terrena, en el fraude actual la Iglesia, que Dios quiso instrumento para llevar
las almas a la vida eterna, las está matando espiritualmente en su propio seno
por la traición de sus propios ministros. De la enemistad de los adversarios de
Cristo no se libra ni su Santísima Madre, cuya maternidad odia Satanás, porque
por medio de Ella la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre
para redimirnos. Si somos amigos de la Santísima Virgen, sus enemigos son
nuestros enemigos, según estableció el Señor en el Protoevangelio: «Y
pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje» (Gén.
3,15).
A mis hermanos en el
episcopado les recuerdo que fueron ungidos con el crisma para ser atletas de la
Fe, no espectadores neutrales del enfrentamiento entre Dios y el adversario.
Ruego que a los pocos pastores valerosos que alzan la voz para defender los
principios sagrados y no negociables establecidos por el Señor en la ley
natural se unan todos cuantos hoy vacilan por temor o por un falso sentido de
prudencia. Tened la gracia de estado para que os escuche la grey que
reconoce en vosotros la voz del verdadero Pastor (Jn. 10,2-3). No
tengáis miedo de proclamar el Evangelio de Cristo, como tampoco lo tuvieron los
Apóstoles ni los obispos que les sucedieron para afrontar el martirio.
A los fieles
desorientados por el silencio de tantos pusilánimes les pido que eleven sus
oraciones al Cielo invocando al Paráclito las gracias que sólo el Espíritu
Santo puede infundir en los corazones endurecidos y rebeldes: Lava
quod est sordidum, riga quod est aridum, sana quod est saucium. Flecte quod est rigidum, fove quod est
frigidum, rege quod est devium. Ofreced sacrificios, penitencias y los dolores de
la enfermedad por la Iglesia y por vuestros pastores.
-Hace poco entrevisté a la mujer del ex
candidato al Tribunal Supremo Robert Bork, que habló de la falta de apoyo a la
Iglesia por parte de su marido durante sus escandalosas audiencias; también
mencionó brevemente que el ataque fue organizado por el católico republicano Teddy Kennedy. ¿Qué opinión le
merecen los ataques de que está siendo objeto la jueza Barret, en particular a
causa de su fe?
El odio del mundo,
cuyo príncipe es Satanás (Jn.12,31), es la más evidente retractación del sueño
utópico de Fratelli tutti. No puede haber
fraternidad entre los hombres si se prescinde de la paternidad común del único
Dios verdadero, uno y trino. Quienes predican la igualdad y
equivalencia de los derechos hasta llegar a dar carta de naturaleza al error y
el vicio se vuelven intolerantes en cuanto ven que está en peligro el poder
usurpado, en cuanto un político católico, en nombre de esa igualdad de
derechos, quiere dar testimonio de su fe al legislar y gobernar. Así, la tan
deseada fraternidad sólo se da entre los hijos de las tinieblas, excluyendo
necesariamente a los hijos de la luz u obligándoles a renegar de su identidad.
Es además significativo que la única declaración de dicha fraternidad esté al
parecer fundada en el rechazo a Cristo, en tanto que se considera imposible una
verdadera y santa fraternidad en el vínculo de la Caridad «en la justicia y
santidad de la verdad» (Ef. 4, 24).
Al recibir la Confirmación el católico se convierte en soldado de
Cristo: el soldado que no combate por su Rey y decide aliarse al enemigo es un
traidor, un renegado, un desertor. Den, pues, los
políticos y todos cuantos ejercen cargos públicos testimonio de Aquel que
derramó su sangre por ellos; no sólo obtendrán las gracias necesarias para
cumplir su función pública, sino que darán ejemplo a sus hermanos y se harán
acreedores al premio eterno, que es lo único que verdaderamente importa. «Te
nationum praesides honore tollant publico; colant magistri, judices, leges et
artes exprimant»8.
11 de octubre de 2020
Fiesta de la Divina
Maternidad de María Santísima, domingo XIX después de Pentecostés