Dice el Evangelio de hoy: Semejante
es el reino de los cielos a un hombre, padre de familia, que salió muy de
mañana a contratar trabajadores para su viña. Y habiendo acordado con los
trabajadores darles un denario por día, los envió a su viña.
Comenta San Agustín que el
padre de familia, que es Dios, da a todos (los que trabajan) un
denario porque a todos (ellos) será dada la misma vida
eterna. El denario era una moneda de la antigua Roma y la palabra “denario”
proviene de “diez”, porque diez son los Mandamientos, y los que los cumplen
reciben el premio de la vida eterna. Dios ha expresado su voluntad en esos Diez
Mandamientos suyos. Gracias a ellos sabemos claramente lo que Dios quiere que
hagamos y lo que Dios quiere que evitemos. El que cumple esos Mandamientos se
salva y el que los incumple, el que peca gravemente contra cualquiera de ellos,
se condena si no se arrepiente y se confiesa. Esto es lo que la Iglesia siempre
enseñó. Estoy reiterando algo elemental, pero hay que hacerlo porque los
clérigos liberales y modernistas, ministros del diablo, ha hecho olvidar estas
verdades básicas.
En cuanto a la frase muchos
son los llamados, pero pocos los elegidos, con que termina
el Evangelio de hoy, San Gregorio Magno dice que muchos
vienen a la fe -y estos son los llamados- ,
pero pocos son los que llegan al Reino de los Cielos -los elegidos-, porque
son muchos los que siguen a Dios con sus labios pero huyen de Él con sus
costumbres. Es decir, se dicen católicos, pero actúan como si no lo
fueran porque cometen pecados graves. Que nuestra vida, entonces, nunca sea una
mentira. Que no haya hipocresía en ella. Que nuestra vida sea el reflejo fiel
de nuestra fe. Que vivamos como pensamos y que pensemos según Dios. Y que
nuestra vida sea vida de caridad, es decir, de amor a Dios por sobre todo y de
amor al prójimo por amor a Dios. ¿Cómo? Cumpliendo los Diez Mandamientos.
En otro lugar (Mt 7 21-27)
dice N. Señor: No todo el que me dice Señor Señor (los
llamados) entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace
la voluntad de mi Padre celestial (los elegidos). El
que recibe mis mandamientos (los llamados) y los
guarda (los elegidos), ése es el que me ama (Jn
14 21). En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus
mandamientos (1 Jn 5 3).
La fe no basta para
salvarse. Para salvar el alma, además de la fe, hace falta la caridad, que es
el amor sobrenatural puesto por Dios en el alma. Empezamos a tener ese amor en
el momento del bautismo y lo perdemos enteramente con cualquier pecado mortal.
La fe, en cambio, no se pierde con cualquier pecado mortal. Para recuperar la
caridad perdida, destruida, debemos arrepentirnos y confesarnos.
Lutero, en cambio, enseñaba
-y sigue enseñando, o mejor dicho el diablo, por boca de los “pastores” (en
realidad, lobos) protestantes- que la sola fe salva, lo cual es herético. Hoy,
por el veneno del Vaticano II y su clero conciliar, muchísimos católicos
piensan como Lutero, y por eso se confiesan rara vez, exponiéndose a la
condenación eterna en caso de morir sin tener la caridad en el alma. Cuidado:
en esto no hay tonos de gris, sino blanco o negro: el que muere en gracia de
Dios, es decir, teniendo la caridad, muere unido a Cristo, y con Él estará por
toda la eternidad. El que muere sin caridad, muere unido al demonio, y con él
estará por toda la eternidad. El que no está conmigo está contra
Mí (Mt 12, 30).
De esto -dice San Gregorio- podemos sacar
dos consecuencias: la 1ra., que nadie debe presumir de sí mismo. Porque aunque
uno haya sido llamado a la fe, no sabe si estará elegido para
el Reino, es decir, si conservará la caridad al momento de la muerte, si
obtendrá de Dios el don de la perseverancia final; y la 2da., que nadie
debe desconfiar de la salvación del prójimo, aunque lo vea entregado al pecado,
porque todos ignoramos los tesoros de la misericordia de Dios. Padres
y madres: cuando vean a sus hijos caminar al Infierno, además de corregirlos,
recen por ellos todos los días el Rosario, pónganlos, con confianza total, en
las manos de la S. Virgen María, y sepan esperar la hora del poder
misericordioso de Dios.
Y salió cerca de
la hora de vísperas y halló a otros que estaban ahí, y les dijo: ¿Qué hacéis
aquí todo el día ociosos? Estuvieron ociosos todos los que se tardaron en vivir
según Dios, dice
san Gregorio. Todo el día: toda esta vida. Ocioso,
es alguien que no trabaja o que hace trabajos inútiles, es el que vive lejos de
Dios, y ese, de permanecer ocioso hasta la muerte, no
recibirá el denario o premio de la vida eterna. A esta vida hemos
venido a trabajar para Dios en su viña, que es la Iglesia, por eso es un ocioso el
que no está en esa viña o el que estando, trabaja para sí mismo y no para Dios.
Porque el hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a
Dios nuestro Señor, dice San Ignacio en el Principio y Fundamento de sus
Ejercicios Espirituales. Ese es el trabajo a realizar. Para eso existimos.
Estimados fieles: que por la
intercesión de la Santísima Virgen María, dejemos el ocio de
los pecados y de la tibieza, y en la santa Iglesia, que es la viña del
Señor, de la que formamos parte porque hemos sido llamados por
misericordia de Dios, trabajemos esforzadamente para que al
final del corto día de la vida presente estemos entre
los elegidos de Dios y recibamos el denario del
Cielo.