Son
estos tiempos más que propicios para provocar el desquicio de los hombres
éticos que aspiran a la certeza de la victoria, o a la victoria personal de
tener la certeza de porqué ocurren todas las cosas que les preocupan. Sus
mentes estrechas se abandonan a la lógica inefable y mórbida, o a los
sentimientos dominantes y hostiles a todo raciocinio. Impermeables a la
paradoja, no comprenden que “la verdadera dificultad con este mundo nuestro, no
es que sea un mundo irrazonable ni que sea un mundo razonable. La dificultad
más común, es que es aproximadamente razonable; pero no del todo. La vida no es
ilógica; pero es una trampa para los lógicos” (Chesterton).
Pueden
algunos restringir su libertad por una obediencia que prescinde de la razón y
no se fundamenta en la realidad sino en sus fantasías. Otros pueden restringir
su libertad al encerrarse en razonamientos cuya lógica es que la realidad
coincida con tales circulares razonamientos. Unos y otros siguen una fácil,
pura y sencilla línea de sentimientos o razonamientos impermeables a las
paradojas del Cristianismo. Pero esa línea se cierra en un círculo o demasiado
amplio o demasiado estrecho. En cualquier caso, es un círculo y no la paradoja dolorosa
de la cruz.
Ante
este panorama de confusiones prosaicas y realidades apoyadas en engañosas soflamas, es siempre oportuno
refrescar la mente con el sentido común de un maestro de la ortodoxia, el gran
Chesterton. Aquí algunas citas de su libro “Ortodoxia”.
“La
imaginación no provoca la locura. Para ser exacto, lo que fomenta la locura es
la razón. Los poetas no enloquecen; los jugadores de ajedrez sí. Los
matemáticos y los cajeros, se vuelven locos; pero rara vez enloquecen los
artistas que crean. Como podrá verse, en ninguna forma ataco la lógica: digo solamente
que el peligro de la locura reside en la lógica; no en la imaginación. La
paternidad artística es tan saludable como la física”.
“En
todas partes, vemos que el hombre no enloquece por soñar. Los críticos son
mucho más locos que los poetas. Homero, es bastante tranquilo y completo; son
sus críticos que lo destrozan en jirones de extravagancia. Shakespeare, fue
perfectamente él mismo; sólo algunos de sus críticos descubren que Shakespeare
fue otro. Y San Juan Evangelista, no obstante haber visto en su visión muchos
monstruos extraños, no vio criatura alguna tan salvaje como uno de sus
comentaristas. El hecho general es claro. La poesía es cuerda, porque flota sin
esfuerzo en un mar infinito; la razón pretende cruzar el mar infinito y hacerlo
así finito. El resultado es la exterminación mental; como lo fue la extenuación
física para el señor Holbein. Aceptarlo todo, es un ejercicio; entenderlo todo,
es un esfuerzo. Lo único que desea el poeta, es exaltación y expansión, un
mundo para explayarse.
El
poeta sólo pretende entrar su cabeza en el cielo.
El
lógico es el que pretende hacer entrar el cielo en su cabeza. Y es su cabeza la
que revienta”.
“Si
ustedes discuten con un loco, es muy probable que lleven la peor parte en la
discusión; porque en muchas formas, la mente del loco es más ágil y rápida, al
no hallarse trabada por todas las cosas que lleva aparejadas el buen
discernimiento. No lo detiene el sentido del humor o de la caridad o las ya
enmudecidas certezas de la experiencia, El loco es más lógico, por carecer de
ciertas afecciones de la cordura. La frase común que se aplica a la insania, desde
este punto de vista es errónea. El loco no es el hombre que ha perdido la
razón. Loco es el hombre que ha perdido todo, menos la razón.
Las
explicaciones que un loco da sobre algo son completas y con frecuencia, en un
sentido estrictamente racional, hasta son satisfactorias. O para hablar con más
precisión, la explicación del insano si bien no es concluyente, es por lo menos
irrefutable; y esto puede observarse en los dos o tres casos más comunes de
locura”
“Ahora, hablando externa y empíricamente, podemos decir que la más consistente e inconfundible seña de locura, es esta combinación entre la integridad lógica y la contracción espiritual. La teoría del lunático, explica un vasto número de cosas, pero no explica esas cosas en forma vasta. Quiero decir que si ustedes, o yo lidiáramos con una mente que se vuelve mórbida, lo indicado sería, no tanto ofrecerle argumentos como darle aire, para convencerla de que existe algo más limpio y fresco, fuera de la sofocación de un único argumento”
“Y
atendiendo a aquellos cuya morbosidad tiene un dejo de manía, la ciencia
moderna se preocupa de la lógica, mucho menos que un derviche en pleno baile.
En esos casos, no es suficiente que el hombre desgraciado desee la verdad; debe
desear la salud. Nada puede salvarlo excepto una ciega ansiedad de normalidad.
Ningún hombre debe creerse a salvo del desequilibrio mental; porque es el
órgano que actúa el pensamiento el que se vuelve enfermo; ingobernable, como si
fuera independiente. Sólo puede salvarlo la voluntad o la fe. Desde que empieza
a actuar su razón, actúa en la antigua ruta circular; girará en torno de su
círculo lógico, igual que un hombre en un coche de tercera clase de Juner
Circle, girará en torno de Juner Circle, hasta que realice el voluntario,
vigoroso y místico acto, de bajarse en Gower Street. Aquí, la decisión lo es
todo; una puerta debe cerrarse para siempre. Cada remedio, es un remedio
desesperado. Cada cura, es una cura milagrosa. Curar a un hombre no es discutir
con un filósofo, es arrojar un demonio. Y por apaciblemente que trabajen en el
asunto los doctores y los filósofos, su actitud es profundamente incomprensiva.
Su actitud es ésta: que el hombre debe dejar de pensar, si quiere seguir viviendo.
Tal tratamiento, es una amputación intelectual.
Si
tu cabeza te perturba, córtatela; porque es mejor entrar al Reino de los Cielos
no solamente como un niño sino como un imbécil, que ser arrojado con la
inteligencia al infierno. . . o a "Hanwell".
Tal
es el loco de los experimentos. Por lo general es un razonador; y con
frecuencia un razonador acertado. Sin duda se le podrá derrotar en un terreno
puramente racional planteándole su caso con lógica.
Pero
se le puede plantear con mayor precisión en términos más generales y aún más
estéticos. Está encerrado en la pulcra y lúcida prisión de una sola idea; se ha
aguzado hasta un penoso extremo. Carece de la indecisión del sano y de su
complejidad. Ahora, según expliqué en la introducción, me propongo ofrecer en
estos primeros capítulos, no tanto el diagrama de una doctrina, cuanto algunas
imágenes de un punto de vista. Y he sido extenso describiendo mi visión del
maniático, por esta razón: porque así como me impresiona el maniático, así me
impresionan muchos pensadores modernos”.
“En
todos se manifiesta esa combinación que hemos notado: la combinación de una
razón expansiva y extenuante, con un sentido común contraído y restringido. Son
universales en cuanto se aferran a una explicación razonable y la llevan hasta
muy lejos. Pero una muestra, puede prolongarse hasta siempre y ser no obstante,
una pequeña muestra. En un tablero de ajedrez, ven el blanco sobre el negro; si
el universo entero está pavimentado como el tablero, siempre siguen viendo el
blanco sobre el negro. Como el lunático, no pueden alterar su punto de vista;
no pueden hacer un esfuerzo mental y repentinamente verlo negro sobre blanco”.
“Mi
sensación de que la felicidad pendía del hilo loco de una condición, adquirió
un significado cuando todo se hubo dicho: significaba toda la doctrina de la
Caída. Aún aquellos vagos e informes monstruos, esas nociones que no pude
describir, y menos defender, aun esas entraron tranquilamente en sus lugares,
como cariátides colosales de una creencia. La imaginación de que el cosmos no
era vasto y vacío sino pequeño y confortable, ahora tenía un significado;
porque cualquier obra de arte puede ser pequeña para la mirada del artista;
para Dios, las estrellas sólo pueden ser pequeñas y queridas como diamantes. Y
mi instinto de que, de alguna forma, el bien no era puramente un instrumento
para ser usado sino una reliquia para ser guardada, como los bienes del barco
de Crusoe, aún eso, era un desesperado asirse de algo originariamente correcto,
porque conforme al Cristianismo, éramos de verdad sobrevivientes de un
naufragio, tripulación de un barco de oro que se hundió antes de comenzar el
mundo”.
“El
Cristianismo intervino como antes.
Sorpresivamente
intervino con una espada y separó el crimen del criminal. Al criminal debemos
perdonarle setenta veces siete. El crimen no debemos perdonarlo en absoluto. No
basta que el esclavo que roba vino inspirara en parte ira y en parte
bondad. Debíamos estar más furiosos que
antes contra el robo y no obstante más buenos que antes con el ladrón. Había lugar
para una ira y para un amor desenfrenados. Y cuanto más pensaba en el
Cristianismo, más cuenta me daba de que habiendo establecido una regla y un
orden, el principal objeto de ese orden, era dar lugar a que se desenfrenaran
todas las cosas buenas.
La
libertad mental y emotiva, no eran tan sencillas como aparentaban. En realidad
requerían un equilibrio de leyes y condiciones tan estricto como el de la
libertad social y política. El vulgar anarquista asceta se larga a sentir
libremente cualquier cosa y termina al fin golpeándose contra una paradoja que
le impide seguir sintiendo nada. Se evade de las limitaciones del hogar para
entregarse a la poesía. Pero cuando deja de sentir las limitaciones del hogar,
deja de sentir “La Odisea”. Está libre de prejuicios nacionales y fuera del
patriotismo”.
“Los
que dicen que el Cristianismo descubrió la misericordia, menosprecian al Cristianismo;
cualquiera podría descubrir la misericordia.
De
hecho, todos la descubrieron. Pero descubrir un procedimiento que permitiera
ser misericordioso y al mismo tiempo severo, era anticiparse a una extraña
necesidad de la naturaleza humana”.