La masonería ha sabido difundir masivamente a quienes desde el ámbito de los medios de comunicación y las artes expresan sus ideas. Liberales y revolucionarios han contado con el aparato propagandístico necesario para ubicarse en lugar destacado en las sociedades otrora cristianas. La publicidad mundial, el sistema de premios y la crítica consentida convierte figuras mediocres o apenas hábiles y astutas en genios incomprendidos de la humanidad, en sabios oráculos, en prestigiosos autores o figuras “míticas”. Los premios Nobel o los premios Oscar sirven de consagración para estas “vacas sagradas” de las artes, las ciencias y la política.
Una
de esas figuras del espectáculo que no fue más que un mediocre director de cine
y en lo actoral solo un diestro mimo, pero elevado hasta los altares del
santoral laico, fue Charles Chaplin, corrosivo y alegorista ateo,
multimillonario de ideas progresistas y en su vida privada un depravado sexual.
Como
otro infame mediocre del cine, Woody Allen (en verdad, Konisberg), siempre celebrado por el
establishment tilingo de la progresía, Chaplin era un pedófilo y esa fue la
causa por la que se radicó en Suiza, no por cuestiones impositivas o por su
izquierdismo político, como siempre se ha querido hacer creer. Uno de sus
biógrafos afirma que en 1952 huyó por el miedo a tener que enfrentar a un
agente de inmigración católico que lo tenía en la mira por este tema. El
miserable envalentonado que abusaba de niñas, se volvía un patético cobarde que
ante los hombres se escabullía. Recordemos que este miserable personaje fue
candidato al Premio Nobel de la Paz en 1948.
Sobre
el misterio de su nacimiento se han trazado varias versiones, hasta fuentes judías afirman que se llamaría Israel Thornstein y habría nacido en Francia y
no como Chaplin afirmaba en Londres. Pero no hay ninguna certeza al respecto.
Lo
cierto es que mientras en sus películas buscaba la risa inmediata y traficaba
con una farsa que buscaba a la vez la lágrima fácil del público con un
sentimentalismo burdo y el cuestionamiento de toda autoridad, la exaltación del
pobrecito y triste vagabundo Charlot se veía contrastada por su vida privada, terriblemente
inmoral y corrupta, ambiciosa en lo económico y subversiva en sus ideas
políticas. Su figura resultaba muy redituable para la camarilla que manejaba
los hilos publicitarios formadores de opinión en vistas a imponer la visión
judeo-masónica del mundo. De allí que fuera el idolatrado y por entonces
inobjetable Carlitos quien encarnara en una película el ideario de la nueva
visión política que se estaba por imponer tras la segunda guerra mundial. Nadie
mejor que este personaje de leyenda, que este “humilde” hombrecito, que
esta “suerte de reformador humanista, que salva y redime a los necesitados con
sólo mostrarlos desde un ángulo diferente” (como dice un periodista de un sitio
web judío), para encarnar la figura de esa especie de salvador del mundo que
sería el “gran dictador”.
Para
quien no ha visto la tan famosa película, “El gran dictador” del año 1940, cuenta la historia de un peluquero judío
(Chaplin) que tiene el mismo aspecto físico que el dictador de Tomania, Hynkel
(el mismo Chaplin interpreta los dos papeles y Hynkel es una parodia de Hitler,
hecho esto en unos Estados Unidos que todavía se mantenía neutral en la guerra).
Hynkel es un dictador antisemita que termina por encarcelar al peluquero (el cual sale de un hospital donde estuvo internado con amnesia; su número allí era el 33, número masónico).
Hynkel sueña con dominar el mundo aliado con otro dictador, Napaloni (parodia
de Mussolini), y someterlo a sus principios antidemocráticos. En un momento
Hynkel es confundido con el peluquero y puesto en prisión. El peluquero se fuga
de un campo de concentración y es confundido con Hynkel.
Finalmente
llevado a dar un discurso para iniciar la conquista del mundo, el peluquero
judío hace un discurso humanista, y liberador, propone la fraternidad universal
y la unión de las almas en base a los ideales democráticos, el progreso de la
especie humana, el amor a la Humanidad, llama a pelear por un mundo nuevo y acabar
con las barreras nacionales, un mundo en el que reine la Razón, y donde la
Ciencia y el Progreso conduzcan a la felicidad de todos los hombres. Un mundo sin el reinado de Cristo pero que es postulado cínicamente citando el mismo Evangelio. ¡Un discurso que tendrá en cuenta el Anticristo cuando aparezca!
El
discurso no sólo está interpretado de manera solemne, sino incluso al final una
muchacha judía que no tenía esperanzas (la por entonces esposa de Chaplin Paulette
Godard, en realidad Pauline Levy) eleva su mirada al cielo venturoso mientras
escucha las palabras salvadoras del nuevo “emperador del mundo” y libertador de los judíos, que salido del ghetto, y habiendo suplantado al verdadero dictador por su semejanza, es celebrado por
todo el mundo.