Extracto
del artículo publicado en Le Sel de la Terre N° 28. Textos resaltados en el artículo
original.
Dos
semanas antes de las consagraciones del 30 de junio de 1988, Monseñor Lefebvre
invitó a los cuatro sacerdotes que serían consagrados para los preparativos de
la ceremonia. En el curso de dos o tres días que ellos pasaron en el
seminario, Monseñor Lefebvre les dio dos discursos privados en
la pequeña habitación del seminario junto a la suya, que es ahora el oratorio
San Marcelo. A partir de las notas tomadas mientras hablaba con su habitual
calma y su dulzura, podemos reconstruir aproximadamente lo que les dijo. Esto
es de un gran interés; estas palabras revelan el estado de espíritu en el cual
este gigante de la historia de la Iglesia realizó este acto que fue, para la
Tradición católica, su paso decisivo y para el mismo Monseñor Lefebvre fue como
la coronación de su gloriosa carrera al servicio de Nuestro Señor Jesucristo.
†
Monseñor Richard Williamson.
12
de junio, Monseñor Lefebvre:
Se
acabó, ya no más conversaciones. Entre más reflexionamos, más nos damos cuenta
que las intenciones de Roma no son buenas. La prueba: es lo que pasó con
Dom Augustin y el padre de Blignieres (El monasterio benedictino de Don
Augustin se adhirió, poco a poco, a la nueva misa a finales de los años 1980;
la fundación de los terciarios dominicos del padre Blignieres se pasó del
sedevacantismo a la unión con Roma y a la libertad religiosa. Ndlr). Ellos
quieren unir todo al concilio, dejándonos solo un poco de Tradición.
M.
de Saventhem (en esa época presidente de Una Voce internacional)
creía que todavía había manera de entenderse con Roma. Pero aquí no se trata de
pequeñas cosas. En Roma, siguen siendo lo que son; no podemos ponernos
en las manos de esa gente.
Nos
dicen: “Usted tendrá más vocaciones si está usted con Roma…” Pero estas
vocaciones, si decimos cualquier cosa contra Roma, se opondrían y apestarían
nuestros seminarios. Y los obispos les dirían: “¡Vengan con nosotros!” Muy
despacio, la mezcla se haría.
Las
hermanas de Saint-Michel-en-Brenne, las dominicas de Fanjeaux y de Brignoles,
todas están contra el acuerdo: “No hay que depender de Ratzinger, dicen
ellas. ¡Imagínense que él viniera a darnos conferencias!... “y a dividirnos!”.
No
queremos dejarnos comer. Es una ilusión de Dom Gérard pensar que un acuerdo nos
daría un inmenso apostolado. Sí, pero en un contexto equívoco, ambiguo, que nos
pudriría.
¿Y
si algunos nos abandonan? No sería más grave que en 1977. Los Padres Blin,
Gottlieb y Cie, están ahora unidos a Roma y dispersados. (Monseñor Lefebvre se
refiere a los sacerdotes que lo dejaron en 1977; ellos fueron recuperados por
las diócesis y ahora dicen la nueva misa). Se necesita una segunda decisión
contra la Roma neomodernista (después de la primera, en 1976) ¿Qué quieren hacer?...
¿Es más grave esta vez? El problema de fondo sigue siendo el mismo: Roma
quiere destruir la Tradición (…).
El
papel de los obispos consagrados: Las ordenaciones, las confirmaciones y mantener
la fe (subrayado en las notas originales) Deberán proteger al
rebaño.
Roma
quiere hacernos cambiar.
Después
del 30 de junio, me quedo aquí, habré terminado dándole a la Fraternidad el
contexto que necesita. Al papa, le digo: cuando la Tradición regrese a Roma, ya
no habrá problema.
¿La
excomunión? No valdrá nada, pues
ellos no buscan el bien de la Iglesia.
Pero
la excomunión les vendrá de perlas. Tienen pánico. Quieren alcanzarme
por todos los medios (…) Ellos quieren impedirme actuar. Quisieran
enviarme hasta la Madre Teresa de Calcuta. Pero no vale la pena recibirlos. No
hay que regresar indefinidamente a lo mismo. No hay más que leer la
carta del Padre C. que ha corrompido a nuestros seminaristas alejándolos de
nosotros: él nos confiesa que los tratan como parias, que los obligan a dejar
la sotana o que ya no los reciben. Descubrió qué es Roma. Esto es lo que
quieren hacer de nosotros. Y Ratzinger, cuando sucedió
esto, se alegró de la salida de estos seminaristas.
Entonces,
¿por qué tendrían ahora palabra con nosotros? Dios nos ha protegido
haciendo que el acuerdo no se lograra.
13
de junio.
Monseñor
Lefebvre: Les agradecemos de parte de la Fraternidad.
En
el fondo, Roma jamás responde a la cuestión esencial. Nos piden una
declaración, nos obligan a adherirnos a un mínimo de lo que piensan, pero
siempre con su fondo liberal y modernista. Mientras que yo, yo siempre pongo
sobre el tapete su modernismo.
Los
coloquios, aunque corteses, nos han convencido que el momento de un
entendimiento aún no llega. Necesitamos una protección contra el
espíritu de Asís. Nosotros jamás hemos obtenido respuesta a nuestras
objeciones, ¡jamás! Todas las peleas no han servido de nada. Nosotros
perseguimos fines diferentes en estos coloquios.
Nosotros
esperamos que la Tradición regrese a Roma; pero ellos no reaccionan.
Uno
de nuestros sacerdotes de la Fraternidad me propuso
hacer una carta de perdón. Pero respondí que, delante de Dios, somos nosotros
los que deberíamos pedirles que pronunciaran el juramento antimodernista y
aceptar Lamentabili, Quanta Cura. Es a nosotros el
cuestionar sobre la fe. Pero ellos no responden, Ellos solo confirman sus
errores.
Ellos
desean llevar nuestra obra al espíritu conciliar. Si hubiéramos aceptado,
estaríamos muertos. No hubiéramos durado un año. Hubiéramos
tenido que vivir en contacto con los conciliares, actualmente estamos unidos,
pero si hubiéramos dicho que sí, hubiera sido la división en el interior de la
Fraternidad, todo nos hubiera dividido.
Nuevas
vocaciones vendrían porque estaríamos con Roma, nos dicen. Pero estas
vocaciones no soportarían ninguna distancia con Roma, ninguna crítica: ¡Eso
sería la división!
Miren:
Monseñor Decourtray le ofrece al padre Laffargue una parroquia tradicional, a
condición de dejar la Fraternidad… Ellos toman a nuestros fieles, ellos nos
conducen al concilio…
Es
por eso que nosotros salvamos a la Fraternidad y a la Tradición al alejarnos
prudentemente.
Hemos
hecho un ensayo limpio; nos preguntamos si podíamos continuar este ensayo
estando protegidos: se comprobó que es imposible.
Ellos
no han cambiado sino para peor…
Ellos
tienen el Sida espiritual. Ellos ya no tienen la gracia,
ellos ya no tienen sistema de defensa. NO CREO QUE PODAMOS DECIR QUE
ROMA NO HA PERDIDO LA FE.
Los
testigos de la fe, los mártires, siempre han tenido que elegir entre la
fe y la autoridad. Vivimos el proceso de Juana de Arco, pero en
nuestro caso, no sucede de un solo golpe, sino en 20 años.