…Mis
amigos, mientras quede algo por salvar; con calma, con paz, con prudencia, con
reflexión, con firmeza, con imploración de la luz divina, hay que hacer lo que
se pueda por salvarlo. Cuando ya no quede nada por salvar, siempre y todavía
hay que salvar el alma.
(¿Qué
me importa a mí de vuestros cines, de vuestros teatros, de vuestras fiestas, de
vuestros homenajes, de vuestras revistas, de vuestros diarios, de vuestras
radios, de vuestras milongas, de vuestras universidades, de vuestros negocios,
de vuestras politiquerías, de vuestros amores, de vuestros discursos, oh
rumiantes.
Oh
rumiantes de diarios, empachados de cine y ebrios de palabrerías?
Dentro
de pocos años os espero en la Chacarita.)
Es
muy posible que bajo la presión de las plagas que están cayendo sobre el mundo,
y de esa nueva falsificación del catolicismo que aludí arriba, la contextura de
la cristiandad occidental se siga deshaciendo en tal forma que dentro de poco
no haya nada que hacer, para un verdadero cristiano, en el orden de la cosa
pública.
Ahora,
la voz de orden es atenerse al mensaje esencial del cristianismo: huir del
mundo, creer en Cristo, hacer todo el bien que se pueda, desapegarse de las
cosas criadas, guardarse de los falsos profetas, recordar la muerte. En una
palabra, dar con la vida testimonio de la Verdad y desear la vuelta de Cristo.
En
medio de este batifondo, tenemos que hacer nuestra salvación cuidadosamente, al
modo que el artista con los materiales a su alrededor hace su obra, adentro de
sí mismo primeramente. No hay nada que no pueda servir, si uno es capaz de
pisarlo, para hacer escala a Dios.
…Ni
con el juicio oral, ni con el juicio político, ni con la Suprema Corte van a
curar nada, mientras los argentinos de hoy seamos lo que somos, esencialmente
descangayados, mientras perdure el desorden y el histerismo actual y la gran
maquinaria invisible de ese desorden y ese histerismo, vigilada celosamente por
el Ángel de las Tinieblas.
Pero
eso sí, que no pongan sobre esa maquinaria, ni sobre lo que es puramente terreno (como Sarmiento,
Chapultepec y la democracia), que todo es mortal y contaminado, ni a la persona
de Cristo, ni su Nombre, ni su Corazón, ni la imagen inviolable de la Mujer que
fue su Madre. Con esto sí que no hay reconciliación. Contra esto hay guerra
perpetua. Mientras yo tenga vida, mi función (y para eso me alimenta el pueblo
cristiano) es luchar contra el error religioso, la mentira en el plano de lo
sacro y el Padre de la Mentira. Sin eso, no puedo salvar mi alma, ni me es
lícito dormir, ni comer siquiera.
Yo
no sé de cierto si estamos o no cerca del fin del siglo, tal como estoy cierto
que yo estoy cerca de dejar pronto este encantador Siglo Veinte. Pero lo
sospecho. Y lo deseo. El fin del siglo es el retorno de Cristo. Para ver el
retorno de Cristo vale la pena pagar la entrada.
Cristo
anunció que esa entrada no sería barata. Pero que valía la pena.
Veni,
Dómine Jesu.
LEONARDO
CASTELLANI, S.J.
(Villa
Devoto, 24 de febrero de 1945)