ACTA DE
FUNDACIÓN DE LA NEO-FSSPX
Menzingen, 14 de abril de 2012
A NN.SS. Tissier de Mallerais, Williamson y De Galarreta
Excelencias:
Vuestra carta
colectiva dirigida a los miembros del Consejo General ha retenido toda nuestra atención. Les agradecemos su
solicitud y su caridad.
Permítanos a cambio
con la misma preocupación de caridad y de justicia, hacerles las siguientes
observaciones.
Por principio, la
carta menciona muy bien la gravedad de la crisis que trastorna a la Iglesia y
analiza de manera precisa la naturaleza
de los errores que proliferan en su ambiente. Sin embargo, la
descripción está salpicada de dos defectos respecto a la realidad de la
Iglesia: carece de lo sobrenatural y al mismo tiempo carece de realismo.
Carece de lo
sobrenatural: Al leerlos, uno se pregunta seriamente si ustedes creen todavía
que esta Iglesia visible cuya sede está en Roma, es la Iglesia de Nuestro Señor
Jesucristo, una Iglesia que ciertamente está desfigurada horriblemente a planta pedis usque ad verticem capitis, pero
una Iglesia que por lo menos tiene todavía por jefe a Nuestro Señor Jesucristo.
Se tiene la impresión que ustedes están tan escandalizados que ya no aceptan
que esto todavía pudiera ser verdad. Para ustedes Benedicto XVI ¿es Papa
legítimo? Si lo es, ¿Jesucristo puede todavía hablar por su boca? Si el Papa
expresa una voluntad legítima respecto a nosotros que es buena, que no es una
orden en contra de los mandamientos de Dios ¿tenemos el derecho de
desatenderlo, de rechazar esta voluntad? Y si no ¿en qué principio se basan
para actuar de este modo? ¿No creen ustedes que si Nuestro Señor lo ordena El
nos dará los medios para continuar nuestra obra? Ahora bien, el Papa nos ha
hecho saber que la preocupación de arreglar nuestro asunto por el bien de la
Iglesia estaba en el corazón mismo de su pontificado, y también que él sabía
que sería más fácil tanto para él como para nosotros dejar las cosas como están. Por lo tanto, es una voluntad irrevocable y
justa la que expresa.
Con la actitud que
ustedes preconizan ya no hay lugar ni para los Gedeón ni para los David ni para
aquellos que cuentan con el socorro del Señor.
Nos acusan de ser ingenuos o tener miedo, pero es su visión de la Iglesia
la que es demasiado humana e incluso fatalista. Ustedes ven los peligros, los
complots, las dificultades pero no ven la asistencia de la Gracia y del
Espíritu Santo. Si aceptamos que la Divina Providencia conduce los asuntos de
los hombres, respetando su libertad, entonces hay que aceptar que los gestos de
estos últimos años a nuestro favor están bajo Su gobierno. Estos indican una
línea –no siempre recta- pero claramente a favor de la tradición. ¿Por qué esta
línea terminaría súbitamente cuando nosotros estamos haciendo todo lo que
podemos para permanecer fieles y cuando nuestros esfuerzos están siendo
acompañados por no pocas oraciones por nuestra parte? ¿El buen Dios nos dejaría
caer en el momento más crucial? Eso no tiene sentido. Especialmente si nosotros
no tratamos de imponerle nuestra propia voluntad, sino que estamos tratando de
discernir por los acontecimientos lo que Dios quiere, estando dispuestos a
actuar como El disponga.
Asimismo, vuestra
actitud carece de realismo tanto respecto a la intensidad de los errores como
en su amplitud.
Intensidad: En la
Fraternidad estamos haciendo de los errores del Concilio súper-herejías, convirtiéndolo
en el mal absoluto, peor que todo, de la misma manera en que los liberales han
dogmatizado este concilio pastoral. Los males ya son suficientemente dramáticos
como para exagerarlos. (cf. Roberto de Mattei
Una historia jamás escrita pág.
22, Monseñor Gherardini Un debate que
comienza pág. 53, etc.). Ya no se hacen distinciones. Mientras que Monseñor
Lefebvre hizo varias veces las distinciones necesarias respecto a los liberales.
Esta falta de distinción lleva a uno u otro de entre ustedes a un “endurecimiento
absoluto”. Esto es grave porque esta caricatura ya no está en la realidad y en
el futuro desembocará lógicamente en un verdadero cisma. Y puede ser que este hecho
sea uno de los argumentos que me empuja a no demorar más en responder a las instancias romanas.
Amplitud: Por un
lado, culpamos a las autoridades actuales de todos los errores y todos los
males que se encuentran en la Iglesia, olvidando que ellas intentan al menos en
parte de liberarse de los más graves (la condenación de la “hermenéutica de la
ruptura” denuncia errores muy reales). Por otra parte se afirma que todos están
arraigados en esta pertinacia (“todos modernistas, “todos podridos”). Esto es obviamente falso.
Una gran mayoría se deja llevar por el movimiento, pero no todos.
Hasta el punto que,
en la cuestión más crucial de todas, la de la posibilidad de sobrevivir en las
condiciones de un reconocimiento de la Fraternidad por Roma, no llegamos a la
misma conclusión que ustedes.
Dicho sea de paso
que NOSOTROS NO HEMOS BUSCADO un acuerdo práctico. Eso es falso. Lo único que
hicimos es no rechazar a priori, como ustedes lo solicitan, el considerar la
oferta del Papa. Por el bien común de la Fraternidad, preferiríamos de lejos la
solución actual de status quo intermedio, pero evidentemente Roma ya no lo
tolera.
En sí, la solución
propuesta de una Prelatura personal no es una trampa. Resulta, por principio,
que la situación presente, en abril de 2012, es muy diferente de la de 1988.
Pretender que nada ha cambiado es un error histórico. La Iglesia sufre de los
mismos males, las consecuencias son todavía más graves y manifiestas que en
aquel entonces, pero al mismo tiempo se puede constatar un cambio de actitud en
la Iglesia, ayudado por las acciones y los gestos de Benedicto XVI hacia la
Tradición. Este nuevo movimiento, nacido al menos hace unos diez años, se está
fortaleciendo. Incluye a un buen número (todavía una minoría) de jóvenes
sacerdotes, de seminaristas e incluso hasta un pequeño número de jóvenes
obispos que se distinguen notablemente de sus predecesores y que nos expresan
su simpatía y su apoyo pero que todavía están sofocados por la línea dominante de
la jerarquía que favorece al Concilio Vaticano II. Esta jerarquía está
perdiendo vitalidad. Esto es objetivo y muestra que ya no es ilusorio
considerar un combate “intra muros”, sin dejar de estar muy conscientes de su
dureza y dificultad. He podido constatar
en Roma que, aunque las glorias del Vaticano II están todavía en la boca de
muchos, no están sin embargo en todas las cabezas. Cada vez son menos los que
creen en ellas.
Esta situación
concreta, con la situación canónica que se propone, es muy diferente a la de
1988. Y cuando comparamos los argumentos que Monseñor Lefebvre había dado en su
época, concluimos que no hubiera dudado en aceptar lo que nos han propuesto. No
perdamos el sentido de Iglesia que era tan fuerte en nuestro venerable
fundador.
La historia de la
Iglesia muestra que la curación de los males que la afligen, se lleva a cabo
habitualmente de manera lenta y gradual, y cuando un problema se termina, hay
otro que comienza oportet haereses esse.
Pretender esperar a que todo se arregle para llegar a lo que ustedes llaman un
acuerdo práctico, no es realista. Es muy probable, viendo cómo se desarrollan
las cosas, que el fin de esta crisis tomará todavía decenas de años. Pero negarse
trabajar en la viña porque todavía hay mala hierba, con el peligro de que esta
asfixie y obstruya la buena, encuentra una curiosa lección bíblica; es Nuestro
Señor que nos hace comprender por su parábola de la cizaña que siempre habrá,
en una forma u otra, mala hierba a arrancar y combatir en su Iglesia.
Ustedes no pueden
saber cómo su actitud en estos últimos meses –muy diferente en cada uno de
ustedes- ha sido dura para nosotros. Ella ha impedido al superior general el
comunicarles y hacerles partícipes de sus grandes preocupaciones, que
gustosamente les hubiera compartido si él no hubiera encontrado una
incomprensión tan fuerte y apasionada. Cómo le hubiera gustado poder contar con
ustedes, con sus consejos, para apoyarse en este paso tan delicado de nuestra
historia. Ha sido una gran prueba, probablemente la más grande de todo su
superiorato. Nuestro venerable fundador ha dado a los obispos de la Fraternidad
una tarea y unos deberes precisos. Dejó en claro que el principio de unidad en
nuestra sociedad es el superior general. Pero desde hace tiempo, ustedes están
tratando de imponerle su punto de vista –cada uno a su manera- incluso bajo
formas de amenaza y además públicamente. Esta dialéctica entre verdad/ fe por
un lado y la autoridad por otro lado, es contraria al espíritu sacerdotal. Al menos él esperaba que ustedes trataran de
entender los argumentos que lo llevaron a actuar como lo hizo estos últimos
años de acuerdo con la voluntad de la Divina Providencia.
Estamos rezando por
cada uno de ustedes para que estemos todos juntos otra vez en este combate que está lejos de terminar, por la mayor gloria de Dios y por amor a
nuestra querida Fraternidad.
Que Nuestro Señor
resucitado y Nuestra Señora se dignen bendecirlos y protegerlos.
+Bernard Fellay
Nicklaus Pfluger +
Alain-Marc Nély +