“En
la Iglesia no hay ningún derecho, ninguna jurisdicción que pueda imponer a un
cristiano la disminución de su fe, todo fiel puede y debe resistir a aquello
que afecte su fe, apoyándose en el catecismo de su niñez. Si se encuentra en
presencia de una orden que lo pone en peligro de corromperla, la desobediencia
es un deber imperioso.
Tenemos
el deber de desobedecer y de conservar la tradición porque estimamos que
nuestra fe está en peligro a causa de las reformas y las orientaciones posconciliares.
Agreguemos esto: el mayor de los servicios que podamos hacer a la Iglesia y
al sucesor de Pedro es repudiar la Iglesia reformada y liberal. Jesucristo,
Hijo de Dios hecho hombre, ni es liberal ni puede ser reformado.
En
dos ocasiones oí decir a dos enviados de la Santa Sede: "La realeza social de
Nuestro Señor ya no es posible en nuestro tiempo, hay que aceptar
definitivamente el pluralismo de las religiones".
Eso fue exactamente lo que me dijeron. Pues bien, yo no pertenezco a esa
religión, no acepto esa nueva religión. Es una religión liberal, modernista,
que tiene su culto, sus sacerdotes, su fe, sus catecismos, su Biblia ecuménica
traducida en común por católicos, judíos, protestantes, anglicanos, en la que
todo se mezcla para dar satisfacción a todo el mundo, es decir, sacrificando
muy frecuentemente la interpretación del magisterio.
(…)
Aquí se enfrentan dos religiones; nos
encontramos en una situación dramática, pues no es posible no hacer una
elección, sólo que esa elección no supone elegir entre la obediencia y la
desobediencia. Lo que se nos propone, aquello a que se nos invita expresamente
y por lo que se nos persigue es que elijamos una apariencia de obediencia. En
efecto, el Santo Padre no puede pedirnos que abandonemos nuestra fe.
(…)
Nosotros decidimos pues conservar
nuestra fe y no podemos engañarnos cuando nos atenemos a lo que la Iglesia
enseñó durante dos mil años. La crisis es profunda, está sabiamente organizada
y dirigida hasta el punto de que en verdad se puede creer que su autor no es un
hombre, sino el mismo Satanás. Ahora bien, Satanás hizo algo magistral cuando
logró hacer desobedecer a los católicos en nombre de la obediencia. Un ejemplo
típico está dado por el aggiornamento de las sociedades religiosas; por
obediencia se hace desobedecer a religiosos y religiosas a las leyes y
constituciones de sus fundadores, leyes que juraron observar cuando hicieron su
profesión de fe. En este caso la obediencia debería ser una negativa
categórica. La autoridad, aun siendo legítima, no puede mandar que se
realice un acto reprensible, malo. Nadie puede obligar a alguien a
transformar sus votos monásticos en simples promesas, así como nadie puede
obligarnos a convertirnos en protestantes o modernistas. Santo Tomás de Aquino,
a quien siempre hay que remitirse, hasta llega a preguntarse en la Suma
Teológica si la "corrección fraternal" prescrita por Nuestro Señor
puede ejercerse respecto de los superiores. Después de haber hecho todas las
distinciones útiles, el santo responde: "Se puede ejercer la corrección fraternal
respecto de los superiores cuando se trata de la fe".
(…)
San Pablo nos lo advirtió: "Aun cuando un ángel
venido del cielo os dijera otra cosa diferente de la que yo os he enseñado, no
lo escuchéis". Ése es el secreto de la verdadera
obediencia”.
Monseñor Lefebvre, “Carta abierta a los
católicos perplejos”, Cap. XVIII