Una Fraternidad
Sacerdotal apegada a la Misa tradicional y a la formación clásica de los sacerdotes.
Hostilidad de los obispos, especialmente franceses. Crisis internas, grupos que
acusan a los superiores de oponerse a Roma. Intervenciones romanas para hacer
ceder a los superiores.
“Concelebren en el rito nuevo, aunque sea una
sola vez, y todo
será allanado”. Documentos oficiales que retiran las autorizaciones
precedentes. Recurso del Superior al Tribunal de la Signatura Apostólica.
Rechazo de tratar ese recurso, los hechos dependen de la jurisdicción del Papa,
contra la cual no hay recurso...
El “escenario” lo conocemos bien: es el de la
ilegal e inválida supresión de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, entre 1974 y 1976.
Pero ese “escenario” es también, y muy
paralelamente, en el que viven actualmente los miembros de la Fraternidad
Sacerdotal San Pedro.
Y para aquellos que fueron miembros de la Fraternidad
San Pío X (pensamos
en particular en los Padres Bisig, Coiffet y Pozzetto) debe ser una pesadilla
vivir de nuevo así, veinticinco años después, lo que fue ya un drama de su
juventud clerical.
Sí, ante nuestros ojos la historia está
tartamudeando. ¿Por qué extrañarse? La Historia, por lo menos parte de ella,
es una ciencia. Este título proviene del principio científico: “las mismas
causas producen los mismos efectos”. Hay similitud de efectos entre la
Fraternidad San Pedro en 1999 y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en 1974, porque hay similitud
de causas.
En 1988, los fundadores de la Fraternidad San
Pedro se dijeron y nos dijeron que Roma había cambiado sustancialmente.
En el mismo momento, Monseñor Lefebvre, quien
había vivido toda la crisis de la Iglesia, nos decía y les decía: “Roma ha
cambiado solamente en forma superficial, táctica, provisoriamente”. Y luego
agregaba esa frase profética: “Les doy diez años para ser devorados”.
Desgraciadamente, Monseñor Lefebvre tenía razón:
Roma no ha cambiado ni quiere cambiar. Y, al terminar los diez años de respiro
anunciados, llega la ofensiva que alcanzará ineluctablemente a la supresión de
la Fraternidad San Pedro (si sus miembros resisten) o a su “normalización”.
Entre la doctrina católica y la doctrina
conciliar existe una gravísima contienda, que es el sustrato de toda la crisis.
Los “Ecclesia Dei” han querido evitar ese combate, callándolo o haciendo
concesiones verbales. Sin embargo existe, y no puede más que aparecer en su camino,
en un momento o en otro.
De hecho, han querido eludirlo por medio de
la liturgia. En 1988 les ofrecieron la libertad de la Misa tradicional, junto
con la libertad de formar sacerdotes para dicha Misa de siempre. Se
precipitaron en esa brecha, pensando “hormigonar” su posición, agrupar un
número de sacerdotes muy sólidamente apegados a la Misa tradicional y, desde
allí, intentar una “reconquista” doctrinal y litúrgica.
Los acontecimientos actuales nos ponen de manifiesto
que era un error. Ello proviene, en mi sentido, de dos evaluaciones erróneas:
la fuerza de la institución y la lógica de la Misa.
Supongamos que un barquito viaja hacia el oeste,
mientras que un petrolero va hacia el norte. Es imposible que el barquito,
arrimándose al petrolero, lo haga desviar hacia el oeste, aunque tire con
todas sus fuerzas. Él será encaminado hacia el norte. Si, por lo tanto, quiere
seguir su camino hacia el oeste, no debe arrimarse al petrolero. En cambio, si
el petrolero ya ha dado el golpe de timón para dirigirse hacia el oeste, puede
entonces acercarse, aunque la dirección no sea todavía pleno oeste, porque el
movimiento en su conjunto es el bueno.
En 1988, ¿la Roma conciliar había dado el
golpe de timón hacia la Tradición que hubiera permitido a los fieles
tradicionalistas arrimar su barco a ese petrolero? En absoluto. El petrolero
sigue su camino, el camino del ecumenismo, del diálogo interreligioso, del
perdón, de la revolución litúrgica. ¿Y qué representan los doscientos
sacerdotes “Ecclesia Dei”, frente a los cuatrocientos mil sacerdotes conciliares?
Una gota de agua, de la cual la Secretaría de Estado se desinteresa.
Fue mala la evaluación de la fuerza de la
institución, e igualmente hubo un olvido de la lógica de la Misa.
La Misa tradicional es la Misa de la fe católica.
Por el contrario, la misa conciliar es la misa de la teología conciliar. El
Papa Pablo VI resumió
esto el
13 de enero de 1965 en una fórmula admirable:
“La nueva pedagogía religiosa, que quiere instaurar la presente renovación litúrgica,
se inserta, para tomar casi el lugar del motor central, en el gran movimiento
inscripto en los principios constitutivos de la Iglesia de Dios, y hecho más
fácil y más imperioso por el progreso de la cultura humana”.
Entonces, no se puede pretender defender el
Concilio sin defender la misa del Concilio. Por eso es muy natural que a los
hombres del Concilio no les guste la Misa tradicional. Algunos pueden tolerarla
un poco, o celebrarla ocasionalmente, pero la pendiente natural del espíritu de
los “mejores” va hacia su pura y simple desaparición.
He aquí el por qué, veinticinco años más
tarde, los “Ecclesia Dei” se encuentran frente al mismo dilema que los miembros
de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.
Que recuerden, en estos momentos difíciles,
la abjuración fraternal
que se les lanzó en 1994, en el libro “La Iglesia desgarrada. Llamado a los
católicos «Ecclesia Dei»”:
“La cuestión católica Ecclesia Dei puede
resumirse en la de su fidelidad a la Misa tradicional. Si ustedes permanecen invariablemente
fieles, en todo tiempo y lugar, a pesar de los obstáculos y las
persecuciones, se podrá decir que han permanecido fíeles a la fe tradicional Si
transigen, si cesan de combatir bajo esta única bandera de la Misa católica,
ninguna protesta podrá salvarlos: habrán traicionado (...) Ustedes están sobre la
pendiente muy resbaladiza de la nueva misa. Ya algunos de los sacerdotes
«Ecclesia Dei» han aceptado ese compromiso terrible. Otros se aprestan a
hacerlo. Entrenados por su funesto ejemplo, se arriesgan a aflojar ustedes
también. Tengo miedo por ustedes. La trampa de estos acuerdos ilusorios se
volvió a cerrar y no les da ahora más que una alternativa dramática: o
traicionar su conciencia, el sentido de su vida cristiana y la esperanza de ¡a
Iglesia, abandonando la Misa católica, o permanecer fieles al Testamento de
Nuestro Señor y volver atrás, hacia el combate inmodificado de la Tradición (...)
¿Van a traicionar el hermoso combate que liemos librado juntos durante tantos
años? ¿Van a ensuciar sus almas con una felonía, y aparecer así en el tribunal
de Jesucristo? ¿Van a abandonar la Iglesia de Dios, que espera de ustedes el
testimonio de la fidelidad? No tienen ese derecho, y lo saben bien. Entonces,
para no renegar de lo que han sido, tienen imperativamente que «guardar el
Testamento de Nuestro Señor, guardar la Misa de siempre»”.
Padre Michel Beaumont, Tomado de “Fideliter”, nº 133, enero-febrero
2000, págs. 48-50. Publicado de la revista “Iesus Christus” nº 31.