miércoles, 19 de diciembre de 2012

CUANDO LA HISTORIA TARTAMUDEA: CRISIS DE LA “FRATERNIDAD” EN 1974 Y EN 1999



Una  Fraternidad Sacerdotal apegada a la Misa tradicional y a la formación clásica de los sacer­dotes. Hostilidad de los obispos, especialmente franceses. Crisis internas, grupos que acusan a los superiores de oponerse a Roma. Intervenciones romanas para hacer ceder a los superiores.

“Concelebren en el rito nuevo, aunque sea una sola vez, y todo será allanado”. Documentos ofi­ciales que retiran las autorizaciones precedentes. Recurso del Superior al Tribunal de la Signatura Apostólica. Rechazo de tratar ese recurso, los hechos dependen de la jurisdicción del Papa, contra la cual no hay recurso...


El “escenario” lo conocemos bien: es el de la ile­gal e inválida supresión de la Fraternidad Sacerdo­tal San Pío X, entre 1974 y 1976.

Pero ese “escenario” es también, y muy paralela­mente, en el que viven actualmente los miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro.

Y para aquellos que fueron miembros de la Fra­ternidad San Pío X (pensamos en particular en los Padres Bisig, Coiffet y Pozzetto) debe ser una pesa­dilla vivir de nuevo así, veinticinco años después, lo que fue ya un drama de su juventud clerical.

Sí, ante nuestros ojos la historia está tartamu­deando. ¿Por qué extrañarse? La Historia, por lo menos parte de ella, es una ciencia. Este título proviene del principio científico: “las mismas causas pro­ducen los mismos efectos”. Hay similitud de efectos entre la Fraternidad San Pedro en 1999 y la Frater­nidad Sacerdotal San Pío X en 1974, porque hay si­militud de causas.

En 1988, los fundadores de la Fraternidad San Pedro se dijeron y nos dijeron que Roma había cam­biado sustancialmente.

En el mismo momento, Monseñor Lefebvre, quien había vivido toda la crisis de la Iglesia, nos decía y les decía: “Roma ha cambiado solamente en forma superficial, táctica, provisoriamente”. Y luego agregaba esa frase profética: “Les doy diez años para ser devorados”.

Desgraciadamente, Monseñor Lefebvre tenía ra­zón: Roma no ha cambiado ni quiere cambiar. Y, al terminar los diez años de respiro anunciados, llega la ofensiva que alcanzará ineluctablemente a la su­presión de la Fraternidad San Pedro (si sus miem­bros resisten) o a su “normalización”.

Entre la doctrina católica y la doctrina conciliar existe una gravísima contienda, que es el sustrato de toda la crisis. Los “Ecclesia Dei” han querido evitar ese combate, callándolo o haciendo concesio­nes verbales. Sin embargo existe, y no puede más que aparecer en su camino, en un momento o en otro.

De hecho, han querido eludirlo por medio de la liturgia. En 1988 les ofrecieron la libertad de la Mi­sa tradicional, junto con la libertad de formar sacer­dotes para dicha Misa de siempre. Se precipitaron en esa brecha, pensando “hormigonar” su posición, agrupar un número de sacerdotes muy sólidamen­te apegados a la Misa tradicional y, desde allí, inten­tar una “reconquista” doctrinal y litúrgica.

Los acontecimientos actuales nos ponen de ma­nifiesto que era un error. Ello proviene, en mi sen­tido, de dos evaluaciones erróneas: la fuerza de la institución y la lógica de la Misa.

Supongamos que un barquito viaja hacia el oes­te, mientras que un petrolero va hacia el norte. Es imposible que el barquito, arrimándose al petrole­ro, lo haga desviar hacia el oeste, aunque tire con todas sus fuerzas. Él será encaminado hacia el nor­te. Si, por lo tanto, quiere seguir su camino hacia el oeste, no debe arrimarse al petrolero. En cambio, si el petrolero ya ha dado el golpe de timón para diri­girse hacia el oeste, puede entonces acercarse, aun­que la dirección no sea todavía pleno oeste, porque el movimiento en su conjunto es el bueno.

En 1988, ¿la Roma conciliar había dado el golpe de timón hacia la Tradición que hubiera permitido a los fieles tradicionalistas arrimar su barco a ese petrolero? En absoluto. El petrolero sigue su cami­no, el camino del ecumenismo, del diálogo interre­ligioso, del perdón, de la revolución litúrgica. ¿Y qué representan los doscientos sacerdotes “Ecclesia Dei”, frente a los cuatrocientos mil sacerdotes con­ciliares? Una gota de agua, de la cual la Secretaría de Estado se desinteresa.

Fue mala la evaluación de la fuerza de la institu­ción, e igualmente hubo un olvido de la lógica de la Misa.

La Misa tradicional es la Misa de la fe católica. Por el contrario, la misa conciliar es la misa de la teología conciliar. El Papa Pablo VI resumió esto el

13 de enero de 1965 en una fórmula admirable: “La nueva pedagogía religiosa, que quiere instaurar la pre­sente renovación litúrgica, se inserta, para tomar casi el lugar del motor central, en el gran movimiento inscripto en los principios constitutivos de la Iglesia de Dios, y he­cho más fácil y más imperioso por el progreso de la cul­tura humana”.

Entonces, no se puede pretender defender el Concilio sin defender la misa del Concilio. Por eso es muy natural que a los hombres del Concilio no les guste la Misa tradicional. Algunos pueden tole­rarla un poco, o celebrarla ocasionalmente, pero la pendiente natural del espíritu de los “mejores” va hacia su pura y simple desaparición.

He aquí el por qué, veinticinco años más tarde, los “Ecclesia Dei” se encuentran frente al mismo dilema que los miembros de la Fraternidad Sacer­dotal San Pío X.

Que recuerden, en estos momentos difíciles, la abjuración fraternal que se les lanzó en 1994, en el libro “La Iglesia desgarrada. Llamado a los católicos «Ecclesia Dei»”:


“La cuestión católica Ecclesia Dei puede resumir­se en la de su fidelidad a la Misa tradicional. Si ustedes permanecen invariablemente fieles, en todo tiempo y lu­gar, a pesar de los obstáculos y las persecuciones, se po­drá decir que han permanecido fíeles a la fe tradicional Si transigen, si cesan de combatir bajo esta única bande­ra de la Misa católica, ninguna protesta podrá salvarlos: habrán traicionado (...) Ustedes están sobre la pendiente muy resbaladiza de la nueva misa. Ya algunos de los sa­cerdotes «Ecclesia Dei» han aceptado ese compromiso terrible. Otros se aprestan a hacerlo. Entrenados por su funesto ejemplo, se arriesgan a aflojar ustedes también. Tengo miedo por ustedes. La trampa de estos acuerdos ilusorios se volvió a cerrar y no les da ahora más que una alternativa dramática: o traicionar su conciencia, el sen­tido de su vida cristiana y la esperanza de ¡a Iglesia, abandonando la Misa católica, o permanecer fieles al Tes­tamento de Nuestro Señor y volver atrás, hacia el comba­te inmodificado de la Tradición (...) ¿Van a traicionar el hermoso combate que liemos librado juntos durante tan­tos años? ¿Van a ensuciar sus almas con una felonía, y aparecer así en el tribunal de Jesucristo? ¿Van a abandonar la Iglesia de Dios, que espera de ustedes el testimo­nio de la fidelidad? No tienen ese derecho, y lo saben bien. Entonces, para no renegar de lo que han sido, tie­nen imperativamente que «guardar el Testamento de Nuestro Señor, guardar la Misa de siempre»”.


Padre Michel Beaumont, Tomado de “Fideliter”, nº 133, enero-febrero 2000, págs. 48-50. Publicado de la revista “Iesus Christus” nº 31.