jueves, 29 de noviembre de 2012

UNA NUEVA POSICIÓN EN RELACION CON LA IGLESIA OFICIAL




“UNA NUEVA POSICIÓN EN RELACION CON LA IGLESIA OFICIAL”

(Mons. Fellay)


Introducción, resaltado y notas al pie de Syllabus

Explica el Padre Calderón, en su excelente libro “Prometeo. La religión del hombre” (libro deliberadamente no traducido al inglés y al francés), que algunas de las propiedades que caracterizan al espíritu conciliar, son el optimismo –que no es católico, pues éste es la “esperanza cierta del bien óptimo, que es Dios”-; el inclusivismo –contrariando el pronunciamiento “exclusivo” e intolerante de la verdad que deja afuera al error y los que lo sostienen-, y que según el Padre Calderón se compone de subjetivismo y ambigüedad, y, esto visto por Monseñor Lefebvre, el pacifismo (Cfr. “Lo destronaron”).
No nos quedan dudas de que el discurso y la actitud adoptadas por Monseñor Fellay y sus adictos se corresponden –cada vez menos sutilmente- con estas características. La carta a los tres obispos o la entrevista a la cadena norteamericana –cuyo video puede verse en nuestro blog- son claras al respecto. Lo mismo sus sermones y conferencias, vistos con ojos atentos (un buen método es, no ya compararlos con los de Mons. Williamson, sino con los de Mons. Lefebvre; se notará la diferencia entre un lenguaje católico y otro ambiguo, aunque por momentos sea católico). Y tal vez como pocos lo sean estas palabras suyas que reproducimos a continuación, dirigidas solamente a los miembros de la FSSPX, en marzo de 2012, no difundidas ni dadas a conocer ni a los fieles ni a los miembros de la Tercera Orden, los que sin embargo tienen derecho a conocerlas ya que está en juego la fe, y este es un bien común que no pertenece sólo a un grupo de Superiores que pueden ponerla en riesgo mediante transacciones diplomáticas y en el mayor de los secretos.
Monseñor Fellay, en oposición al agorero de males de Mons. Williamson (¡como los Profetas del Antiguo Testamento!), se muestra cada vez más con un “simpático optimismo”, que, como explica Monseñor Straubinger, “según la Biblia es la característica de los falsos profetas”. Los cuales deben ser aceptados por el mundo “tolerante y civilizado” distinguiéndose y separándose de los “extremistas”, los “ultras”, los disidentes retrógrados o “neo-nazis” (¡recuérdese a Castellani y “Su majestad Dulcinea”!) que osan proclamar  a toda costa la verdad.
Tengan, pues, esto presente los fieles de la Fraternidad que hasta ahora han desatendido la cuestión, por miedo, falsa prudencia, o tibieza, y que acusan con suma ligereza de exagerados, chocantes o “salvajes” a los que ponen estos temas sobre la mesa. Y lean, estudien, recuerden y comparen. Sepan que, como decía el Padre Garrigou-Lagrange: “Es imposible amar profundamente la verdad sin detestar la mentira”. Porque entonces perdemos la noción de que esta vida es un combate permanente, y entonces subestimamos al enemigo, que nos termina engañando por no haber sabido velar, como nos lo ordenó Nuestro Señor (Mt. 24, 42).


PALABRAS DEL SUPERIOR GENERAL


Estimados miembros de la Fraternidad:

Como todos ustedes ya lo saben, el otoño pasado estuvo marcado por la cuestión de nuestras relaciones con Roma, y en particular por dos hechos sorprendentes.

El primero fue la ausencia de evaluación por parte de Roma sobre las discusiones doctrinales realizados durante dos años por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Lo único que se nos comunicó fue una observación indirecta y no oficial según la cual estas discusiones habrían demostrado que la Fraternidad no atacaba ningún dogma. Pero oficialmente: nada. Ni una palabra positiva o negativa. Como si estas discusiones no hubiesen tenido lugar[1], a pesar de que nosotros fuimos invitados a ver el cardenal Levada para eso. De hecho, en el prólogo del Preámbulo propuesto el 14 de septiembre, simplemente se menciona que las discusiones han alcanzado su objetivo, que era exponer y clarificar nuestras posiciones. Lo que equivale tan solo a establecer un status quaestionis, pero nada más. En el mismo prólogo, se hace mención de peticiones y preocupaciones de la Fraternidad en relación con el mantenimiento de la integridad de la fe. Uno podría considerar esto como una alusión a favor nuestro. Pero eso es todo.

Las discusiones terminaron, es cierto, un tanto precipitadamente, tropezando con el tema del Magisterio actual, con su relación con la Tradición, con el magisterio de la Iglesia en tiempos pasados y con la evolución de la Tradición. Así pues, todo parece indicar, por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que estas discusiones efectivamente han terminado.[2]

El segundo acontecimiento es la propuesta hecha por esta misma Congregación: de reconocer la Fraternidad concediéndole un estatuto jurídico de prelatura personal con la condición de firmar un texto ambiguo, del cual hablamos en el último Cor Unum. Esto es sorprendente, ya que las discusiones han mostrado un profundo desacuerdo en casi todas las cuestiones planteadas.[3]

Por nuestra parte, nuestros expertos han mostrado bien la oposición que existe entre, por un lado, la enseñanza de la Iglesia perenne, y por el otro, el Concilio Vaticano II con sus consecuencias.[4]

Por parte de Roma, los expertos se han esforzado en decir que nosotros estamos equivocados, que atribuimos indebidamente los abusos y errores (que ellos reconocen) al Concilio, cuando se deben a otras causas, porque la Iglesia no puede hacer nada malo y porque no puede enseñar el error. Incluso fuimos acusados de ser protestantes, porque habríamos elevado nuestra propia razón y juicio por encima del Magisterio actual; porque elegiríamos en el pasado lo que nos gusta para oponerlo al Magisterio actual, mientras que es a éste a quien incumbe hacer presente las enseñanzas del pasado, ya que es también la regla próxima de la fe.

Nuestros expertos han respondido que el depósito de la fe, que fue confiado a la Iglesia, no tiene ningún crecimiento nuevo, sino sólo un desarrollo homogéneo “in eodem sensu”. El depósito quedó cerrado con la muerte de los Apóstoles. Sin embargo, puede haber algún progreso cuando una verdad implícita se explica más explícitamente, o se expresa por una fórmula más precisa. El progreso subjetivo, es decir, el de los creyentes, es también válido, pero es más difícil de delimitar: en principio, un adulto debería conocer mejor su fe que un niño. Ambas formas de progreso han sido reconocidas desde hace tiempo, pues San Vicente de Lerins, ya habló de ellas en su Commonitorium.  Y los límites también fueron puestos desde ese momento. El Concilio Vaticano I hizo lo mismo. El Vaticano II, por su parte, mezcla esas dos formas de progreso y utiliza términos muy vagos que pueden entenderse ya sea de manera tradicional, ya    sea   de    manera moderna. Los progresistas han ampliamente usado y abusado de ello.

Así pues, hemos recibido una propuesta que trataba de hacernos entrar en el sistema de la hermenéutica de la continuidad. Ésta afirma que el Concilio está y debe estar en perfecta armonía con la enseñanza de la Iglesia a través de todos los tiempos. ¡El Concilio Vaticano II! ¿Un concilio tradicional?

Hemos respondido que efectivamente el Concilio, y toda la Iglesia, deben estar en plena armonía con las enseñanzas del pasado, con la Tradición. Es un principio fundamental de la Iglesia. Sin embargo, la realidad de los hechos contradice la posibilidad de cualquier tipo de continuidad.

“Contra factum non fit argumentum”. ¿Cómo tal cosa es posible? ¡Es un misterio! De hecho, ¿esto no contradice la promesa de la asistencia divina dada por nuestro Señor a su Iglesia? Al parecer, sí, y hay allí un gran misterio cuya posibilidad tratamos de explicar por medio de distinciones y definiciones, pero reconociendo que la realidad misma de la crisis es en sí misma un gran misterio permitido por Dios.

Por primera vez el 1º de diciembre, y por segunda vez el 12 de enero, comunicamos a Roma la imposibilidad en que nos encontramos de firmar un documento que contiene tales ambigüedades. Con el fin de no cortar todos los contactos[5], hemos propuesto una alternativa, inspirados en un pensamiento que Monseñor Lefebvre dirigió al Cardenal Gagnon en 1987: aceptamos ser reconocidos TAL COMO SOMOS[6]. Es importante no dejar de tener relaciones y mantener la puerta abierta[7], incluso si nada nos permite pensar que la Congregación para la Doctrina de la Fe estaría de acuerdo en abordar, así sea de lejos, una tal perspectiva.

Acabamos de recibir una respuesta de esa Congregación a nuestra propuesta el 16 de marzo. Se trata de una carta cuyo contenido es duro y se presenta como un ultimátum[8] y, por supuesto, es un rechazo de nuestro texto. Si mantenemos nuestra posición, en un mes vamos a ser declarados cismáticos, porque de hecho negaríamos el Magisterio actual. Sin embargo la discusión que siguió a la entrega de la carta permitió ver un poco más claras las exigencias de la Congregación de la Fe.

Para entender bien cuál es la dirección que tomamos en esta nueva situación, nos parece bueno exponerles algunas consideraciones y precisiones:[9]

1. Nuestra posición de principio: la fe primero y antes que todo; queremos permanecer católicos y por ello mantener la le católica por encima de todo.

2. La situación de la Iglesia puede obligarnos a tomar medidas de prudencia relacionadas y correspondientes con la situación concreta. El Capítulo General de 2006 emitió una línea de acción muy clara en lo que atañe a nuestra situación con Roma. Damos prioridad a la fe, sin buscar de nuestro lado una solución práctica ANTES de resolver la cuestión doctrinal.

No se trata aquí de un principio, sino de una línea de conducta que debe regular nuestras acciones concretas. Estamos aquí frente a un razonamiento en el que la premisa mayor es la afirmación del principio de la primacía de la fe para permanecer católicos. La premisa menor es una constatación histórica sobre la situación actual de la Iglesia; y la conclusión PRÁCTICA se inspira en la virtud de la prudencia que regula el actuar humano; nada de buscar un acuerdo en detrimento de la fe. En 2006, las herejías siguen surgiendo, las mismas autoridades propagan el espíritu moderno y modernista del Vaticano II y lo imponen a todos como una aplanadora (es la premisa menor). Es imposible llegar a un acuerdo práctico a menos que las autoridades se conviertan; de lo contrario seriamos aplastados, despedazados, destruidos o sometidos a presiones tan fuertes que no podríamos resistir (es la conclusión).

Si la premisa menor cambiase, es decir, si hubiese un cambio en la situación de la Iglesia en relación con la Tradición, esto podría llevar a un cambio correspondiente de la conclusión, ¡sin que nuestros principios hubieran cambiado en nada! Como la Providencia se expresa a través de la realidad de los hechos, para conocer Su voluntad, debemos seguir con atención la realidad de la Iglesia, observar, examinar lo que sucede.

Ahora bien, no hay ninguna duda que desde 2006, estamos asistiendo a un desarrollo en la Iglesia, a un cambio importante y muy interesante, aunque poco visible[10]. Sin embargo, esta evolución, ayudada por las medidas, aunque tímidas, llevadas a cabo por el Soberano Pontífice en lo que concierne a la vida interna de la Iglesia, está también contrarrestada por una gran parte de la jerarquía que no quiere saber nada de ello. Por otra parte, el intento de restauración interna se pone “debajo del celemín” con la afirmación constante de la importancia del Concilio Vaticano II y de sus reformas. En particular las que tienen que ver con la vida de la Iglesia ad extra; sus relaciones con el mundo, con las demás religiones y con los Estados.

Estamos asistiendo a un doble movimiento opuesto y desigual:

La jerarquía, compuesta por la gente que hizo el Concilio (generación hoy casi extinta) y los que han aplicado el Concilio, que pasaron de la Iglesia de antes del Concilio -tradicional, pero ya marcada en parte, por el apetito de las novedades- a la Iglesia conciliar o pos-conciliar, con una manía loca por la novedad, con la catástrofe que siguió. La mayoría no quiere volver atrás; tal vez algunos de ellos admiten que hubo abusos, etc., incluso una crisis, pero la causa nunca podrá estar en el Concilio.

Por el otro lado, las generaciones posteriores tienen otra mirada sobre el estado de la Iglesia. Estas no tienen ese lazo afectivo visceral con un Concilio que ellas mismas no han conocido. Y conocen mucho menos el pre-Concilio. Algunos en el seno de estas generaciones, más numerosos de lo que se piensa, no saben ni siquiera que antes había otro rito. Lo que éstos ven es una decadencia muy triste y muy poco entusiasmante, experimentando así una frustración y una desilusión profunda[11]: los monasterios se cierran, la falta de vocaciones se hace sentir en todas partes, las iglesias están vacías. Al no haber recibido una buena y sana doctrina, no saben bien lo que han perdido, pero cuando se dan cuenta, un poco gracias al contacto con la Tradición, entonces experimentan una gran amargura, se sienten traicionados, privados  de  este  inmenso  tesoro.  Este  movimiento  está creciendo, es evidente, un poco en todo el mundo, especialmente entre los sacerdotes jóvenes y entre los seminaristas. Escapa a la jerarquía -en parte- la cual trata de ahogar este deseo desde sus comienzos, esta tendencia de restauración de la Iglesia.

Los pocos actos de Benedicto XVI en este sentido, actos ad intra que afectan a la liturgia, la disciplina, la moral son pues importantes[12], aunque su aplicación deja todavía que desear.

Constatamos, sin embargo, algunos de esos elementos hasta entre los obispos jóvenes, algunos de los cuales nos expresan claramente sus simpatías, pero discretamente, o incluso un acuerdo de fondo: “¡Ánimo, continuad, permaneced como sois, vosotros sois nuestra esperanza...!” ya no son palabras raras en las bocas episcopales que nos encontramos.

¡Es tal vez en Roma en donde estas cosas son más manifiestas! Tenemos ahora contactos amigables en los dicasterios más importantes, ¡también entre los más allegados al Papa![13]

Nuestra percepción de esta situación es tal que creemos que los esfuerzos de la jerarquía que envejece no podrán detener más este movimiento que nació y que quiere y espera aunque vagamente - la restauración de la Iglesia. Aunque no hay que excluir el regreso de un “Juliano el Apóstata”, no creo que este movimiento pudiera ser detenido.

Si esto es cierto, y de eso estoy seguro[14], eso exige de nosotros una nueva posición en relación con la Iglesia oficial[15]. Es evidente que tenemos que apoyar con todas nuestras fuerzas a este movimiento, posiblemente guiarlo, iluminarlo. Esto es precisamente lo que muchos esperan de la Fraternidad.

Es en este contexto que conviene interrogarse sobre el reconocimiento de la Fraternidad por la Iglesia oficial. ¡No se trata para nosotros de pedir una tarjeta de identidad que ya tenemos! No se trata tampoco de un falso complejo o de un “sentimiento de gueto”. Se trata de una mirada sobrenatural sobre la Iglesia y el hecho de que ella permanece en manos de Nuestro Señor Jesucristo[16], aún desfigurada por sus enemigos. Nuestros nuevos amigos en Roma afirman que el impacto de tal reconocimiento sería extremadamente poderoso para toda la Iglesia, como una confirmación de la importancia de la Tradición para la Iglesia. Sin embargo, tal realización concreta requiere dos puntos absolutamente necesarios para asegurar nuestra supervivencia:

El primero es que no se le pida a la Fraternidad concesiones que afecten la fe y lo que emana de ella (la liturgia, los sacramentos, la moral, la disciplina).

El segundo es que se le conceda a la Fraternidad una verdadera libertad y autonomía de acción, y que éstas le permitan vivir y desarrollarse concretamente.[17]

Humanamente hablando, dudamos de que la jerarquía actual esté dispuesta a ello. Pero una serie de indicaciones muy graves nos obligan a pensar que, no obstante, el Papa Benedicto XVI estaría listo para ello.[18]

La Iglesia está hoy en día tan debilitada, la jerarquía dividida, que no creemos ya posible la acción de la aplanadora. Por el contrario, estamos ganando terreno cada día, en nuestra situación actual, aunque la Fraternidad sea todavía acusada por muchos de ser cismática.[19]

Que quede bien claro que está totalmente excluido que entremos en un movimiento de sometimiento que consistiría en tragarnos el veneno conciliar y en ceder en nuestras posiciones. No se trata en absoluto de eso.

Sin embargo, si tenemos en cuenta las lecciones de la historia de la Iglesia, vemos que los santos, con una gran fortaleza de alma y de fe hicieron volver a las almas perdidas en situaciones de crisis graves, usando de una gran misericordia (y firmeza) sin caer en una excesiva rigidez reprensible[20], como fue por ejemplo el caso de los Donatistas, o de Tertuliano. Y, sin negarse, no obstante, a trabajar con y en la Iglesia, a pesar de la ocupación arriana (por ejemplo) y de numerosos obispos que estaban todavía en sus funciones.

Saquemos las lecciones de esta historia, considerando el admirable equilibrio de nuestro venerado fundador Monseñor Lefebvre; un equilibrio de fuerza, de fe y de caridad, de celo misionero y de amor por la Iglesia.

Serán las circunstancias concretas las que nos muestren cuando será el tiempo de "dar el paso" hacia la Iglesia oficial.[21] Hoy en día, a pesar del acercamiento romano del 14 de septiembre y debido a condiciones impuestas, esto todavía nos parece imposible. Cuando Dios lo quiera, ese tiempo vendrá. No podemos tampoco excluir, porque el Papa parece poner todo su peso en este asunto, que esta situación conozca un súbito desenlace.[22] En cuanto a nosotros, permanezcamos muy fieles y deseosos de agradar solo a Dios. Esto basta, Él conducirá sin duda nuestros pasos, como lo ha hecho desde la fundación de la Fraternidad.

Confiamos y consagramos nuestra Fraternidad amada al Corazón Inmaculado de María, terrible como un ejército formado en batalla. Que como una buena Madre, ella se digne protegernos, guiarnos a la victoria en medio de tantos peligros: ¡su triunfo sobre la tierra y nuestra salvación en el cielo!

Deseándoles un final de la Cuaresma y un tiempo Pascual llenos de gracias, os bendigo,

+ Bernard Fellay, Domingo Laetare, 18 de marzo de 2012. Cor Unum, nº 101, marzo 2012.



NOTAS DE SYLLABUS:

[1] Esto significa que Roma manifiesta un desinterés absoluto por la Tradición católica; un desprecio terrible por la verdad; un desdén invencible por los tradicionalistas. “Como si estas discusiones no hubieran tenido lugar”. ¿Hay allí voluntad de conversión? Esto solo bastaría para que la FSSPX dijera adiós y continuara su camino. Sin embargo, se busca un acuerdo más allá de lo doctrinal, de allí que se continúen las “conversaciones”, aunque por el momento estén “bloqueadas”.
Explica Mons. Straubinger que “el Libro de los Proverbios confirma muchas veces cómo es más fácil enseñar al ignorante que al persuadido de saber algo, pues éste difícilmente se coloca en la situación del discípulo ávido de aprender”. (Nota a Romanos 15, 21).
La jerarquía orgullosa del Vaticano, como fariseos que son, han demostrado con este silencio –o con el silencio absoluto cuando Mons. Fellay le remitió al Papa los doce millones de rosarios de los fieles y sacerdotes de la Fraternidad- el mayor desinterés por la verdad y el bien de la Iglesia. Entonces ¿se debe insistir en querer dar la buena semilla a quien sólo desea pisotearla? Mons. Fellay dirá temerariamente que sí, como se verá luego.
“Al hombre sectario, después de una y otra amonestación, rehúyelo, sabiendo que el tal se ha pervertido y peca, condenándose por su propia sentencia” (S. Pablo, Carta a Tito 3,10).

[2] Por lo tanto, no hubo acuerdo doctrinal. Los modernistas quieren seguir siendo modernistas, y los tradicionalistas, tradicionalistas. Entonces, ¿para qué seguir forzando la situación? ¿Para qué buscar la aprobación de aquellos que contradicen la doctrina católica de siempre y por lo tanto en su pertinacia se hacen enemigos de Cristo? Alguien podría responder: por caridad. Ah, pero sin la debida prudencia, pareciera más ecumenismo que caridad. Como dijo San Isidoro de Sevilla: “Conviene que el servidor de Dios conozca las emboscadas del demonio y esté prevenido contra ellas, y así permanezca en la vida de inocencia con simplicidad, pero de tal modo que sea con sencillez prudente; quien no junta la prudencia con la sencillez, según un profeta, es una paloma engañada por simple; y no tiene corazón porque desconoce la prudencia”.

[3] Así, si la Roma modernista no está dispuesta a aceptar la fe de siempre, a volver a la Tradición católica, ¿no puede pensarse en buena lógica que se trata de una trampa o de una maniobra para hacer renunciar a la FSSPX de esta doctrina católica de siempre, tal la propuesta recibida?

[4] Comienza acá la parte específicamente tradicional del texto.

[5] En esto se contradice y desobedece al Fundador de la Fraternidad, Mons. Lefebvre. Que dijo por ejemplo, en el año 1989: “En consecuencia, y ante esta situación, es ciertamente imposible para nosotros poder mantener contactos con Roma, porque hasta ahora Roma continúa exigiendo, para que nosotros recibamos algo (lo que sea, bien indulto para la Santa Misa, para la liturgia o para los seminarios) que firmemos la nueva profesión de fe, que fue redactada por el cardenal Ratzinger, en el mes de febrero último, y que contiene explícitamente la aceptación del Concilio y de sus consecuencias” (Sermón en el 60 aniversario de su sacerdocio, París, Le Bourget, 19 nov. 1989).
Por  lo que se ve, el cardenal Ratzinger (hoy Papa Benedicto XVI) continúa fiel al error de entonces y sigue exigiendo lo mismo; es la FSSPX quien ha cambiado.

[6] Mons. Fellay se “inspira” en un pensamiento de Mons. Lefebvre dirigido al Cardenal Gagnon en 1987, pero deja de lado el pensamiento posterior de Mons. Lefebvre con respecto a esa actitud ante Roma y específicamente al card. Gagnon. Así lo expresaba en 1989: “En este momento parecía que no formulaban exigencias a propósito de la adhesión al Concilio. No hablaban de ello y hacían incluso una alusión a la po­sibilidad de tener un obispo que fuese mi sucesor.
Parecía un cambio bastante profundo, bastante radical. Enton­ces surgió la cuestión de saber qué debíamos hacer. Yo mismo fui a Rickenbach a ver al Superior ge­neral y a sus asistentes para pre­guntarles: ¿qué piensan ustedes? ¿Tomamos la mano que se nos tiende? ¿O bien la rechazamos? Yo, personalmente, dije, no tengo ninguna confianza. Hace años y años que frecuento este medio, años que veo la manera en que ac­túan. No tengo ninguna confianza. Pero no quisiera que en la Her­mandad y en los medios de la Tra­dición se diga: Pudieron intentar­lo. Poco costaba discutir, dialogar. Esta ha sido su opinión: hay que tomar en consideración el ofreci­miento que se nos hace y no des­preciarlo. Vale por lo menos la pena el hablar con ellos.
En ese momento acepté ver al cardenal Ratzinger e insistí mucho cerca de él para que mandaran un visitador. Esperaba que esta visita daría como resultado mostrar los beneficios del mantenimiento de la tradición, constatando al mismo tiempo sus efectos. Pensaba que es­to habría podido reforzar nuestras posiciones en Roma y que las peti­ciones que haría para obtener va­rios obispos y una comisión en Ro­ma para defender la Tradición tendrían más posibilidades de éxito.
Pero rápidamente nos dimos cuenta de que teníamos que tratar con personas que no son honra­dasYa desde el regreso del car­denal Gagnon y Mons. Perl a Ro­ma el desprecio se lanzaba sobre nosotros. El cardenal Gagnon ha­cía en los periódicos declaraciones inverosímiles. Según él, el 80% nos dejarían si yo hacía las consa­graciones. Nosotros deseábamos el reconocimiento: Roma quería la reconciliación y que nosotros reconociésemos nuestros supues­tos errores. Los que nos habían vi­sitado decían que después de todo no habían visto más que el exte­rior, que sólo Dios ve el interior y que por consiguiente la visita no valía lo que valía... En resumen, que no correspondían a lo que habían dicho y hecho durante la visi­ta. Al volver al Vaticano, y encon­trar de nuevo la mala influencia de Roma, recobran su mentalidad y se vuelven contra nosotros, nos desprecian de nuevo”.
Por lo tanto, la poca confianza que Mons. Lefebvre tenía en Roma se esfumó cuando se dio cuenta de que era imposible entenderse con quienes sólo querían llevar a la FSSPX al Modernismo. Así como el “pensamiento inspirador” de 1987 se dio contra la pared y quedó en la nada, luego de que Mons. Lefebvre anulara el Protocolo firmado en 1988 reconociendo su error. No fue, entonces, aquella expresión dirigida al Card. Gagnon, la última palabra de Mons. Lefebvre. Pero ahora, ocultando la verdadera posición de Mons. Lefebvre con respecto a Roma, se “resucita” una consigna, “ser reconocidos tal como somos” sin ser tal como se era y sin exigirle a Roma que regrese a la Tradición, tal como lo pedía Mons. Lefebvre. Roma no puede reconocer a la Fraternidad sin antes reconocer la Verdad católica, sin antes reconocer el mal del Vaticano II, sin antes reconocer que el liberalismo es pecado. Si reconoce a la Fraternidad sin haber reconocido lo otro, eso significaría que la Fraternidad que reconoce no es portadora de esa Verdad católica a la que Roma modernista rechaza.

[7] Esto ya empieza a recordarnos a las ventanas abiertas de Juan XXIII por donde dejaba entrar el aire del mundo moderno en la Iglesia. Aunque podríamos decir que entró, por la ventana, el “humo de Satanás”, como confesaría el Papa Pablo VI. (Una revista modernista lo recuerda así: “En una ocasión, durante una audiencia en su biblioteca, alguien le preguntó qué objetivo quería conseguir con el concilio. “Mire”, dijo el Papa, levantándose y yendo hacia una de las ventanas que dan a la Plaza de San Pedro; abriendo la ventana, continuó: “Esto va a hacer el concilio: que entre un poco de aire fresco en la Iglesia”).

La pregunta a hacerse sería: dejar la puerta abierta ¿para qué? ¿Para que entren los ladrones de nuestra fe? En el final del párrafo Mons. Fellay cancela toda esperanza de respuesta positiva. ¿Y entonces? Es un párrafo ciertamente liberal.


[8] Por lo tanto no hay en estos Romanos la intención de aceptar la doctrina católica tradicional, sino someter a la FSSPX al Modernismo. ¿Y todavía no les queda claro?

[9] Todo lo anterior haría pensar que es imposible todo acuerdo con Roma, pero entonces Mons. Fellay cambia la marcha del escrito y se muestra como un liberal, el cual, como afirmaba Mons. Lefebvre, “es un hombre que vive perpetuamente en la contradicción, afirma los principios pero hace lo contrario, vive perpetuamente en la incoherencia” (Lo destronaron). Pablo VI, por ejemplo: “Luego de haber recordado todos los beneficios del latín: lengua sagrada, lengua estable, lengua universal, pide, en nombre de la adaptación, el “sacrificio” del latín; confesando incluso que será una gran pérdida para la Iglesia!” (Idem).
“Ese ‘sacrificio’, -sigue diciendo Mons. Lefebvre- en el espíritu de Pablo VI, parece haber sido definitivo. Lo explica nuevamente el 26 de noviembre de 1969 al presentar el nuevo rito de la misa: ‘ya no es el latín sino la lengua vernácula la lengua principal de la misa. Para quien conoce la belleza, el poder del latín, su aptitud para expresar las cosas sagradas, será ciertamente un gran sacrificio el verlo reemplazado por la lengua vulgar. Perdemos la lengua de los siglos cristianos, nos volvemos como intrusos y profanos en el dominio literario de la expresión sagrada. Perdemos así en gran parte esta admirable e incomparable riqueza artística y espiritual que es el canto gregoriano. Tenemos sin duda razón de sentir pesar y casi desconcierto’
“Todo debería entonces disuadir a Pablo VI de realizar tal ‘sacrificio’ y persuadirlo a conservar el latín. Pero no; complaciéndose en su ‘desconcierto’ de una manera singularmente masoquista, va a actuar en sentido contrario a los principios que acaba de enumerar, y va a decretar el ‘sacrificio’ en nombre de la ‘comprensión de la oración’, argumento especioso que no fue más que un pretexto de los modernistas”. (Idem)
Del mismo modo, Mons. Fellay describe largamente en sus conferencias y sermones lo mal que están las cosas en la Iglesia, lo mal que está Roma, la falta de respuestas a las discusiones doctrinales con la Fraternidad, la obcecación en el error, la persistencia del Papa en querer imponerle a la Fraternidad el Concilio Vaticano II, etc. Todo debería disuadir a Mons. Fellay de buscar un acuerdo práctico con Roma y persuadirlo a mantener la distancia y evitar un diálogo donde no hay entendimiento posible, especialmente con el Papa y los más influyentes cardenales. Pero no; su conclusión es la contraria. Sustentándose en la “buena voluntad” del Papa, y en que en Roma hay “amigos de la Fraternidad” (¿más poderosos que los masones y los judíos?), es decir, a partir de un argumento sentimental, subjetivo –pues ¿en qué hechos se demuestra que el Papa y estos amigos repudian el ecumenismo, la libertad religiosa y todos los errores modernistas, los cuales no pueden convivir con la verdad de la Tradición católica?-, insiste en comprometer la lucha de la Fraternidad tomando medidas internas que favorecen y complacen a los modernistas de Roma (expulsión de Mons. Williamson, etc). Es decir, dureza de palabras –hasta cierto punto- sobre (ojo, no con) la Roma modernista, pero dureza de acción para con los que se oponen en la Fraternidad a la Roma modernista. He allí un doble mensaje.

[10] Lo que dice con cierta ambigüedad aquí y en los párrafos siguientes es que la afirmación: “En 2006, las herejías siguen surgiendo, las mismas autoridades propagan el espíritu moderno y modernista del Vaticano II y lo imponen a todos como una aplanadora” ya no corre más, ya no es tan así, ahora las cosas van mejor en la Iglesia. Igualmente, la afirmación de que “es imposible llegar a un acuerdo práctico a menos que las autoridades se conviertan; de lo contrario seríamos aplastados, despedazados, destruidos o sometidos a presiones tan fuertes que no podríamos resistir”, también es falsa. Según Monseñor Fellay Roma ya no tiene tanto poder y la Fraternidad tiene mucho peso. Seguro: recordemos lo que pasó cuando las famosas y valientes declaraciones (que muchos cobardes tildan de torpes, ¡tendrían que decir lo mismo de Mons. Lefebvre, entonces, que debió afrontar y perdió un juicio por “racismo y antisemitismo”) de Mons. Williamson en el 2009, y cómo los modernistas empujados por la Sinagoga hicieron temblar a la FSSPX, logrando de Mons. Fellay declaraciones sumisas y una medida interna bajo presión como fue la salida de Mons. Williamson del Seminario de Argentina. ¿Acaso entonces se escuchó la voz de los “nuevos amigos” de la Fraternidad en el Vaticano, defendiendo a un obispo católico de las intromisiones de aquellos que fuera de la Iglesia pedían su cabeza por haber opinado de un tema histórico determinado?

[11] Si esto fuera así, ¿no convendría hablar más claro, confrontar con los modernistas, decir la verdad entera y no aligerada y ambigua? La adopción de un nuevo lenguaje, ambiguo, contradictorio, blando, conciliador, soft, está mostrando por el contrario que la posición de la Fraternidad no es de fuerza, sino de debilidad, ya que debe modificar el lenguaje para no “exasperar” a los romanos modernistas.
Por otra parte, ¿qué ocurre en las filas de la Fraternidad, frente a este optimismo acerca de los “jóvenes que descubren la Tradición en la Roma conciliar”? El liberalismo ha ido ganando a los fieles en sus costumbres, en sus vestimentas, en su comportamiento impropio durante las misas, en definitiva, en su pensamiento. Para una gran parte de los jóvenes que concurren a las capillas de la Fraternidad, Mons. Lefebvre no significa casi nada, apenas es un prócer del que han oído hablar mucho pero cuyos libros no leen y cuya lucha desconocen. Son jóvenes que no leen casi nada, mucho menos se forman acerca del liberalismo. Tal vez algunos hayan recibido alguna breve formación al respecto, pero pareciera que el liberalismo es algo lejano, algo que pasó en el Vaticano II y se quedó en Roma, pero que no puede aparecer entre nosotros. Como si la Fraternidad estuviera “blindada” contra este mal espíritu, duermen tranquilos en su cómoda posición: “A nosotros no nos puede pasar porque somos tradicionalistas”. Pero, precisamente, esa falta de espíritu combativo, de tener presente que se está en medio de una guerra, es una señal de la contaminación liberal. La tibieza está infectando lentamente a los fieles, deseosos de una paz con la Roma conciliar que será a costa de la verdadera fe. Ese adormecimiento viene de arriba hacia abajo, pero aún se está a tiempo de reaccionar.

[12] Sin resultar demasiado expresivo, tiene que quedar bien con Benedicto XVI, como si éste fuera una pobre víctima más de los modernistas. Mons. Fellay plantea muchas veces las cosas en términos políticos, dando a pensar que hay una división entre “progresistas” y “conservadores”, y que hay que apoyarse en los segundos para derrotar a los primeros. No ve o no dice que los segundos, modernistas moderados, son peores que los primeros, porque no se muestran del todo en su error y confunden introduciendo a veces en sus tremendos errores alguna verdad católica, como esos actos que menciona Mons. Fellay. ¡Como si no conociéramos el pensamiento del cardenal Ratzinger, a estas alturas!

[13] Como dijo Mons. Williamson: “Si un eclesiástico de la Iglesia Conciliar decide que el Concilio está mal, va a destruir el Concilio. O él tiene que salir de la Iglesia Conciliar o va a hacer todo lo posible para destruir el Concilio. Para eso se hizo el Concilio, para destruir la Iglesia. Si se da cuenta de eso, no se puede entrar en la Iglesia conciliar. Se hace tradicionalista. Llama a la puerta de la Fraternidad San Pío X, al igual que algunos sacerdotes lo han hecho, y trabaja con la Fraternidad San Pío X para reconstruir la Iglesia, en lugar de destruirla. Si se quiere destruir a la Fraternidad San Pío X, entonces únase a la Iglesia Conciliar”.
Ciertamente, con amigos pusilánimes o impotentes que temen hablar, como los que dice Mons. Fellay que hay en Roma, ¿piensa ir a esta Cruzada de Reconquista?

[14] ¿Por qué está seguro de que este “movimiento joven” se impondrá a la “jerarquía caduca”? ¿Acaso por un argumento biológico, cronológico, prófético o qué? No lo sabemos.

[15] Esto es claro. Y lógicamente no lo dijo así para el gran público, aunque se le escaparon algunos comentarios que muestran esto muy claramente (en especial en la entrevista con la cadena CSN de Estados Unidos). “Una nueva posición en relación con la Iglesia oficial”. Una nueva posición, es decir, distinta de la que se sostuvo antes. Pese a que la Iglesia conciliar (a quien Fellay llama “oficial”) sigue siendo lo que era, pese a que no reniega del Vaticano II sino que lo reafirma –ahora en su cincuenta aniversario se pudo ver con toda claridad-, la Fraternidad San Pío X debe cambiar su posición. ¿Por qué? Porque aparentemente allí en el Vaticano hay “amigos de la Tradición”. Un argumento emocional que no se traduce en un cambio de dirección de la nave vaticana, que continúa su marcha hacia el Gobierno Mundial y el diálogo con los enemigos de Cristo. ¿Y en qué consiste esa nueva posición de la Fraternidad? En un nuevo lenguaje, que todavía critica al Vaticano II pero cada vez menos drásticamente. Que habla benévolamente del Papa o lo critica como disculpándolo; en un quitarse de encima a los que sigan teniendo un lenguaje claro y duro para con los acuerdos no doctrinales con Roma (lenguaje que tuvo Mons. Lefebvre como lo tiene hoy Mons. Williamson; sin dudas hoy Mons. Lefebvre habría sido expulsado, tal vez no por tener un blog, sino por hacer “dibujitos” molestos).

[16] Acá habría que entender que hay dos Iglesias: la Iglesia conciliar, comandada por herejes, apóstatas y masones, y la Iglesia de la Tradición, que puede ser castigada severamente –ya lo está siendo- si pacta con sus enemigos. Se trata entonces de una guerra entre dos religiones distintas, la Religión del hombre contra la Religión de Dios. Pero parece que ya no se piensa que se trata de una guerra entre dos religiones, sino de una negociación diplomática entre facciones políticas. Por eso se entabla el diálogo (llamado “conversaciones”) interreligioso, donde una de las dos religiones debe ceder.

[17] Y todo esto se aceptaría sin que Roma haya abjurado de sus errores y vuelto a la Tradición, condición imprescindible que se planteaba antes (ahora Mons. Fellay lo juzga “irrealista”; es decir, que no confía en las soluciones que Dios pueda dar como cuando calmó súbitamente la tempestad del mar, o cuando la conversión de Pablo; ahora todo es palabrerío y diplomacia, estériles, por supuesto). Es decir, que si a la FSSPX se le concede esto, acepta convivir con la Roma modernista. Eso es lo que se llama “tolerantismo” (en términos masónicos). Aquello proclamado por los masones ahora la Fraternidad lo reclama para sí. “Queremos ser tolerados como somos”. Eso está bien, pero, ¿por quiénes? ¿Se le pide al error que tolere a la verdad? El católico reclama el derecho absoluto de la verdad, no que la verdad sea tolerada. Aquí no hay conciliación posible ya que las tinieblas no aceptan la luz, el error no acepta la verdad y en la medida que la acepta es porque ésta ya no lo es tanto.
Recordemos las palabras de Mons. Lefebvre:
“No tenemos la misma mane­ra de concebir la reconciliación. El cardenal Ratzinger la ve en el sentido de reducirnos, de condu­cirnos al Vaticano II. Nosotros la vemos como una vuelta de Roma a la Tradición. Y así no hay quien se entienda. Es un diálogo de sordos.
«[...] Suponiendo que de aquí a un tiempo Roma nos llame, nos quiera ver y volver a conversar, en ese caso seré yo quien ponga las condiciones [...] Y plantearé las cuestiones desde el plano doctrinal: "¿Están de acuerdo ustedes con las grandes encíclicas de los grandes papas precedentes? ¿Están de acuerdo con la Quanta Cura de Pío IX, Immortale Dei y Libertas de León XIII, Pascendi de Pío X, Quas Primas de Pío XI, Humani Generis de Pío XII? ¿Están ustedes en plena comunión con esos papas y sus afirmaciones? ¿Acep­tan también el juramento antimoder­nista? ¿Están por el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo? Porque si no aceptan las doctrinas de sus predecesores es inútil hablar. Mientras no acepten reformar el Concilio considerando la doctrina de los papas anteriores, no hay diálogo posible. Es inútil”.

[18] ¿Cuáles son esas indicaciones muy graves? Secreto. ¿No tienen los miembros y fieles de la Fraternidad derecho a conocerlas? No, parece que son niños que deben confiar ciegamente en sus papás (como afirmó el Superior de Distrito de EE.UU.), así como los laicos confiaron en sus obispos y sacerdotes durante el Vaticano II, y cerrando los ojos obedecieron y permitieron la tragedia. Pero eso no es lo que quiere Dios. no es lo que enseñó San Pablo

[19] Otra ilusión, otra afirmación fuera de la realidad. ¿Quién está debilitada, Roma o la Fraternidad, dividida en mil pedazos, con un obispo y sacerdotes expulsados, muchos fieles desconcertados y un Superior General débil y desprestigiado? ¿Quién muestra su debilidad sino la FSSPX, que ya no se atreve a usar el mismo lenguaje frontal y claro que usaba antes para proclamar la verdad?

[20] ¿Qué quiere decir una “rigidez reprensible”? ¿Rigidez en qué? ¿En la doctrina? ¿En los modos? Es ambiguo. Otro cambio en el lenguaje que nos hace recordar a Juan XXIII y su famoso discurso inaugural del Vaticano II, cuando dijo: “Siempre se opuso la Iglesia a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos”.

Aquí está Juan XXIII condenando al olvido a Pío XI y San Pío X; y Mons. Fellay condenando a Mons. Lefebvre, bajo la falaz idea de que la condena enérgica de los errores sería una falta de misericordia o caridad. “No sólo se trata de expresiones lamentables –decía Mons. Lefebvre sobre las palabras de Juan XXIII- que manifiestan un pensamiento bastante confuso, sino de todo un programa que expresa el pacifismo y que caracterizó al Concilio” (Lo destronaron. Del liberalismo a la apostasía. La tragedia conciliar). “Se decía –sigue Monseñor- es necesario que hagamos la paz con los masones, la paz con los comunistas, la paz con los protestantes. ¡Hay que acabar con esas guerras interminables, esa hostilidad permanente! Es por otra parte lo que me dijo Mons. Montini, entonces Sustituto en la Secretaría de Estado, cuando durante una de mis visitas a Roma en los años cincuenta, le pedí la condenación del “Rearme moral”. Me respondió: “¡Ah, no hay que estar siempre condenando, condenando! ¡La Iglesia no va a quedar como una madrastra!”. Ese es el término que usó Mons. Montini, Sustituto del Papa Pío XII; ¡lo recuerdo todavía como si fuera hoy! Por lo tanto, ¡ya no más condenaciones, no más anatemas! ¡Pactemos!” (Idem)
Hoy parece decirse: “¡Hagamos la paz con los modernistas, hay que acabar con esta guerra interminable que ya lleva cuarenta años! ¡Pactemos!”. Para eso Mons. Fellay hace uso de una expresión como la comentada.
Pero ampliemos esto porque tiene su importancia: algunos periodistas bobetas acusan a Mons. Williamson no sólo de querer formar un “Palmar de Troya” (para no hablar de las histéricas marionetas del demonio que dicen que Mons. Williamson ¡está llevando a sus seguidores a la adoración del Anticristo!), sino que también se lo tilda de “católico salvaje”. ¿Y esto por qué? Por no querer reducir la verdad a modales prolijos y acicalados que de tan agradables al enemigo terminan por entibiar la verdad, aguándola y desfigurándola con el lenguaje liberal. ¡Qué miedo tienen algunos a la verdad, o, mejor dicho, a las consecuencias que pueden tener para ellos! Pues bien, “Nuestro Señor y Redentor –decía San Buenaventura-, lleno de celo por la salvación de las almas, que Él había venido a rescatar a precio de su vida, procuraba por todos los modos atraerlas a sí y arrancarlas de las garras de sus enemigos. Por esto usaba algunas veces de palabras blandas y humildes, otras empleaba un lenguaje duro y severo, ya enseñaba con ejemplos y parábolas, ya con prodigios y milagros, y ya también empleaba, cuando lo juzgaba necesario, las amenazas y el terror. Estos varios medios de salud los ponía en práctica según veía que era conveniente, atendiendo a la variedad de lugar, tiempo y personas que le escuchaban (…) Considera tú ahora al Salvador sentado humildemente entre los fariseos, pero hablándoles con autoridad, con la fuerza y el poderío de su virtud, anunciándoles claramente su caída”(“Meditaciones de la Vida de Cristo”).
Y así como Nuestro Señor usó de palabras dulces y suaves con los pobres y los enfermos, no trepidó en usar el lenguaje más duro con aquellos hipócritas que corrompían la religión.
En efecto, la caridad exige para volver a la verdad muchas veces de un lenguaje duro, severo, chocante, como cuando Nuestro Señor le dijo a Pedro: “¡Quítateme de delante, Satanás! ¡Un tropiezo eres para Mí, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres!” (Mt. 16, 23). ¿Acaso no les diría lo mismo a estos Papas modernistas del Concilio? ¿Lo tildarían estos periodistas de estrecho panorama de “salvaje”? ¿Y Mons. Lefebvre, qué fue lo que dijo? “Puesto que la Sede de Pedro y los puestos de autoridad de Roma están ocu­pados por anticristos”, y “Esto nos ha valido la persecución de la Roma anticristo”. Pero a estos mismos que Mons. Lefebvre calificara así, Mons. Fellay apenas les dice con una amplia sonrisa “están equivocados, ¿por qué no piensan que están equivocados?”.


[21] Ya no es la Iglesia conciliar –aquí llamada “Iglesia oficial”- la que debe convertirse, la que debe volver a lo que enseñaban los Papas anteriores al concilio, como decía Mons. Lefebvre, y “dar el paso” hacia la Tradición; sino que es la Fraternidad, la Tradición, la que ha de dar el paso (el mal paso) para ingresar en la Iglesia conciliar.

[22] Esto es, que con un decreto el Papa haga ingresar a la Fraternidad al Circo Romano de las Religiones para devorársela, es decir, para “convertirla” al Conciliarismo. Porque, si ahora no se condena con toda la firmeza y la dureza de la verdadera caridad los errores del Papa y los modernistas, luego, estando dentro de Roma, ¿cree el lector que se tendrá un lenguaje más duro, más claro, más verdadero, o en cambio un lenguaje todavía más conciliador y ambiguo que el actual? La respuesta no es difícil de adivinar.