“Baje del Internet las dos Declaraciones y vea cuál de las dos es, sin peligro de equivocarse, la trompeta que llama a la batalla necesaria (I Cor. XIV, 8). Uno tiene que hacerse la pregunta ¿cuántos son los capitulantes del 2012 que han estudiado lo que dijo el Arzobispo, y por qué lo dijo?”
Mons. Richard
Williamson, Comentario Eleison 271
DECLARACIÓN DEL AÑO
1974
LEÍDA POR MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE
EN EL SEMINARIO INTERNACIONAL SAN PÍO X DE ECÔNE,
EL 21 DE NOVIEMBRE DE 1974
LEÍDA POR MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE
EN EL SEMINARIO INTERNACIONAL SAN PÍO X DE ECÔNE,
EL 21 DE NOVIEMBRE DE 1974
Nos adherimos de todo corazón, con toda
nuestra alma, a la Roma católica guardiana de la fe católica y de las
tradiciones necesarias al mantenimiento de esa fe, a la Roma eterna, maestra de
sabiduría y de verdad.
Por el contrario, nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas que de éste salieron.
Todas esas reformas, en efecto, contribuyeron y contribuyen todavía a la demolición de la Iglesia, a la ruina del Sacerdocio, al aniquilamiento del Sacrificio y de los Sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, a una enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, los seminarios, la catequesis, enseñanza nacida del liberalismo y del protestantismo, condenada repetidas veces por el magisterio solemne de la Iglesia.
Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada en la Jerarquía, puede constreñirnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos.
“Si llegara a suceder, dice san Pablo, que nosotros mismos o un ángel venido del cielo os enseñara otra cosa distinta de lo que yo os he enseñado, que sea anatema” (Gál. 1, 8).
¿No es esto acaso lo que nos repite el Santo Padre hoy? Y si una cierta contradicción se manifestara en sus palabras y en sus actos así como en los actos de los dicasterios, entonces elegimos lo que siempre ha sido enseñado y hacemos oídos sordos a las novedades destructoras de la Iglesia.
No es posible modificar profundamente la “lex orandi” sin modificar la “lex credendi”. A la misa nueva corresponde catecismo nuevo, sacerdocio nuevo, seminarios nuevos, universidades nuevas, Iglesia carismática, pentecostal, todas cosas opuestas a la ortodoxia y al magisterio de siempre. Habiendo esta Reforma nacido del liberalismo, del modernismo, está totalmente envenenada; sale de la herejía y desemboca en la herejía, incluso si todos sus actos no son formalmente heréticos. Es pues imposible a todo católico consciente y fiel adoptar esta Reforma y someterse a ella de cualquier manera que sea. La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico a aceptar la Reforma.
Es por ello que sin ninguna rebelión, ninguna amargura, ningún resentimiento, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal bajo la estrella del magisterio de siempre, persuadidos de que no podemos prestar un servicio más grande a la Santa Iglesia Católica, al Soberano Pontífice y a las generaciones futuras.
Es por ello que nos atenemos firmemente a todo lo que ha sido creído y practicado respecto a la fe, las costumbres, el culto, la enseñanza del catecismo, la formación del sacerdote, la institución de la Iglesia, por la Iglesia de siempre y codificado en los libros aparecidos antes de la influencia modernista del Concilio, esperando que la verdadera luz de la Tradición disipe las tinieblas que oscurecen el cielo de la Roma eterna.
Y haciendo esto, con la gracia de Dios, el auxilio de la Virgen María, de San José, de San Pío X, estamos convencidos de mantenernos fieles a la Iglesia Católica y Romana, a todos los sucesores de Pedro, y de ser los “fideles dispensatores mysteriorum Domini Nostri Jesu Christi in Spiritu Sancto”. Amén.
Por el contrario, nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas que de éste salieron.
Todas esas reformas, en efecto, contribuyeron y contribuyen todavía a la demolición de la Iglesia, a la ruina del Sacerdocio, al aniquilamiento del Sacrificio y de los Sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, a una enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, los seminarios, la catequesis, enseñanza nacida del liberalismo y del protestantismo, condenada repetidas veces por el magisterio solemne de la Iglesia.
Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada en la Jerarquía, puede constreñirnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos.
“Si llegara a suceder, dice san Pablo, que nosotros mismos o un ángel venido del cielo os enseñara otra cosa distinta de lo que yo os he enseñado, que sea anatema” (Gál. 1, 8).
¿No es esto acaso lo que nos repite el Santo Padre hoy? Y si una cierta contradicción se manifestara en sus palabras y en sus actos así como en los actos de los dicasterios, entonces elegimos lo que siempre ha sido enseñado y hacemos oídos sordos a las novedades destructoras de la Iglesia.
No es posible modificar profundamente la “lex orandi” sin modificar la “lex credendi”. A la misa nueva corresponde catecismo nuevo, sacerdocio nuevo, seminarios nuevos, universidades nuevas, Iglesia carismática, pentecostal, todas cosas opuestas a la ortodoxia y al magisterio de siempre. Habiendo esta Reforma nacido del liberalismo, del modernismo, está totalmente envenenada; sale de la herejía y desemboca en la herejía, incluso si todos sus actos no son formalmente heréticos. Es pues imposible a todo católico consciente y fiel adoptar esta Reforma y someterse a ella de cualquier manera que sea. La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico a aceptar la Reforma.
Es por ello que sin ninguna rebelión, ninguna amargura, ningún resentimiento, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal bajo la estrella del magisterio de siempre, persuadidos de que no podemos prestar un servicio más grande a la Santa Iglesia Católica, al Soberano Pontífice y a las generaciones futuras.
Es por ello que nos atenemos firmemente a todo lo que ha sido creído y practicado respecto a la fe, las costumbres, el culto, la enseñanza del catecismo, la formación del sacerdote, la institución de la Iglesia, por la Iglesia de siempre y codificado en los libros aparecidos antes de la influencia modernista del Concilio, esperando que la verdadera luz de la Tradición disipe las tinieblas que oscurecen el cielo de la Roma eterna.
Y haciendo esto, con la gracia de Dios, el auxilio de la Virgen María, de San José, de San Pío X, estamos convencidos de mantenernos fieles a la Iglesia Católica y Romana, a todos los sucesores de Pedro, y de ser los “fideles dispensatores mysteriorum Domini Nostri Jesu Christi in Spiritu Sancto”. Amén.
19 de julio de 2012
Al término del Capítulo General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X,
reunidos en torno a la tumba de su venerado fundador, Mons. Marcel Lefebvre, y
unidos a su Superior General, nosotros los participantes, obispos, superiores y
miembros más antiguos de la Fraternidad, queremos hacer llegar al cielo
nuestras más vivas acciones de gracias por los cuarenta y dos años de tan
maravillosa protección divina sobre nuestra obra, en medio de una Iglesia en
total crisis y de un mundo que se aleja cada día más de Dios y de su ley.
Expresamos nuestra profunda gratitud
a todos los miembros de la Fraternidad, sacerdotes, hermanos, hermanas,
terciarios, a las comunidades religiosas amigas, así como a los queridos fieles
por su dedicación diaria y por sus fervientes oraciones con motivo de este
Capítulo, que conoció intercambios francos y un trabajo fructífero. Todos los
sacrificios, todas las penas aceptadas generosamente contribuyeron sin duda a
superar las dificultades que la Fraternidad ha enfrentado últimamente. Hemos
vuelto a encontrar nuestra unión profunda en su misión esencial: mantener y
defender la fe católica, formar buenos sacerdotes y trabajar en la restauración
de la Cristiandad. Hemos definido y aprobado las condiciones necesarias para
una eventual normalización canónica. Se estableció que en este caso, un
Capítulo extraordinario deliberativo sería convocado de antemano. Pero nunca
hay que olvidar que la santificación de las almas siempre comienza por nosotros
mismos. Es la obra de una fe animada y operante por medio de la caridad, según
las palabras de San Pablo: “Porque no tenemos ningún poder contra la verdad,
la tenemos solamente por la verdad” (2 Cor. 13:8) y además: “Cristo amó
a la Iglesia y se entregó a sí mismo a ella… para que sea santa e inmaculada.”
(Ef. 5:25 s)
El Capítulo considera que el primer
deber de la Fraternidad en el servicio que tiene la intención de prestar a la
Iglesia es continuar profesando, con la ayuda de Dios, la fe católica en toda
su pureza e integridad, con una determinación proporcionada a los ataques que
esta misma fe no deja de sufrir hoy.
Por lo tanto, nos parece oportuno
reafirmar nuestra fe en la Iglesia Católica Romana, única Iglesia fundada por
Nuestro Señor Jesucristo, fuera de la cual no hay salvación, ni posibilidad de
encontrar los medios que conducen a ésta; en su constitución monárquica,
querida por Nuestro Señor, que hace que el poder supremo de gobierno sobre toda
la Iglesia recaiga sólo sobre el Papa, Vicario de Cristo en la tierra; en la
realeza universal de Nuestro Señor Jesucristo, creador del orden natural y
sobrenatural, al cual todo hombre y toda sociedad debe someterse.
Sobre todas las innovaciones del
Concilio Vaticano II que permanecen manchadas de errores y sobre las reformas
que de él han salido, la Fraternidad sólo puede continuar adhiriendo a las
afirmaciones y enseñanzas del Magisterio constante de la Iglesia; ella
encuentra su guía en este Magisterio ininterrumpido que, por su acto de
enseñanza, transmite el depósito revelado en perfecta armonía con todo lo que
la Iglesia toda ha creído siempre y en todo lugar.
Asimismo, la Fraternidad encuentra su
guía en la Tradición constante de la Iglesia que transmite y transmitirá hasta
el final de los tiempos el conjunto de las enseñanzas necesarias para mantener
la fe y para la salvación, esperando que un debate franco y serio sea posible,
teniendo como finalidad el retorno de las autoridades eclesiásticas a la
Tradición.
Nos unimos a los otros católicos
perseguidos en los distintos países del mundo que sufren por la fe católica, y
muy a menudo hasta el martirio. Su sangre derramada en unión con la Víctima de
nuestros altares es la garantía de la renovación de la Iglesia in capite et
membris [En la cabeza y en sus miembros], de acuerdo con el viejo adagio
“sanguis martyrum semen christianorum” [La sangre de los mártires es semilla de
cristianos].
“Finalmente nos dirigimos a la Virgen
María, tan celosa de los privilegios de su Divino Hijo, celosa de su gloria, de
su Reino en la tierra como en el Cielo. ¡Cuántas veces ella ha intervenido en
la defensa, incluso armada, de la Cristiandad contra los enemigos del reino de
nuestro Señor! Le suplicamos que intervenga hoy para expulsar a los enemigos
internos que tratan de destruir la Iglesia más radicalmente que los enemigos
externos. Que ella se digne mantener en la integridad de la fe, en el amor de
la Iglesia, en la devoción al Sucesor de Pedro, a todos los miembros de la
Fraternidad San Pío X y a todos los sacerdotes y fieles que trabajan con los
mismos sentimientos, para que ella nos proteja y nos preserve tanto del cisma
como de la herejía.
Que San Miguel Arcángel nos comunique
su celo por la gloria de Dios y su fuerza para combatir al demonio.
Que San Pío X nos haga partícipes de
su sabiduría, de su ciencia y de su santidad para discernir la verdad del error
y el bien del mal, en estos tiempos de confusión y de mentiras.” (Mons. Marcel
Lefebvre, Albano, 19 de octubre de 1983).
Ecône, 14 de julio 2012.