¿Cuál es el principio de fondo
que opone a los católicos de la Tradición con los católicos más conciliadores,
que reclaman el Motu Proprio “Ecclesia Dei” que transigen sobre la liturgia, o
que se ubican en una perspectiva simplemente conservadora?
Hay una actitud bastante
difundida actualmente en el ámbito conservador de la Iglesia, que consiste en
aceptar todo (o por lo menos mucho) por “espíritu de sumisión” y “por
dolorismo”. Dicha actitud se puede resumir en dos principios:
-“la obediencia es la verdad”.
-“sufrir es siempre merecer”.
“Así, por el solo hecho de que obedezco a los hombres de
Iglesia, estoy en la verdad. Y si sufro por eso, participo forzosamente de la
cruz de Cristo, y entonces merezco para mí mismo y para la Iglesia. Así dicen
estos ‘conservadores’”.
Aquí hay enormes sofismas:
-La autoridad eclesial favorece o tolera el mal en la
Iglesia. Este mal, puesto que viene de la autoridad, se hace ipso facto la
verdad; si adopto ese mal por obediencia, estoy ipso facto en la verdad de
Cristo.
-Como estoy interiormente opuesto a ese mal, sufro
profundamente al adoptarlo por obediencia; con el sufrimiento, al ser por sí
mismo redentor, trabajo por la edificación de la Iglesia. Brevemente: cuanto
más destruyo la Iglesia (propagando el mal en ella), más la edifico (por mi
sufrimiento).
Nuestra posición teórica y práctica de católicos
tradicionalistas es diferente, y se apoya sobre dos principios opuestos:
-la verdad precede a la obediencia y la funda,
-el mal, en cuanto tal, no produce jamás más que mal, y
nunca el bien.
Aceptar las innovaciones malas es
participar directamente de la destrucción de la Iglesia, y esto nunca está
permitido, jamás es meritorio, jamás es fructífero.
Además, no existe ni puede existir
ninguna obediencia legítima contra la fe o que importe su disminución.
Finalmente, el sufrimiento debido
al pecado, al error o a la tontería no es para nada meritorio por sí mismo.
Monseñor Lefebvre caracterizaba
esas opiniones con la fuerte pero realista expresión de “el golpe maestro de
Satanás”. Ese golpe lo reducía a tres principios:
-“Difundir por la autoridad de la Iglesia misma, los
principios revolucionarios que el mismo Satanás introdujo en la Iglesia”.
-“La Iglesia se va a destruir a sí misma por la vía de la
obediencia”.
-“Satanás logró hacer condenar a aquellos que guardan la
fe católica por los mismos que tendrían que defenderla y propagarla”.
Concluía estas palabras del 13 de
mayo de 1974 con una afirmación esencial, que constituye como un principio de
división entre esos conservadores y nosotros:
“Hay aquí palabras que a
algunos les parecerán ultrajantes de la autoridad. Son, por el contrario, las
únicas que protegen la autoridad y verdaderamente la reconocen, pues la
autoridad no puede ser sino para la verdad y el bien, y no para el error y el
vicio”.
Padre Michael
Beaumont, Fideliter nº 129 y Iesus Christus nº 65, Septiembre/Octubre
de 1999.