(Aunque han pasado poco más de
2 años, el tema es de tal actualidad que no dudamos en
publicarlo.)
El 30 de junio, en el curso de una ceremonia
de la que todos los asistentes han guardado un recuerdo emocionado, se cumplió
un año de la consagración de cuatro obispos
por S. Exc. Mons. Lefebvre asistido por S. Exc. Monseñor de Castro Mayer, en su
calidad de obispo co-consagrante.
Con ocasión de ese aniversario, Monseñor Lefebvre
ha querido responder gustosamente a las preguntas de Fideliter y expresar su
profunda satisfacción por este acontecimiento que ha calificado de milagroso.
Fideliter. Monseñor, sobre esta decisión de consagrar
obispos, habló ya desde hace algún tiempo. Había escrito incluso al Papa, conjuntamente
con Mons. de Castro Mayer, para comunicarle su intención. Había hecho también
una declaración al periódico italiano Tienta Giorni, en la que decía particularmente: “Si es mi deber,
consagraré obispos”. Propósito que ha confirmado cuando las ordenaciones de
1987. Era la primera vez que lo decía en público. Y esto ha desencadenado una
especie de proceso. Recibió a fines de julio una carta del cardenal Ratzinger
que le permitió decir con ocasión de la ceremonia del 40° aniversario de su
episcopado: “Me parece efectivamente que algo ha cambiado en Roma ya que lo que
me proponen indica que hay un nuevo modo de enfocar las cosas”. Luego ha habido
distintos cambios de impresiones que han conducido a los coloquios en mayo de
1988. Estos desembocaron en el protocolo que habría quizás permitido llegar a.
un acuerdo; protocolo que firmó sin entusiasmo, puesto que desde el día
siguiente fue inducido a considerar que las prórrogas del cardenal Ratzinger en cuanto a la elección de
un obispo, conducían a pensar que finalmente buscaban engañarle. Entonces,
tomó la decisión de consagrar cuatro obispos, decisión irreversible, hecha pública en la conferencia de prensa
que dio el 15 de junio.
Quizás sería bueno recordar por qué, con qué
fin tomó esta decisión de graves consecuencias, de la que no ignoraba entonces
que suscitaría una reacción violenta de
parte de Roma. Aceptó incurrir en el riesgo de ser excomulgado, de ser
calificado de cismático, porque quería asegurar por estas consagraciones la
continuidad de la transmisión del sacerdocio y de los sacramentos.
Monseñor
Lefebvre. Sí, evidentemente, ha habido una preparación.
Esto no se hace de un día para otro. Desde hace ya varios años intentaba hacer
comprender a Roma que, siendo anciano, me era preciso asegurar la sucesión, que
un día u otro, ocupe mi lugar. No es posible tener seminarios y seminaristas
sin un obispo; los mismos fieles tienen necesidad también de un obispo para la
transmisión de la fe y la de los sacramentos, en particular el de la
confirmación. Eran muy conscientes de eso en Roma. Yo hice alusión a ello
muchas veces, y al fin acabé por hacerlo públicamente.
No pueden decir en
Roma que los he cogido desprevenidos, que no sabían nada y que he hecho esto
subrepticiamente. Han sido perfectamente advertidos algunos años antes por
cartas, por las cintas de mis sermones que han recibido y por la carta que
Mons. de Castro Mayer y yo mismo habíamos dirigido al Santo Padre.
Pienso que es esto
lo que determinó un cierto cambio de actitud frente a nosotros. Temían estas
consagraciones episcopales, pero no creían que yo llegase a hacerlas.
No obstante, cuando
el 29 de junio de 1987 hablé de ello públicamente, el cardenal Ratzinger se
conmovió un poco. En Roma tuvieron miedo de que llegase verdaderamente a
consagrar obispos y es entonces cuando decidieron hacer una apertura mayor
respecto a lo que pedíamos desde siempre, es decir, poder celebrar la Misa,
los sacramentos y los oficios pontificales según el rito de Juan XXIII en 1962. En este
momento parecía que no formulaban exigencias a propósito de la adhesión al Concilio. No hablaban de ello y hacían
incluso una alusión a la posibilidad de tener un obispo que fuese mi sucesor.
Parecía un cambio
bastante profundo, bastante radical. Entonces surgió la cuestión de saber qué
debíamos hacer. Yo mismo fui a Rickenbach a ver al Superior genera! y a sus
asistentes para preguntarles: ¿qué piensan ustedes? ¿Tomamos la mano que se
nos tiende? ¿O bien la rechazamos? Yo, personalmente, dije, no tengo ninguna
confianza. Hace años y años que frecuento este medio, años que veo la manera en
que actúan. No tengo ninguna confianza. Pero no quisiera que en la Hermandad
y en los medios de la Tradición se diga: Pudieron intentarlo. Poco costaba
discutir, dialogar. Esta ha sido su opinión: hay que tomar en consideración el
ofrecimiento que se nos hace y no despreciarlo. Vale por lo menos la pena el
hablar con ellos.
En ese momento
acepté ver al cardenal Ratzinger e insistí mucho cerca de él para que mandaran
un visitador. Esperaba que esta visita daría como resultado mostrar los
beneficios del mantenimiento de la tradición, constatando al mismo tiempo sus
efectos. Pensaba que esto habría podido reforzar nuestras posiciones en Roma y
que las peticiones que haría para obtener varios obispos y una comisión en Roma
para defender la Tradición tendrían más posibilidades de éxito.
Pero rápidamente
nos dimos cuenta de que teníamos que tratar con personas que no son honradas.
Ya desde el regreso del cardenal Gagnon y Mons. Perl a Roma el desprecio se
lanzaba sobre nosotros. El cardenal Gagnon hacía en los periódicos
declaraciones inverosímiles. Según él, el 80% nos dejarían si yo hacía las
consagraciones. Nosotros deseábamos el reconocimiento: Roma quería la
reconciliación y que nosotros reconociésemos nuestros supuestos errores. Los
que nos habían visitado decían que después de todo no habían visto más que el
exterior, que sólo Dios ve el interior y que por consiguiente la visita no
valía lo que valía... En resumen, que no correspondían a lo que habían dicho y
hecho durante la visita. Al volver al Vaticano, y encontrar de nuevo la mala
influencia de Roma, recobran su mentalidad y se vuelven contra nosotros, nos
desprecian de nuevo.
He ido no obstante
a Roma para estos coloquios, pero sin tener ya confianza. Escribí a principios
de enero al Padre Aulagnier: estoy persuadido que el 30 de junio consagraré
obispos. Será el año de la consagración de obispos, porque realmente no tengo confianza.
Y, de hecho, he
querido ir tan lejos como era posible para demostrar nuestra buena voluntad.
Entonces nos han vuelto a poner el tema del Concilio ante los ojos, del cual
nosotros no queríamos ni oír hablar. Se ha encontrado una fórmula, aceptable en
rigor.
Seguidamente nos
otorgaban la misa v los libros litúrgicos. Pero respecto a la comisión romana y
consagraciones de obispos no han querido aceptar nuestras peticiones. No
obtuvimos más que dos miembros sobre siete en la comisión romana, ni el presidente,
ni el vice-presidente, y no se me otorgaría más que un obispo, cuando yo pedía
tres. Esto era ya casi inaceptable. Y cuando, incluso antes de firmar,
preguntamos cuándo tendríamos ese obispo, era la huida por anticipado. No lo
sabían. Para noviembre, no sabían. Por Navidad, no sabían. Imposible fijar una
fecha.
Por esto, después de haber firmado el
protocolo que debía abrir el camino a un acuerdo, he reflexionado. Esta
acumulación de desconfianza y de reticencia me ha impulsado a exigir el nombramiento
de un obispo para el 30 de junio entre los tres expedientes que había
depositado el 5 de mayo. Esto, o consagro obispo. Este requerimiento hizo que
el cardenal Ratzinger dijese: "Si es así, el protocolo está abolido. Se
acabó, no hay protocolo. Usted rompe las relaciones". Fue él quien lo
dijo, no yo.
El 20 de mayo escribí al Santo Padre
diciéndole que había firmado el protocolo, pero que exigía absolutamente tener
obispos y para el 30 de junio.
Y de hecho no ha habido medio de llegar a un
acuerdo. Mientras que ponía al cardenal Ratzinger entre la espada y la pared
y que nos decía que nos iba a dar un obispo para el 15 de agosto, me pedía
todavía otros expedientes para que la Santa Sede pudiera escoger un obispo que
tuviese el perfil deseado por el Vaticano. ¿A dónde podía llevarnos esto?
Vista la imposibilidad de entendernos, el 2
de junio escribí de nuevo al Papa: inútil continuar los coloquios y los
contactos. No perseguimos el mismo fin. Por vuestra parte, ustedes quieren
captarnos y reconciliarnos, y nosotros queremos ser reconocidos tal como
somos. Queremos continuar la Tradición tal como lo hacemos.
Entonces, he decidido dar esta conferencia de
prensa el 15 de junio, porque no quería actuar en forma secreta. No puede
mantenerse la Tradición sin obispo tradicional. Es absolutamente indispensable.
Por ello la Hermandad de San Pedro y el monasterio de Le Barroux se
hacen puras ilusiones, pues no tienen obispos tradicionales.
Fideliter.
Ha corrido el
rumor que la Hermandad de San Pedro podría tener un obispo.
Mons. Lefebvre. ¿Qué obispo? ¿Un obispo que tendrá el perfil
que desea el Vaticano? En este caso tendrán un obispo que poco a poco los
conducirá al Concilio, es evidente. No obtendrán jamás un obispo plenamente
tradicional, opuesto a los errores del Concilio y a las reformas
postconciliares. Ellos no han firmado el mismo protocolo que nosotros, porque
no tienen obispo. El protocolo que firmé con el Cardenal Ratzinger estipulaba
al menos que podríamos tener un obispo. Luego, en cierta manera, Roma aprobaba
el nombramiento de un obispo. Se nos dice: han desobedecido al Santo Padre.
Desobedecido en parte, pero en lo fundamental no hemos desobedecido. El
cardenal Ratzinger nos ha dado la autoriza ción por
escrito para tener un obispo miembro de la Hermandad. Yo he consagrado cuatro,
es verdad. Pero el mismo principio de tener uno o varios obispos ha sido
concedido por el Santo Padre.
Hasta que se demuestre lo contrario, los que
nos han dejado no han obtenido obispo ni ninguna representación en el seno de
la comisión romana. Luego están atados de pies y manos, en manos de los
progresistas. En tales condiciones no es posible conservar la
Tradición. Les conceden aparentemente todo lo que desean, pero todo es pura
ilusión.
Creo que era un deber para mí y una necesidad
para los fieles y para los seminaristas tener obispos tradicionales.
Todavía una vez más, no creo posible para una
comunidad permanecer fieles a la fe y a la Tradición si los obispos no tienen
esta fe y esta fidelidad a la Tradición. Es imposible. No obstante la Iglesia
está formada ante todo por obispos. Quieren sacerdotes y los sacerdotes son
influidos por los obispos. Son sin embargo los obispos quienes hacen a los
sacerdotes y los orientan, sea en los seminarios, para las predicaciones,
retiros, o en todo un conjunto de cosas. Es imposible conservar la Tradición
con obispos progresistas.
Puesto que no había otros medios para
nosotros, estoy muy contento de que estemos ahora seguros de tener obispos que
mantengan la tradición católica, que conserven la fe. Es cuestión de fe, no es
algo insignificante.
Fideliter. Algunos dicen: sí, pero Monseñor habría
debido aceptar un acuerdo con Roma, puesto que una vez la Hermandad hubiese sido
reconocida y levantadas las suspensiones, habría podido actuar de una manera
más eficaz en el interior de la Iglesia, mientras que ahora se ha colocado
fuera.
Monseñor. Eso son cosas fáciles de decir. Ponerse
dentro de la Iglesia, ¿qué quiere decir? Y ante todo ¿de qué Iglesia están
hablando? Si es de la Iglesia conciliar, ¡habría sido necesario que nosotros,
que luchamos contra ella durante veinte años porque amamos a la Iglesia
católica, entrásemos en esta Iglesia conciliar para volverla supuestamente
católica! Es una completa ilusión. No son los súbditos que hacen a los
superiores, sino los superiores que hacen a los súbditos.
Entre toda esta Curia Romana, entre los
obispos del mundo que son progresistas, yo habría estado completamente
ahogado. No habría podido hacer nada, ni proteger a los fieles ni a los
seminaristas. Nos habrían dicho: bueno, le vamos a dar tal obispo para hacer
las ordenaciones, pero sus semina ristas deberán aceptar a los
profesores venidos de tal o tal diócesis. Es imposible. En la Hermandad de San
Pedro tienen profesores venidos de la diócesis de Augsburgo. ¿Quiénes son estos profesores? ¿Qué es lo que enseñan?
Fideliter. ¿No teme que a la larga y cuando Dios le haya
llamado a Sí, poco a poco la separación se acentúe y que se tenga la impresión
de una Iglesia paralela a lo que algunos llaman la “Iglesia visible”?
Monseñor. Esta historia de la Iglesia visible de Dom
Gérard y M. Madiran es infantil. Es increíble que se pueda hablar de Iglesia visible
para designar a la Iglesia conciliar por oposición a la Iglesia católica que
intentamos representar y continuar. Yo no digo que somos la Iglesia católica.
No lo he dicho nunca. Nadie puede reprocharme
de haber querido nunca considerarme un papa. Pero representamos
verdaderamente a la Iglesia católica tal como era en todo tiempo puesto que
continuamos lo que ella siempre ha hecho. Somos nosotros quienes poseen las
notas de la Iglesia visible: la unidad, catolicidad, apostolicidad, santidad.
Es esto lo que constituye la Iglesia visible.
El señor Madiran añade: y la infalibilidad.
Pero respecto a la infalibilidad es preciso
repetir lo que expresaba el Padre Dulac en una frase
sugestiva respecto al papa Pablo VI: “Cuando ha habido en la historia de la
Iglesia varios papas, se podía escoger entre ellos. Pero ahora tenernos dos papas
en uno”. No tenemos elección. Son papas que tienen una doble faz. En lo que
representa la tradición de los papas, la tradición de la infalibilidad,
estamos de acuerdo con el Papa. Le estamos adheridos en tanto que continúe la
sucesión de Pedro y a causa de las promesas de infalibilidad que le han sido
hechas. Somos nosotros los que estamos aferrados a su infalibilidad, pero él,
incluso bajo ciertos aspectos, ontológicamente, podemos decir que la representa,
formalmente se opone porque rechaza la infalibilidad. No cree en ella y no
hace actos marcados con la infalibilidad.
Es por lo que ellos han querido que Vaticano
II fuese un Concilio
pastoral y no un Concilio dogmático, porque no creen en la infalibilidad. No
quieren verdades definitivas. La Verdad debe vivir y evolucionar. Puede cambiar
eventualmente con el tiempo, con la historia, la ciencia etc... La infalibilidad
fija una fórmula para siempre y una verdad que no cambia más. Ellos no creen
esto. Somos nosotros quienes están con la infalibilidad, no es la Iglesia
conciliar. Ella está contra la infalibilidad, sin duda alguna.
El cardenal Ratzinger está contra la
infalibilidad, el Papa está contra la infalibilidad por su formación
filosófica. Que se nos comprenda bien, nosotros no estamos contra el Papa en
tanto que representa todos los valores de la sede apostólica, que son inmutables
de la sede de Pedro, sino contra el Papa que es modernista que no cree en su
propia infalibilidad, que hace ecumenismo. Evidentemente estamos contra la
Iglesia conciliar que es prácticamente cismática, aunque ellos no lo acepten.
En la práctica es una Iglesia virtualmente excomulgada, porque es una Iglesia
modernista. Son ellos quienes nos excomulgan, cuando nosotros queremos permanecer
católicos. Queremos permanecer con el Papa católico y con la Iglesia católica.
He ahí la diferencia.
Que el señor Madiran, que conoce bien la
situación, venga a decir de nosotros que dejamos la Iglesia visible que posee
la infalibilidad, son palabras que no expresan la realidad.
Fideliter. ¿Puede uno no estar ni en pro ni en contra
de las consagraciones e incluso tener el derecho de no pensar nada sobre ello
y preconizar la formación de sacerdotes tal como usted la ha practicado
fundando Ecône, sin
llegar a la conclusión que si ha de haber seminaristas formados para el
sacerdocio católico son necesarios obispos católicos para ordenarlos?
Monseñor. Tendrán obispos como Mons, de
Milleville que se presentó vestido de seglar para hacer las ordenaciones en
Fontgombault. Si hubiese hecho un sermón, me pregunto qué es lo que habría
dicho a los seminaristas y qué ejemplo les ha dado.
Esto no es ya la Iglesia católica, es la
Iglesia conciliar con todas sus malas consecuencias. Es la destrucción de la
Iglesia.
Es Juan XXIII quien, como lo decía el Padre Dulac, ha
comenzado a ser dos papas en uno. Es él quien ha representado la apertura de
la Iglesia al mundo. Desde entonces se entró en la ambigüedad, en el equívoco
y esta manera de actuar es propia del liberal.
Pienso, pues, que no hay que tener ninguna
vacilación, ningún escrúpulo frente a las consagraciones episcopales. Nosotros
no somos ni cismáticos, ni excomulgados; no estarnos contra el Papa. No estamos
contra la Iglesia católica. No hacemos una Iglesia paralela. Somos lo que
siempre fuimos, católicos que continúan. No hay que buscar tres pies al gato.
No hacemos una “pequeña Iglesia” como lo escribe Paupert en su libro[1].
Cuando se llega a la conclusión de su obra, lo que escribe es para hacernos
temblar: “¡Ya no sé lo que soy!”
Este Paupert que ha sido seminarista, sí no
sacerdote, ha perdido la fe, después la ha reencontrado en parte y es más
bien de espíritu tradicional, pero tiene miedo de dejar la Iglesia conciliar.
Como consecuencia ya no sabe si es católico o no, si es practicante o no. “Actualmente
cuando estoy en una iglesia tengo la impresión de no estar en casa. Por esto no
comulgo”.
Es un hombre inteligente pero se encuentra en
una especie de callejón sin salida. Y este es el problema de todos los
católicos que no quieren dar el paso hacia la Tradición. Se quieren quedar con
aquellos que ocupan los puestos, con los obispos, pero no tienen nada que ver
con la fe católica que han practicado cuando eran más jóvenes y a la cual no
tienen la voluntad de volver. Resulta estremecedor cuando uno piensa que millones
de católicos se encuentran en esta situación. Es así como muchos de entre
ellos no van ya a la Iglesia el domingo, como otros entran en las sectas, o
dejan de practicar y pierden la fe.
Fideliter. En su libro “Ecône, cómo desenredar la tragedia” el Padre
de Margene le aconseja reconciliarse con Roma aceptando prácticamente lo que
ha rechazado. ¿Qué piensa de esto?
Monseñor. No conozco personalmente al Padre de
Margene. Está lleno de contradicciones. Se ve bien que está
muy turbado al defender la libertad religiosa y afirmar que es conforme a la
Tradición, que no hay ruptura. Es una posición insostenible. Porque los
defensores de la Iglesia conciliar, las personalidades más señaladas, como por
ejemplo el Rector de la Universidad de Letrán o Mons. Pavan que es un hombre
importante en Roma (es él quien ha redactado prácticamente todas las
encíclicas sociales de los papas), han dicho abiertamente el año pasado en el
mes de mayo, en el Congreso de Venecia a propósito de la libertad religiosa:
Sí, ha cambiado alguna cosa. Los otros, como el cardenal Ratzinger y los
teólogos que han escrito numerosas obras sobre el asunto se esfuerzan en
demostrar que es la continuación de la Tradición.
Antes, la libertad estaba esencialmente en
relación con la Verdad. Ahora la libertad está en relación con la conciencia
humana. Es así dejar a la libertad de conciencia la elección de la Verdad. Es
la muerte de la Iglesia. Es la introducción del veneno de la Revolución, de los
Derechos del Hombre aceptados por la iglesia. El Rector de la Universidad de
Letrán y Mons. Pavan al menos lo reconocen. Los otros dirán lo que les parezca
para intentar acallarnos. Pero está escrito en negro sobre blanco: “El
Estado, la Sociedad civil, es radicalmente incapaz de conocer cuál es la
verdadera religión”.
Toda la historia de la Iglesia desde Nuestro
Señor se inscribe contra semejante afirmación.
Y Juana de Arco, y los santos, y todos los príncipes
y reyes que han sido santos, que han defendido la Iglesia, ¿eran incapaces de
discernir la verdadera religión? Nos preguntamos cómo se pueden escribir
semejantes enormidades.
Las respuestas a nuestras objeciones que nos
han sido enviadas desde Roma por intermediarios, tendían todas a demostrar que
no había cambio, sino continuación de la Tradición. Son afirmaciones peores que
las de la Declaración sobre la libertad religiosa. Es la mentira oficializada.
En tanto que Roma permanezca aferrada a las
ideas conciliares: libertad religiosa, ecumenismo, colegialidad... irán
descaminados. Es grave porque esto llega a alcanzar hasta las realizaciones
prácticas. Es lo que justifica la visita del Papa a Cuba. El Papa visita a
los jefes comunistas, verdugos o asesinos que tienen sangre de cristianos en
las manos, como si fuesen tan dignos como las personas honradas.
Fideliter. Hay una laguna con el cardenal Lustiger que
no ha podido ir a Kiev.
Monseñor. Yendo a la URSS creyó que Moscú se había
vuelto católico. Es una falta de juicio. Se dice que el Papa habría
concedido más o menos a Moscú la designación de un Patriarca ucraniano en
sustitución del actual, que ha sucedido al cardenal Slipyi, pero un Patriarca
que sería evidentemente un agente soviético, como Pimen.
Todas estas visitas hacen el juego a los soviéticos
que acabarán por tener lo que desean, es decir, meter a los Ucranianos en su
bolsillo por mediación de una jerarquía en manos del gobierno. Exactamente
como han hecho, después del cardenal Mindszenty en Hungría, nombrando a Lekaï: ¡el escándalo Lekaï! En otro tiempo los cardenales
y obispos eran arrojados en prisión porque defendían la religión católica, y
ahora son ellos los que hacen meter en prisión a los sacerdotes que son
verdaderamente católicos. Estamos exactamente en la misma situación: los
obispos nos persiguen porque somos católicos. No es el gobierno
ateo, no son los socialistas o los franc-masones los que nos persiguen, son
los obispos supuestamente católicos, los obispos conciliares.
Es lo mismo que acontece en los países
comunistas; tienen obispos conciliares, obispos que forman parte de los “sacerdotes
de la paz” que están de acuerdo con el gobierno comunista. No son los gobiernos
los perseguidores, sino los obispos.
He recibido una carta de un sacerdote húngaro
que me dice: cuando hay litigios, el gobierno es casi el buen papá que intenta
poner el obispo, de acuerdo con los sacerdotes y que juega a hombre
bueno. ¡Es inverosímil! El Papa es la causa de este inmenso escándalo
de otorgar el mismo derecho a! error y al vicio que a la verdad y a la
virtud. Es catastrófico para los humildes, es la ruina total de la moral
cristiana, del fundamento de la moralidad y hasta de la vida social.
Fideliter. Juan Pablo II defiende la unidad de la familia, es contrario
al matrimonio de los sacerdotes, contrario al aborto. En el plano de la moral
muchos estiman que es un buen Papa.
Monseñor. Así es frente a ciertos principios de moral
natural. Pero se dice esto, y luego prácticamente deja obrar impunemente a los
sacerdotes favorables a la contracepción. No hay tomas de posición enérgicas.
Son disposiciones generales que forman de tal modo parte de la moral natural
que no parece posible oponerse. Bush, el presidente de los Estados Unidos está
contra el aborto. No sería imaginable que el Papa estuviera a favor.
Fideliter. Juan Pablo II ha procedido al nombramiento de obispos, en
Austria y en otras partes, que son considerados más bien tradicionales, hasta
tal punto que un grupo de teólogos alemanes, apoyados por teólogos franceses,
critican al Papa y lo reprochan.
Recientemente también, el cardenal Ratzinger
ha publicado una instrucción sobre juramento de fidelidad con una profesión de
fe que lo precede. ¿Es que usted no ve aquí signos de una especie de corrección
y retorno hacia ciertas fórmulas más tradicionales?
Montseñor. No pienso que sea un verdadero retorno. Es
como en un combate, cuando se tiene la impresión que las trepan van un poco
demasiado lejos se las retiene, se las frena. Así se hace con el ímpetu del
Vaticano II, puesto
que los paladines del Concilio van demasiado lejos. Por otra parte estos
teólogos se equivocan al protestar. Esos obispos están todos ganados al
Concilio y a las reformas post-conciliares, al ecumenismo y al carismatismo.
En apariencia hacen algo un poco más
moderado, con un poco de sentimiento religioso tradicional, pero no es
profundo. Los grandes principios fundamentales del Concilio, los errores del
Concilio, les inspiran y los ponen en práctica. Sin problemas. Al contrario,
yo diría incluso que son esos los más duros con nosotros. Son ellos los que más
exigían que nos sometiésemos a los principios del Concilio.
No, es una táctica necesaria en todo combate.
Hay que evitar los excesos.
Por otra parte el Papa acaba de nombrar a
Mons. Kasper en Alemania. Fue secretario del sínodo en 1985, presidido por el
cardenal Danneels de Bruselas. Kasper fue el jefe, el cerebro del sínodo. Es
muy inteligente y uno de los más peligrosos. El Papa acaba de nombrarlo obispo.
Es un poco como el obispo de Treveris que es el presidente de la Asamblea
episcopal alemana y es también muy peligroso. Son totalmente gente de
izquierda, que en el fondo se juntan con los Rahner, los Hans Küng, pero que
se guardan de decirlo. Guardan las formas para evitar que se los asocie a
ellos, pero tienen el mismo espíritu. Pienso que no hay ninguna esperanza por
el momento.
Fideliter. ¿Qué pensar finalmente de la actitud de Roma
que puede estar representada por los cardenales Ratzinger y Mayer que hasta
ahora dan prueba de una cierta tolerancia frente al Barroux, a la Hermandad
San Vicente Ferrer, a la Hermandad de San Pedro? ¿Piensa que son sinceros? ¿Se
traía de un doble juego que proseguirá el tiempo de lograr la adhesión de
otros grupos tradicionalistas y que entonces, ya el juego terminado, se pedirá
a los “reconciliados” con Roma: someteos al Concilio?
¿O bien se tratara de un giro a inscribir en
su activo?
Monseñor. Hay bastantes signos que nos muestran que
eso es solamente esporádico y provisional. No son reglamentos generales para
todos los sacerdotes y para el mundo entero. Son privilegios excepcionales
otorgados para casos determinados. Así, lo concedido a la abadía de
Fontgombault o a las hermanas de Jouques y a otros monasterios —ellos no lo
dicen— pero es según el indulto. Ahora bien el indulto es una excepción. Puede
ser retirado siempre. El indulto confirma la regla general. Y ésta es la nueva
misa, la nueva liturgia. Es pues una excepción hecha a estas comunidades.
Tenemos un ejemplo en Londres, donde el
cardenal arzobispo ha inaugurado tres centros de misas alrededor de nuestro
propio centro, en la capital británica, para intentar quitarnos los fieles. “Hago
una prueba por seis meses” ha dicho. Si nuestros fieles comienzan a separarse
de nuestro centro, continuará. Si al contrario los fieles se quedan con
nosotros, las suprimirá. Si se les suprimen estas misas, los fieles que habrán
recuperado el gusto por la misa tradicional vendrán sin duda con nosotros.
Parece que el cardenal Lustiger consideraría
el dar una iglesia a los sacerdotes que nos han dejado, pero exigiría también
que se celebre la Nueva Misa. Cuando nosotros discutíamos en Roma con el
cardenal Ratzinger, él me dijo que ante la perspectiva de un acuerdo, si se
diera la autorización para utilizar la antigua liturgia en San Nicolás, sería
necesario también que se celebrase la misa nueva.
Estaba perfectamente claro y eso ilustra muy
bien su estado de espíritu. No se trata para ellos de abandonar la nueva misa.
Al contrario y eso es evidente. Por eso lo que puede aparecer como una
concesión no es en realidad más que una maniobra para llegar a quitarnos el
mayor número posible de fieles. Es preciso convencer a los fieles que se trata
de una maniobra, que es un peligro el ponerse en las manos de los obispos
conciliares y de la Roma modernista. Es el mayor peligro que los amenaza. Si
hemos luchado durante veinte años para evitar los errores conciliares, no es
para ponernos ahora en las manos de quienes los profesan.
Fideliter. Después de un año de ejercicio para los
obispos que ha escogido, ¿se ha desarrollado todo como lo deseaba y según las
directivas que les dio un año antes?
Monseñor. Hasta el presente me parece que los
acontecimientos se desarrollan bien. Nos esforzamos en
hacerlo de suerte que nadie pueda reprocharnos el asignarles una jurisdicción
territorial, es decir, que no haya un obispo atribuido a cada territorio.
Ciertamente parece más normal que sea un obispo francés, el que vaya a los
franceses y un obispo germanófo-no el que vaya a los alemanes. Pero nos
esforzamos en hacer un cambio de vez en cuando para no dar lugar a la crítica.
Claro que es normal que en los Estados Unidos sea Mons. Williamson quien administre
las confirmaciones. No obstante Mons. Fellay ha ido a confirmar a Saint
Mary's. No se puede pues decir que los Estados Unidos sea un feudo de Mons.
Williamson. Mons. Fellay ha estado también en África del Sur que precedentemente
había sido visitada por Mons. Williamson. En cuanto a Mons. Tissier de
Mallerais ha estado en África del Sur y en Zaitzkofen, en Alemania. Nos
esforzamos pues en mantener este principio de que no hay asignación
territorial. Van allá para ordenar y confirmar, para sustituirme y hacer lo
que yo he hecho durante años.
Por lo demás son evidentemente los
superiores de distritos los que están asignados a un territorio determinado, y
que en la medida de lo posible, van en socorro de las almas que los llaman.
Porque estas almas tienen el derecho a disponer de los sacramentos y la
verdad, el derecho de ser salvadas. Por consiguiente, acudimos a socorrerlas,
y son estas almas las que nos confieren el derecho previsto por la ley canónica
de acudir a ellas.
Pienso que podemos dar gracias a Dios porque
todo haya transcurrido bien. Los ecos que recogemos cerca de los fieles nos
prueban que están contentos y «que nuestros obispos son bien acogidos.
Sin duda hemos sufrido por la salida de
algunos sacerdotes y seminaristas. Pero por ejemplo lo que sucede
en la peregrinación de Chartres, podemos dar gracias a Dios por haber permitido
que quienes no están completamente con nosotros, que no comprenden nuestro
combate, se vayan. Así somos más fuertes y más seguros en nuestra acción. Sin
lo cual estaríamos todo el tiempo con gentes que nos critican, que no están de
acuerdo con nosotros en el interior de nuestras propias obras, y esto
desencadenaría la división y el desorden.
Tal como lo señalaba el Rvdo. Padre
Schmidberger en el último número de Fideliter, hemos tenido buenas
inauguraciones de curso en nuestros seminarios, así como en las hermanas de
la Hermandad y las otras religiosas. No sentimos, pues, un rechazo duro, como
algunos auguraban, que nos hacía temer una disminución considerable.
Fideliter. Se ha entrevistado con el cardenal Thiandoum
a petición suya, ¿buscaba abrir una vía de conciliación?
Monseñor. Es verdad, insistió en que fuera a verlo a
Neuilly donde las Religiosas de Santo Tomás de Villanueva; fui entonces a
visitarlo. El siempre se muestra muy amable, muy afectuoso, pero por el
momento no hay nada, ni de parte de Roma, ni de parte del cardenal Thiandoum,
ni de ningún otro cardenal. No hay ninguna clase de acercamiento.
Pienso siempre que los hechos son más
convincentes que las palabras. Hay algunos que me dicen: Podría hacer una
extensa carta al Papa. ¡Pero hace veinte años que escribimos cartas que no
sirven para nada! Una vez más, son los hechos los que
hablan. Cuando se
abre un seminario, se fundan prioratos, se abren escuelas, cuando las Hermanas
y los conventos se multiplican, esto constituye el único medio de obligar a
Roma al diálogo. No se trata de mi presencia, pero sí de las obras. Se dan
cuenta de lo que esto significa. Los obispos se ponen un poco nerviosos porque
nos instalamos aquí o allá. Entonces se lamentan a Roma, y Roma lo sabe.
No creo pues que sea oportuno intentar algo
en dirección a Roma. Pienso que es preciso esperar. Esperar, desgraciadamente,
a que la situación empeore aún más por su lado. Pero hasta el presente no lo
quieren reconocer.
Fideliter. Si Roma hubiese aceptado otorgarle
solamente un obispo, el protocolo de concesión hubiera podido conducir a un
acuerdo y cabe extrañarse de que esta concesión que no comprometía a gran cosa
(existen aproximadamente tres mil en el mundo) os haya sido rechazada.
Monseñor. Es extraordinario sí, y esto sólo se explica
por el miedo a la Tradición. Es increíble, pero tienen miedo de un obispo tradicional
que trabaje contra los errores conciliares; no pueden soportarlo.
Fideliter. ¿Qué piensa de la instrucción del cardenal
Ratzinger instituyendo el juramente de fidelidad y que incluye una profesión
de fe?
Monseñor. Primero se reitera el Credo, que no presenta
ningún problema. Ha quedado intacto. El primer y segundo apartados no presentan
tampoco dificultades. Son cosas corrientes desde el punto de vista teológico.
Pero el tercero es muy malo.
Es prácticamente alinearse con lo que los
obispos del mundo entero piensan hoy día. En el preámbulo está por otra parte
claramente indicado que este apartado ha sido añadido en razón al espíritu del
Concilio. Se refiere al Concilio y al supuesto magisterio de hoy día que es el
de los conciliares. Habría sido preciso añadir: en tanto que este magisterio
está en plena conformidad con la Tradición.
Tal como está esta fórmula es peligrosa. Esto
demuestra bien el espíritu de estas gentes con las cuales no es posible
entenderse. Es absolutamente ridículo y falso —como han hecho algunos— presentar
este juramente de fidelidad como un resurgimiento del juramento antimodernista
suprimido después del Concilio. Todo el veneno está en el tercer apartado que
parece hecho ex-profeso para obligar a quienes se han adherido a suscribir esta
profesión de fe y afirmar así su pleno acuerdo con los obispos.
Es como si en tiempo del arrianismo hubiesen
dicho: ahora estáis plenamente de acuerdo con todo lo que piensan los obispos
arríanos.
No, yo no exagero, está claramente expresado
en la introducción. Es el engaño. Cabe preguntarse si no se ha querido en
Roma corregir con esto el texto del protocolo. Aunque no satisfizo, pareció
todavía demasiado en nuestro favor el artículo 3 de la declaración doctrinal,
puesto que no expresa bastante la necesidad de someterse al Concilio.
Pienso que se desquitan ahora. Van sin duda a
hacer firmar estos textos a los seminaristas de la Hermandad de San Pedro antes
de su ordenación y a los sacerdotes de esta Hermandad, que van entonces a
encontrarse obligados a hacer un acto oficial de adhesión a la Iglesia
conciliar.
A diferencia del protocolo, por estos nuevos
textos se someten al Concilio y a todos los obispos conciliares. Tal es su espíritu
y no cambiarán.
Fideliter.
Finalmente ¿no
tiene duda alguna y no lamenta nada?
Monseñor. No, en absoluto. Pienso que todo esto ha
sido conducido verdaderamente de una manera providencial y casi milagrosa.
Muchos me apremiaban: se va haciendo viejo,
si desaparece, qué será de nosotros... Habría podido ordenar obispos desde hace
al menos tres o cuatro años. Habría sido incluso razonable. Pero pienso que
Dios quería que las cosas madurasen muy lentamente, para mostrar a Roma que
hemos hecho todo lo posible para llegar a obtener la autorización de tener
obispos verdaderamente tradicionales.
Mientras firmaban el protocolo, Roma ha
rehusado darnos estos obispos. Y si hubiésemos proseguido, en la práctica
habríamos tenido todos los inconvenientes del mundo. Pienso que era necesario
llegar a la decisión que he tomado, y que estábamos en el límite extremo.
Mons. de Castro Mayer está ahora tan acabado
que ya no puede decir su misa, y esto a menos de un año después de las consagraciones.
Pienso verdaderamente que ha sido milagrosa
su venida, su viaje, su admirable profesión de fe, la aceptación de hacer
conmigo la ceremonia de consagración de nuestros obispos. Todo ha sido milagroso.
La prensa no ha evaluado la importancia de su presencia. Pero para mí y para
todos los obispos que han sido consagrados ha sido verdaderamente una gracia
extraordinaria. El hecho de haber sido consagrados por dos obispos es muy
importante.
En cuanto a mí, me siento bien, no tengo
ninguna enfermedad grave, pero me siento fatigado y voy a verme obligado a
renunciar a las ceremonias que todavía realizo pues ya no me veo con fuerzas.
Me siento ya incapaz de hacer lo que hacía. Me insisten para que vuelva a
Argentina, para que vaya a los Estados Unidos a ver el nuevo seminario de Winona.
Pero hay límites y no puedo más. Conservo sólo las cosas que no cansan: una
bendición de capilla, una toma de hábito en las carmelitas, una primera misa
a la cual asistiré; en fin, pocas cosas con relación a mis actividades anteriores.
Siento claramente que para mí también el 30 de junio pasado era la fecha
límite. Creo que Dios quería que las cosas se desarrollaran tal como han
transcurrido. Todos los que han asistido a esta ceremonia guardan de ella un
recuerdo extraordinario. Todo ha sido providencial.
Podemos esperar que los fieles sean cada vez
más y más numerosos, que abran los ojos y acaben por ver dónde se encuentra la
verdad y que la salvación está en la Tradición y no en la Iglesia conciliar
que es cada vez más y más cismática.
Fideliter. ¿Sabe que su nombre ha desaparecido de la
última edición del Anuario Pontificio?
Monseñor.
Pienso que no
ha desaparecido del anuario de Dios, al menos así lo espero... y es lo principal.
Revista
Tradición Católica nº 62, noviembre de
1990. Reportaje publicado originalmente en la revista Fideliter N° 70.
[1] Los cristianos de la ruptura,
Jean-Marie Paupert.