¿Qué actitud tenía monseñor Lefebvre
ante la jerarquía romana? ¿Qué opinaba sobre un acuerdo práctico en vistas a
una regularización canónica?
El presente artículo pretende reflejar con la
mayor fidelidad posible el pensamiento de nuestro llorado fundador sobre este
punto tan importante. Él no concebía una existencia católica que menospreciase
la normal relación entre cualquier autoridad eclesiástica y la autoridad
suprema de la Iglesia. Los acontecimientos fueron marcando de facto una
distancia, en sí anormal, entre la Congregación por él fundada y la Roma
gobernada por una jerarquía que, infestada de modernismo, rompió a raíz del
Concilio con la comunión de fe debida a todos los Papas y magisterio anteriores.
“Dejadnos
hacer la experiencia de la Tradición”
En no pocas ocasiones monseñor Lefebvre
argumentó con esta frase en sus predicaciones frente a las acusaciones de la
jerarquía episcopal y de la misma jerarquía romana: en estos años en que todo
son “vivencias”, “experimentos”, “libertades” para el “pueblo de Dios”...
«dejadnos hacer la experiencia de la Tradición», «dejadnos vivir la fe de
nuestros padres».
Con el mismo lenguaje de quienes predicaban
una “apertura” sin restricciones y un diálogo universal, monseñor Lefebvre
apelaba ante los fieles a la lógica del sentido común para demostrarles cómo
sus detractores eran incoherentes en la aplicación de sus propios principios
liberales. Está claro que él mismo no aceptaba por ello, al usar de ese elemento
retórico («dejadnos hacer la experiencia de la Tradición»), la relativización
de su combate por conservar la predicación de la fe y el culto milenarios de la
Iglesia. Precisamente por eso, por haber conservado y guardado intactos el
dogma y la liturgia, “pretendiendo” que ése era el único camino de fidelidad a
la Iglesia y a nuestro Señor Jesucristo, por ello fue por lo que le negaban el
pan y la sal: él no había asumido esos axiomas que hacían de la fe y de la vida
cristiana realidades en evolución y relativas al último sentir del fiel, del
sacerdote o del obispo de turno. Su “error” era querer transmitir lo que
recibió tal y como lo había recibido, y su denuncia se refería al absurdo en
que incurrían sus críticos, precisamente por el hecho de criticarle a él sin
aplicarle el “espíritu de apertura” que defendían como un bien absoluto. Nunca,
en esa denuncia, pretendió reivindicar un espacio privado dentro de la feria
de “carismas” (léase heterodoxias) de la Iglesia postconciliar.
Así, en
octubre de 1987, en la misa de sus 40 años de episcopado, meses después de
haber anunciado su intención de consagrar obispos, anuncia a los fieles
reunidos que durante el verano transcurrido Roma le ha presentado soluciones
que le parecen extraordinarias. Y toda vez que excluye un «optimismo
exagerado», les pide oraciones:
«Si Roma quiere darnos una
verdadera autonomía... si, como lo he pedido a menudo, Roma acepta dejarnos
hacer la experiencia de la Tradición, ya no habrá problema. Seremos entonces
libres de continuar el trabajo que hacemos ahora, tal y como lo estamos
haciendo, y bajo la autoridad del Sumo Pontífice».
«Con la gracia de Dios, tal vez
encontraremos una solución que nos permita continuar nuestro trabajo, sin
abandonar nuestra fe, y sin abandonar esta luz, la luz de la que os he hablado,
la de mis 40 años de episcopado, la del reinado de nuestro Señor Jesucristo».
Esto prueba cuánto distaba monseñor Lefebvre
de despreciar la importancia de las leyes canónicas en la Iglesia, y por lo
tanto, la importancia de una situación regular para su Hermandad San Pío X.
Como arzobispo con amplia
experiencia de gobierno, había seguido escrupulosamente el proceso canónico
para erigir su obra sacerdotal: sabía que una institución religiosa erigida canónicamente
por la Iglesia lleva el sello de la misma como garantía que abraza su ideario y
constituciones.
Monseñor Lefebvre nunca menospreció sino que
se esforzó por establecer y luego proteger la regularidad canónica de su
Hermandad. Desgraciadamente fueron vanos sus esfuerzos y recursos a Roma
cuando tuvo que sufrir la arbitraria suspensión de la Hermandad San Pío X
y su propia suspensión a
divinis. Es particularmente en este contexto cuando recurre con energía al
argumento: «dejadnos vivir la fe de nuestros padres, dejadnos hacer la experiencia
de la Tradición». Sólo pedía que se respetara el estatuto legal de la obra
que pocos años antes había sido alabada desde Roma, después de ser aprobada por
el obispo de Friburgo.
La
fe y los derechos de la Tradición, lo primero
A pesar de la desautorización de su obra por
Roma, para monseñor Lefebvre quedaba claro que la verdadera diana de los
ataques era en realidad la Tradición que encarnaba, providencialmente, la Hermandad
Sacerdotal San Pío X. Por
eso no vaciló en seguir adelante: por amor a la fe, por la defensa de la Tradición
de la Iglesia, por la conservación de la Santa Misa nunca abrogada, aunque sí
cruelmente perseguida y prohibida.
El
contexto de una decisión fuerte: la consagración de obispos
La verdadera necesidad de proveer el futuro
de una obra sacerdotal y fiel depositaría de la Tradición de la Iglesia, se
hacía más y más perentoria a medida que avanzaban los años, y los efectos del
modernismo en la Iglesia lejos de remitir, se seguían multiplicando con el
agravante que una situación así, ya plenamente institucionalizada, supone
para las futuras generaciones de cristianos y de sacerdotes.
En particular, el primer acto interreligioso
de Asís, presidido por el papa Juan Pablo II en 1986, confirmó a monseñor Lefebvre en la
voluntad decidida que el mismísimo jefe de la Iglesia tenía de seguir los
principios modernistas hasta sus últimas consecuencias. No se vislumbraba
ninguna restauración, sino más bien al contrario, se multiplicaban los escándalos
para la fe, y desde la propia Sede de Pedro. Que no se equivocó lo han probado
los años sucesivos de aquel primer Asís, y su última renovación a los 25 años
por Benedicto XVI en
octubre pasado.
El fundador de Ecône, superados ya los 80 años, y mientras se
dejaba las energías que le quedaban en infinidad de viajes para conferir las
órdenes sagradas y el sacramento de la Confirmación, empezó a pensar en la
necesidad real de encontrar quién le sucediera en su labor episcopal.
Desgraciadamente sólo él y el valeroso obispo brasileño Monseñor de Castro
Mayer habían pasado, en el postconcilio, de la denuncia del modernismo a las
obras. Otros obispos que hablan compartido su reacción durante el Concilio
(entre ellos no pocos españoles e italianos), habían pasado de las palabras al
silencio, y del silencio a la inacción. Y ello, no por convencimiento sino por
acomodamiento, o por obediencia "indiscreta" (como llama Santo Tomás
a la que no usa de discernimiento).
Negociaciones
con Roma (1987-88)
Las cosas así, y como hombre de Iglesia respetuoso que fue siempre y reconocedor de la
autoridad, monseñor Lefebvre inició el proceso correspondiente ante los
dicasterios romanos para pedir la conformidad y proceder así a la consagración
de nuevos obispos, cosa que para él no era nueva ya que como antiguo Delegado
Apostólico en África, había promovido y consagrado a numerosos obispos.
El proceso ordinario estaba claro, pero otra
cosa era la situación extraordinaria que la revolución conciliar había creado.
Evidentemente aquella Roma no era la de Pío XII y sus fines no coincidían con los de
monseñor Lefebvre; de ahí el comienzo de un intercambio y visitas Ecône-Roma-Ecône, donde la coartada más fácil
para Roma consistía en suspender la autorización de realizar las
consagraciones: se quería aprovechar la ocasión para doblegar a aquel obispo “rebelde”
y reducirlo a aceptar, al menos de palabra, el Concilio Vaticano II aunque fuera bajo un prisma
tradicional, además de reconocer la legitimidad de la reforma litúrgica de
Pablo VI.
¿Qué
hacer?
En esta tesitura, ¿había que aprovechar el
contexto de ambigüedad del acuerdo escrito que Roma proponía? ¿Era una
obligación moral asumir esas condiciones a cambio de uno o dos obispos ante el
riesgo de una excomunión, la pena mayor en la Iglesia? A fin de cuentas, era
normal que Roma siguiera nadando y guardando la ropa... frente a un caballero
solitario y “empecinado”.
Pero, por otra parte ¡qué incómodo e
inquietante el equívoco doctrinal en que se quieren revestir las condiciones
para un acuerdo! Realmente ése es un terreno más propio para la diplomacia...
¿O se tratará más bien de una astucia de quienes desean guardar, no la ropa,
sino unos postulados y una pastoral que quieren irreversibles? Con todo, ¡sea!
Y con sentimientos contrapuestos se decide monseñor a firmar, el 5 de mayo de
1988, un Protocolo de acuerdo ante el secretario personal del cardenal
Ratzinger.
En este punto conviene considerar cómo, ante
la presión de la responsabilidad que sentía, y por respeto al Papa, la
autoridad suprema de la Iglesia, monseñor Lefebvre lo intentó todo antes de recurrir
al derecho que le amparaba, dada la necesidad, para proceder con tranquilidad
de conciencia a la consagración de obispos. ¡No puede haber mayor prueba de la
total ausencia de “espíritu cismático” en él!
Sin embargo, la conversación que siguió de
inmediato, tras estampar su firma, le llenó de inquietud: después de haber
fijado verbalmente una fecha con el cardenal Ratzinger para la ceremonia,
cuando pide confirmación para poderla anunciar, se encuentra con un mar de
dudas que, por tercera vez, le obligaría a postergar el acto... Además, se le
exige a la postre que dirija una carta de excusas al Santo Padre para acabar de
arreglar las cosas.
La noche del 5 al 6 de mayo confesará haberla
pasado en blanco: aquel acuerdo "práctico" no sólo olía a encerrona
sino que, ante todo, se querían presentar las concesiones romanas como una
generosa respuesta a la reconciliación de Lefebvre con “la Iglesia conciliar” y
con el mismo Papa. De ahí la carta de excusas.
En la misma mañana del 6 remitió una carta al
cardenal Ratzinger diciéndole su decepción, y rogándole considerase anulada la
firma que la víspera había dado al Protocolo de acuerdo.
Más tarde, en una entrevista a la revista Fideliter
dirá:
«Es cierto que esperé hasta el
último minuto [antes de proceder a la consagración de obispos] un poco de
lealtad por parte de Roma. Pero ahora, a quienes me vienen a decir: tiene que
llegar a un acuerdo con Roma, creo poder responder que llegué más allá de lo
que tenía que haber ido».
Reacción
a la excomunión
Después de las sanciones que cayeron sobre
monseñor Lefebvre, monseñor de Castro Mayer y los cuatro consagrados, en nombre
de un “cisma” que nunca ha existido, el fundador de la Hermandad Sacerdotal San
Pío X pudo haber
reaccionado llevado de una justificada indignación mas no lo hizo. Su
denuncia de los mismos errores continuó en el mismo tono y respeto hacia
quienes, después de golpearle con la más infamante de las
acusaciones, seguían tolerando las herejías y escándalos que a diario ofrecía,
aquí y allá, el más variopinto clero, eso sí, en “plena comunión” con Roma.
Su
posterior opinión sobre un eventual “arreglo” o regularización canónica
En todo caso, después de la experiencia de
las negociaciones con Roma previas a las consagraciones episcopales, su
opinión sobre la conveniencia de un acuerdo práctico con una autoridad resueltamente
modernista fue siendo cada vez más clara. Y no es que considerase un eventual
acuerdo como una imposibilidad absoluta, pero sí como una imposibilidad
moral, en conciencia, en la misma medida en que, más allá de buenos deseos e
intenciones, la jerarquía seguía obstinada en defender el Concilio Vaticano II
y sus doctrinas liberales,
con la voluntad manifiesta de reducir a todos a lo mismo: la Hermandad San Pío
X podría ser, entonces,
un instrumento útil para reequilibrar y reformular las cosas dentro de una “hermenéutica
de la renovación en la continuidad”, según la actual expresión del papa
Benedicto XVI.
Veamos algunas citas de monseñor Lefebvre.
ARGUMENTOS A FAVOR DE UN ACUERDO
PRÁCTICO
- Trabajar “desde dentro”
«Meterse dentro de la Iglesia, ¿qué quiere
decir eso? Fácil es decirlo, pero ¿de qué Iglesia estamos hablando? Si hablamos
de la Iglesia “conciliar”, eso significaría que después de 20 años de lucha por
la Iglesia "católica" ahora deberíamos entrar en esta Iglesia
conciliar para hacerla supuestamente católica. Esto es totalmente ingenuo. No
son los inferiores quienes hacen a los superiores, sino los superiores a sus
sujetos»[1].
- Cierta
vuelta oficial a lo tradicional
«No creo que sea una verdadera vuelta. Aquí
ocurre como en las guerras: cuando da la impresión de que la tropa va demasiado
lejos, se le manda retirarse un poco. Así, cuando se frena un poquito la aplicación
del Concilio Vaticano II, es porque sus ejecutores van demasiado lejos. Algunos teólogos se
equivocan al alarmarse. Estos obispos [conservadores] son partidarios del
Concilio y de las reformas postconciliares, del ecumenismo y del
carismatismo.» En apariencia hacen las cosas con más moderación, con cierto
sentimiento tradicional, pero no es profundo. Los grandes principios
fundamentales del Concilio, los errores del Concilio, los aceptan y los ponen
en práctica. Para ellos no
es un problema, al contrario. Ellos son los más duros con nosotros, y quienes
más exigirían que nos sometiéramos a los principios del Concilio»[2].
- Nuevas
concesiones a la misa
«Era cosa clara y que reflejaba muy bien su
actitud. No se trata para ellos de abandonar la nueva misa. Al contrario. Por
ello, lo que puede parecer una concesión no es en realidad sino
una maniobra para alejar de nosotros el mayor número de fieles. Con esta perspectiva
es con la que parecen conceder cada vez un poco más e ir más lejos. Pero hay
que convencer a los fieles de que se trata de una maniobra, que es un peligro
ponerse en manos de los obispos conciliares y de la Roma modernista. Es el
mayor peligro que les amenaza. Si hemos luchado durante 20 años para evitar
los errores conciliares, no es para ponernos ahora en manos de quienes los
profesan»[3].
- Sobre
los institutos de corte tradicional QUE HAN LLEGADO A ACUERDOS CON Roma.
«Cuando dicen que no han cedido en nada, es
falso. Han cedido en la posibilidad de contradecir a Roma. Ya no pueden decir
nada. Tienen que guardar silencio en agradecimiento por los favores que les
han concedido. Ahora les es imposible denunciar los errores de la Iglesia
conciliar; es más, los van aceptando poco a poco,
aunque sólo sea por la profesión de fe que pide el cardenal Ratzinger»[4].
- ¿Por
qué no hacer un último intento?
«Es absolutamente imposible en el clima
actual de Roma [...] Los principios que dirigen ahora a la Iglesia conciliar
son cada vez más claramente opuestos a la doctrina católica [...]
«Por su parte, el cardenal Ratzinger, al
presentar un documento, -interminable-, sobre las relaciones entre el
magisterio y los teólogos, afirma “por primera vez con toda claridad” (son sus
palabras) que “las decisiones del magisterio sobre tal o cual tema no pueden
considerarse como la última palabra sino sólo una especie de disposición
provisional... El núcleo permanece
estable pero los aspectos particulares sobre los que influyen las
circunstancias de tiempo pueden exigir rectificaciones posteriores. A
este respecto se
podrían señalar las declaraciones de los papas del siglo XIX.
Las decisiones
antimodernistas fueron muy útiles... pero ahora están superadas”. ¡Y ya está
pasada la página del modernismo! Estas declaraciones son una insensatez.
«El Papa es más ecumenista que nunca. Todas
las ideas falsas del Concilio se siguen desarrollando y reafirmando cada vez
con mayor claridad. Se ocultan cada vez menos. Es inconcebible en todo punto
que podamos aceptar colaborar con semejante jerarquía»[5].
- No ESTAMOS EN ESTE COMBATE A LA LIGERA
«Los problemas con Roma no son en absoluto de
nuestro agrado. El tener que discutir no ha sido por gusto. Lo hemos hecho por
razón de principio, para guardar la fe católica. [Algunos] estaban de acuerdo
con nosotros y colaboraban. Mas de pronto han abandonado el verdadero combate
para aliarse con los que están destruyendo la Iglesia, so pretexto que se les
concedían privilegios. Es inadmisible. De facto han abandonado el combate
de la fe, y ya no pueden enfrentarse a Roma»[6].
LA CUESTIÓN DOCTRINAL, NUDO
ESENCIAL DEL PROBLEMA
- La mentira oficial: la Tradición no
hay ruptura con
«Todas las respuestas a nuestras objeciones
que Roma nos ha remitido por vía indirecta tendían a demostrar que no ha habido
cambio sino continuidad de la Tradición. Esta afirmación es peor que la declaración
conciliar sobre la libertad religiosa. Es una auténtica mentira oficial.
«Mientras Roma siga asumiendo las ideas
conciliares: libertad religiosa, ecumenismo, colegialidad... seguiremos
desnortados. Y es grave porque esto se extiende a los hechos prácticos. Esto es
lo que justifica la visita del Papa a Cuba [la de Juan Pablo II en 1998]. El Papa visita o
recibe a jefes comunistas torturadores o asesinos, que tienen sangre cristiana
en sus manos, como si fueran tan dignos como la gente honrada»[7].
- La
verdad de fe evoluciona, los dogmas también, así como las fórmulas dogmáticas
«Han querido que el Vaticano II sea un concilio pastoral y no
dogmático porque no creen en la infalibilidad. No quieren verdades definidas.
La verdad debe evolucionar, y puede cambiar con el tiempo, con la historia, la
ciencia, etc. Sin embargo, la infalibilidad fija para siempre
una fórmula y una verdad que ya no cambian. Y eso ya no quieren creerlo. Somos
nosotros quienes defendemos la infalibilidad, y no la Iglesia conciliar, que
está indudablemente contra la infalibilidad.
«El cardenal Ratzinger está contra la
infalibilidad, y el Papa [Juan Pablo II] también, por su formación filosófica.
Queremos que se nos entienda bien: no estamos contra el Papa en cuanto
representante de todos los valores inmutables de la Sede Apostólica, de la Sede
de Pedro; sino contra el Papa modernista que no cree en su infalibilidad y que
practica el ecumenismo. Estamos claramente contra la Iglesia conciliar que en
la práctica es cismática, aunque no lo reconozca. Se trata de una Iglesia de
hecho virtualmente excomulgada, porque es una iglesia modernista. Ellos son
quienes nos excomulgan porque queremos seguir siendo católicos. Nosotros queremos
seguir con el Papa católico y con la Iglesia Católica. Esta es la diferencia»[8].
«No nos entendemos, de
hecho, con la noción misma de verdad'. Para ellos la verdad
es evolutiva, la verdad cambia con el tiempo, y la Tradición es actualmente el
Vaticano II. Para
nosotros la Tradición es lo que la Iglesia ha enseñado desde los Apóstoles
hasta nuestros días. Para ellos no es así, sino que la
Tradición es el Vaticano II que resume en sí mismo todo lo que se ha dicho
anteriormente. Las circunstancias históricas son tales que ahora hay que creer
lo que el Vaticano II ha hecho. Lo que ocurrió antes ya no existe, pertenece al pasado. Por
eso el cardenal [Ratzinger] no duda en decir que “el Concilio Vaticano II
es un anti-Syllabus”.
Uno se pregunta cómo un cardenal de la Santa Iglesia puede decir que el
Concilio Vaticano II es un anti-Syllabus, aquel
acto oficialísimo del papa Pío IX en la encíclica Quanta Cura. Es
inimaginable.
» En una ocasión le dije al cardenal
Ratzinger: “Eminencia, hay que elegir: o la libertad religiosa del Concilio, o
el Syllabus de Pío IX. Son contradictorios y hay que elegir”. Entonces me respondió: “Pero,
monseñor, ya no estamos en la época del Syllabus”. “¡Ah!, le dije, luego la
verdad cambia con el tiempo. Entonces lo que usted me dice hoy mañana ya no
será verdad. Así no hay manera de entenderse, en una evolución continua. Es
imposible hablar”. Esa es la mentalidad que tiene. Y me repitió: “No hay más
que una Iglesia, que es la del Vaticano II. El Vaticano II representa la Tradición”. Pero
desgraciadamente la Iglesia del Vaticano II se opone a la Tradición. La cosa es muy
distinta»[9].
- La
verdad la crea la palabra “viva” del Papa y los obispos
«Actualmente ya no hay Tradición. Ya no hay
un depósito que transmitir. La tradición en la Iglesia es lo que dice “hoy” el
Papa. Hay que someterse a lo que hoy dicen el Papa y los obispos. Eso es para
ellos la Tradición, la famosa Tradición “viva”, el único motivo de nuestra
condena. Ahora ya no hay que probar que lo que se dice sea conforme a lo que
escribió Pío IX, o a lo promulgado por el concilio de Trento. Todo eso ya acabó, está “superado”,
como dice el cardenal Ratzinger. Y si ya no hay reglas, si no hay referencia
al pasado, estamos ante la tiranía de la autoridad.
«[...] Nos encontramos ante personas que
tienen otra filosofía distinta, otra manera de ver, influenciados como están
por todos los filósofos modernos y subjetivistas. Para ellos ya no hay verdad
fija, no hay dogma. Todo está en evolución. Este es un concepto totalmente
masónico. Es realmente la destrucción de la fe. ¡Afortunadamente nosotros
seguimos apoyándonos en la Tradición!
- La nueva “comunión” sin la unidad en la Fe
«El Papa quiere establecer la unidad pero
fuera de la fe. Lo llaman “comunión”. Pero, comunión ¿con quién? ¿con qué? ¿en
qué? Eso ya no es unidad pues ésta sólo puede hacerse en la unión de una misma
fe. Eso es lo que la Iglesia siempre ha enseñado. Y por eso había misioneros,
para convertir a la fe católica. Ahora, ya no es necesario convertir. La
Iglesia ya no es una sociedad jerárquica sino una "comunión". Todo se
desvirtúa. Se ha destruido la noción de Iglesia y de catolicismo. Eso es muy
grave, y es lo que explica que muchos católicos
hayan abandonado la fe»[10].
ANTE
LA PERSPECTIVA DE NUEVAS CONVERSACIONES CON ROMA
Las citas de monseñor Lefebvre que siguen
corresponden al verano-otoño de 1988, época inmediatamente posterior a la
consagración de obispos. Sin embargo, su valor trasciende aquel momento, porque
el argumento que presentan sigue siendo de absoluta actualidad. Dicho de otra
manera: el verdadero combate es doctrinal.
«No tenemos la misma manera de concebir la
reconciliación. El cardenal Ratzinger la ve en el sentido de reducirnos, de
conducirnos al Vaticano II. Nosotros la vemos como una vuelta de Roma a la Tradición. Y así no hay
quien se entienda. Es un diálogo de sordos.
«[...] Suponiendo que de aquí a un tiempo
Roma nos llame, nos quiera ver y volver a conversar, en ese caso seré yo quien
ponga las condiciones [...] Y plantearé las cuestiones desde el plano doctrinal:
"¿Están de acuerdo ustedes con las grandes encíclicas de los grandes papas
precedentes? ¿Están de acuerdo con la Quanta Cura de Pío IX, Immortale Dei y Libertas de León
XIII, Pascendi
de Pío X, Quas
Primas de Pío XI, Humani Generis de Pío XII? ¿Están ustedes en plena comunión con esos
papas y sus afirmaciones? ¿Aceptan también el juramento antimodernista?
¿Están por el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo? Porque si no aceptan
las doctrinas de sus predecesores es inútil hablar. Mientras no acepten
reformar el Concilio considerando la doctrina de los papas anteriores, no hay
diálogo posible. Es inútil”.
«No son, pues, minucias lo que nos opone. No
basta que se nos diga: podéis celebrar la misa antigua, pero hay que aceptar
también esta. No, no es eso lo único que nos opone: es la doctrina. Está claro»[11].
Epílogo
Este recorrido sobre textos de monseñor
Lefebvre en referencia a la Roma postconciliar (su espíritu, su pensamiento,
su peculiar noción de Tradición) y a la postura que consideraba más coherente e
íntegra para su Hermandad Sacerdotal San Pío X (dado su providencial papel en la defensa de
la fe y su necesaria oposición al espíritu relativista propia del modernismo),
pueden contribuir a dar a conocer cuál era su opinión respecto de un eventual
acuerdo “oficial” (canónico) entre la Santa Sede y la Hermandad. Su juicio
consideraba dos cosas:
- Por un lado era inflexible en lo doctrinal.
Así, cuando hablaba de poder establecer una “franca colaboración”, su
respuesta era muy clara: no, si antes no media una prueba suficiente de que las
autoridades romanas desean volver a la Tradición.
La falta de pruebas de esto último en la
actualidad, y a pesar de algunos gestos a favor de la misa tradicional e
incluso de la propia Hermandad, nos viene una vez más confirmada por el
término que Roma desea todavía hoy para todas las instituciones aprobadas y que
dependen de Ecclesia Dei. He aquí el último ejemplo: el pasado 23 de
marzo el Instituto del Buen Pastor (creado en 2006 para acoger a algunos
sacerdotes que abandonaron la Hermandad San Pío X) recibió de la Pontifica Comisión Ecclesia
Dei una Nota señalando las medidas a tomar por parte de este
instituto después de su visita canónica: evitar la expresión “exclusividad”
para referirse al privilegio de celebrar según el rito tradicional; usar como
texto de base tanto en la formación espiritual como en la pastoral del seminario
la exhortación apostólica de Juan Pablo II Pastores dabo vobis; incluir en la formación
doctrinal de su seminario el “atento estudio” del nuevo Catecismo de la Iglesia
Católica; por último, «más que sobre una crítica “aún seria y constructiva”
del Concilio Vaticano II, los esfuerzos de los formadores se han de aplicar en la transmisión
de la integridad del patrimonio de la Iglesia, insistiendo sobre la “hermenéutica
de la renovación en la continuidad"». Queda claro que la Roma actual no
tiene la menor intención de volver a la Tradición.
- Por otra parte, Monseñor Lefebvre no
descartaba de forma absoluta una vía intermedia que, aun siendo solo práctica,
garantizase la suficiente protección y libertad de acción a la Hermandad.
«Las autoridades [de Roma] no han cambiado en
nada sus ideas sobre el Concilio [...] Para ellos, todo evoluciona y ha
evolucionado con el Vaticano II. El término actual de la evolución es el
Vaticano II. Por
eso no nos podemos comprometer con Roma. Habríamos podido, si hubiésemos
logrado protegernos plena-mente, tal y como pedíamos. Pero no quisieron» (Conferencia en Ecône el 9 de septiembre de 1988.
Fideliter nº 66).
«Yo habría firmado un acuerdo definitivo
después de haber firmado el protocolo, si hubiéramos tenido la posibilidad de
protegernos eficazmente contra el modernismo de Roma y de los obispos. Era
indispensable que esa protección existiese, pues de otro modo nos habríamos
visto cogidos entre Roma y los obispos, que habrían intentado influenciarnos
y, por supuesto, hacernos aceptar el Concilio, logrando así eliminar la Tradición»
(Conferencia en
Flavigny, diciembre de 1988. Fideliter nº 68).
Así pues, sería un error pretender que la
privación de una regularidad canónica va necesariamente en detrimento de
nuestra labor sacerdotal, pues equivaldría a olvidar que el primer fin pastoral
de la Iglesia es la predicación de la fe íntegra y única, sin ambigüedades ni relativismos.
Decía el cardenal Pie: «las batallas que deciden del porvenir siempre se
ganan o se pierden en el plano doctrinal».
Y sería igualmente un error afirmar que es
imposible que en Roma las inteligencias vuelvan a las fuentes puras de la
Tradición; que es vano y temerario todo esfuerzo por influir más eficazmente entre
el clero actual y en el conjunto de la Iglesia. Esa esperanza nunca la perdió
monseñor Lefebvre, aun cuando escribía lacónicamente al papa Juan Pablo II:
«Habrá que esperar
tiempos mejores para la vuelta de Roma a la Tradición».
Y
mientras, en esa espera, oremos sin cesar y sin perder el ánimo. Lo que
sí sabemos con seguridad es que Dios pide a todos sus hijos la perseverancia.
El gozar un día del fruto en la Iglesia de nuestra fidelidad católica no nos
corresponde determinarlo.
Dios permite esta prueba tan larga y terrible
para un bien mayor que todavía no conocemos. Lo que sí sabemos es que la
Iglesia, aunque debilitada hasta el extremo, nunca perecerá y no podemos dudar
de su permanencia hasta el fin del mundo. Sin embargo, nos toca seguir oponiéndonos
a quienes se obstinan en su autodemolición sabiendo que nunca nos podremos
asociar con quienes la destruyen tanto desde fuera como desde dentro.
Que el aceptar hoy un estatus canónico,
protegido y sin contrapartidas doctrinales, sea una verdadera “asociación” con
quienes siguen desde dentro obrando la autodestrucción de la Iglesia, es algo
discutible. Pero ahí están las palabras de monseñor Lefebvre para orientar en
la respuesta.
P.
Juan Mª de
Montagut, Revista
Tradición Católica nº 236,
marzo-abril de 2012.
[1] Fideliter nº 70, julio-agosto
1989.
[2] Fideliter nº 70, julio-agosto
1989.
[3] Fideliter nº 70, julio-agosto 1989.
[4] Fideliter nº 79, noviembre 1990.
[5] Fideliter nº 79, noviembre 1990.
[6] Fideliter nº 79, noviembre 1990.
[7] Fideliter n° 70, julio-agosto
1989.
[8] Fideliter nº 70, julio-agosto
1989.
[9] Conferencia de prensa en Ec6ne
el 15 de junio de 1988, cf. Fideliter 29-30 junio 1988.
[10] Fideliter nº 79, Entrevista del 1 de
noviembre de 1990.
[11] Fideliter nº 66, Entrevista del
25 de septiembre de 1988.