Las batallas culturales están
ganadas de antemano por el progresismo si su adversario parte de sus mismos
principios, y en ese caso el encono social que provocan es estéril. Foto:
Jeremy Bishop / Unsplash.
Con machaconería de disco rayado se apela desde la derecha a la necesidad
de librar contra el progresismo rampante una "batalla cultural",
expresión con la que se pretende pintar una suerte de choque de trenes en el
que dos cosmovisiones radicalmente opuestas se disputan la hegemonía cultural.
Sin embargo, para librar una batalla de estas características, se tiene que
combatir con unos principios opuestos que propongan una alternativa
radical (no por extremista, sino por adentrarse hasta la raíz de las
cuestiones en liza). Cuando no ocurre así, inevitablemente la batalla está
perdida.
A estas grotescas "batallas culturales" la derecha siempre
acude pertrechada con el concepto de libertad propio del liberalismo,
con la munición de derechos individuales propia del liberalismo, con la visión
antropológica propia del liberalismo, etcétera. Y entonces el progresismo
rampante no tiene sino que utilizar tales principios en su beneficio,
adoptándolos como propios, adaptándolos a sus intereses y desarrollándolos
hasta extremos que la timorata derecha nunca había sospechado.
Y entonces, una vez desarrollados tales principios, la derecha clama
contra lo que absurdamente llama "marxismo cultural", que no
es sino liberalismo consecuente. Pues el liberalismo, con su principio
emancipador, crea el caldo de cultivo para todas las ingenierías sociales que
convienen al progresismo para construir un ethos hegemónico...
al que, rezagados, acaban sumándose los adalides de la derecha, aunque adopten
siempre una versión atenuada o vergonzante.
Algunos de estos adalides no se suman del todo, sino que libran
escaramuzas en determinados asuntos que exacerban los antagonismos
sociales del modo más tremendista posible. Del mismo modo que, para
favorecer su asalto al poder, la izquierda utiliza a los inmigrantes, a las
feministas o a los ecologistas como "sujetos revolucionarios", los
adalides de esta segunda versión de la "batalla cultural" utilizan al
movimiento provida o a las clases medias depauperadas.
Pero esta modalidad de "batalla cultural", a la vez que
utiliza a estos grupos sociales como arietes, encona y rearma a los
detractores, generándose así una disociedad envenenada por un enjambre
de odios. Esta disociedad polarizada, además, atemoriza a los
tibios, que acaban sucumbiendo a los cantos de sirena del progresismo, que
establece siempre dónde se halla la moderación.
Ambas modalidades de "batalla cultural" son completamente inanes,
por mucho que revistan sus penosas luchas intestinas de un carácter cósmico.
Para librar una auténtica "batalla cultural" al progresismo
rampante no se puede acudir con premisas compartidas; pues así se
fomenta un grotesco zurriburri ideológico que acaba siendo el fervento que
favorece la hegemonía del progresismo. La única "batalla cultural"
posible sólo se puede librar con premisas filosóficas, políticas y
antropológicas adversas a las ideologías en liza; y tales premisas sólo las
brinda el pensamiento tradicional.
Publicado en ABC.
https://www.religionenlibertad.com/opinion/286389591/batalla-cultural.html