Por Gil de la Pisa
Me
han remitido este artículo de Jesús Laínz que bien merece algún comentario de
alguien que se precia de ser “conspiranoico” o sea que intento abrir los ojos
de quienes ignoran que el mundo, en julio de 2020 está gobernado por los
mayores conspiradores de la Historia con una organización bimilenaria que
yo he llamado de diversos modos: Poder Supremo “sin rostro”, Sinagoga de
Satanás, y cuyos pasos sigo y a veces comento desde, al menos,
hace sesenta años largos…
El
final de este artículo me hace dudar sobre su afirmación de “escepticismo
ante las teorías conspirativas”… Yo no lo habría sabido hacer mejor…
Por
otra parte, todos los datos que aporta no tendrían el menor sentido sin la
“teoría conspirativa”… Gente que navega sobre billones y trillones de dólares,
no pueden ocuparse de esas minucias de los virus asesinos…
Creo
que con estas consideraciones cumplo con mi lectura de lo que escriben otros.
Por
cierto yo le aconsejaría al autor del artículo que hiciese un hueco en sus
lecturas y leyese un libro de otro “junta letras” llamado Gil de la Pisa y
titulado “La piedra Roseta de la Ciencia Política”, a lo mejor se
encariña con lo conspiranoico…
El virus del Apocalipsis
Jesús Laínz, El
Manifiesto -14 de julio de 2020
Vaya
por delante que a este escéptico juntaletras nunca le ha dado por las teorías
conspirativas, sobre todo porque siempre ha estado convencido de que en las
cosas humanas pesa mucho más la estupidez que la maldad. Por eso, en lo que
concierne a la actual crisis sanitaria mundial, se inclina a suponer que se ha
debido a un hecho natural, quizá facilitado por el ser humano por el inadecuado
consumo de animales, o a una fuga de ese laboratorio virológico de Wuhan en el
que se supone que trabajan con fines terapéuticos. Pero por una vez, y aunque
sólo fuera por jugar un poco a los detectives, no queda más remedio que prestar
atención a una serie de datos sorprendentes.
Por
orden cronológico, en mayo de 2010 la Rockefeller Foundation y el Global
Business Network organizaron unas jornadas de reflexión sobre posibles desafíos
con los que quizá tuviera que enfrentarse la Humanidad en el futuro. Bajo el
título Hipótesis sobre el futuro de
la tecnología y el desarrollo internacional, intentaron imaginar los problemas a los que se
enfrentarían los Gobiernos y otras instituciones ante terremotos, hambrunas y
otras catástrofes naturales imprevisibles. Una de las hipótesis consistía
en una pandemia planetaria provocada por un nuevo virus gripal que,
transmitido a los humanos por gansos salvajes, contagiaría al 20% de la
población mundial, dejando tras de sí ocho millones de muertos en siete meses.
Para tal situación, se preveía confinar a la gente en sus casas e interrumpir
el tráfico de personas y mercancías. El país que más eficazmente se enfrentaría
a la crisis sanitaria sería China debido a su férrea cuarentena interior y a su
aislamiento del exterior, lo que también le permitiría ser el primer país en
recuperarse. Un hecho positivo, según los participantes, es que todo el mundo
aceptaría ser controlado y vigilado por sus respectivos Gobiernos para evitar
el contagio, pues antepondrían la seguridad a su libertad y sus derechos.
Cinco
años más tarde, en 2015, el
celebérrimo magnate Bill Gates explicó en varias conferencias
y entrevistas su temor de que el principal problema con el que la Humanidad
tendría que enfrentarse en el futuro no sería una guerra atómica, ni terremotos
ni meteoritos, sino una pandemia provocada por algún virus parecido al de la
gripe. Ni fue el primero ni el último en explicar su preocupación por esta
posibilidad. Los hechos le han dado la razón.
Cuatro
años después, el 18 de octubre de 2019, tuvo lugar en Nueva York el
denominado Event 201, organizado por el Johns Hopkins Center for Health Security, la Bill
& Melinda Gates Foundation y el World Economic Forum. Se trató de una
reunión en la que se hizo un simulacro de lo que sucedería si un virus
desconocido hasta el momento, en concreto un coronavirus transmitido por
animales, en este caso cerdos brasileños, provocara una pandemia de alcance
planetario. ¡Dos meses antes de que el Gobierno chino diera noticia del primer
contagiado por coronavirus conocido en Wuhan! ¡Menuda casualidad! Tanto como
sentarse en el pajar y pincharse con la aguja.
Según
explicaron los expertos allí reunidos, su misión era dar recomendaciones para
combatir la pandemia en todos los frentes, no sólo el sanitario. Y para ello
proponían una estrecha colaboración entre Gobiernos y compañías privadas para
garantizar el suministro de medicamentos y mercancías, suspender internet con
el fin de evitar informaciones falsas e inundar los medios con información
emitida por los organismos adecuados. Concluyeron también que, siguiendo la
estela de la ONU, el
mundo debería dirigirse hacia una centralización en la toma de decisiones, por
encima de los Gobiernos nacionales.
La
idea no es precisamente nueva, ya que desde hace bastantes años se multiplican
las voces que reclaman una disminución de la soberanía de los
Estados para ponerla paulatinamente en manos de un Gobierno mundial. Ejemplos
recientes los han dado el ex primer ministro británico Gordon Brown durante la
reunión del G-20 el 26 de marzo pasado y el incombustible Henry Kissinger, que escribió en el Wall
Street Journal el 3 de abril que "la pandemia del coronavirus
alterará el orden mundial para siempre" porque cuando acabe "se
percibirá que las instituciones de muchos países han fallado".
Junto
a la centralización de funciones en un mega gobierno, el otro elemento clave
será el mayor control de las personas, tanto sus movimientos con la
excusa de proteger su salud como sus compras con la doble excusa de evitar el
fraude y, de nuevo, de proteger su salud evitando el contagio a través de
monedas y billetes. Y todo ello a pesar de que parece demostrado que los
billetes no retienen más el virus que las tarjetas de plástico y que no hay
vínculo alguno entre los niveles de empleo de efectivo y los de economía
sumergida. Más bien al contrario, pues el blanqueo de capitales es el terreno
de las criptomonedas, los paraísos fiscales, las sociedades pantalla y las
transacciones bancarias, no el del dinero en metálico.
Un
ejemplo local de esta tendencia ha sido la presentación por parte del Banco
Sabadell de un sistema de pago consistente en un chip implantado bajo la piel
mediante una inyección entre el pulgar y el índice, que permitiría pagar con la
mano e incluso convertirse en la llave de casa. Y, por supuesto, la proposición
del PSOE, ese incansable enemigo de la libertad, para "eliminar
gradualmente el pago en efectivo, con el horizonte de su desaparición
definitiva".
Pero lo
que se está desarrollando a nivel mundial es de bastante mayor alcance.
Porque uno de los objetivos de la Agenda 2030 de la ONU es proveer de identidad
legal a todos los habitantes del planeta, medida especialmente urgente para los
mil millones de personas que carecen de ella por vivir en países caóticos,
haber tenido que buscar refugio precipitadamente o ser ex ciudadanos de países
desaparecidos, como Yugoslavia. Para ello se ha puesto en marcha el proyecto
denominado ID2020 (Identidad Digital 2020), presentado
en la ONU en 2017 y en el World Economic Forum de Davos en 2019.
Creado por la Rockefeller Foundation, Microsoft y Gavi-The Vaccine Alliance, su
objetivo es identificar a todos los seres humanos por encima de los registros
de cada Estado y concentrando todos los datos personales: carné de identidad,
de conducir, pasaporte, currículo laboral, tarjetas de crédito, cuentas
bancarias, historias médicas y de vacunación, etc. Y para garantizar que sea personal,
intransferible y permanente, se emplearán las
huellas dactilares, el iris de los ojos y otros datos biométricos.
Con
todos estos datos y algunos otros inventados o salidos de madre, en los últimos
meses se han multiplicado las acusaciones a magnates como Bill Gates de ser los
dirigentes de una conspiración maquiavélica para instaurar en el mundo algo
parecido a un Gobierno en la sombra. Pero, al margen de obsesiones
conspirativas, a algunos malpensados nos da por imaginar que la combinación
entre un Gobierno planetario y la tecnología moderna conseguirá una pesadilla
totalitaria que ni en sus más húmedos sueños pudo imaginar ni el más
dictatorial de los dictadores ni el más absoluto de los reyes absolutos. ¿Tan
extravagante es sospechar que se podría llegar a penalizar a quien se negara a
llevar consigo aparatos que permitan su rastreo y control? ¿Tan difícil es suponer que las represalias podrían
ser económicas (impedir comprar), penales (tipificación de un nuevo delito de
desobediencia) o políticas (ser señalado como opositor al régimen)? Y esto no
es imaginación calenturienta: China acaba de implantar el llamado ’sistema de crédito social’, consistente en la vigilancia del comportamiento
de los ciudadanos mediante cámaras de reconocimiento facial para que, según su
puntuación, puedan obtener, por ejemplo, préstamos o permisos para viajar.
Finalmente,
el pasado 26 de marzo, en plena pandemia, la Microsoft de Bill Gates registró en la World International
Property Organization la patente de un sistema de criptomonedas que
utiliza datos de actividad corporal, signifique eso lo que signifique. Y aquí viene el dato que aproxima toda esta
confusión al argumento de una novela de suspense, porque el número de dicha
patente es el 2020/060606. ¿Casualidad? ¿Dato irrelevante? ¿Humor negro?
Porque
a este racional y escéptico juntaletras le ha dado por recordar, a pesar de sus
escasas lecturas bíblicas, aquello que san Juan escribió hace dos milenios:
Fuele dado infundir
espíritu en la imagen de la bestia para que hablase la imagen e hiciese morir a
cuantos no se postrasen ante la imagen de la bestia, e hizo que a todos,
pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se les imprimiese una
marca en la mano derecha y en la frente, y que nadie pudiese comprar o vender
sino el que tuviera la marca, el nombre de la bestia o el número de su nombre.
Aquí está la sabiduría. El que tenga inteligencia calcule el número de la
bestia, porque es número de hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis.
(Apocalipsis 13,
15-18)
¿Habrá llegado el momento en el que hasta los hombres de poca
fe tengamos que empezar a tomarnos en serio las profecías bíblicas?