“La gente (en los
Estados Unidos) es extraordinariamente ignorante. No lee nada en su casa. Lee
únicamente lo que tiene que leer para pasar un examen; lo que los profesores
indican. Porque, si no, están enteramente dedicados a los shows de televisión,
al baseball, al foot-ball...Tienen información aprendida, no más...Es muy raro.
Y es muy triste. Porque ese país dispone de instrumentos extraordinarios. Y
todo esto va agravándose. (…)
Asistí a una reunión
de autores de novelas policiales de América. Enumeraron los premios del año.
Había, digamos, quince premios. Primer premio del año, para la mejor novela
policial encuadernada; tercer premio, para la mejor novela policial en rústica.
Pero, ¿por qué no en cuerpo doce o en cuerpo catorce? ¿O en pergamino? Yo me di
vuelta y pregunté a los que me acompañaban: “¿Pero qué pasa? ¿Está loca esta
gente? ¿Qué importa que un libro esté encuadernado? ¿Qué criterio literario es
ese?” “No”, me dijeron, “es que en los libros encuadernados, la primera edición
reporta al autor el 25 por ciento y, en cambio, en la otra le toca el 40 por
ciento”. “Ah”, dije, “¡esas sí son razones literarias!”. Y al dar los premios,
dan el libro publicado y el nombre de los editores también. Yo estaba hablando
con un autor, desde luego un autor, digamos, de menor cuantía, y él me estuvo
contando cómo se hacía allí todo. Por ejemplo, uno escribe una novela y esa
novela se somete a un editor. Si ese editor la rechaza, a otro. Generalmente
hay una mesa de lectores que, supongamos, acepta un libro. Entonces el libro va
a ser publicado. Pero antes, pasa a otra mesa. Porque el libro ha sido aprobado en general, pero ahora se trata de
personas que lo leen de otro modo; ahora hay que proceder a los detalles.
Entonces, comienza: “Aquí hay un personaje, digamos, que es negro. Y usted lo
hace antipático. Eso puede alejar a muchos lectores”. Entonces, al negro hay
que despintarlo, hay que blanquearlo. Porque si no, no se publica el libro. O
si no: “Su novela está bien, pero carece de algunos elementos esenciales de la
literatura moderna, como el incesto y el estupro. En todo caso, si le resulta
difícil intercalar esto, ¿por qué no escribe dos páginas dedicadas al
onanismo?” ¡Pero es increíble! Y los autores se someten a eso. (…)
Y parece que, fuera
de Faulkner, fuera de Hemingway y de algunos otros escritores muy conocidos,
desde hace mucho todos se someten a eso. Les modifican los argumentos, les
mutilan caracteres. ¡Es increíble! Sobre todo porque todo el mundo lo sabe. Yo
insistía: “Pero ustedes tienen que protestar; poner en ridículo a los
editores”. “Pero así no se publica el libro”. Y ven todo como un negocio. Y
así, admiten todo.
Y aquí también va a pasar. Porque nosotros no vamos a influir en ellos.
Son ellos los que influyen en nosotros. De modo que todo lo que yo digo ahora,
es una profecía de algún modo. Una profecía de lo que ocurrirá el año que viene
aquí. O de lo que ya está ocurriendo”.
Jorge Luis Borges (1899-1986), Borges inédito...y profético. Revista Cuestionario Nº 38, Junio
1976.