La
democracia liberal partidocrática -al servicio y por cuenta de la Internacional
de la Muerte- busca nuevamente imponer la ley del aborto en nuestro país, luego
de un debate parlamentario.
Los
opositores enrolados en diferentes grupos “pro-vida” se han movilizado,
intervenido en debates y diversas campañas para evitarlo.
La
definición es inminente.
Nos
vienen en mente algunas reflexiones, ante este momento crítico de la patria
argentina:
1.-Hemos
colocado como título lo que nos parece debió haber sido una de las consignas de
campaña de los grupos pro-vida. La imposición del aborto va más allá de una
cuestión “sanitarista”, “médica” o como quieran llamarle (¡”Derechos Humanos”!),
es parte de toda una visión del mundo revolucionaria, y por lo tanto satánica.
El diablo lanza toda su artillería, disimulada mediante “leyes” y “debates”,
para acabar con todo rastro de la civilización cristiana. Por lo tanto, la
confrontación debe ser total e ir a fondo, fundada en la fuerza que nos viene
sólo de Dios. “Salvemos las dos vidas”, ¿no es acaso restrictivo? ¿Y no debemos
salvar toda vida posible, incluso la vida eterna de aquellos enemigos nuestros,
implicados en ese crimen abominable? ¿Y cómo luchar contra estas fuerzas
infernales, contra estos poderosísimos organismos internacionales supermillonarios,
sino siendo parte de la milicia cristiana que no cuenta con demasiados recursos
de aquí abajo, pero con todos los de allí arriba? Entender que estamos en medio
de una guerra religiosa, es vital para llevar adelante este combate. O estamos
con Dios o estamos con Satanás, no hay términos medios. Hemos entrado en la
guerra final, a todo nivel y en todas partes. Por eso mismo, las armas más
poderosas con que contamos ahora, son las espirituales. Y luego el testimonio
claro, sin ambigüedades.
2.-El
aborto es un pecado gravísimo, un crimen horrendo, un sacrificio satánico, que
surge en sociedades que han apostatado y expulsado a Cristo Rey de sus
instituciones. Por lo tanto el remedio es volver por ese camino, diciendo las
cosas absolutamente como son. Se llega a matar al más inocente cuando antes se
ha “matado a Dios”.
3.-El
aborto no es ni puede ser un tema debatible. Ya caer en ello degrada a quien se
presta a ello. Presupuesto el “no matarás”, todo lo demás sobra. No es el
hombre, sino Dios, el dueño de la vida. El hecho que se esté debatiendo el
derecho a la matanza o no de los inocentes, ya es una deshonra absoluta para la
Argentina y una muestra cabal de lo que es la “Democracia”
4.-
Ahora bien, dar un testimonio, para clarificar a quien no tiene claro ese
asunto (aunque debería tenerlo, por ejemplo un legislador), no es volverse un
cómplice, es simplemente decir una verdad. El problema está si quien testimonia
adhiere al hecho de debatir la Ley de Dios. O encarama zalameramente al
legislador por no haber finalmente consentido el crimen contra el quinto
mandamiento, tras haberlo debatido. Porque ya el hecho de poner en cuestión los
mandamientos de Dios es cuestionar al mismo Dios. En gran parte, los grupos pro-vida
dejan de lado a Dios –a quien le deben sus vidas- como si Él no tuviese nada
que ver y sólo se tratase de “un asunto científico”. Vemos entonces cómo el
liberalismo pro-vida se opone al liberalismo pro-muerte, en el terreno que éste
quiere. Es más coherente el liberalismo abortista, claro.
5.-No
cuestionamos, entonces, el ser o pertenecer a grupos “pro-vida”, puesto que
allí se ocupan efectivamente de ayudar a salvar vidas brindando asistencia a
mujeres en situación de riesgo y militan contra los grupos de defensores del
asesinato que nos llaman a sus opositores “antiderechos”. Cuestionamos a los
que son liberales, y dejan de lado a Dios, por estrechez de miras o mala
influencia, tornando menos eficaz, y muchas veces inútil, su propio trabajo.
Abominamos de los liberales mediáticos que dicen que “no es oportuno” plantear
este tema ahora, como si lo fuera en otro momento (¿y qué decir del apóstata y
cobarde obisbejo titular de la CEA, que ha dicho lo mismo, además de estar
entusiasmado –sic- con Joe Biden, el cual no ha triunfado como esparcen los
mass media?). Deploramos la corrección política mezclada con la defensa de la
vida, en aquellos que se movilizan portando el maldito bozal o cubrebocas
simbólico de la sumisión al relato oficial de la falsa pandemia. Detestamos los
globos de colores, la música infantil y demás aditamentos pueriles y
blandengues que utilizan los grupos pro-vida, tal vez para demostrar que no son
“retrógrados”, “reaccionarios” o “ultramontanos”. No queremos una Argentina
“lifefriendly”. Queremos una Argentina católica que defienda los diez
mandamientos. Para eso hay que dejar de pactar con la democracia.
6.-Dicho
lo anterior, no cuestionamos que haya movilizaciones, que los ciudadanos
protesten y se manifiesten contra este crimen nefando, en donde fuere. Salir a
la calle no es inmediato signo de adhesión a la numerolatría. Puede y debe ser
señal de activa oposición que debe ser pública para que los enemigos de Dios y
de la Patria no crean que no cuentan con resistencias y oposiciones y “vayan
por todo” como si nada. Se trata de no facilitarle el trabajo al enemigo y
ponerle los obstáculos que fueren. Es una forma de pelear y resistir, aunque no
la única ni la más eficaz.
7.-Se
ha podido fácilmente advertir una gran confusión y heterogeneidad en todas las
movilizaciones, tanto contra el aborto como contra la plandemia. En concreto,
no está mal que haya muchos que salgan a oponerse y juntar fuerzas contra un
mal invasor y tiránico que pone en peligro la existencia misma de la patria. Sí
lo está que haya quienes creen que el número es quien da razón, verdad o valor a
la causa defendida. No está mal que unos y otros se acompañen para alentarse
mutuamente en circunstancias tan duras, sí lo está la manipulación mediática
para mostrar que “somos mayoría” (cuando ni siquiera es así; noventa y cinco
por ciento del electorado, más allá de si hubo fraude o no, votó en las últimas
elecciones por los dos principales candidatos, ambos activos promotores de la
degeneración, la contra-natura y el anticristianismo). Mostrar planos aéreos
desde un drone de una multitud en una plaza, pueden hacerlo tanto los pro como
los contra el aborto. Eso no demuestra nada. Si tal recurso se utiliza para
animar a quienes manifiestan, entonces quiere decir que dudan de su causa, pues
necesitan ser muchos para defenderla. Pero los héroes siempre han sido minoría,
y no solían mirarse al espejo. Miraban al cielo y clamaban al Dios de los
ejércitos. Un plano aéreo muestra una multitud anónima, susceptible de formar
parte de una estadística. Los soldados, los combatientes, los héroes, no son
anónimos componentes de una multitud, sino personales protagonistas de una
gesta que es más grande que ellos mismos y no se termina allí. Los enemigos no
se fijan tanto en cuántos son, sino
en cómo son los que tienen enfrente.
¿Alzan la voz al fiero grito de “Viva Cristo Rey”, portan visibles crucifijos,
elevan gastados Rosarios y entonan plegarias y cánticos cristianos? ¿O en
cambio cantan canciones femeniles detrás de mascarillas anticovid y lanzando al
aire globos de cumpleaños?
8.-Que
la discusión parlamentaria del aborto sea absolutamente repudiable, no
significa que su resultado nos sea indiferente. Siempre es peor que aprueben el
aborto, más allá de las argucias que igualmente se empleen para llevar a cabo
su práctica. De hecho los grupos abortistas y feministas manifestaron
claramente su odiosa decepción cuando no pudo aprobarse anteriormente. Los
grupos de poder aborteros no quieren sólo el debate, quieren que se apruebe la
ley. Por eso, más allá de cómo se llegue a rechazarlo, será un bien y no un mal
el hecho de que no se apruebe. Que la Santísima Virgen, San Juan y
María Magdalena no participasen de la votación propiciada por Pilatos para
elegir entre Cristo y Barrabás, no significa que les diese lo mismo cuál fuese
el resultado, aunque ya estuviese cantado. El rechazo de Jesucristo siempre es
triste. La necesidad de la redención mediante la cruz no quita que ello sea
doloroso. En este caso, ya es una gran deshonra para una Nación tener los
gobernantes que tenemos, y que se debata esta ley en el Congreso. Pero aún peor
será para el país que además se apruebe, porque además ese mal ejemplo
arrastrará quizás a otros países vecinos por la misma pendiente. Y la matanza
de inocentes será mayor, en medio de la general indiferencia.
9.-De
aprobarse la ley sería un castigo para un país apóstata que no ha hecho nada
grande y digno de su pasado histórico para merecer otra cosa, sino que por el
contrario, no ha dejado de envilecerse desde por lo menos los últimos setenta
años. De rechazarse la ley, eso no sería una victoria a la “Tolkien”, producto
de un ejército combativo que ha heroicamente cruzado sus espadas con las
huestes del averno (dicho esto sin desmerecer muchos combates individuales
contra las histéricas militantes femibolches). No estamos en una película de
Frank Capra y los congresistas sólo representan a una camarilla de paniaguados
que trabajan para una oligarquía al servicio de Soros y cía. No queremos con
esto decir que está todo irremediablemente perdido, porque Dios no nos
abandona. Pero seamos realistas y digamos nuestro escepticismo con Nicolás
Gómez Dávila: “En este siglo no debemos hacer votos para que triunfe un partido
–cualquier partido- sino para que no triunfe el contrario”. Ya lo dijo el
obispejo Ojea, muy feliz: “En Argentina no hay un partido católico”. A estas
alturas sólo un milagro (o muchos milagros) salvarían a la Argentina. Quizás el
oculto sacrificio de algunas pocas almas ignotas, las oraciones de desdichados
sufrientes, esté salvando lo que queda de una patria corrompida y decadente.
Quizás Dios se apiade de la tierra de la Virgen de Luján. Pero ya no podemos
seguir dando golpes en el aire: es hora de empezar a golpearse el pecho y pedir
misericordia a Quien tanto hemos ofendido.
10.-Hay
que pelear contra el cáncer, que es la democracia. La ley del aborto es una más
-seguramente la más grave- de sus efectos mortíferos sobre el cuerpo enfermo de
la patria. Ahora bien, preferimos que no llegue al final de su recorrido que es
la muerte, y –por una circunstancia propia de la misma enfermedad- no se avance
más en la corrupción del enfermo. Que uno se alegre que alguien siga aún con
vida, aunque grave, no significa olvidar que la enfermedad continúa su curso.
De lo que sí estamos seguros, es que si se legaliza el aborto, la Argentina
empezará su carrera final hacia una muerte largamente preparada.
Dios
tenga misericordia.
Ignacio
Kilmot