“Tres
son los azotes con los que castiga Dios: guerra, peste y hambre”,
San Bernardino de Siena
“¿Prefieres
asentarte en el vicio, y ni la experiencia te persuade todavía a huir de la
peste? Pues peste es la corrupción de la inteligencia mucho más que una
infección”,
Marco
Aurelio
1
Hasta
ahora, de los grupos afines solo contamos con la Declaración de la Academia del
Plata, aparecida este mes. Comenzaremos la nuestra con una breve glosa de la
misma que señala una verdad elemental: nuestro país ya estaba mal antes del
virus debido a un largo proceso de decadencia y alude a la “grieta”, que más
que económica, es cultural y religiosa, donde se enfrentan dos concepciones del
hombre y del mundo.
La
primera es “creacionista” y entiende que hombre y mundo son creaciones divinas
y que esa creación es finalista. La segunda “se agota en la inmanencia”. Como
consecuencia, la primera considera que existe una naturaleza, regla y medida de
nuestra conducta; la segunda, a la cual el bien y el mal le son ajenos, predica
una libertad negativa “cuyo fundamento no está en el orden y mucho menos en la
verdad, sino en la misma libertad”.
2
El
Decamerón de Bocaccio comienza con palabras terribles motivadas por la Peste
Negra que asoló a Europa a mediados del siglo XIV: “con tanto espanto había
entrado esta tribulación en el pecho de los hombres y de las mujeres que un
hermano abandonaba al otro y el tío al sobrino y la hermana al hermano, y
muchas veces la mujer a su marido y lo que mayor cosa es, y casi increíble, los
padres y las madres a sus hijos, como si no fueran suyos”.
Para
quienes respetamos la historia y no tenemos el complejo de descubridor, las
pestes no son algo nuevo. En Grecia, las pestes, los terremotos y las
inundaciones se consideraban castigos divinos, sanciones terribles a la
desmesura de los humanos, en especial de los gobernantes. Así lo podemos
observar en Hesíodo, el poeta de la vida campesina y en las tragedias tebanas
de Sófocles; pues, como escribió Werner Jaeger, “en la poesía griega se
encuentra como en germen la filosofía griega”.
Pero
también este castigo por los pecados de los hombres aparece en el Antiguo
Testamento, como se lee en el Levítico, donde Yahvé castiga las infidelidades
de su pueblo y lo amenaza: “Si despreciáis mis preceptos y rechazáis mis
normas… Yo enviaré la peste en medio de vosotros” (26, 25).
3
Pero el
corona virus actual tiene una característica muy especial: parece que no es
natural, sino artificial, inventado en un laboratorio de una tiranía corrupta,
la de China, que suma lo peor del capitalismo con lo peor del comunismo
marxista, con la bendición del Vaticano y del obispo
Sánchez Sorondo, para quien estamos ante un régimen
que, más allá de las apariencias, concreta hoy la Doctrina Social de la
Iglesia, aunque a costa de la desaparición de la Iglesia. Curiosa
Doctrina Social de la Iglesia sin Iglesia, pues la verdadera, la clandestina,
la que no es un apéndice del gobierno, traicionada por el Vaticano, está
desapareciendo, pero hoy todo es posible.
Es
posible, aunque esté controvertida, la opinión de un profesor japonés de
fisiología y medicina, el profesor Dr. Tasuku Honjo, que causó sensación en los
medios al decir que el virus corona no es natural. “Si fuera natural, no habría
afectado a todo el mundo así. Porque, dependiendo de la naturaleza, la
temperatura es diferente en diferentes países; si fuera natural, solo habría
afectado a países con la misma temperatura que China; en cambio, se extiende a
un país como Suiza, de la misma manera que se extiende a zonas desérticas,
mientras que, si fuera natural, se habría extendido en lugares fríos, pero
habría muerto en lugares cálidos.”
Y agrega:
“He realizado 40 años de investigación sobre animales y virus. No es natural.
Está fabricado y el virus es completamente artificial. He estado trabajando
durante 4 años en el laboratorio de Wuhan en China. Conozco bien a todo el
personal de este laboratorio. Los llamé a todos después del accidente de
Corona, pero todos sus teléfonos han estado muertos por 3 meses. Ahora se
entiende que todos estos técnicos de laboratorio están muertos. Porque en China
hoy se mata a mansalva y tiene el récord de la pena de muerte en el mundo. Como
no publica estadísticas, es difícil precisar su número, que sería de alrededor
cinco mil, lo cual es una enormidad comparando con los Estados Unidos, donde no
llegan al centenar.”
El científico
japonés concluye: “basado en todo mi conocimiento e investigación hasta la
fecha, puedo decir esto con 100% de confianza de que Corona no es natural. No
vino de los murciélagos. China lo hizo. Si lo que digo hoy resulta ser falso
ahora o incluso después de mi muerte, el gobierno puede retirar mi Premio
Nobel, pero China está mintiendo y esta verdad algún día se revelará a todos”.
Coincide
con el nipón, el también Premio Nobel, Luc Montagnier, descubridor del virus de
Sida, quien afirma que el Corona es artificial, una operación de ingeniería
genética.
4
El virus
es como un espejo, ha dicho con razón el profesor Frank Snowden, pues muestra
la realidad que tiene delante, “a todos nos desnuda, al tiempo que cuestiona
cómo estamos viviendo”.
La peste
llega a nuestra doliente Argentina, castigada “de antemano: déficit
habitacional, infraestructura sanitaria insuficiente, falta de reservas y de
crédito para el aumento del gasto que la pandemia exige. Este paisaje refleja
la magnitud de la deuda que tienen los políticos con un pueblo que, una y otra
vez, los vuelve a votar, luego de haber sido traicionado tantas veces.”
“Pero,
nuestra clase política odia el espejo. No quiere ver esa deuda que el pueblo le
reclama… y se aferra a sus privilegios… Señalar que un senador cuesta diez
veces más de lo que cuesta en España, según ilustra Roberto Cachanosky, es
cuidar la política… Tampoco el presidente asume esa deuda… el presidente debe
abandonar la política facciosa y el cálculo mezquino… Tal vez debe dejar de ser
lo que era” (Héctor Guyot, “Como todos, el Presidente debe cambiar”, La Nación,
4/4/2020).
Sin
embargo, el presidente no cambia y en lugar de consolidar a la multitud en “la
unidad de la paz”, primer elemento del bien común político, profundiza la grieta,
muestra al camionero Hugo Moyano como “ejemplar” mientras llama “miserables” a
los empresarios a quienes insta a “ganar menos” (Pablo Sirvén “La endiablada
semana de Alberto Fernández, La Nación, 5/4/2020).
Si
quisiera cambiar, lo primero que tendría que hacer es despedir a su ministro de
Salud, el infatigable abortista Ginés González García, quien, mostrando su
carencia de prudencia política, cuya parte más importante es el ver lejos, el
anticiparse a los sucesos y poder operar sobre los mismos, hace unos meses
pronosticó: “Hay una muy baja probabilidad de que llegue al país el
coronavirus, es un virus circunscripto a China, que hizo cosas excepcionales,
como tener en cuarentena a 50 millones de personas” (Jorge Rosales, “La goleada
de Bolsonaro” en La Nación, 22/3/2020).
5
El INFIP
es laico, no depende de ninguna autoridad eclesiástica, pero la mayoría de
quienes lo integramos somos católicos; por eso debemos preguntarnos ¿cómo
reaccionó la Iglesia en tiempos anteriores castigados por pestes y cómo reacciona
hoy?
El siglo
VI fue azotado por la peste bubónica y una de sus víctimas fue el Papa Pelagio
II; su sucesor, Gregorio Magno, hizo un firme llamado a la penitencia con un
vibrante sermón: “Mirad a vuestro alrededor y ved la espada de Dios desenvainada
sobre todo el pueblo. La muerte nos arrebata repentinamente del mundo sin
concedernos un instante de tregua. ¡Cuántos están en poder del mal a nuestro
alrededor sin poder pensar siquiera en la penitencia!” (Citado por nuestro
amigo Jorge Martínez en su excelente artículo “Pestes, historia y literatura”
publicado en La Prensa, el 22/3/2020.
En el
siglo XIX Buenos Aires fue azotada por la fiebre amarilla, en la cual murieron
14.000 de sus 180.000 habitantes. Y en el siglo pasado la gripe española hizo
estragos en nuestro país entre 1918 y 1920.
Como
Instituto de Filosofía Práctica aconsejamos ante la situación el ejercicio de
la prudencia, la primera de las virtudes cardinales con todas sus partes de la
dimensión cognoscitiva: memoria, docilidad, intelección de lo concreto, razón
“industriosa” y sagacidad, la antigua solercia, y de su dimensión imperativa,
la más importante: providencia, circunspección y cautela. Porque esta virtud no
se reduce a la cautela, ya que, como escribió humorísticamente el Padre Leonardo
Castellani, para prevenirnos de tantos cautelosos en exceso, con referencia al
político: su primera virtud debe ser la prudencia, la segunda, la imprudencia.
En marzo
de este año un obispo francés entendemos que dio en la tecla acerca de cuál
debe ser nuestra actitud ante la pandemia con un valeroso comunicado que
hubiéramos querido ver, aunque fuera en uno solo de nuestros apichonados
pastores vernáculos: Escribe el actual obispo de Ars-Belley. Pascal Roland:
“Más que a la epidemia de coronavirus ¡debemos temer a la epidemia del miedo!
Me niego a ceder al pánico colectivo y no tengo la intención de emitir
instrucciones para mi diócesis. ¿Dejarán de reunirse los cristianos para rezar?
¿Renunciarán a ayudar a sus semejantes? Aparte de las medidas de prudencia para
no contagiar a otros cuando se está enfermo, no es oportuno agregar más”.
“Recordemos que en situaciones mucho más graves y cuando los medios sanitarios
no eran los actuales, los cristianos rezaban en forma colectiva, ayudaban a los
enfermos, asistían a los moribundos y sepultaban a los muertos. Los discípulos
de Cristo no se apartaron de Dios ni se escondieron de sus semejantes”.
“¿No
resulta revelador de nuestra relación distorsionada con la realidad de la
muerte el pánico colectivo que presenciamos? ¿No manifiesta la ansiedad que
provoca la pérdida de Dios? Queremos ocultar que somos mortales y cerrándonos a
la dimensión espiritual de nuestro ser, perdemos terreno. Debido a los
progresos técnicos ¡pretendemos dominarlo todo y ocultamos que no somos dueños
de la vida!”
“Esta
epidemia nos recuerda afortunadamente nuestra fragilidad humana, que todos
somos vulnerables. ¡Parece que hemos perdido la cabeza! Vivimos en la mentira.
¿Por qué enfocar la cuestión solo en el coronavirus?”
“Alejada
de mí la idea de cerrar iglesias, suprimir misas… porque una iglesia no es un
lugar de riesgo, sino un lugar de salvación, de esperanza. ¿Deberíamos sellar a
piedra y lodo nuestras casas? ¿Deberíamos saquear los supermercados y acumular
reservas? ¡No! Porque un cristiano es consciente de que es mortal, pero sabe en
quien ha puesto su confianza: cree en Jesús”.
“Un
cristiano no se expone innecesariamente, pero tampoco trata de preservarse.
Siguiendo a su Maestro y Señor crucificado, aprende a entregarse a sus hermanos
más frágiles desde la perspectiva de la eternidad”.
Este es
un obispo. Como expresara Teodosio el Grande, rodeado de prelados adulones,
respecto a San Ambrosio que lo excomulgara y lo obligara a meses de penitencia
con motivo de la masacre de Tesalónica: “conozco uno solo que merece el nombre
de obispo: es Ambrosio”. No tenemos nada que agregar, sino solo, en esta época
de pigmeos, rendir homenaje a tres grandes: San Ambrosio, Teodosio y monseñor
Pascal Roland.
Buenos
Aires, mayo 26 de 2020.
Juan Antonio
Vergara del Carril
Bernardino
Montejano
Secretario
Presidente