sábado, 11 de junio de 2016

¿COMBATE O CONFLICTO?



Cardenal Bergoglio, hábil negociante.



“En un inteligente Ensayo sobre Chesterton, Gusta­vo Corçao ha distinguido entre combate y conflicto. El primero corresponde a los admirables tiempos medievales y es propio de los caballeros, que bregan por la defensa armada de la Verdad desarmada. No necesariamente con unas armas corpóreas o metá­licas -siempre bienvenidas en la justiciera lid- pero sí necesariamente con un arsenal viril, de hombres antes dispuestos a batirse que a rendirse. El conflicto en cambio, es lo propio del sujeto moderno. Se ali­menta de negociaciones, debates, dudas, retrocesos, discrepancias y avenencias. Su heráldica es la del civilizado disenso, mientras el blasón del combate es la sangre martirial trasegada en desigual torneo.

Así las diferencias, era lógico que los obispos tuvie­sen conflictos con el homosexualismo desatado, y en particular con el abyecto propósito kirchnerista de legalizar los apareamientos contranatura, conside­rándolos “matrimonios”. Conflictos propios de espíri­tus pacifistas, racionales, discutidores; permeables al diálogo y abiertos a las disidencias. ¡Que a nadie se le ocurra andar pidiendo la pena de muerte para los sodomitas, Levitico en ristre, como osó hacerlo el Rabino Samuel Levin! ¡Qué a nadie se le ocurra asi­mismo solicitar el castigo fatal para los gomorritas, como se aplica aún hoy en Afganistán, Irán, Maurita­nia o Yemen, países mahometanos! [o como pide este cura, por ejemplo, acá. Nota del blog] ¡Que a nadie se le ocurra tampoco andar mentando los textos del fundamentalista Pablo de Tarso, según los cuales, es el infierno lo que les aguarda a los promotores y ejecu­tores del festín horrendo contra el Orden Natural!

Conflictos sí; combates no: tal la consigna de los pastores y de su arrebañada grey.

Por distintas fuentes nunca desmentidas -y por una de la que hemos tenido directa constatación- se supo que en este conflicto Monseñor Bergoglio propuso una salida a la altura de sus antecedentes. Consis­tía la misma en acordar la legalización de la llamada “unión civil”, como supuesto mal menor preferible al mal mayor del “matrimonio igualitario”. Para eso con­taba con la opusdeísta Liliana Negre de Alonso, y con otras figuras mamarrachescas del catolicismo oficial -altos pretes incluidos- políticamente correctos y tri­butarios del pensamiento único. Pacifistas como son, a tales “católicos” y a su Cardenal Primado, la bata­lla sin cuartel y acaso cruenta les parecía una desme­sura. Lo razonable era amortizar el conflicto con al­gún paliativo que no dejara vencedores ni derrota­dos. Las “uniones civiles” -tan comprensivas, tan sin máculas de antañonas discriminaciones- eran un en­cantador remedio.”

Antonio Caponnetto, El conflicto con el homosexualismo, en “La Iglesia traicionada”, Editorial Santiago Apóstol, 2010.