Los
llamados “Médicos por la Verdad”, en el terreno cuya competencia
específica le reconocemos, ya han dicho lo suyo sobre el Coronavirus, con
probada solvencia y disciplina científica. Los poderes políticos han decidido
no escucharlos, reemplazando así la veracidad que otorga el saber por el
“sabihondismo” de los dedicados prepotentemente a “la barbarie de la
especialización”. La admonición precedente, claro, es de Ortega y Gasset, en el
más conocido de sus libros; y adquiere hoy ribetes trágicamente escandalosos.
En efecto;
un grupúsculo enajenado de supuestos hiper-especialistas, funcionales todos, y
de modo ostensible, a los dictámenes del Nuevo Orden Mundial, decide ahora
nuestras vidas, nuestras costumbres, nuestro ethos y nuestro porvenir. Decide
incluso, invocando una feral y cruel expertez u omnisciencia cuasirevelada,
cuál será en lo sucesivo el modo inhumano de enfermarse, de agonizar y de
morir.
En nombre
de la ciencia epidemiológica y con pretensiones de servirla, se está consumando
ante nuestros ojos atónitos, un programa funesto cuanto acelerado de
devastación social y de capitulación espiritual. Enhebrando mentiras, amenazas,
admoniciones, falsías y pánico a raudales, los sedicentes peritos venerados
cual gurúes, han logrado imponer una tiranía sanitarista cuya coacción no se
detiene siquiera ante el umbral mismo de la intimidad doméstica o de la
religiosidad personal.
La
crónica de los atropellos a la dignidad creatural del hombre, provocada por una
cuarentena infernalmente eviterna, se lleva muchísimas más víctimas que el
maligno Covid. La nómina de insensateces, absurdos, sinsentidos,
arbitrariedades e incongruencias, no cabría en toda la pampa, si pudiera ella
ser usada de pliego para un escribiente fiel. Y la recopilación, al fin, de las
perversas restricciones a la normalidad, en su acepción más lata y corriente,
conformaría un capítulo aparte de la historia universal de la infamia.
Como en
el cuento de Poe, “La máscara de la muerte roja”, la peste mortífera es un
fantasma sin sustento real; pero, tras causar estragos y dolores agudos, sabe
tomar su desquite contra los poderosos; e ingresando al mismísimo refugio
palaciego del egoísta Próspero, lo castiga a él y a sus compañeros de juerga y
de falacia, hasta que las tinieblas, la corrupción y el luto les destruyeron
todo. Fernández no está para leer al afamado y tremendo gótico, por cierto,
presintiendo lo que le espera. Ya tiene cubierto su cupo cultural diciendo
“todes” y dialogando con el maestro clásico Axel del Haiga. Empero el día
llegará en que no quedará de su persona sino la tufarada cenagosa del monigote
necio.
Por una
mezcla de anhelo y de necesidad, venimos a proponer con estas líneas, que se
refuerce cuanto de edificante tiene la iniciativa de los “Médicos por la
Verdad”. Que se agrupen en racimos sobrios y sólidamente fundados, otros tantos
especialistas en profesiones u oficios, dispuestos a predicar en el desierto lo
que el resto calla, por ignorancia, pavura o complicidad con el sistema inicuo
que nos sojuzga.
Bien
vendría, verbigracia, que los “Educadores por la Verdad” nos dieran la
gran lección, hoy faltante, de que educar no es estar conectado on line,
ni entubar la infancia entre escafandras; ni implantarle a la adolescencia una
aplicación de meet, en reemplazo de su corazón misionero; ni es
tampoco sustituir la palabra del maestro por el tutorial de youtube.
Bien
vendría que los “Psicólogos por la Verdad”, se atrevieran a diagnosticar
que la infección y el contagio de las almas herrumbradas por el encierro y la
pérdida de la esperanza, son inmensamente más dañinos que los bacilos. Que a la
par, los “Medios por la Verdad”, dejaran de propagar aterrorizadoras
ficciones y de desprestigiar al que aún se atreve a señalar la desnudez del rey
maldito, para llamar a movilizaciones masivas y constantes por la recuperación
de la lucidez y del coraje. De lo contrario, no estamos lejos de convertirnos
en la manada de paquidermos que avizoró Ionesco; si no es que un día, a fuer
del “quedate en casa”, amanecemos como el Gregorio Samsa de Kafka.
Bien vendría,
asimismo, que los “Abogados por la Verdad” puntualizaran una a una las
violaciones al orden legal vigente en que ha devenido este encarcelamiento
atroz. Sin que les temblara el pulso para lanzar la acusación –no exenta de
graves indicios e incipientes síntomas- de que se deja entrever un plan estatal
genocida. Siendo legos en la materia, lo diremos una vez más: lo que sucede no
ha de llamarse cuidado de la vitalidad colectiva sino delito. Delito contra la
libertad, contra la propiedad (tierras y casas saqueadas o usurpadas sin
respaldos ni permisos de circulación otorgados a los propietarios para que
vigilen sus legítimos bienes); delito contra la salud pública, y aún contra el
honor y contra la fe pública. Estos últimos hablando en sentido analógico aunque
no infundado. Porque se le hace injuria y calumnia a la inteligencia del
ciudadano medio, cada vez que un funcionario le miente para tenerlo preso, o lo
amenaza con la cárcel porque se ha quitado el bozal del pensamiento único. Y
porque más grave que adulterar la moneda de curso legal, es adulterar la
realidad, preñándola de taradeces, cada cual con su castigo o sanción
pertinente si no se la acepta sin chistar.
En tren
de soñar quimeras, bien vendría que los “Políticos por la Verdad” –se nos
perdone el oxímoron- acaso una vez, excepcionalmente, osaran darse cuenta de
que el bien común es superior a la medición semanal del crecimiento o
abajamiento de sus imágenes en las encuestas populares. Que una vez en sus
sórdidas e inmundas vidas, dieran el módico ejemplo, de abandonar sus pugnas
partidocráticas para recorrer las calles y curar personalmente las heridas y
las llagas que le han causado a la gente. Que una vez, antes de que La
Parca los registre como fétidos cadáveres insepultos, dejaran de pensar como
esclavos para obrar como señores.
Por
último, sería tan loable cuanto difícil –pero no arriamos la esperanza- que
salieran a la palestra, vigorosos y arrojados, los “Católicos por la
Verdad”. Dispuestos a proclamar los derechos de Dios, a abrir de par en par las
puertas a Cristo, a restituirle el culto debido a Nuestro Señor, a tañir
campanas, desempolvar los cálices y turíbulos, y a procesionar el Santísimo por
las calles de las ciudades empanicadas y lúgubres, para llevar la única fuente
de Vida y de Salud que ha sido descartada.
Católicos
por la Verdad, que sepan castigar a los obispos felones, clausuradores de
seminarios, glorificadores de travestis, encubridores de la contranatura,
propagandistas de la apostasía, fautores de sacrilegios y pringosos de herejías
múltiples; encolumnados todos, para su perdición y la del rebaño que arrastran,
tras el magno tunante idólatra. El que ha hecho de la
Cátedra de la Verdad una boca de fuego, azufre y humo, a todas
luces semejante a la que anuncia en el capítulo noveno del Apocalipsis el
Vidente de Patmos. ¡Ay! de quien ha convertido la Roma de Pedro en
una cueva de ladrones (Ls. 19,45-48). Y ¡ay!, con ayes que se suman y agregan y
multiplican, para los que han perdido la Fe y la batalla sagrada en
su custodia. Derrotados están, sin gloria, sin honor y sin decoro. Y lo peor:
llamando triunfo a su defección cobarde y ruinosa.
Todos
por la Verdad, es la consigna de esta hora limítrofe, caudalosa de signos
parusíacos y aromada de ultimidades. Todos por la Verdad. Tanto más
cuanto ha sido crucificada, sepulta y resucitada. Y por eso mismo, nos permite
impetrarle de este modo contrito, esperanzador y laudante:
Tendido, horizontal, sangrante y plano,
te recibió el sepulcro entre estertores,
eran todos los rostros pecadores,
y el tuyo yerto, bonaventurano.
Todavía llevabas en la mano
de la llaga manante, los dolores.
Todavía eran tuyos los sabores
del vinagre y la sed: la trilla al grano.
Yaces, Señor, en esta tierra impía
alguna vez alcázar de Tu nombre
mudada en la más ruín alevosía.
Regresa a dar la última reyerta
seremos puños que la patria escombre,
lanza que pugna aunque la vieron muerta.
Antonio Caponnetto