Durante el
transcurso de una confesión, pedí al Padre Pío un consejo relacionado con la
conversión de una persona que me es particularmente querida. Una cadena
complicada de hechos se oponía a esta conversión como una dificultad insuperable; humanamente
hablando no había ninguna esperanza. Después de haberle expuesto el caso al
Padre Pío, le pregunté: “Padre Pío, ¿cómo debo hacer para obtener esta
conversión?”.
El Padre
Pío no me da ninguna fórmula de oración, ni me habla de “ofrecer” o de
“soportar”: para un caso tan “desesperado” él me indica un solo medio –un medio
que es más difícil que rezar, que ofrecer, que soportar. Él me dice:
“¡Lleva
todo en paz! Pon todo en la balanza de
la justicia divina para esta conversión!”
Desde esta
confesión, a partir de entonces, me he aplicado a poner en práctica este
maravilloso, saludable, eficaz “llevar todo en paz”.
No es fácil
de hacer, pero una vez que lo logras es fácil de mantenerlo y uno no lo abandona
más.
“Llevar
todo” es mucho más que “soportar todo”, en tanto que en la “resignación” todo
permanece aun siendo un “peso”: las preocupaciones, las tribulaciones, las
penas y también la voluntad de Dios nos parecen pesadas, ¡demasiado pesadas! Es
porque en la resignación nosotros no podemos jamás encontrar la verdadera paz,
porque ella está siempre y aún sujeta a nuestra rebelión más o menos larvada;
que es parecida a una gota de veneno que estropea el mejor vino, quita su
eficacia al sacrificio.
En ese
“llevar todo en paz” nada pesa porque nos movemos en medio de la paz, de la
alegría y del amor de Dios que vuelve todo fácil, que nos guía y nos fortifica
y por quien sólo queremos ser guiados y fortificados. Nada más perturba la
acción de Dios en nosotros y por nosotros y por eso nada hace obstáculo a la
eficacia de nuestros esfuerzos en provecho de los otros.
Katarina Tangari (terciaria
dominica, 1906-1989), Le Message de Padre Pio, Publications du Courrier
de Rome, 1987, p. 72-73.