Número
DXX (520)
01
de julio de 2017
En Torno al Matrimonio
Mons. Williamson
Elías obligó a los Israelitas a elegir.
Concilio o Dios – ¿a cuál voy a resistir?
Dado el pecado original, mantener unidos en
matrimonio a un hombre y una mujer hasta que la muerte los separe no es cosa
fácil, pero ese fue el designio original de Dios para los seres humanos desde
el principio de la Creación, y así permanece. Sin embargo, por el tiempo en que
Él instituyó a través de Moisés la Ley del Antiguo Testamento, se tuvo que
hacer alguna concesión para el divorcio, “a causa de la dureza del corazón del
hombre” (Mat. XIX, 7–8). Pero no era así como Dios quería que fuera el
matrimonio, y por eso cuando Nuestro Divino Señor instituyó el Nuevo
Testamento, por un lado abolió el divorcio mientras que por otro lado Él hizo del
Matrimonio uno de los siete canales especiales de gracia santificante, uno de
los Sacramentos sobrenaturales, para que todas las almas que entraran a Su
Iglesia tuvieran acceso a una ayuda sobrenatural especial para mantener unidos
sus matrimonios.
Tampoco están involucrados en su matrimonio
solamente el hombre y la mujer. La educación apropiada de los hijos requiere
tanto de su padre (biológico) como de su madre (biológica), y normalmente esto
requiere que ambos permanezcan juntos para proveer un hogar completo y estable.
Además, la salud de la sociedad en su conjunto requiere que los niños sean
capaces de crecer y convertirse en adultos sanos. Así que si la Cristiandad
alguna vez alcanzó una altura sin precedentes de civilización, se debió en gran
medida, si uno piensa en ello, a la fortaleza del matrimonio católico. De allí
se sigue que el Diablo constantemente está atacando el matrimonio natural y
católico como un medio principal para desmoronar la cristiandad y enviar todas
las almas al infierno.
En nuestro tiempo, el derrumbamiento de la
cristiandad por medio del debilitamiento de la Iglesia dio un paso enorme hacia
adelante con el Vaticano II (1962–1965). Antes de este Concilio, las
anulaciones de matrimonios católicos estaban reguladas estrictamente. No había
divorcios, porque debía probarse frente a los oficiales de la Iglesia que por
una razón seria el matrimonio contraído había sido inválido desde el principio,
por lo que un matrimonio válido nunca tuvo lugar. Pero desde el Concilio, esta
rigurosidad ha dado paso al laxismo, de modo que las anulaciones excepcionales
ahora se han convertido en la regla en algunos países, esto es, el “divorcio
católico”. Por lo tanto, cuando Monseñor Lefebvre fundó su Fraternidad San Pío
X para resistir la decadencia desatada por el Vaticano II, naturalmente que su
Fraternidad evitó las anulaciones fáciles e hizo todo lo posible para ayudar a
las parejas católicas, en la sociedad disolvente de hoy, a forjar un matrimonio
que se mantuviera unido.
Desgraciadamente, los sucesores del Arzobispo a la
cabeza de su Fraternidad han trabajado desde hace 20 años en forma disfrazada
pero tenaz para unirse a la Iglesia Conciliar, abandonando su resistencia al
Concilio Vaticano II. Esto significa que hace tres meses, cuando el Papa
Conciliar autorizó a los obispos Conciliares a delegar a sus sacerdotes
Conciliares para tomar parte activa en los matrimonios celebrados dentro de la
Fraternidad, entonces por un lado el Cuartel General de la Neofraternidad
celebró la decisión como una gran dádiva de Roma y anunció que esta decisión
papal cambiaría la práctica de los matrimonios de la Fraternidad, mientras que
por el otro lado, siete sacerdotes mayores del Distrito francés de la
Fraternidad protestaron públicamente en contra de la interferencia conciliar de
Roma en la práctica católica. El Cuartel General degradó sin tardanza a los
siete que protestaron y también despidió al autor de la protesta.
Así, la guerra entre el liberalismo y el
catolicismo se enardece. Se informa que tres de los siete mantienen su
posición. En resumen, como uno de ellos escribió, cualquier obispo conciliar puede
ahora enviar un sacerdote a una boda de la Fraternidad –y
¿cómo puede ser enviado de vuelta este sacerdote, después de haber sido tan
bienvenido por el Cuartel General? O el obispo puede negar un
sacerdote –pero este es solo un accidente afortunado, dejando intacto el
principio peligroso de interferencia conciliar. O al obispo se le permite delegar a
un sacerdote de la Fraternidad –pero esto es susceptible de suscitar en
cualquier Priorato de la Fraternidad matrimonios tanto Conciliares como no
Conciliares, con relaciones falsificadas, por no decir enfrentadas, entre los
dos. Conciliarismo y catolicismo no pueden mezclarse ni reconciliarse entre sí.
Kyrie eleison.