Mons. Bernardo Fellay. |
“Cismáticos-exponentes del celo amargo”.
Usted insista
una y otra vez con ese latiguillo, no se canse de repetirlo, no afloje en su
reiteración, no desista de usarlo, ubíquelo en cuanta nota, artículo,
comentario o sermón dedicado a la Resistencia se oriente, y ya verá cómo va
horadando las mentes cansadas de pensar por sí mismas, que buscan una respuesta
simple y sencilla a todo el asunto de la crisis en la Fraternidad.
Repita: “Cismáticos-exponentes del celo amargo”-“Cismáticos-exponentes
del celo amargo”-“Cismáticos-exponentes del celo amargo”-“Cismáticos-exponentes
del celo amargo” -“Cismáticos-exponentes del celo amargo”.
Fíjese usted qué
buen efecto han tenido otras aplicaciones de variantes ideológicas muy
socorridas: “antisemita-neonazi”,
“pelagianos”, “ultratradicionalistas”, “negacionista”, “derechista”, “lefebvriano”, etc.
No, no son
herramientas nada desdeñables para los cabecillas de la Revolución, se
encuentren operando donde se encontraren. La mayoría se acomoda fácilmente a
estas consignas que resuelven fácil y rápidamente (instantáneamente) cualquier
conflicto que la verdad pudiera suscitar en cabezas no dispuestas a realizar un
gran esfuerzo por conquistarla. Nunca faltan los fatuos que se conforman con
consignas o slogans que sustituyen como por arte de magia todo razonamiento. Es como aquel
maquinismo del que hablaba el Padre Castellani (cit. en su biografía): “una
“mecanización” sociológica de los grandes organismos espirituales, semejante a
la arterioesclerosis: la máquina sustituye a la mente y los automatismos a las
inteligencias; fenómeno general del mundo contemporáneo”.
Nunca faltan los
que se valen de una verdad para mentir. Por ejemplo, condenar algo execrable
como el celo amargo, para disimular su propia falta de celo auténtico por la
verdad. O reducir a un problema psicológico o temperamental, un problema
doctrinal.
Claro, el diablo
hace de las suyas y hoy tiene puestos sus mayores empeños en destruir mediante
la confusión y la discordia las numéricamente pequeñas fuerzas de la Tradición.
El latiguillo
favorito de los liberales es el del viejo y querido “celo amargo”, siempre a
mano para combatir a cualquiera que con o sin razones obstaculiza, critica o se
opone a sus transacciones diplomáticas con los enemigos.
La existencia de
verdaderos poseídos por tal celo amargo cuyo espíritu se ha tornado cismático,
les sirve de pretexto para meter en la misma bolsa todo aquello que resulta
irritante para sus operaciones cambiarias, pues las denuncias contra sus
acciones no las pueden rebatir con argumentos de peso. Entonces sale de la
vieja galera la tan útil herramienta que les permite evadir toda contienda en
términos razonables: “cismáticos-exponentes
del celo amargo”.
Si la Neo-FSSPX
ha llegado a tal situación, es porque no se entendió a tiempo que debía despojarse
de una influencia liberal nefasta (claro, con el pretexto de no caer en el “celo
amargo”) y entonces unas pocas manzanas podridas contagiaron su pudrición a una
gran parte del cajón. Indudablemente que un árbol para mantenerse sano y dar
buenos frutos debe ser podado periódicamente con la firmeza de la verdad que no
transige, y regado con el agua de la caridad que sabe esperar. Debe ser
fumigado contra las plagas que lo parasitan. Nada de esto ha ocurrido. Pero
veamos mejor el problema que significan estos católicos liberales que han
infestado a la Fraternidad, en las siguientes palabras del Padre Félix Sardá y
Salvany (de su gran libro que, aunque elogiado, es
siempre dejado de lado por el “establishment” liberal fellecista):
“La verdad tiene
una fuerza propia que comunica a sus amigos y defensores. No son éstos los que
se la dan a ella; es ella quien a ellos se la presta. Mas a condición de que sea
ella realmente la defendida. Donde el defensor, so capa de defender mejor la
verdad, empieza por mutilarla y encogerla o atenuarla a su antojo, no es ya tal
verdad lo que defiende, sino una invención suya, criatura humana de más o menos
buen parecer, pero que nada tiene que ver con aquella otra hija del cielo.
Esto
sucede hoy día a muchos hermanos nuestros, víctimas (algunos inconscientes) del
maldito resabio liberal. Creen con cierta buena fe defender y propagar el
Catolicismo; pero a fuerza de acomodarlo a su estrechez de miras y a su poquedad
de ánimo, para hacerlo (dicen) más aceptable al enemigo a quien desean
convencer, no reparan que no defienden ya el Catolicismo, sino una cierta cosa
particular suya, que ellos llaman buenamente así, como pudieran llamarla con
otro nombre. Pobres ilusos que, al empezar el combate, y para mejor ganarse al
enemigo, han empezado por mojar la pólvora y por quitarle el filo y la punta a
la espada, sin advertir que espada sin punta y sin filo no es espada, sino
hierro viejo, y que la pólvora con agua no lanzará el proyectil. Sus
periódicos, libros y discursos, barnizados de catolicismo, pero sin el espíritu
y vida de él, son en el combate de la propaganda lo que la espada de Bernardo y
la carabina de Ambrosio, que tan famosas ha hecho por ahí el modismo popular
para representar toda clase de armas que no pinchan ni cortan.
¡Ah!
no, no, amigos míos; preferible es a un ejército de esos una sola compañía, un
solo pelotón de bien armados soldados que sepan bien lo que defienden y contra
quién lo defienden y con qué verdaderas armas lo deben defender. Denos Dios de
esos, que son los que han hecho siempre y han de hacer en adelante algo por la
gloria de su Nombre, y quédese el diablo con los otros, que como verdadero desecho
se los regalamos.
Lo
cual sube de punto si se considera que no sólo es inútil para el buen combate
cristiano tal haz de falsos auxiliares, sino que es embarazosa y casi siempre
favorable al enemigo. Asociación católica que debe andar con esos lastres,
lleva en sí lo suficiente para que no pueda hacer con libertad movimiento
alguno. Ellos matarán a la postre con su inercia toda viril energía; ellos
apocarán a los más magnánimos y reblandecerán a los más vigorosos; ellos tendrán
en zozobra al corazón fiel, temeroso siempre, y con razón, de tales huéspedes,
que son bajo cierto punto de vista amigos de sus enemigos. Y, ¿no será triste
que, en vez de tener tal asociación un solo enemigo franco y bien definido a
quien combatir, haya de gastar parte de su propio caudal de fuerzas en
combatir, o por lo menos en tener a raya, a enemigos intestinos que destrozan o
perturban por lo menos su propio seno? Bien lo ha dicho La Civiltá Cattolica en
unos famosos artículos.
"Sin
esa precaución, dice, correrían peligro ciertísimo no solamente de convertirse
tales asociaciones (las católicas) en campo de escandalosas discordias, mas
también de degenerar en breve de los sanos principios, con grave ruina propia y
gravísimo daño de la Religión."
Por
lo cual concluiremos nosotros este capítulo trasladando aquí aquellas otras tan
terminantes y decisivas palabras del mismo periódico, que para todo espíritu
católico deben ser de grandísima, por no decir de inapelable autoridad. Son las
siguientes:
"Con sabio acuerdo las asociaciones católicas de
ninguna cosa anduvieron tan solicitas como de excluir de su seno, no sólo a
todo aquel que profesase abiertamente las máximas del Liberalismo, si que a
aquellos que, forjándose la ilusión de poder conciliar el Liberalismo con el Catolicismo,
son conocidos con el nombre de católicos liberales".
R.P. Félix
Sardá y Salvany, El liberalismo es pecado.
Cap. XXXVII.