16/07/2021
Si hacemos una lectura tranquila del Motu Proprio Traditionis
Custodes, el llamado Anti-Summorum, hay que reconocer que, desde el punto
de vista de Francisco y de la revolución conciliar, es absolutamente coherente
y comprensible en sus juicios, justificaciones y medidas: no se equivoca, tras
la Misa tradicional hay algo más que una sensibilidad, algo que les inquieta
profundamente, y con razón.
La imposición del
Novus Ordo no fue, como nos han querido hacer creer desde Summorum Pontificum,
una nueva forma del rito romano que expresaba la misma fe de siempre, sólo que
marcando los acentos de forma ligeramente diferente.
La nueva misa ha
sido, y es, el ariete con el que el modernismo ha destruido las puertas de la
antigua Fe para reemplazarla por una nueva mediante
el Lex Orandi, Lex Credendi; por algo los cardenales Otavianni y
Bacci la definieron como “alejada en conjunto y en detalle de la
teología católica de la Santa Misa”.
¿Les parece exagerada
esta afirmación? Contra factun non valet argumentum, contra
hechos no hay argumentos que valgan, simplemente hagan una simple encuesta
en cualquier iglesia llena los domingos y pregunten sobre dogmas de Fe, sobre
lo que es la Santa Misa, sobre la transubstanciación, sobre la moral más básica
sexual y en todos los órdenes, y descubrirán que la gran mayoría de las
personas y el clero -con sotana y sin sotana- que hay allí dentro conservan
apenas escasos vestigios de la verdadera Fe.
Se comprenderá pues
como el intento imposible de Benedicto XVI por cuadrar el círculo, queriendo
unificar dos supuestas “formas” y a su vez querer difuminar las dudas
sobre el Vaticano II con su absurda hermenéutica de la continuidad -nunca
demostrada ni siquiera expuesta sistemáticamente-, no podía sino explotar en
algún momento, porque no es posible, a no ser que renunciemos a la lógica y el
principio de no contradicción, sintetizar un supuesto único rito romano
bicéfalo con dos cabezas ontológicamente concebidas para destruirse la una a la
otra, porque cada una no es que exprese lo mismo con un ligero acento
diferente, sino que expresan exactamente lo opuesto. No puede haber síntesis,
enriquecimiento ni paz litúrgica que valga entre un rito concebido para
destruir la teología católica de la Santa Misa y otro para engrandecerla.
No olvidemos, como ya
expuse en un anterior artículo, que Summorum Pontificum no es más que
el resultado de una de las condiciones de las negociaciones en su época con la
Fraternidad San Pío X, que no fructificaron y todo quedo en una inmensa “patata
caliente” en manos del Vaticano de la que han picoteado multitud de grupos hasta
el día presente.
Esta tensión innata
al monstruo de dos cabezas creado por Benedicto, no sólo se percibe en nuestro
lado, sino que ellos también la conocen perfectamente, y saben que igual que
usan el novus ordo para destruir la fe de siempre, nosotros “usamos” la Misa
Tradicional como muralla defensora contra su ariete, y que esto no es una
cuestión de sensibilidades, de gusto por el incienso o los “trapos”, sino que
hay subyacente firme e inevitablemente, una enmienda a la totalidad a todo el
modernismo surgido del, por y en el Vaticano II, e impuesto a machacamartillo
por todos los papas postconciliares que ahora “santifican” y “beatifican” a
marchas forzadas.
El propio Benedicto
XVI era consciente de ello cuando impuso como condición para aprovecharse de
los beneficios de Summorum la condición sine qua nom de no oponerse al novus
ordo, imponiendo así de facto una ley de silencio que muchos lamentablemente
acogieron incautamente queriendo ser uno más en la gran orquesta conciliar de
la diversidad.
Francisco, pues, no
ha hecho más que concluir esta condición, al observar -con razón- que lo que se
mueve en torno a la Misa tradicional no es sólo una sensibilidad especial por
lo antiguo, sino que es la punta del iceberg de todo un ejército que se opone a
todo lo que ellos han “construido” durante 50 años; y esto les aterroriza y les
duele profundamente, por lo que no cabe otra que destruirlo. De alguna forma,
este Motu Proprio clarifica y certifica lo irreconciliable de ambos ritos.
Espero que esto sirva
de lección para aprender que el combate por la Fe debe anteponerse incluso al
privilegio de poder tener la Misa tradicional, y que no hay dádiva que pueda
hacernos callar, disimular o contemporizar con los destructores de la Iglesia.
No será por estrategias humanas que se gane esta guerra, sino por la fidelidad
al depósito de la Fe incluso a costa de nuestro sacrificio personal y
espiritual.