ALBERTO,
ESE DEGENERADO
Por
Antonio Caponnetto
En los últimos días de julio de este 2021 que sigue su curso, el gobierno
aprobó una serie de medidas legales de acuerdo con las cuales –esquematizando y
para evitar las náuseas- a partir de ahora, los documentos de identidad dejarán
de ser “binarios”.
En la jerga de la
contracultura dominante, lo binario ha pasado a ser una palabra no inclusiva en
materia sexual. Es decir que su aplicación dejaría afuera a los que no se
consideran ni varones ni mujeres, sino alguna de las diversas aberraciones
“construidas” a partir de la autopercepción de género. De aquí en más queda expedito el camino para
que cada ente porte y registre muy orondo su identidad legal, sin que tenga que
encasillarse en las categorías varón o
mujer.
Una primera forma de
calificar este luctuoso hecho sería utilizando todos los términos posibles que
significaran demencia. Efectivamente es vesania grave y psicopatía aguda permitir
y aceptar que un sector social de enajenados decida ser lo contrario de lo que
su naturaleza señala y su identidad real
patentiza. Si de superar binarios para liberar y expandir al sujeto se tratara,
deberían multiplicarse las opciones legales hasta el infinito. Y permitir que,
en lo sucesivo, por ejemplo, alguien exigiera que en su historia clínica se lo
presente como cuadrípedo y no como bípedo, como poseedor de aletas en vez de
brazos. O que en su declaración jurada no hubiese traba alguna para exhibirse
con los oficios de evasor de impuestos, asesino serial o saqueador de bancos.
Pero lo sucedido es más que una
demencia. Es una degeneración planificada, un vicio nefando publicitado, una
protervia convertida en Política de Estado, precisamente porque quienes son los
dueños del poder –oficialismo y oposición lo mismo da- empiezan por conformar
ellos mismos una tribu de viles de la peor especie y abyectos de soterrada
estofa. Son, para decirlo duhaldianamente, una redonda deyección. Aunque del
tipo que los antiguos médicos clasifican, según su etiología, como Clostridium Difficile,
esto es infecciosas, pútridas y aún mortales.
Alberto, con amplias
experiencias paternales y políticas en materia de depravación y perversión, no
tuvo mejor ocurrencia que citar a Aristóteles para justificar la superación del
<binarismo sexual>. Diciendo, con ocasión de las nuevas disposiciones
legales, que “desde Aristóteles en adelante la filosofía se
plantea para qué es la vida y qué es lo que el hombre busca. Esencialmente
vivimos para ser felices, pero la felicidad no se encuentra de un modo, cada
uno la encuentra siendo lo que es”.
No se necesita ser William David Ross o
Werner Wilhelm Jaeger
para saber que este estúpido está parloteando insensatamente, y por enésima
vez, de lo que no sabe, de lo que jamás ha estudiado, de lo que ignora por
completo, y de lo que en su burrez cósmica, ciclópea y hercúlea supone que dijo
el Estagirita. Es propiamente, Alberto, una bestia parlante; felpudo de otros
seres ferales, y todos ellos a la vez alcatifas estercoladas del Nuevo Orden
Mundial.
Presentar al “Maestro de los que saben” como un
hedonista, un relativista ético o un apañador de los ultrajes contra natura, es
mucho más que una ignorancia imperdonable. Es una canallada que en mejores
tiempos hubiera terminado con el guante arrojado en señal de reto a la cara del
ofensor. No porque lo más agraviante haya sido tergiversar a Aristóteles; sino
por conculcar impunemente el Orden Natural y la Ley Divina.
Mientras el Estado autoriza
y otorga potencia legal a que cada quien, en nombre del derecho irrestricto
sobre su cuerpo, pueda abortar a un inocente, declararse másculo, fémina,
indefinido, trans o perverso polimorfo; ese mismo Estado le niega al hombre
singular y concreto el derecho a decidir si se inocula o no unas vacunas, sobre
la cuales hay conjeturas razonables, (de mínima) y demostraciones palmarias (de
máxima) de que no son inocuas sino quizás exactamente lo contrario. Y no
estamos hablando de medicina, de lo que nada sabemos; sino de sentido común,
que creemos conservar aún.
Es una incoherencia
irritativa cuanto ocurre: el mismo Estado que está dispuesto a darle un
permisivismo irrestricto a cualquier insano moral, físico espiritual o
psíquico, alabando orgullosamente sus patologías glandulares; luego, es el
mismo que exige un pasaporte sanitario obligatorio para la multitud de sanos
que se resisten a ser avasallados coactivamente por un hipotético antídoto que
ha causado no pocos estropicios, efectos colaterales dañinos sino muertes.
Leviatán sabe lo que hace.
Declara incondicionalmente libres a sus servidores; esto es, a los innúmeros
monstruos que alimentan el fuego desgarrador que sale de su boca. A la par que
arrolla y esclaviza a quienes nos atrevamos a hacerle frente. A éstos los
espera la marginación social y la condición de parias, si sanos. La agonía en
soledad, si enfermos. Convertidos en números que entuban, aíslan de sus seres
queridos, impiden que reciban asistencia religiosa, y entregan al final
convertidos en bolsa de cenizas. Sabemos de qué estamos hablando.
Se divide a los ciudadanos
en dos clases: mansos aceptadores de la homogeneizante terapia mundialista, con
licencia para circular, por un lado. Réprobos y confinados por otro, todos los
que osaren poner en duda la historia pandémica oficial. Normales que no
podremos vivir en paz sino arrojamos incienso al ídolo terapéutico estatal; y
anormales que gozan de pasaportes para desfilar sus putaísmos y lenocinios.
La Iglesia no ha dicho una palabra al respecto. Para
la Jerarquía Eclesiástica local, el hecho de que la Argentina se haya puesto a
la vanguardia de los países con documentación no binaria, no amerita ninguna
reprobación o condena a los crápulas. Para Bergoglio, mientras a nadie se le
ocurra celebrar la misa tridentina, no existe ninguna amenaza que lo movilice. Se
gastan fortunas en dudosos materiales didácticos para completar la campaña de
impudicia y de desdoro que se oculta tras la aberrante ESI. O se hacen circular
previsibles y trillados memes al respecto, o los más audaces contabilizan otros
insumos más urgentes que se hubieran podido adquirir con ese dinero. Pero al
fondo de la trama no llega nadie.
Tal cual. Nadie de los que están obligados a hablar
porque se supone que son nuestros pastores, o nuestros representantes y
disponen de los medios para expresarse y convocar a la resistencia, ha hablado
sí, sí; no, no. Son centinelas ciegos, perros mudos, perezosos echados a
dormir. Todo aquello que execra y maldice Isaías (Is.56, 10).
Es hora de
llamar al testimonio público de los binarios; ya no en el ámbito leguleyo de
las planillas que resuelven el problema tildando una equis en el casillero correspondiente.
Sino a los que todavía se dan cuenta de que el más importante binarismo que
aquí y ahora está en juego es el de la Ciudad de los Hombres contra la Ciudad
de Dios; el de Cristo o el Anticristo.
Para lo que pudiera servirles, adsum: aquí estoy. Me
llamo Antonio, por el de Padua; soy varón, hijo, hermano, esposo, padre,
abuelo, monogámico. Y para más señas, católico oscurantista y “argentino hasta
la muerte”, como escribiera Don Carlos Guido y Spano.