Nunca como en estos momentos ha cobrado
tanta importancia el papel del periodismo –a través de todos los medios, pero
sobre todo los audiovisuales- para configurar una transformación del mundo,
afectando súbitamente a miles de millones de personas. Los gobernantes parecen
haber reemplazado a los obispos, y los periodistas a los sacerdotes, dictando
cátedra, enseñando lo que debe o no creerse, definiendo lo que es o no verdad. Quizás
por eso sea oportuno leer un libro muy completo dedicado a este tema, del cual
publicamos debajo su prólogo y unas pocas citaciones incluidas en el mismo.
El Libro Negro del Periodismo
Flavio
Mateos
Bella
Vista Ediciones, 2012
Prólogo
de
Antonio
Caponnetto
Se
me permitirá eludir en la ocasión los rodeos propios de los que suelen valerse
los prologuistas para llamar la atención sobre la obra que presentan.
Este
libro no necesita escaramuzas, y a la fecha en que acaba de escribirse
–mediados del año 2011- reclama ser leído cuanto antes. Agregaría que para un
católico argentino, o que resida hoy en nuestra irreconocible patria, tal
lectura se torna casi tan ineludible como llevar un equipo de supervivencia en
una difícil travesía.
Explicaré
por qué.
El
autor empieza por encuadrar el tema del periodismo, no en el marco
fenomenológico en que suele abordárselo, sino en el más alto y más hondo telón
de fondo de la teología católica.
Existe
un misterio de iniquidad; existe el demonio; existe el Mal desatado por el
mundo, y existe una bandera preternaturalmente ruin, que es divisa de la
contienda librada por los protervos.
No
puede sorprender entonces que al mismísimo demonio pueda adjudicársele la
paternidad del periodismo. Porque él es el responsable final de los cuatro
movimientos por los cuales la inteligencia se aparta de la Verdad: el error, la
ignorancia, la confusión y la mentira.
Y
si alguna especialidad y finalidad poseen hoy los periodistas, ésa no es otra
que la conjura sistemática contra la Verdad.
Ver
detrás de toda cuestión política una cuestión teológica, es lo propio del
sabio, según enseñanza del Marqués de Valdegamas.
Flavio
Mateos ha visto esta cuestión teológica con abundancia de razones y solvencia de
argumentos. Pero la ha visto no tras un problema subalterno o menor, como quien
exagera la nota o padece de cierto aparicionismo célico. Ha visto la cuestión
teológica de la infestación demoníaca allí donde veramente existe: en el
despliegue infernal de cientos de multimedios, ocupados sistemáticamente en
falsearlo todo, en corromperlo todo.
Otros
comienzan por indagar los móviles ideológicos de los mass media, los ocultos
resortes financieros, las maquinaciones turbias entre poderes combinados. No
negamos esta vía de acceso a la funesta cuestión. Bien necesaria es.
Pero
lo primero es lo primero, si cabe la redundancia. Y lo primero es saber que
ultrajar la Verdad es ofender a Dios, y que sólo hay un Maldito que puede estar
interesado en tan nefasta medida.
Hasta
La Fontaine, que tenía lo suyo, en su Lettre a M. Simon de Troyes, del
año 1686, dejó dicho que “todo periodista es tributario del Maligno”. Por algo
habrá sido. Y ese “algo” lo sabe luminosamente nuestro autor que ha acumulado
pruebas de los efectos causados por esta presencia luciferina tras los medios.
Léase
con particular detenimiento, entonces, el apartado dedicado especialmente a
estos efectos causados. Allí verán los escépticos, y hasta los
relativistas, que tamaños frutos de envilecimiento del alma humana no pueden
ser la simple consecuencia de un grupúsculo de escribas o de parlanchines. Hay
otro Innombrable que inspira la tragedia.
Por
lo tanto, la recurrencia del autor a la teología no debe ser objetada. Porque
no es explicar el chaparrón de hoy por el diluvio de los tiempos de Noé. Es
inteligir la plena dimensión de la mentira buscando a su progenitor. Así de
simple y de trágico.
Pero
no todo es legítimo y prioritario discurrir sobre teología en estas páginas.
Encuentro
un segundo motivo para leerlas con fruición.
El
autor se ha tomado el trabajo ingente y notable de desenmascarar lo que todos
sabíamos, pero sin demasiadas pruebas documentales; esto es, la existencia de
una red nefastísima de “los dueños de la prensa en la Argentina”.
Dicha
red –y he de subrayar lo que digo- está compuesta tanto por el Gobierno como
por sus supuestos opositores; tanto por el oficialismo como por sus
conjeturales adversarios; tanto por el ominoso poder político triunfante como
por aquellos a quienes ese mismo poder zahiere sin tregua por juzgarlos sus
rivales.
No
hay tal reyerta. Viene a probar este libro la aterradora unidad de los
hipotéticos “contrarios”. Unidad en la mentira, en la fealdad y en la maldad;
esto es, en la negación de los trascendentales del Ser, de los nombres de Dios.
Unidad de Pilatos y Herodes a la hora de sentenciar a Cristo. Unidad en el
servicio a la Modernidad y a la Revolución. Como las ranas del Apocalipsis,
croan juntas sirviendo a la Bestia, aunque no parezcan la una exactamente igual
a la otra.
Los
dueños de la prensa tienen sus confrontaciones, es cierto. Confrontan plata,
dominio, influencia, posturas, criterios, lo que se quiera. Jamás se los verá
disputar por lo esencial, porque en lo esencial coinciden: odian a Dios, a la
Patria y al Hogar. Y a todo aquello que de estas filiaciones trascendentes se
sigue. La Iglesia, la Tradición o el Orden Natural. Como las caras manoseadas
de un mismo dado arrojado por un solo tahúr en la mesa del delito.
Lea
y estudie el lector estas páginas. Úselas de índex y conjugue con ellas los
verbos más prohibidos de la historia contemporánea: censurar, discriminar y
reprimir.
Censure
a estos “dueños”. Que no entren en su entorno. Discrimínelos: sepa que unos son
peores que otros. Reprímalos; esto es, no los consuma ni los promueva. Ejerza
el nobilísimo derecho a no ser políticamente correcto. Sufrirá merma la
democracia, mas por eso mismo, usted se arrimará otro tranco a la conquista de
la Vida Eterna.
Hay
un tercer motivo de encomio.
No
sabemos cómo ni cuándo, pero es evidente que Flavio Mateos ha leído
absolutamente todo lo que críticamente se ha escrito sobre el periodismo. Todo
en el tiempo, en el espacio, en el ayer y en el hoy, y en las lenguas
humanamente audibles. Su exhaustividad lectora en la materia hace acordar a la
de Marcelino Menéndez y Pelayo.
Leyó
atentamente. Marcó, subrayó, escogió. Y nos hace el regalo de una poderosa
antología, única en su género.
Cuantos
han tenido algo entitativo que decir sobre las amenazas del periodismo, aquí
están registrados. Pontífices, santos, ensayistas, escritores, poetas,
profetas. Una larguísima nómina de juicios sensatos, para que el lector pueda
rumiar y meditar largamente y arribar a conclusiones propias. Confieso que no
he visto antología semejante.
Objetarán
algunos que queda afuera de la consideración de esta obra la acción tenaz y
esclarecedora de los buenos periodistas.
Si
se escribe el libro negro de una profesión, oficio o sistema, es fácil deducir
que se está queriendo alertar sobre sus peligros. Las excepciones confirman la
regla. Y Flavio Mateos no desconoce estas excepciones, puesto que a muchas de
ellas menciona. A él mismo, por otra parte, lo hemos sorprendido en más de una
ocasión, haciendo las veces de articulista, cronista o reportero. Y está muy
bien que así sea.
Porque
Ramiro de Maeztu distinguía entre periodistas y además periodistas. Los
segundos eran personas decentes y sensatas, que vivían limpiamente su vida,
pero que, en determinadas circunstancias, se valían de los modos periodísticos
para difundir la Verdad. Los primeros en cambio, consagran sus esfuerzos a la
entronización de la falsía, y cuanto más lo logran, más se encumbran en su
oficio y en su patrimonio.
Acierto
grande es que este esforzado ensayo se llame “El libro negro del periodismo”.
Acierto
de la inteligencia dilucidadora. Y acierto del coraje, que no se amilana, a
pesar de que los aquí justísimamente atacados son poderosos y podrán, si lo quieren,
caerle con todo el peso de sus torvas presiones.
Para
lo que pueda servirle al autor, si tales sacudidas sobrevienen, que sepa que
nos tiene de su lado.
Y
si sobrevienen los encomios, en buena hora hayamos podido contarnos entre los
primeros que públicamente se los reconocimos.
Leímos
alguna vez que Hegel repudiaba a ese hombre moderno, cuya plegaria matutina es
la lectura del periódico.
El
autor prefiere rezar el Credo. Amén.
Antonio Caponnetto
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Citas:
“Gobernar es hacer creer”.
Nicolás Maquiavelo
“El
pueblo no renuncia nunca a sus libertades sino bajo el engaño de una ilusión”.
Edmund Burke
“Miente, miente, que algo queda”.
Voltaire
“El arte de crear con la palabra es un instrumento al
servicio de la Revolución”.
Karl Marx
“...los movimientos de masas pueden crearse y promoverse en
forma artificial, primordialmente por los medios de difusión”.
Lenin
“Los escritores son los ingenieros de las almas”.
José Stalin
“De todos los monopolios de que disfruta el Estado ninguno
será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma
esencial para el control político será el diccionario”.
José Stalin
“...No hay construcción sin destrucción. La destrucción
significa crítica y repudio, significa revolución. La destrucción quiere decir
razonamiento y razonamiento es construcción. La destrucción va primero y en su
curso ya implica la construcción”.
Mao Tse-Tung
“Para derrocar el poder político es siempre necesario, ante
todo, crear opinión pública y trabajar en el terreno ideológico. Así proceden
las clases revolucionarias, y también las clases contrarrevolucionarias”.
Mao Tse-Tung
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“Vivimos en la
época más locuaz que registra la historia del mundo. En el pasado se habrían
necesitado tal vez de 10 a 15 millones de hombres para comunicar al resto del
mundo la misma información que hoy transmite una sola persona, a través de la
radio o la televisión. El amor al ruido y la excitación dentro de nuestra
moderna civilización, es debido en parte, al hecho de que las gentes de hoy se
sienten desdichadas íntimamente. El ruido pues, las exterioriza, distrae y hace
olvidar, al menos de momento, sus preocupaciones. Hay una relación inequívoca
entre una vida vacía y un ritmo turbulento. Cierto que para progresar, el mundo
requiere de la acción, pero necesita conocer también el porqué de semejante acción, y para ello es indispensable la
contemplación, el pensamiento y el silencio. (…)
Las comunicaciones
rápidas, la transmisión de noticias hora a hora, las noticias del día siguiente
dadas la noche anterior, son factores que mantienen a la gente viviendo sobre
la superficie de sus almas. Como resultado, muy pocos son quienes llevan una
vida introspectiva. Nuestros estados de ánimo son determinados por el mundo. En
lugar de llevar nuestra propia atmósfera con nosotros, como la tierra cuando
gira en torno al sol, somos como los barómetros que registran los cambios que
ocurren en el mundo exterior. Sólo el silencio puede darnos esos santuarios
interiores que tanta falta nos hacen para reposar, y que son como aquellos
jardines ocultos, donde el hombre antes de su Caída, caminaba al lado de Dios
en la frescura del atardecer”.
Mons. Fulton Sheen
“El periodismo
revolucionario, que ha traído al mundo para confusión de él una filosofía y una
literatura suyas especiales, ha inventado también un modo de discurrir
especialmente suyo. Que es, no discurrir como antiguamente se solía, sacando de
principios consecuencias, sino discurrir como se usa en las plazuelas y en los
corros de comadres, moverse por impresión, vociferar a diestro y siniestro
pomposas palabrotadas (sesquipedalia
verba), y aturdir y marear al entendimiento propio y al ajeno con desatado
turbión de prosa volcánica, en vez de alumbrarle y dirigirle con la clara y
serena lumbre de bien seguida argumentación”.
Don Félix Sardá y Salvany
Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, fue el primer
teorizador importante acerca de la manipulación de la opinión pública con fines
políticos con su obra “Propaganda” publicada en 1928. John Laughland en
su artículo citado refiere que “el primer capítulo trae el siguiente título
revelador: “Organizar el caos”. Para Bernays, la manipulación consciente
e inteligente de las opiniones y de los hábitos de las masas es un elemento
importante en las sociedades democráticas. Quienes manipulan los mecanismos
ocultos de la sociedad constituyen un gobierno invisible que representa el
verdadero poder. Somos dirigidos, nuestros espíritus son modelados, nuestros
gustos formados, nuestras ideas sugeridas fundamentalmente por hombres de los
cuales nunca hemos oído hablar. Esta es la consecuencia lógica de la manera en
que nuestra sociedad democrática está organizada. Un gran número de seres
humanos debe cooperar a fin de vivir juntos en una sociedad que funcione bien.
En casi todos los actos de nuestra vida cotidiana, así se trate de la esfera
política, de los negocios, de nuestros comportamientos sociales o de nuestras
concepciones éticas, estamos dominados por un número relativamente reducido de
personas que conocen los procesos mentales y las características sociales de
las masas. Esas personas son las que controlan la opinión.” Todo esto se
relaciona con la psicología de las masas que se ve estimulada a través de las
emociones humanas básicas cuya manipulación obedece a una larga serie de estudios
de especialistas en la materia, a través de una inmensa red que la revolución
cultural (operada fundamentalmente por la Escuela de Frankfurt y sus teorías,
aceptadas oficialmente por los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial) ha
tendido muy lenta pero eficientemente. Pero agrega el autor citado: “Ciertamente
sería erróneo atribuir la propagación de las ideas únicamente a la manipulación
encubierta. Ellas se inscriben en vastas corrientes culturales cuyas causas son
múltiples. Pero no hay duda que el dominio sobre tales ideas, puede ser
considerablemente facilitado por operaciones encubiertas, en particular porque la
gente (que vive) en las sociedades donde la información es masiva, es
asombrosamente influenciable. No solamente creen lo que leen en los periódicos
sino que se imaginan que han llegado a conclusiones por sí mismos. En
consecuencia, la astucia para manipular la opinión pública consiste en aplicar
lo que ha sido teorizado por Bernays, desarrollado por Münzenberg y elevado al
rango de gran arte por la CIA”.
(“La
técnica del Golpe de Estado de “color”, Operación “cambio de régimen”, por John
Laughland).
Una de las debilidades que sabe explotar esta prensa es la
credulidad del lector en un sistema de cosas establecidas que se funda en la
supuesta verdad y la honestidad de las noticias transmitidas. Al decir de
Richard Weaver: “La explotación de las respuestas automáticas es
especialmente flagrante en los periódicos de gran tirada. De tal suerte que el
periodismo es una especie de monstruoso discurso de Protágoras, capaz de
hechizar mediante hipnosis a los lectores para impedir que participen en esas
actividades que solemos asociar con el pensamiento. Si a los lectores de
periódicos se les enseñara a detectar suposiciones, si fueran conscientes de la
retórica empleada en los reportajes más vigorosos, no habría por qué temer los
efectos del arte periodístico. Pero para eso tendría que tratarse de lectores
educados, y tal como funciona este mundo, los lectores ordinarios parecen haber
perdido la capacidad de juzgar por cuenta propia, a lo que se suma el hecho de
que la decadencia de la conversación ha acabado prácticamente con
las costumbres dialécticas. No es de extrañar que lo que está en auge hoy sea
el hábito de la credulidad.”
(Richard Weaver, Las
ideas tienen consecuencias).
“El
poder del demonio es especialmente notorio e impresionante cuando opera sobre
las masas. Aunque se ha estudiado mucho sobre la psicología de las masas,
evidentemente el demonio sabe muchísimo más que nosotros, pese a toda nuestra
sociología. Así se explica que los seres humanos –aunque cada uno de ellos sea
un buen padre de familia, una buena madre, un ser caritativo y bondadoso-
actuando en masa se conviertan en fieras. La historia está jalonada de horrores
causados por las masas lanzadas en una u otra dirección. Para empezar, tenemos
la condenación de Cristo, cuando los fariseos reparten a sus esbirros entre el
pueblo, y obtienen así que éste pida la crucifixión de Jesús. Los horrores de
la Revolución Francesa, de la Comuna, los crímenes de las últimas grandes
guerras, los campos de concentración alemanes, la revolución soviética con sus
horribles espantos, los movimientos de masas que presenciamos hoy en el campo
político y que intentan organizar a las clases sociales para lanzarlas unas
contra otras, son otros tantos hechos donde seguramente el demonio ejerce un
poder muy grande y muy impresionante, porque siempre que la masa humana se
mueve en sentido negativo, tiene graves riesgos de convertirse en una manada de
fieras”.
(Julio
Philippi Izquierdo, “Ángeles y demonios. Cómo y porqué existen a la luz de la
fe católica”, Grijalbo, México, 1995).