Número DCLXVI (666)
18 de abril de 2020
La Oración de Daniel
Nuestros
pecados son los que nos causan todos nuestros males.
Arrepintámonos,
si no el problema crecerá.
La
Internet de estos días está llena de comentarios y análisis, cada uno más
interesante que el anterior, sobre el coronavirus y el turbulento estado de las
finanzas en todo el mundo, pero pocos de estos comentarios tocan lo que es más
importante de todo en este doble – o único – trastorno, y eso es lo que muestra
de las relaciones entre todos los hombres y su Dios: la apostasía mundial. Este es un crimen enorme, para el cual el colapso
del coronavirus es un castigo ni remotamente tan pesado como los flagelos que
seguirán si los hombres no regresan a Dios. Pero tal como están las cosas,
una multitud de su propio Pueblo Elegido por la Fe, los Católicos, siguen con
gusto el Vaticano II, porque aflojó la vieja disciplina y les permitió adorarse
a sí mismos en lugar de a Dios. Todos
deberíamos estar de rodillas, rogando a Dios por el perdón, como lo hizo Daniel
en el Antiguo Testamento. Aquí está su poderosa oración del IX, 3–19, que
necesita poca adaptación al Nuevo Testamento hoy en día:
[3]
Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno,
cilicio y ceniza.; [4] Rogué al Señor y confesé diciendo: “Ay Señor, Dios
grande y temible, que guardas la alianza y la misericordia con los que Te aman
y observan Tus mandamientos, [5] nosotros los Católicos hemos pecado, hemos
cometido iniquidad, hemos sido malos y rebeldes y nos hemos apartado en el
Vaticano II de Tus mandamientos y de Tus leyes; [6] no hemos escuchado a Tus
siervos los Papas fieles que en Tu Nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros
gobernantes, a nuestros padres y a todo el pueblo Cristiano. [7] Tuya es,
Señor, la justicia, y nuestra la confusión del rostro, como sucede hoy, a los
Católicos, a los habitantes de Roma y a toda la Iglesia a los que están cerca y
a los que están lejos, en todas las tierras en donde los levantaste, a causa de
las infidelidades que contra Ti cometieron. [8] Oh Señor, nuestra es la
confusión del rostro, y de nuestros reyes, de nuestros jefes y nuestros padres,
pues hemos pecado contra Ti. [9] Pero del Señor, nuestro Dios, son la
misericordia y el perdón, porque nos hemos rebelado contra Él, [10] y no hemos
escuchado la voz del SEÑOR, nuestro Dios, para cumplir sus leyes, que Él puso
delante de nosotros por medio de Sus siervos los Papas y Obispos fieles. [11]
Toda la Cristiandad ha traspasado Tu ley y se ha apartado para no oír Tu voz.
Por lo cual se ha derramado sobre los Católicos Conciliares la maldición y la
execración que está escrita en la ley de Moisés (Levítico XXVI, Deuteronomio
XXVIII), siervo de Dios, puesto que hemos prevaricado contra Él. [12] Por eso
Él ejecutó la sentencia que había pronunciado contra nosotros, y contra
nuestros jefes que nos gobernaron, trayendo sobre nosotros una calamidad tan
grande, que nunca hubo debajo de todo el cielo cosa semejante a lo que se ha
hecho por el Vaticano II. [13] Todo este mal vino sobre nosotros conforme está
escrito en la Ley de Moisés, más no hemos implorado al SEÑOR nuestro Dios para
convertirnos de nuestras iniquidades y meditar en Tu Verdad. [14] El SEÑOR veló
sobre el mal y lo hizo venir sobre nosotros, porque justo es el Señor nuestro
Dios en todas sus obras que ha hecho, pero nosotros no quisimos oír Su voz.
[15] Ahora pues, oh Señor Dios nuestro, que con mano ponderosa sacaste a los
Católicos del mundo impío, y te adquiriste el renombre que tienes hoy, hemos
pecado, hemos cometido iniquidad. [16] Oh Señor, según todas tus justicias,
apártese, te ruego, Tu ira e indignación de Tu Iglesia y de tu santo monte,
pues a raíz de nuestros pecados y de las iniquidades de los Padres del
Concilio, la Iglesia Católica ha venido a ser epítome de inmoralidad de cuantos
viven alrededor nuestro. [17] Oye pues ahora, oh Dios nuestro, la oración de tu
siervo, y sus súplicas, y por amor del Señor haz resplandecer tu rostro sobre
tu Santuario devastado. [18] Inclina, Dios mío, Tu oído y escucha, abre Tus
ojos y mira nuestras ruinas, y la Iglesia, sobre la cual ha sido invocado Tu
Nombre pues derramamos nuestros ruegos ante Tu rostro, confiando, no en
nuestras justicias, sino en Tus grandes misericordias [19] ¡Escucha SEÑOR!
¡Perdona SEÑOR! ¡Presta atención Señor, y obra! ¡No tardes, por amor de Ti, oh
Dios mío!, porque Tu Iglesia y Tu pueblo son llamados por el nombre de Tu Hijo
unigénito, Nuestro Señor Jesucristo.”
Kyrie
eleison.