“Para todo sacerdote que quiera permanecer católico, es un deber
estricto separarse de esta iglesia conciliar mientras ella no regrese a la
tradición del magisterio de la iglesia y de la fe católica”.
Mons. Lefebvre, "Itinerario Espiritual", 1991.
“Aborreced
lo que es malo, apegaos a lo que es bueno”
(“Odientes malum, adhaeréntes bono” Rom.
12, 9). Como indica frecuentemente la palabra divina (v. gr. Sal.1, Sal.
100, Sal. 14,4), y los santos ("No
resistir al error es aprobarlo, no defender la verdad, es sofocarla”, S.
Pío X) para seguir el buen camino debemos separarnos del mal, odiando el error
–no al que yerra- con todas nuestras fuerzas. Es una condición necesaria. No se
puede pactar con el error, no se puede encontrar bueno lo que es malo. No
podemos apegarnos verdaderamente a lo bueno sin separarnos de lo malo y de
aquellos que están en el campo enemigo. Sin embargo, la Fraternidad pretende
conciliar el bien y el mal, la verdad y el error, la fe católica y el modernismo,
sometiéndose a autoridades que, contrario a lo que dice San Pablo, “aborrecen lo que es bueno y se apegan a lo
que es malo”. ¿Cómo –dirá un iluso- reconocer a la Fraternidad no es
apegarse a lo bueno? No, en absoluto. Porque las autoridades romanas no aceptan
la Tradición, la misa tradicional, el juramento antimodernista ni las
encíclicas de los papas anteriores que condenan el liberalismo y el modernismo
del Vaticano II. Ni aceptan esto ni –lo manifiestan de mil modos diferentes-
tampoco están dispuestos a aceptarlo. Los modernistas no se apartan un ápice de
sus principios nefastos, porque la permisión de pequeños grupos que rezan la
misa tradicional no pone en peligro ni su falsa religión ni su poder. Esta medida
que se dispone a tomar Roma es una concesión para una “reservación de indios”
que han declinado continuar peleando. Por el contrario, la advertencia de Mons.
Lefebvre es gravísima como para no tenerla en cuenta. Como se ha visto en los
diferentes grupos “Ecclesia Dei”, ellos se han vuelto poco a poco cada vez más
liberales. Dejando de combatir por el reinado de Cristo, ¿qué es lo que les resta
de católicos? ¿Una adhesión estética a la misa? ¿La defensa de la vida? Mas
¿hasta dónde se han vuelto cómplices, con sus silencios, del avance de la
impiedad modernista? ¿Y cómo y cuándo ha de terminar su caída?
Los modernistas niegan a Nuestro
Señor, rechazan a Nuestro Señor, ponen a Nuestro Señor en pie de igualdad con
los ídolos de las falsas religiones. Ellos abrazan a los que desprecian a
Nuestro Señor. Y ahora hay que escuchar que los neofraternitarios hablen de la
misericordia y bondad de quien no se arrodilla ante Nuestro Señor para
adorarlo, de quien oculta su cruz para no “ofender” a los judíos, de quien se
arrodilla para hacerse “bendecir” por los herejes protestantes, de quien
reivindica al diabólico heresiarca Lutero. Ellos van a abrazar ahora a quienes
tienen otra fe, una fe que no es la nuestra. Una fe que está expresada en la
nueva misa. ¿Quieren hacer la “experiencia de la Tradición”? Hacer la
experiencia de la Tradición es “aborrecer lo que es malo, apegados a lo bueno”.
¿Y van a combatir a aquellos que ahora los “reconocen”? ¿Le piden licencia al
enemigo para combatirlo? ¿David le pidió la honda y la espada a Goliat? ¿Se
hizo amigo de éste y lo llenó de elogios para luego “criticarlo”? ¿En serio
quiere creer la Neofraternidad que va a acontecer esto? ¿En serio quiere
hacernos creer que es el David de la historia, que va a cortar la cabeza al
gigante? ¿A la traición va a agregar la hipocresía?
El 30 de marzo de 1994 decía el hoy
gran acuerdista P. Schmidberger (las negritas son nuestras): “El gran dolor
de su vida [de Mons. Lefebvre] fue
ver a la Iglesia invadida por todos los errores del Concilio Vaticano II —al
que muchas veces llamaba su “tercera guerra mundial”—, sus puestos principales ocupados por los enemigos, y que los Papas
conciliares y posconciliares se apartaban de las enseñanzas de sus
predecesores. Fue también para él una gran tristeza ver en ruinas el sacerdocio
católico, cómo se difundía la libertad religiosa y cómo los estados católicos
se iban secularizando en nombre de esta misma libertad proclamada por el
Concilio.
Pero él no
cedió. Al contrario, su curso sobre las Actas
del Magisterio es una ilustración única de su declaración del 21 de noviembre
de 1974, que empieza así: «Nos adherimos con todo nuestro corazón y con toda
nuestra alma a la Roma Católica, guardiana de la fe católica y de las
tradiciones necesarias para mantenerla, a la Roma eterna, maestra de sabiduría
y verdad. Nos negamos y siempre nos
hemos negado a seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que
se ha manifestado claramente en el Concilio Vaticano II, y después del Concilio
en todas las reformas que provienen de él».
Mons. Lefebvre no cedió. Aunque
asediado y a punto de caer en la trampa de los modernistas, se mantuvo firme
hasta el final y no se puso bajo el poder de los enemigos de la fe católica.
Salvó a la Tradición. Ratificó en los hechos aquella declaración de 1974. La
Fraternidad misma decía claramente cosas como ésta: "El ser asociados públicamente a la sanción
que fulmina a los seis obispos católicos, defensores de la fe en su integridad
y en su totalidad, sería para nosotros una distinción de honor y un signo de
ortodoxia delante de los fieles. Estos,
en efecto, tienen absoluto derecho de saber que los sacerdotes a los cuales se
dirigen no están en comunión con una iglesia falsificada, evolutiva,
pentecostal, y sincretista" (Declaración del 6 de julio de
1988, las negritas son nuestras). Si los obispos y sacerdotes de la
Fraternidad no escuchan y obedecen e imitan a Mons. Lefebvre, gloriosamente
“excomulgado” por los masones y modernistas, y, en cambio, se someten a, como
ellos mismos decían, “una iglesia
falsificada, evolutiva, pentecostal y sincretista”, habrán consumado una
traición, en la medida en que conozcan tales palabras y las hayan hecho suyas. Es parte de su deber la fidelidad al
fundador y los motivos que lo llevaron a crear la congregación, la cual
nació en estado de guerra permanente contra los enemigos de la Iglesia y la fe
católica (“Para muchos la institución es
intocable, incluso si ya no se conforma al fin para el que ha sido instituida”
decía Mons. Lefebvre de los liberales romanos en “Itinerario espiritual”)...La
guerra no se termina hasta que uno de los dos bandos cae vencido. Firmar un
armisticio (de eso se trata el ponerse bajo el poder de los modernistas) no es
señal de astucia para continuar el combate, sino bajar la guardia, arriar las
banderas, dejar de resistir al enemigo. Decía Mons. Lefebvre: “No se tendrá jamás la última palabra de la
lucha de los buenos y de los malvados a través de los acontecimientos de la
historia, mientras no se la refiera a la lucha personal e irreductible, por
siempre jamás, entre Satanás y Jesucristo. ¿Qué
deber se impone a todo hombre en presencia de esta lucha fundamental e
irreductible entre los dos jefes opuestos de la humanidad? El de no pactar
jamás, sea en lo que sea, con lo que proviene de Satanás y de sus satélites, y
ponerse bajo el estandarte de Jesucristo, para permanecer siempre en él, y en
él combatir valientemente” (“Itinerario espiritual”, las negritas son
nuestras).
Hay solo dos banderas bajo las
cuales combatir: “la una de Christo,
summo capitán y Señor nuestro; la otra de Lucifer, mortal enemigo de nuestra
humana natura” (San Ignacio, “Ejercicios Espirituales”). ¿Cuál es la
bandera que portan Francisco y los conciliares modernistas romanos? ¿Ellos van
a favorecer el combate de la Fraternidad por el reinado social de Cristo, o por
el contrario lo van a constreñir y obstaculizar? Nuestro Señor “estaba cada
día enseñando en el templo… acabada la predicación, porque no había quien lo
rescibiese en Hierusalem, se volvía a Bethania” (S.
Ignacio, ídem). Una religión falsificada tenían los fariseos en Jerusalén, como
la tienen hoy los jerarcas en Roma. Por eso N.S. no podía quedarse allí. Pero
la Fraternidad aspira, desea, y está a punto de quedarse en Roma, a la vera de
Francisco y los modernistas, que de ese modo “domesticarán” a los otrora
irreductibles tradicionalistas. Perdida la prudencia y el discernimiento de
espíritus, el orgullo dominó a los mandos superiores de la Fraternidad, por el
asiduo contacto mediante el diálogo con los conciliares romanos.
Mons. Lefebvre hablaba claramente:
“Es evidente que si muchos obispos
hubieran actuado como Monseñor de Castro Mayer, obispo de Campos en Brasil, la
Revolución ideológica dentro de la Iglesia habría podido ser limitada, pues no hay que tener miedo de afirmar que
las autoridades romanas actuales, desde Juan XXIII y Pablo VI, se han hecho
colaboradoras activas de la Masonería judía internacional y del socialismo
mundial. Juan Pablo II es ante todo un político filo-comunista al servicio
de un comunismo mundial con tinte religioso. Ataca abiertamente a todos los
gobiernos anticomunistas y no aporta con sus viajes ninguna renovación católica”
(“Itinerario espiritual”, las negritas son nuestras). ¿Qué dice en cambio Mons.
Fellay de Francisco, el “papa de los judíos”? Es “…un Santo Padre comprensivo y bondadoso” (Entrevista a revista
“Vida Nueva”), “tiene una preocupación
por las almas, pero en particular las almas que son rechazadas. Las almas
aisladas, las que son hechas a un lado, o despreciadas o que se encuentran en
dificultad. Lo que él llama “las periferias existenciales”. ¿Se trata
verdaderamente de la famosa oveja perdida? ¿Es que el papa Francisco deja de
lado a las otras 99 y va a ocuparse de esa oveja perdida? Creo que eso es lo
que él tiene en la cabeza. Digo, tal vez. No se puede dar una respuesta global.
(En) todo lo que él ha dicho, vemos que tiene esa preocupación, una
preocupación universal: los migrantes, los que están en prisión, que
efectivamente son hombres abandonados por los otros. Es una gente que está en
el dolor. Luego están los divorciados, gente que también está en aflicción.
Luego estamos nosotros que también somos rechazados. Y finalmente estamos todos
en la misma perspectiva. Y entonces él se va a ocupar de esas almas” (Entrevista
a Radio Courtousie), “… es muy humano,
le da mucha importancia a este tipo de consideraciones, y esto puede o podría
explicar una cierta benevolencia de su parte. (…) está claro que el Papa
Francisco desea dejarnos vivir y sobrevivir. Incluso ha dicho a todo el que
desea escucharlo que nunca dañaría a la Fraternidad” (Entrevista a DICI), “Nos conoce de cerca. Y la manera que se
comporta hacia nosotros nos hace pensar que es simpatía. Parece
contradictorio, no puedo explicar más que eso. Realmente yo esperaba una
condenación pero es lo contrario que está sucediendo. (…) Entonces, es
difícil expresar esto, pero hay un vínculo cercano con el papa, ustedes no
pueden imaginar el acceso que tenemos, el fácil acceso que tenemos con el
papa. No lo usamos, a veces lo hacemos por estas cuestiones administrativas,
pero tenemos acceso directo al papa” (Conferencia Ángelus
Press).
Contra esta blandura concesiva
hacia el papa modernista, decía en cambio Mons. Lefebvre: “El Papa actual y estos obispos ya
no trasmiten a Nuestro Señor Jesucristo, sino una religiosidad sentimental,
superficial, carismática, por la cual ya no pasa la verdadera gracia del
Espíritu. Santo en su conjunto. Esta nueva religión no es la religión católica;
es estéril, incapaz de santificar la sociedad y la familia” (“Itinerario
espiritual”).
Finalizamos con un gran consejo de
Mons. Lefebvre, que no podemos de ningún modo desdeñar, como advertencia
urgente y necesaria para aquellos que se aprestan a convalidar por acción u
omisión la gran traición a su obra:
“Por encima de todo guardemos la fe,
ya que por ella murió Nuestro Señor, por haber afirmado su divinidad; por ella
murieron todos los mártires; por ella se santificaron todos los elegidos.
Huyamos de quienes nos la hacen perder o la disminuyen” (Itinerario
espiritual”).
Agustín
Dominico