Bergoglio dice que no sabe si quiere a
Jesús.
San Pedro confesó tres veces: “Señor, tú
sabes que te quiero”.
Perverso,
sa
Del lat. perversus.
1. adj. Sumamente malo, que causa daño intencionadamente. U.
t. c. s.
2. adj. Que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas. U.
t. c. s.
Diccionario
RAE.
Dijo Monseñor
Lefebvre:
“Este combate entre la
Iglesia y los modernistas liberales, es el del concilio Vaticano II. No hay que
buscar el mediodía a las catorce horas. Y esto va muy lejos. Entre
más analizamos los documentos del Vaticano II y la interpretación que le dieron
las autoridades de la Iglesia, más nos apercibimos que se trata no solamente de
algunos errores, el ecumenismo, la libertad religiosa, la colegialidad, un
cierto liberalismo, sino una perversión del espíritu”.
(Conferencia
del 6 de septiembre de 1990 en Ecône).
Es más que obvio que si
el Concilio no ha sido obra inspirada por el Espíritu Santo, e incluso hasta un
papa conciliar como Pablo VI mismo
admitió que el humo de Satanás se había introducido en la Iglesia “por una
rendija” (una rendija gigante), ese espíritu perverso que introdujo las
novedades y errores con el Concilio es el espíritu del Diablo, para intentar
demoler desde adentro la Iglesia de Cristo. El jesuita Antonio Spadaro, hombre
de confianza de Bergoglio y director de La
Civiltá Cattolica, por su parte, acaba de decir en una reciente entrevista:
“Se puede decir que el Papa Francisco es
el primer Papa post-Vaticano II, porque no participó en el Concilio. Sin
embargo, aunque no lo presenció tiene profundamente interiorizado su espíritu”.
En efecto, Bergoglio es un fruto maduro de la religión modernista
conciliar. Nunca supo lo que es la devoción ni tuvo una formación en la verdad,
hasta ha contado burlón las irreverencias que él cometía siendo niño cuando
acolitaba la misa tridentina, de la cual sin dudas se sintió liberado tras la
reforma litúrgica conciliar. Como Cardenal de Buenos Aires se ocupó de impedir
o dificultar la Misa tridentina tras el motu proprio de su antecesor. Y como si
no hubiera suficientes pruebas de la perversión de espíritu que esparce
Francisco por doquier, tenemos que destacar –otros espacios lo hicieron antes-
la escandalosa respuesta que le dio a un niño, y que menciona Spadaro como
prueba del “realismo” de su jefe:
"Recuerdo
la pregunta de otro niño, que en su inocencia le pregunta: "¿Tú quieres a Jesús?". Una pregunta extraña para un Papa
-comenta el jesuita-. Y el Papa responde: "No lo sé, pero sé que él me quiere mucho".
Lo hemos visto con un
interesante comentario en esta nota: Bergoglio:
"No sé si quiero a Jesús"
. Extraña pregunta para un papa, dice Scalfari, pero no tan extraña como
preguntar como hizo una revista en su portada: “¿Es Francisco un Papa
católico?”. Realmente las preguntas acerca de este hombre –de lo que es o no
es, de si es o no papa, etc.- se suceden. Mas una cosa queda muy patente, más
allá de sus recónditas intenciones y todo lo que oculta, y cabe en la segunda
acepción de la definición que da el diccionario: su perversidad.
Aquel al que Spadaro
llama pomposamente “líder moral del mundo”, dio tantas muestras de su perversión…como
cuando permitió el sacrílego bautismo de los “hijos” de una pareja que
integraba un famoso travesti (comunión incluida) en una basílica importante de
Buenos Aires (véase acá);
o dejó que se bautizara en la Catedral de Córdoba al “hijo” de dos lesbianas
que aprovecharon para dar escándalo dentro mismo del templo frente mismo del
cura (acá); o
permitió y presenció un baile lascivo de tango dentro de un templo (acá).
Ese hombre que parece sentir aversión por todo lo católico, por todo lo santo,
por la cruz, por la Eucaristía, por el pasado de la Iglesia; ese hombre irreverente
que da la comunión sacrílegamente como si repartiera galletitas (acá);
que no se arrodilla en la Consagración ante el Santísimo; que borra la cruz que
trazó en la Confirmación y que en vez de la palmada en la cara ofrece un beso como
Judas (acá);
que bautiza a los niños ramplonamente, sin la menor solemnidad y que limpia con
su mano el agua con que bautizó las cabecitas, según dicen “para que el niño no
se moje demasiado” (acá);
el hombre que se hace “bendecir” por herejes protestantes; el habitué de las
sinagogas; que se abraza y manosea con sodomitas y corruptores públicos sin
hacerles la menor corrección; que comparte las blasfemias de los comunistas; que
no le interesa quién eduque a los chicos, si católico, protestante o judío le
da igual (acá);
que se refiere con vulgaridad acerca de una Santa (acá); un hombre que
según Scalfari está “purificando” la Iglesia (¡!) y que según su entrevistador
está logrando pasar “de una imagen de Papa imperial a uno normalizado”.
Detengámonos un momento
en este último concepto, pues sería interminable la lista de atrocidades bergoglianas
y alguien ya se ha tomado el trabajo de listarlas (por ej. acá).
Todo el discurso de Scalfari con que pretende exaltar la figura de Bergoglio se
basa principalmente en la idea de inclusión o integración que está llevando a
cabo Francisco. Es la idea central ecumenista que domina en el palabreo
francisquista, repetido una y otra vez. La idea de “integración” como símil de
“normalidad” ya estaba expuesta según el Padre Castellani en la teoría del
psicólogo Von Monakoff. Mas lo que vemos en la idea modernista que ocupa a
Bergoglio es la desintegración permanente de lo que es católico, de manera tal
que la integración pregonada para buscar la unidad tiene el efecto contrario. “La normalidad –dice Castellani en su
libro “Psicología humana”- es la
integración, un equilibrio dinámico; la anormalidad es la desintegración,
siempre que no sea dominada, en estos grados: neurosis, aberraciones o
degeneraciones, psicosis, perversión”. La desintegración bergogliana
(perversión del espíritu) tiene la impronta de su personalidad en apariencia
contradictoria: la religión sentimental que pregona la “ternura”, la “dulzura”
y la “misericordia”, por un lado; y la dureza que hace que, como refieren los
que trabajaron con él en Buenos Aires, sea incapaz de establecer vínculos
afectivos con nadie, manipulando a la gente en cuanto le convenga. Por un lado
parece ahogarse en “ternura” mientras que por el otro se encoleriza ante la
presencia de lo que remite a la Tradición. Así asoma la ligereza y la
ramplonería burlona para lo santo, con las más duras invectivas contra quienes
llama “pelagianos restauracionistas”. El “papa de la misericordia” es el que
más epítetos denigratorios ha lanzado al aire, llegándose a escribir un “Libro
de insultos del papa Francisco” (acá).
Decía Castellani en el
libro citado: “Hoy día se cree en general
que lo demoníaco es cosa de tiempos idos. La mentalidad liberal (el
racionalismo, el modernismo religioso) cree que todos los hombres son
naturalmente buenos; pero no tampoco demasiado buenos, una cosa así más o
menos: el misterio de la santidad y el misterio de la perversidad, no tienen
ojos para verlos. Sin embargo, nunca ha campado lo demoníaco tanto como en
nuestra época, aunque sus manifestaciones sean más bien espirituales que
corporales: esa apología de la homosexualidad, por ejemplo, que hoy se hace
desembarazadamente y es coronada por las Academias internacionales y propagada
por las grandes editoriales, es demoníaca. Belloc escribió: “Tengo miedo de la
época que se viene, no tanto por su lujuria como por su crueldad”.
Bergoglio es partícipe activo de la sodomización de la Iglesia oficial o
conciliar, realizada en nombre de la misericordia. ¿Puede haber mayor afrenta o
prueba de perversidad? La misericordia que oculta la luz de la verdad no es
verdadera. Apostatar en nombre del amor al prójimo es una treta diabólica. “Hay que curar a los argentinos del delirio
afectivo, del romanticismo, del sentimentalismo”, indicó Castellani. Ahora
vemos que esas taras están siendo contagiadas por Francisco a todo el mundo. Y
a esto le llaman “normalizar” la Iglesia. Y por estos perversos herejes desintegradores
de la verdadera fe quieren ser “normalizados” los jerarcas de la Neo-FSSPX. Mons.
Fellay dice que Francisco quiere a la FSSPX, aunque Francisco ni siquiera sabe
si quiere a Cristo. Bergoglio critica la seguridad doctrinal e instala la duda
permanente como antesala de las “sorpresas de Dios” que integrará a todo el
mundo en la sola religión mundial del hombre. Mons. Fellay -¿presa de “delirio
afectivo, romanticismo, sentimentalismo”?- desea someterse graciosamente
desgraciado a la “imprevisibilidad” de Francisco, en un demencial contubernio con quien duda de
si cumple o no el primer mandamiento. Pero en verdad no hay dudas, pues quien
ama es capaz de decir: amo. Después podrá decir que es negligente en el amor,
que no ama como es debido, que su amor es defectuoso. Pero no puede negar ese
amor. Y ese amor se ve en la caridad hacia el prójimo, a quien si engañamos y ocultamos
el camino de su salvación, no amamos. Pero quien tiene como primer mandamiento
el amor al hombre, no ama finalmente ni siquiera al hombre, sino al propio yo
que se hace como dios. Bergoglio no puede decir claramente que ama a Dios, del
mismo modo que no puede arrodillarse ante Él. ¿Podemos decir que no estamos
ante una personificación del misterio de iniquidad?
La iglesia conciliar es
una secta de poco más de cincuenta años de vida que pretende desde su inicio
sustituir a Dios por el “Hombre”. Bergoglio es quien parece haberse tomado más
en serio esa labor, llegando al punto de decir que no sabe si ama o no a Dios. Su maestro Pablo VI ya había dicho en los
inicios de esta debacle, en su discruso de la última sesión del Concilio, el 7
de diciembre de 1965: “Nosotros también,
nosotros más que cualquiera, tenemos el culto del hombre”. La
espiritualidad perversa del Concilio, perfectamente personificada en Bergoglio,
está sumamente clara. Las pezuñas, las garras, los dientes y el hocico del lobo
disfrazado de cordero se ven con mucha claridad. Entonces, pretender llegar a
un acuerdo o “reconocimiento”, como hace la Neo-FSSPX, con quienes encarnan ese
espíritu de apostasía, por el simple hecho de que no exigen explícitamente la
aceptación del Concilio, es bajar definitivamente las armas y tomar el camino hacia
la apostasía. Camino ya emprendido hace tiempo y refrendado recientemente al
aceptar participar del “Jubileo” iniciado en conmemoración de la clausura del
diabólico Concilio, del cual dijo Mons. Lefebvre: “No dudo en afirmar que el Concilio llevó a cabo la conversión de la
Iglesia al mundo. Os dejo adivinar quién ha sido el animador de esta
espiritualidad: basta que recordéis a quién llama Nuestro Señor Jesucristo el
Príncipe de este mundo” (“Le destronaron”).
De no mediar un
milagro, Francisco llevará a cabo la conversión de la FSSPX a la iglesia
conciliar. Pueden adivinar quién es el promotor de tal suceso.