sábado, 14 de mayo de 2016

PERVERSIDAD


Bergoglio dice que no sabe si quiere a Jesús.
San Pedro confesó tres veces: “Señor, tú sabes que te quiero”.



Perverso, sa
Del lat. perversus.
1. adj. Sumamente malo, que causa daño intencionadamente. U. t. c. s.
2. adj. Que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas. U. t. c. s.
Diccionario RAE.


Dijo Monseñor Lefebvre:

“Este combate entre la Iglesia y los modernistas liberales, es el del concilio Vaticano II. No hay que buscar el mediodía a las catorce horas. Y esto va muy lejos.  Entre más analizamos los documentos del Vaticano II y la interpretación que le dieron las autoridades de la Iglesia, más nos apercibimos que se trata no solamente de algunos errores, el ecumenismo, la libertad religiosa, la colegialidad, un cierto liberalismo, sino una perversión del espíritu”.
(Conferencia del 6 de septiembre de 1990 en Ecône).


Es más que obvio que si el Concilio no ha sido obra inspirada por el Espíritu Santo, e incluso hasta un papa conciliar  como Pablo VI mismo admitió que el humo de Satanás se había introducido en la Iglesia “por una rendija” (una rendija gigante), ese espíritu perverso que introdujo las novedades y errores con el Concilio es el espíritu del Diablo, para intentar demoler desde adentro la Iglesia de Cristo. El jesuita Antonio Spadaro, hombre de confianza de Bergoglio y director de La Civiltá Cattolica, por su parte, acaba de decir en una reciente entrevista:

“Se puede decir que el Papa Francisco es el primer Papa post-Vaticano II, porque no participó en el Concilio. Sin embargo, aunque no lo presenció tiene profundamente interiorizado su espíritu”.
(acá)

En efecto, Bergoglio es un fruto maduro de la religión modernista conciliar. Nunca supo lo que es la devoción ni tuvo una formación en la verdad, hasta ha contado burlón las irreverencias que él cometía siendo niño cuando acolitaba la misa tridentina, de la cual sin dudas se sintió liberado tras la reforma litúrgica conciliar. Como Cardenal de Buenos Aires se ocupó de impedir o dificultar la Misa tridentina tras el motu proprio de su antecesor. Y como si no hubiera suficientes pruebas de la perversión de espíritu que esparce Francisco por doquier, tenemos que destacar –otros espacios lo hicieron antes- la escandalosa respuesta que le dio a un niño, y que menciona Spadaro como prueba del “realismo” de su jefe:

"Recuerdo la pregunta de otro niño, que en su inocencia le pregunta: "¿Tú quieres a Jesús?". Una pregunta extraña para un Papa -comenta el jesuita-. Y el Papa responde"No lo sé, pero sé que él me quiere mucho".
(acá)

Lo hemos visto con un interesante comentario en esta nota: Bergoglio: "No sé si quiero a Jesús" . Extraña pregunta para un papa, dice Scalfari, pero no tan extraña como preguntar como hizo una revista en su portada: “¿Es Francisco un Papa católico?”. Realmente las preguntas acerca de este hombre –de lo que es o no es, de si es o no papa, etc.- se suceden. Mas una cosa queda muy patente, más allá de sus recónditas intenciones y todo lo que oculta, y cabe en la segunda acepción de la definición que da el diccionario: su perversidad.


Aquel al que Spadaro llama pomposamente “líder moral del mundo”, dio tantas muestras de su perversión…como cuando permitió el sacrílego bautismo de los “hijos” de una pareja que integraba un famoso travesti (comunión incluida) en una basílica importante de Buenos Aires (véase acá); o dejó que se bautizara en la Catedral de Córdoba al “hijo” de dos lesbianas que aprovecharon para dar escándalo dentro mismo del templo frente mismo del cura (acá); o permitió y presenció un baile lascivo de tango dentro de un templo (acá). Ese hombre que parece sentir aversión por todo lo católico, por todo lo santo, por la cruz, por la Eucaristía, por el pasado de la Iglesia; ese hombre irreverente que da la comunión sacrílegamente como si repartiera galletitas (acá); que no se arrodilla en la Consagración ante el Santísimo; que borra la cruz que trazó en la Confirmación y que en vez de la palmada en la cara ofrece un beso como Judas (acá); que bautiza a los niños ramplonamente, sin la menor solemnidad y que limpia con su mano el agua con que bautizó las cabecitas, según dicen “para que el niño no se moje demasiado” (acá); el hombre que se hace “bendecir” por herejes protestantes; el habitué de las sinagogas; que se abraza y manosea con sodomitas y corruptores públicos sin hacerles la menor corrección; que comparte las blasfemias de los comunistas; que no le interesa quién eduque a los chicos, si católico, protestante o judío le da igual (acá); que se refiere con vulgaridad acerca de una Santa (acá); un hombre que según Scalfari está “purificando” la Iglesia (¡!) y que según su entrevistador está logrando pasar “de una imagen de Papa imperial a uno normalizado”.




Detengámonos un momento en este último concepto, pues sería interminable la lista de atrocidades bergoglianas y alguien ya se ha tomado el trabajo de listarlas (por ej. acá). Todo el discurso de Scalfari con que pretende exaltar la figura de Bergoglio se basa principalmente en la idea de inclusión o integración que está llevando a cabo Francisco. Es la idea central ecumenista que domina en el palabreo francisquista, repetido una y otra vez. La idea de “integración” como símil de “normalidad” ya estaba expuesta según el Padre Castellani en la teoría del psicólogo Von Monakoff. Mas lo que vemos en la idea modernista que ocupa a Bergoglio es la desintegración permanente de lo que es católico, de manera tal que la integración pregonada para buscar la unidad tiene el efecto contrario. “La normalidad –dice Castellani en su libro “Psicología humana”- es la integración, un equilibrio dinámico; la anormalidad es la desintegración, siempre que no sea dominada, en estos grados: neurosis, aberraciones o degeneraciones, psicosis, perversión”. La desintegración bergogliana (perversión del espíritu) tiene la impronta de su personalidad en apariencia contradictoria: la religión sentimental que pregona la “ternura”, la “dulzura” y la “misericordia”, por un lado; y la dureza que hace que, como refieren los que trabajaron con él en Buenos Aires, sea incapaz de establecer vínculos afectivos con nadie, manipulando a la gente en cuanto le convenga. Por un lado parece ahogarse en “ternura” mientras que por el otro se encoleriza ante la presencia de lo que remite a la Tradición. Así asoma la ligereza y la ramplonería burlona para lo santo, con las más duras invectivas contra quienes llama “pelagianos restauracionistas”. El “papa de la misericordia” es el que más epítetos denigratorios ha lanzado al aire, llegándose a escribir un “Libro de insultos del papa Francisco” (acá).

Decía Castellani en el libro citado: “Hoy día se cree en general que lo demoníaco es cosa de tiempos idos. La mentalidad liberal (el racionalismo, el modernismo religioso) cree que todos los hombres son naturalmente buenos; pero no tampoco demasiado buenos, una cosa así más o menos: el misterio de la santidad y el misterio de la perversidad, no tienen ojos para verlos. Sin embargo, nunca ha campado lo demoníaco tanto como en nuestra época, aunque sus manifestaciones sean más bien espirituales que corporales: esa apología de la homosexualidad, por ejemplo, que hoy se hace desembarazadamente y es coronada por las Academias internacionales y propagada por las grandes editoriales, es demoníaca. Belloc escribió: “Tengo miedo de la época que se viene, no tanto por su lujuria como por su crueldad”. Bergoglio es partícipe activo de la sodomización de la Iglesia oficial o conciliar, realizada en nombre de la misericordia. ¿Puede haber mayor afrenta o prueba de perversidad? La misericordia que oculta la luz de la verdad no es verdadera. Apostatar en nombre del amor al prójimo es una treta diabólica. “Hay que curar a los argentinos del delirio afectivo, del romanticismo, del sentimentalismo”, indicó Castellani. Ahora vemos que esas taras están siendo contagiadas por Francisco a todo el mundo. Y a esto le llaman “normalizar” la Iglesia. Y por estos perversos herejes desintegradores de la verdadera fe quieren ser “normalizados” los jerarcas de la Neo-FSSPX. Mons. Fellay dice que Francisco quiere a la FSSPX, aunque Francisco ni siquiera sabe si quiere a Cristo. Bergoglio critica la seguridad doctrinal e instala la duda permanente como antesala de las “sorpresas de Dios” que integrará a todo el mundo en la sola religión mundial del hombre. Mons. Fellay -¿presa de “delirio afectivo, romanticismo, sentimentalismo”?- desea someterse graciosamente desgraciado a la “imprevisibilidad” de Francisco,  en un demencial contubernio con quien duda de si cumple o no el primer mandamiento. Pero en verdad no hay dudas, pues quien ama es capaz de decir: amo. Después podrá decir que es negligente en el amor, que no ama como es debido, que su amor es defectuoso. Pero no puede negar ese amor. Y ese amor se ve en la caridad hacia el prójimo, a quien si engañamos y ocultamos el camino de su salvación, no amamos. Pero quien tiene como primer mandamiento el amor al hombre, no ama finalmente ni siquiera al hombre, sino al propio yo que se hace como dios. Bergoglio no puede decir claramente que ama a Dios, del mismo modo que no puede arrodillarse ante Él. ¿Podemos decir que no estamos ante una personificación del misterio de iniquidad?



La iglesia conciliar es una secta de poco más de cincuenta años de vida que pretende desde su inicio sustituir a Dios por el “Hombre”. Bergoglio es quien parece haberse tomado más en serio esa labor, llegando al punto de decir que no sabe si ama o no a Dios.  Su maestro Pablo VI ya había dicho en los inicios de esta debacle, en su discruso de la última sesión del Concilio, el 7 de diciembre de 1965: “Nosotros también, nosotros más que cualquiera, tenemos el culto del hombre”. La espiritualidad perversa del Concilio, perfectamente personificada en Bergoglio, está sumamente clara. Las pezuñas, las garras, los dientes y el hocico del lobo disfrazado de cordero se ven con mucha claridad. Entonces, pretender llegar a un acuerdo o “reconocimiento”, como hace la Neo-FSSPX, con quienes encarnan ese espíritu de apostasía, por el simple hecho de que no exigen explícitamente la aceptación del Concilio, es bajar definitivamente las armas y tomar el camino hacia la apostasía. Camino ya emprendido hace tiempo y refrendado recientemente al aceptar participar del “Jubileo” iniciado en conmemoración de la clausura del diabólico Concilio, del cual dijo Mons. Lefebvre: “No dudo en afirmar que el Concilio llevó a cabo la conversión de la Iglesia al mundo. Os dejo adivinar quién ha sido el animador de esta espiritualidad: basta que recordéis a quién llama Nuestro Señor Jesucristo el Príncipe de este mundo” (“Le destronaron”).

De no mediar un milagro, Francisco llevará a cabo la conversión de la FSSPX a la iglesia conciliar. Pueden adivinar quién es el promotor de tal suceso.