viernes, 20 de enero de 2017

LOS APÓSTATAS JESUITAS YA TIENEN SU “OBRA MAESTRA” ANTICATÓLICA




"Silencio". La película impía de Scorsese que justifica y promociona la apostasía, jaleada y promocionada por la Compañía de Jesús




La película "Silencio", estrenada en Estados Unidos el pasado 23 de diciembre y en España el pasado día de Reyes (6 de enero), ha sido dirigida por Martin Scorsese, de 74 años, y está basada en la novela del escritor japonés Shūsaku Endō, publicada en 1966. Tanto la novela como la película, narran la persecución y el martirio que sufrieron los católicos en el Japón del siglo XVII: dos jesuitas, el P. Ferreira y el P. Rodrigues, son enviados a Japón tras tenerse conocimiento en Roma de la apostasía, en 1633, del misionero jesuita portugués Cristóvão Ferreira, interpretado por Liam Neeson. La película ha costado 46 millones de dólares y el equipo ha contado con 750 personas durante el rodaje, que se realizó en Taiwán.

En la novela, los jesuitas llegan a Japón para predicar el Evangelio, que no tiene buena acogida en una sociedad como la japonesa, tradicionalmente pragmática y materialista, y allí se enfrentan a la persecución, por lo que plantea preguntas como si merece la pena perseverar, cómo perdonar a los perseguidores o cómo resistir las torturas. El portugués P. Sebastião Rodrigues, enviado a Japón para consolar a los perseguidos y juzgar al jesuita apóstata, llegará, también él, a dudar de Jesucristo y a preguntarse por el silencio de Dios ante el sufrimiento de sus fieles.

El "silencio" que da título a la película es el supuesto silencio de Dios ante el martirio de los primeros católicos japoneses. Sin embargo, el P. Rodrigues oye la voz de Jesucristo que le pide apostatar pisando una representación de su rostro. Es significativo que, cuando lo hace, un gallo canta en la distancia, en clara referencia a la traición de Pedro; pero, en este caso, al contrario de lo narrado en los Evangelios, justificando la traición y la apostasía: los jesuitas que abjuran lo hacen por misericordia hacia los simples fieles que, por el contrario, están dispuestos a sacrificar su vida por fidelidad a Jesucristo. Tras la apostasía, el Estado proporcionaba a los sacerdotes apóstatas un nombre nuevo, una esposa japonesa y una vida cómoda. Así, el P. Ferreira y el P. Rodrigues se somenten a la sociedad japonesa de la época, en la que se les da un puesto de prestigio como recompensa por haber abjurado de Cristo.

El título, pues, llama a engaño, pues aunque se nos intente convencer del silencio de Dios ante el sufrimiento y el martirio de los pobres católicos japoneses y el dilema de los jesuitas entre apostatar o permitir ese sufrimiento, Jesús acaba hablando... ¡para pedir la apostasía! Dios calla ante el sufrimiento ajeno, pero habla al P. Rodrigues para perdirle que renuncie a su fe. Lo que se pedía a los jesuitas para probar su apostasía era pisar una imagen de Jesucristo, el cual le dice al jesuita: "Písame". O sea, que para animar a renegar de la fe sí habla. Sólo calla cuando sufres, pero habla para que caigas. Conclusión: es Dios quien incita a pecar y, por tanto, es el responsable del mal.

Pero, ¿cuál fue la realidad histórica? El catolicismo llegó a Japón de la mano de San Francisco Javier, jesuita, en 1549. En apenas sesenta años se logró la conversión de unos trescientos mil japoneses sin recurrir a la fuerza. Ochenta y seis señores feudales se bautizaron oficialmente, y muchos más simpatizaban con el cristianismo. Las primeras generaciones de conversos japoneses tuvieron que enfrentarse a diferentes persecuciones locales instigadas por ingleses y holandeses -protestantes-, por los monjes budistas o por la nobleza local, pese a lo cual hubo muchas conversiones en los primeros años. Pero, el 25 de julio de 1587, el gobernador Hideyoshi decretó el exilio de los jesuitas y a partir de 1600 pasó a ser una Iglesia clandestina, perseguida y que dio muchos mártires, aunque consiguió sobrevivir oculta durante los siguientes 250 años, hasta que las persecuciones, que tuvieron un alcance imperial, finalizaran en 1873. En el perído de persecución hubo 93 jesuitas mártires de la fe, de los que tres ya han sido canonizados -San Pablo Miki, San Juan de Goto y San Diego Kisai-, 37 han sido beatificados y los demás tienen abierta la causa de beatificación. Hasta 1908 los jesuitas no regresaron a Japón.

El sacerdote portugués Cristóvão Ferreira, que había quedado como superior de los jesuitas en Japón tras el martirio de sus predecesores, apostató tras cinco horas de tortura en la fosa de Nagasaki. Su apostasía la detalla el historiador jesuita Hubert Cieslik, experto en Japón, en un estudio realizado en 1974. El P. Ferreira tenía 53 años, era jesuita desde hacía 37 y había sido un misionero clandestino durante 19 años. Había vivido dos décadas de persecución y peligros. Era él quien enviaba a Europa la crónica de los martirios de sus feligreses y compañeros. Pero él cedió en tan sólo cinco horas. Por eso los historiadores hablan del "enigma Ferreira".


Cuando un sacerdote apostataba era liberado y asignado a un templo pagano japonés -sintoísta, budista o confucionista-, y se le obligaba a casarse con una mujer de la clase social más baja: la viuda de algún criminal ejecutado. Por supuesto, permanecía bajo vigilancia. A Ferreira le casaron con la viuda de un criminal extranjero ajusticiado y durante varios años vivió en la pobreza. Usaba nombre y ropas japonesas y se le asignó un templo budista. Después, las autoridades empezaron a contratarlo como traductor de español, portugués y latín en los interrogatorios y juicios de otros misioneros capturados. Más tarde tradujo obras de matemáticas y astronomía. Incluso se le atribuye el libro anticristiano "La superchería desvelada", un libelo propagandístico budista-confucionista escrito en japonés en 1636, que pretendía refutar la doctrina católica. Este panfleto, del que sólo existe una copia manuscrita, fue descubierto por un historiador en la década de 1920.

Novicios jesuitas de todo el mundo comenzaron a ofrecerse voluntarios para morir mártires allí donde la Compañía decidiese, para así expiar la apostasía de Ferreira. Además, al menos tres expediciones de jesuitas llegaron a Japón con el objetivo de traerle de nuevo a la Iglesia. La primera de ellas, comandada por Marcello Mastrilli, llegó en 1637. Mastrilli fue descubierto y torturado durante tres días en la fosa, para finalmente morir decapitado. El segundo grupo estuvo encabezado por Pedro Kibe, que llegó en 1639 y también fue descubierto, muriendo mártir en la fosa. El tercer grupo, el de Antonio Rubino, fue atrapado en 1642. A su juicio acudió el mismo Ferreira como traductor, nueve años desde que apostatara, quien, al parecer, animó a los jesuitas a apostatar para salvar su vida. Tras su muerte en 1650, el apóstata Ferreira fue sepultado en el templo budista de Zuirinji, en Tokio, en una tumba en cuya lápida aún puede leerse su nombre budista: Chuan Joko Sensei.

En el juicio a Rubino y sus compañeros -en el que estuvo Ferreira- las autoridades insistían en que los católicos japoneses, generalmente gente sencilla, sufrían torturas por culpa del fanatismo -las creencias católicas- que los jesuitas, extranjeros, les habían inculcado. Evidentemente, es injusto presentar al apóstata Ferreira como un creyente "razonable" y a los jesuitas mártires que viajaron hasta allí para intentar salvar su alma, arriesgando sus propias vidas, como fanáticos. Igualmente, es impío sugerir la salvación del alma de un sacerdote que renuncia a Cristo por salvar la vida terrena de otros fieles que no están dispuestos a renegar de Él aunque les maten. Y más impío aún plantear que, aunque no salvaran sus almas, a los jesuitas apóstatas les merecía la pena condenarse eternamente para así salvar a sus feligreses.

Como dice S. E. Mons. Robert Barron, obispo auxiliar de la Archidiócesis de Los Ángeles, que ha hecho una crítica de la película, lo que ésta difunde está al servicio de la élite cultural de hoy, bastante similar a la élite cultural japonesa que aparece en la película, que prefiere a los cristianos vacilantes, inseguros, divididos y ansiosos por privatizar su religión, y están dispuestos a desechar a las personas apasionadamente religiosas tildándolas de peligrosas, violentas y, seamos realistas, no tan brillantes. Es justamente la clase de cristianismo que le gusta a la cultura dominante: totalmente privatizado, escondido, inofensivo.

Martín Scorsese ha tardado veinte años en materializar este proyecto. Pero es justo ahora, en pleno papado de un jesuita, cuando por fin ha logrado hacerlo realidad. Y no es casualidad que los jesuitas se hayan implicado en esta película. La Compañía de Jesús está detrás del asesoramiento al director, a los actores y de la promoción de la película. "Silencio" se proyectó hace casi dos meses en el Pontificio Instituto Oriental de Roma ante 400 jesuitas, que calificaron la película como "obra maestra, excelente, cargada de espiritualidad y profundidad".

Veamos por qué:
  • El jesuita estadounidense James Martin fue asesor del director durante todo el rodaje. Para él, la película es una obra maestra.
  • La supervisión de las escenas religiosas y la preparación de los actores corrió a cargo del jesuita español Alberto Núñez.
  • Durante el rodaje estuvieron presentes otros dos jesuitas: el estadounidense Jerry Martinson y el italiano Emilio Zanetti.
  • El departamento de prensa de la Compañía de Jesús en España ha elaborado el extenso dosier de prensa -elogioso, naturalmente-.
  • El nefando jesuita Antonio Spadaro, director de "La Civiltà Cattolica", no ha escatimado medios para promocionar la película, incluyendo una larga entrevista a Martin Scorsese -de 22 páginas- en su último número.
  • Hay varias páginas web jesuitas -que obviamente no pienso enlazar- que publican artículos elogiosos de la película y su "espiritualidad".
  • Asimismo, los jesuitas están difundiendo vídeos sobre la película, como el del P. Adolfo Nicolás, ex Superior General de la Compañía de Jesús hasta el año pasado, o la entrevista al jesuita James Martín, mencionado más arriba.

Hasta el Papa Francisco recibió en audiencia privada a Scorsese el pasado 30 de noviembre de 2016, a las 8.45 (antes de la Audiencia general), en el Palacio Apostólico -no hay que olvidar que Martin Scorsese fue el director de la escandalosa y blasfema película "La última tentación de Cristo" (1988). Según un periodista de Variety que asistió al pase privado de la película en el Vaticano, "la audiencia papal privada reunida en el Palacio Apostólico dio el martes, a través de la prensa oficial vaticana, una clara muestra de apoyo a "Silencio", proyecto pasión de Scorsese". La verdad, llama la atención que la apostasía sea celebrada en el Vaticano. [Nota de Syllabus: No, no nos llama la atención, pues el Vaticano está en poder de los enemigos de Cristo. Pero desde luego escandaliza, indigna y asquea hasta qué punto llega el atrevimiento judeo-masónico, ante el Silencio de la mayoría de los católicos]

Dos jesuitas españoles misioneros en Japón han sido Padres Generales de la Compañía de Jesús: el P. Arrupe (1965-1985) y el P. Adolfo Nicolás (2008-2016). Como también tiene en aquel país su base de operaciones el infame jesuita apóstata Juan Masiá, que el mes pasado -diciembre de 2016- negó la virginidad de la Santísima Virgen María en un libelo publicado en Herejía Digital -que tampoco pienso enlazar-: es coadjutor de la parroquia de Rokko, en Kōbe (Japón) e imparte clases de Bioética en la Universidad Católica Santo Tomás de la diócesis de Osakaes; además es consiliario de la Asociación de Médicos Católicos de Japón, colaborador en comisiones de Bioética de la Conferencia Episcopal Japonesa, colaborador de la Comisión Católica de Justicia y Paz en Tokio, así como de la sección japonesa de la Conferencia Mundial de Religiones por la Paz.

Como ya he señalado más arriba, "La Civiltà Cattolica" ha hecho un gran despliegue para promocionar esta película, incluyendo una reseña de la novela de Endō escrita por el jesuita Ferdinando Castelli en 1973, y publicada de nuevo íntegramente. Además, en el último número de la revista hay un artículo sobre lo que debería ser hoy "la misión en el Japón secularizado", en el que el autor, el jesuita japonés Shun'ichi Takayanagi, considera que es obligatorio realizar "un cambio de paradigma respecto al concepto de misión y a los modos de ejercerla". ¿Será porque el proselitismo es "pecado", como asegura el Papa Francisco, también jesuita? Según Takayanagi, intentar como objetivo el lograr que la gente se bautice, hoy "ya no es posible" y debe ser cambiado por completo. ¿El motivo? Porque "nuestro tiempo está caracterizado por un rápido progreso de la cultura material y por un elevado nivel de vida. El diálogo debe profundizar nuestra concepción de las otras religiones".

Según "La Civiltà Cattolica", el "anticuado" concepto de misión, es decir, "hacer proselitismo y proporcionar conversos a la Iglesia", debe ser sustituido por el "diálogo". Sobre todo en un país como Japón, en el que es normal "ir a un santuario sintoísta y participar en las fiestas budistas y, también, en una liturgia cristiana en Navidad", sin esa "extraña obligación de seguir un determinado credo religioso" y "en una atmósfera cultural vagamente no monoteísta". Takayanagi subraya que los japoneses, aunque están muy abiertos al pluralismo religioso, "se quedan turbados ante ese episodio brutal que puede ser atribuido a raíces religiosas", islámicas pero no sólo -acusación velada de que el cristianismo es criminal y se impone por la fuerza, comparándolo con los terroristas islámicos-.

Takayanagi continúa: "Ciertamente, la religión puede hacer crecer y madurar a los hombres, pero en casos extremos la pertenencia a una religión también puede pervertir la naturaleza humana. ¿Es capaz el cristianismo de impedir el fanatismo y esta especie de perversión? Ésta es para nosotros una pregunta acuciante, que debemos plantearnos en el ejercicio de nuestra actividad misionera. La historia pasada del cristianismo, a este respecto, no es ciertamente intachable[...] En concreto, algunos intelectuales japoneses, aunque de manera vaga y casi inconsciente e inspirándose a la cultura politeísta japonesa, empiezan a preguntarse si las religiones monoteístas pueden mostrarse, en última instancia, verdaderamente tolerantes hacia los miembros de otras religiones [...] Estos intelectuales consideran que el terreno cultural politeísta del sintoísmo japonés puede asegurar un enfoque suave hacia las otras religiones".

El pasado 4 de enero se publicaron amplios pasajes de este artículo de "La Civiltà Cattolica" y en "L'Osservatore Romano" -ya en otras ocasiones "L'Osservatore Romano" ha hecho apología de un paradigma de misión cuyo fin es la "común exigencia humana de valores religiosos", como el que propugna ahora la revista dirigida por Antonio Spadaro-. En resumen, y como señala Sandro Magister, es tiempo de "silencio" también para las misiones católicas. A pesar del decreto "Ad gentes" del Concilio Vaticano II, de la exhortación apostólica "Evangelii nuntiandi" del beato Pablo VI y de la encíclica "Redemptoris missio" de San Juan Pablo II. [Nota Syllabus: Bueno, de todo esto no son precisamente inocentes los liberales y modernistas beato Pablo VI, San Juan Pablo II y el infame Vaticano II, que abrieron las puertas para que el “humo de Satanas” nos trajera la falsa religión del hombre que se hace dios a sí mismo. Invitams a leer los libros del R.P. Calderón sobre el Vaticano II, para comprender la profundidad de la revolución anticatólica instalada en Roma]

La revista Ecclesia recoge las palabras del jesuita James Martin, para quien Scorsese es "muy religioso, muy católico", y que "cuando la he visto por primera vez he llorado: es una gran historia, una gran película". Por lo visto, el director se puso en contacto con él en 2014 para pedirle asesoramiento porque quería entender a los jesuitas -cosa extraña y bastante difícil de creer, porque el mismo Scorsese fue seminarista jesuita: fue novicio jesuita un año en el pequeño seminario del Cathedral College en Nueva York-.

Para "L'Osservatore Romano", donde se publicó la reseña de Ecclesia el 3 de diciembre de 2016, esta película es, en definitiva, una "reflexión sobre la dificultad del discernimiento y de las elecciones que hay que tomar en la propia vida, 'también cuando no está tan claro qué hacer', según explica Martin: 'Por eso veo en la película un mensaje hacia la Iglesia de hoy, con una espiritualidad fuerte, que inspira la fe en Dios'".

Es sospechoso que la novela de Shūsaku Endō se difundiera tanto en los años 60, mientras que las historias de autores cristianos japoneses que muestran ejemplos de mártires constantes no se hayan difundido. Las novelas sobre la fe no son populares entre los editores occidentales, se ha argumentado. Las de apostasía, por lo visto, sí.

El dosier de prensa de los jesuitas explica los hechos históricos y asegura que según "algunas fuentes los padres Chiara y Ferreira recusaron después su apostasía; Ferreira murió por defender la fe en un segundo martirio y Chiara acabó sus días en una inhumana celda de castigo". Lo que no explica el dosier es cuáles son esas nada fiables fuentes que mencionan.

Pero, ¿en qué consiste la impiedad de esta película? Pues, por un lado, en la justificación y disculpa de la apostasía, que se presenta no sólo como aceptable, sino incluso como compatible con la fe. Y, por otro, en que quienes apostatan son sacerdotes, lo cual es más grave, si cabe. Es malvado presentar como "misericordiosos" a quienes niegan a Cristo y como virtud la debilidad de los apóstatas, en lugar de presentar como modelo a quienes resisten el martirio por amor a Él y como virtud su fortaleza en la fe. De esta forma, predisponen al espectador a justificar su propia apostasía llegado el caso, pues lo importante para la sociedad actual es evitar el sufrimiento en esta vida a cualquier precio. Es, llanamente, un rechazo de la cruz, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, como dice la primera Carta a los Corintios (I Cor 1,23-24). Además, pone en duda verdades de fe, intenta enmendar la plana al mismo Jesucristo y contradice la Verdad revelada contenida en los Santos Evangelios. El martirio es presentado como algo malo, a evitar, contradiciendo así el punto 2473 del Catecismo de la Iglesia Católica -para los católicos, salvar la efímera vida terrena apostatando supone perder la Vida eterna, que quien muere mártir tiene asegurada-.

También subyace el mensaje de que el budismo y el cristianismo en el fondo son lo mismo, y que todos los credos son iguales. Naturalmente, esto contradice el mandato de Cristo: "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mt 28,19-20). Si todas las religiones son igualmente válidas, ¿para qué la evangelización, las misiones y el proselitismo de la Iglesia? Antonio Spadaro lo tiene claro: para él no tienen sentido. Además, en la película queda claro que el cristianismo no puede cuajar en Japón, aunque eso contradiga las palabras del Señor mencionadas antes. Los malos de la película son quienes se obstinan en su fe, que podrían haberse evitado el sufrimiento siendo razonables y renunciando a la misma. Los ganadores, en cambio, son los perseguidores, tanto por la apostasía de los jesuitas, como por la eliminación casi completa del catolicismo en Japón. Los católicos son, claramente, los perdedores de la película, tanto los apóstatas, como los mártires.

Paul Elie en su artículo del New York Times, dice que "como en la novela, la película pone en cuestión la idea misma del martirio cristiano, al proponer que hay casos en que el martirio -que el creyente se agarre a Cristo hasta el terrible final- no es santo, ni siquiera correcto". Paul Elie cree que Scorsese está intentando decir lo mismo que cuando estalló la polémica con "La última tentación de Cristo": Scorsese se creía con derecho a hacer algo "blasfemo" -una escena de sexo de Cristo y María Magdalena- porque tenía una buena intención: mostrar el lado humano de Cristo, mostrar fe y amor por esta dimensión de Cristo. Un acto "malo" para lograr un fin "bueno", algo totalmente condenado por la tradición cristiana, que sostiene que el fin no justifica los medios.

Piden a los cristianos apostatar pisando el "fumie", una imagen de metal de Cristo y la Virgen. Al final, en la novela, el jesuita pisará el "fumie", y lo hará por salvar a sus feligreses, por el amor a los fieles: sentirá que él se pierde, pero salva a otros. Eso se presenta como algo sacrificial, cristiano. Sin embargo, el padre Rodrigues arrastrará, bajo el nombre de Okada Sanemon, una vida humillada e insulsa, una vida anónima y sin entusiasmo, en apariencia alejada de la fe. Según Paul Elie, la opción de Ferreira, una fe interna, disimulada, camuflada, que pacta con el poder, es una forma de inculturación, eficaz y aceptable.

Visto lo visto, no sorprende que uno de los protagonistas de la película sea el actor anticatólico y pro-abortista Liam Neeson, cuyos ataques a la Iglesia Católica y la promoción del aborto en su país natal, Irlanda, fueron públicos y notorios hace poco más de un año (ver aquí). Además, el director de la película ha declarado que el personaje más interesante es, en su opinión, Kichijiro, el traidor o Judas -figura ésta, la del apóstol que traicionó a Cristo, sorprendentemente reivindicada por el propio Papa Francisco como una "pobrecita" víctima arrepentida-

Esta película, además de ser más larga que un día sin pan, es, en definitiva, una película anticatólica y una auténtica ofensa a los católicos, a la Iglesia y a Cristo mismo -de cuyo mensaje se hace una enmienda a la totalidad-, así como una plataforma para promocionar sibilinamente y justificar lo injustificable: la apostasía y la sumisión al poder terrenal de turno para evitar el sufrimiento. Con estas virtudes, no sería raro que le cayera algún Óscar -o más de uno-. Nada recomendable, pues -pese a lo que digan ciertos escritores cursis y redichos que son -eso se creen ellos- más listos y cultos que nadie -y muchísimo más católicos, naturalmente-.